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La violencia de género no es un arma arrojadiza

Domingo 29 de enero de 2023

BEATRIZ GIMENO 25/01/2023 Pikara

Claro que hay fallos que es imprescindible abordar, pero afirmar que un gobierno u otro es culpable de esta violencia o decir que esta desaparecería con unas “buenas” políticas es poco honesto con el feminismo y contraproducente.

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Manifestación del 8M de 2022 en Málaga. / Foto: Helena Bayona

En el mes de diciembre pasado hubo un terrible repunte en el número de feminicidios cometidos en España. Saltaron todas las alarmas sociales, políticas, mediáticas… Lo que ocurrió a continuación nos puede dar idea de que el marco discursivo e ideológico en el que afrontamos esta cuestión se ha desplazado y no es el mismo de hace unos años.

Ante el repunte de los asesinatos, por una parte, lo que se instala desde algunos sectores (y se acaba trasladando al centro del debate) es el argumento de que algo está funcionando muy mal. Aunque siempre hay que hacer autocrítica y siempre es necesario señalar los fallos y agujeros del sistema (siempre los hay), hasta hace poco se mantenía la unidad y la conciencia colectiva de que se ha recorrido un camino en el que se ha hecho mucho. Cuando se afirma que los asesinatos machistas se han producido porque el sistema (mejor dicho, el Gobierno) ha fallado, lo que se está haciendo es convertir la violencia de género en un arma política arrojadiza entre partidos y entre feministas. Puede que esto sea inevitable dada la situación política general, el comportamiento de los medios, la emergencia de Podemos, las redes sociales, el trumpismo, los debates intrafeministas etcétera, pero tendrá nefastas consecuencias a largo y corto plazo.

La realidad que no debemos olvidar es que hay muy pocos países en los que la violencia de género se combata como en España. Si miramos las cifras de feminicidios (la violencia de género más extrema) o de las diferentes formas de violencia de género veremos que la idea que en España hay muchos asesinatos no es real. Partimos, además, del hecho de que 2022 ha sido uno de los años en los que el número de asesinatos machistas ha sido menor. Esto es consecuencia de un trabajo continuado desde hace décadas. En la actualidad seguimos siendo pioneras. No hay ningún país en el mundo en el que, ante un repunte de feminicidios como el sufrido en diciembre, tres ministerios de la importancia de los de Interior, Justicia e Igualdad celebraran una cumbre política de emergencia para abordar la cuestión y tratar de solucionar los fallos más visibles en el sistema de protección a las víctimas. Pocos países cuentan con tantas herramientas, con un mayor presupuesto (y subiendo) y -hasta ahora- con un tratamiento mediático más adecuado.

Las cifras están bajando desde hace años, pero es que son bajas de partida si las comparamos con los demás países europeos. Según un análisis epidemiológico de la violencia de género en la Unión Europea, España es, con 2,3 feminicidios por cada millón de mujeres, el país que tiene el nivel de femicidios más bajo de toda Europa. Como dato reseñable países con niveles de igualdad de género y de bienestar social muy altos como Dinamarca o Suecia son también los que padecen un mayor número de feminicidios (por no hablar de los demás tipos de violencia). Hasta hace unos años las altas tasas de violencia machista en países como Suecia, que encabeza el ranking en igualdad de género, se achacaban a algún tipo de sesgo oculto, como mayores denuncias o mayor visibilidad, pero un estudio de 2019 realizado entre las universidades de Valencia y Mälmo ha establecido ya que la realidad es la que parece, que en el país nórdico hay mayores tasas de violencia contra las mujeres. De hecho, la encuesta de la Agencia Europea de los Derechos Fundamentales muestra que a mayor igualdad de género se produce más violencia y son los tres países nórdicos, los más igualitarios, los que tienen tasas más altas de violencia.

Aunque se trata de un fenómeno con muchas aristas, no es difícil darse cuenta de que hay algo que une mayor igualdad con más violencia. Afirma Rita Segato, para el contexto latinoamericano, que nunca hubo tantas leyes de protección, nunca hubo tanta capacidad de denuncia, leyes, políticas públicas, instituciones, pero que la violencia letal, lejos de disminuir, aumenta. Tenemos que ser capaces de incorporar esa realidad a nuestros marcos discursivos y políticos por varias razones. No habrá una sociedad de violencia cero contra las mujeres a corto plazo, como no la habrá de delitos cero; y si afirmamos que eso es posible a corto plazo, estaremos fomentando dinámicas profundamente reaccionarias que no ayudarán en nada a combatir la inseguridad o a apoyar a las víctimas.

Por una parte, al culpar de lo que ocurre a determinados y determinadas gobernantes a los que se identifica como ineficaces, e incluso como enemigos, se están dejando de señalar las causas estructurales que generan la violencia, esto es, el sistema patriarcal, la desigualdad, que cada vez se nombra menos. La violencia machista aparece, cada vez más, como eso que el feminismo no quería, como la obra de hombres violentos, medio locos, como algo que se puede aislar. La violencia machista no es una excrecencia del patriarcado, es el patriarcado mismo. Estamos deslizándonos hacia una posición en la que imaginamos que se pueda tratar dicha violencia como un problema de seguridad o eficacia policial casi exclusivamente, lo que contribuye a favorecer la idea de que la solución es un derecho penal cada vez más duro (el manoseado punitivismo). Así, se despolitiza la cuestión y la violencia machista pasa de ser una cuestión de igualdad, democracia y derechos humanos a ser una cuestión de seguridad y eficacia de la administración, lo que pone en los enemigos del feminismo una potente arma política que podrán usar contra las mujeres, además de contribuir a que la sociedad olvide que hay violencia porque hay desigualdad. No está de más recordar que está demostrado que mayores condenas y más alarma social no hacen que dichos crímenes disminuyan ni en uno solo.

Además de despolitizar (y esto es dramático cuando hablamos de feminismo), también se banaliza la cuestión. Si la culpa del repunte de asesinatos la tiene este Ministerio de Igualdad, cuando otro partido ocupe este ministerio y la violencia no cese, la culpa la tendrá ese otro partido y así sucesivamente y para siempre. Quien piense que una vez en el poder podrá reconducir la cuestión a marcos ideológicos anteriores está equivocada. Es un camino sin retorno.

Por otra parte, el hecho de que esta violencia se espectacularice mediática y políticamente no puede sino generar, a la larga, desafección política y feminista; desesperanza y frustración. Esta actitud fomenta a su vez ideales antidemocráticos de venganza y de restricción de derechos, mayor desapego político e institucional, ansiedad social y todo ello incidirá en el agotamiento del activismo, según se compruebe que no nos acercamos tan rápido como querríamos a ese ideal, por ahora inalcanzable, de violencia cero. Todas estas cuestiones alimentan sentimientos antipolíticos y nutren a la extrema derecha. Seguirá habiendo asesinatos en tanto haya patriarcado, desgraciadamente; la cuestión es exigir más igualdad, más feminismo y más democracia para combatir la violencia; la clave está en incidir en la unidad feminista y política, en explicar a la juventud que la violencia es el final de una cadena de desigualdad.

Desde luego que siempre se puede hacer más y mejor, y que exigirlo forma parte de la política. Claro que hay fallos que es imprescindible abordar, pero afirmar que un gobierno u otro es culpable de esta violencia o decir que esta desaparecería con unas “buenas” políticas es poco honesto con el feminismo y contraproducente. Podemos pasar de ser un país ejemplo en el tratamiento de la violencia de género a ser uno cualquiera de los que usan esta violencia para ganar votantes o adeptos, para atacar a otros partidos o para imponer determinadas políticas antidemocráticas.

No hay que dejarse llevar por la desesperanza, sino insistir. Es difícil pensar o escribir mientras asesinan mujeres, pero si dejamos de señalar que la lucha es contra el sistema patriarcal, estamos perdidas. Pensemos de dónde venimos, no convirtamos la violencia en un arma arrojadiza y sigamos construyendo una sociedad cada vez más igual en la que la violencia contra las mujeres sea un mal recuerdo.

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