Jueves 29 de agosto de 2024
Cristina Fallarás 28 agosto 2024 Público
¿Cómo llegas al trabajo y cómo lo llevas a cabo si en el metro un hombre te ha tocado los pechos? ¿Cómo lo haces si cada día el trayecto al curro te supone, por tal motivo, un infierno de pánico y ansiedad? ¿En qué condiciones trabajas si tu marido violento amenaza con quedarse a los críos? ¿Cómo te ganas la vida si las agresiones sexuales en la infancia te impiden concentrarte o te obligan a comer y vomitar constantemente? ¿Cuál es tu sueldo y cuál tu empleo si, para enfrentar las violaciones del pasado, necesitas consumir tranquilizantes, alcohol o estupefacientes habitualmente? ¿Dónde habrías llegado en tu empresa si tu jefe no te hubiera acosado sexualmente? ¿A cuántos puestos laborales o ascensos has renunciado con tal de no soportar la violencia machista de tu entorno o las posibles represalias?
Según datos de la Agencia Tributaria en colaboración con la Tesorería General de la Seguridad Social en 2021, "los hombres ingresan de media 2.000€ más al año que las mujeres". Esto aumenta con la edad, de modo que "a partir de los 35 años, la brecha salarial llega a alcanzar los 13.000€ de diferencia". En 2023, Claudia Goldin —gracias, gracias, gracias— ganó el Nobel de Economía con una investigación en la que sitúa la maternidad como factor que explica la perpetuación de este atropello. Cualquiera que haya sido madre lo sabe. Sin embargo, hay algo anterior, muy anterior a ese momento que nos afecta a todas, madres o no, y que resulta en mi opinión más lesivo en términos económicos para la inmensa mayoría de la población femenina, si no para todas: la violencia machista, y más concretamente la violencia sexual.
La violencia sexual presente desde la infancia y adolescencia en la vida de gran parte de las mujeres, supone, además de todos los daños evidentes, un perjuicio económico grave. O sea dinero. O sea, autonomía, estabilidad, construcción de un futuro y, para empezar, construcción de un presente en las mismas condiciones que nuestros compañeros. La violencia sexual genera problemas de salud mental, esto es un hecho, desde pánico o disociación hasta conductas autolesivas. Cada vez que me hablan de una mujer con consumo excesivo de alcohol o estupefacientes o una mujer con trastornos de alimentación —son dos ejemplos— siempre pienso: busca en su infancia y/o adolescencia busca su entorno más cercano, busca el daño.
Pues bien, todo ello significa un lastre pesadísimo a la hora de enfrentarse al mercado laboral, para desarrollar su trabajo y para, por lo tanto, mantener un sueldo digno en condiciones digamos que "normales", sea eso lo que sea, o al menos en las mismas condiciones que sus compañeros varones. Trabajan/trabajamos arrastrando un yunque, cargando con una roca descomunal, soportando una tormenta interior negra y constante. Cualquier metáfora sirve. Cada vez que leo "mi abuelo me hacía tal" o "mi jefe me obligaba a cual", me pregunto en qué trabaja esa mujer, qué sueldo tiene y a cambio de cuánto sufrimiento lo logra.
Las mujeres no solemos hablar de dinero. Hablamos de otras cosas, también relevantes, pero el dinero se nos resiste. Para empezar, porque a nosotras nos han educado así. Todo lo que logramos económicamente es poco menos que un regalo que no merecemos: "No te quejes, encima que tienes ese trabajo". Ese trabajo lo tenemos porque nos lo hemos ganado, porque estamos preparadas, porque, con yunque o roca, hemos llegado hasta ahí. Pero, además, carecemos de diagnósticos que avalen cómo esos daños que vienen de lejos, o incluso del presente en el caso de las víctimas de violencia de género —o sea, todas—, cómo esos daños afectan y a veces incluso imposibilitan el desarrollo de un trabajo en condiciones.
Creo que esta sociedad debería hacerse cargo, en términos de salud mental, de todas aquellas mujeres que asumen, declaran o denuncian haber sufrido violencia de género o violencia sexual en cualquier momento de sus vidas. Todas. El trauma permanece, no es algo puntual. Y, una vez estudiada y diagnosticada su situación, permitir que eso se refleje en lo laboral. Lo hemos conseguido con la maternidad, con la lactancia, con el dolor menstrual. Creo urgente dar ese paso. O al menos ponerlo encima de la mesa en los ministerios competentes, que no es solo el de Igualdad, dicho sea de paso.