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La vida alucinada de Hildegarda, inventora de la cerveza y ’pop star’ de la teología

Miércoles 13 de octubre de 2021

Fue la primera persona en poner por escrito la existencia del orgasmo femenino, ejerció una espiritualidad libre y llegó a desafiar a la Iglesia. Un periplo vital extravagante y avanzado a su tiempo que nos interpela desde la Edad Media.

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La joven devota Hildegarda.

Madrid 06/10/2021 Juan Losa Público

Para reivindicar el orgasmo femenino en plena Edad Media hay que tener agallas. Para desafiar a la Iglesia de la época e incluso al mismísimo Barbarroja debe uno ir bastante sobrado. Para inventar la cerveza tal y como la conocemos en la actualidad hay que ser, sencillamente, un genio. Mejor dicho; una genia.

La vida y milagros de Hildegarda de Bingen comienza, valga la redundancia, con un primer milagro y no pequeño; sobrevivir. Nacida el 21 de julio de 1098 en Bermersheim, sur de Alemania, fue la última de una larga serie de hijos, nueve nacidos vivos y otros muertos a los pocos días. La fragilidad con la que vino al mundo Hildegarda auguraba un desenlace infausto.

Pero no. Hildegarda encontró la Luz. De hecho la Luz fue una constante en su vida. Sus hermanos, su cuidadora y su madre descubren muy pronto que Hildegarda no es como las demás niñas: se pasa las tardes contemplando la belleza que despliega la naturaleza y hablando con la Luz. No hay duda; Hildegarda lo flipa fuertemente.

"Tuvo una infancia de mucha ansiedad y de profunda alegría", intercede Anne Lise Marstrand-Jørgensen (Frederiksberg, Dinamarca, 1971), autora de Hildegarda (Lumen), una novela biográfica que indaga en la vida alucinada de una mujer que compuso música, inventó la medicina natural, concibió brebajes, rimó todo lo que pudo y miró al cielo con aires místicos.

"Ella estaba convencida de que Dios le enviaba visiones, esto le generó mucha ansiedad porque no podía contar lo que le sucedía, pero al tiempo sentía una gran alegría por esa comunión que sentía con el Todopoderoso", explica su biógrafa. Una comunión que, como veremos, le granjeó algunos problemas con la jerarquía eclesiástica.

Internada a los diez años en el convento de Disibodenberg –un monasterio masculino al oeste de Alemania–, Hildegarda tiene como misión asistir a la joven Jutta von Sponheim –candidata a monja proveniente de la nobleza local–. Pero la joven Jutta fallece tras muchos meses de penitencias físicas y fiebres místicas. Se podría decir que se le fue la mano con el fervor.

Aquello dejó una huella indeleble en Hildegarda, que la quería como a una hermana. Sumida en la catarsis, la joven se promete seguir siempre las instrucciones de la Luz. Y al parecer esta le dice que a vivir que son dos días, que al cuerpo hay que darle jarana y que ya está bien de agachar la cabeza. Una visión libérrima para una época hosca y curtida en el pecado.

"Cuando se convierte en abadesa, Hildegarda les hace bailar y soltarse la melena a las monjas. Algo impensable para la época y que le convirtió en objetivo de chanzas y críticas que no dudó en despachar alegando que si alguien veía algo pecaminoso ahí, es que estaban viendo el pecado en sí mismos", explica Marstrand-Jørgensen.

Porque para Hildegarda cuerpo y espíritu eran como dos abueletes bailando un chotis; un dos en uno al que no debemos renunciar. "Ella hablaba de la sexualidad femenina como algo conectado con la vida espiritual, cuando reflexiona sobre el orgasmo femenino lo hace porque está convencida de que cuidar nuestro cuerpo es cuidar nuestra espiritualidad".

Se trata, a fin de cuentas, de disfrutar de lo que nos fue dado. Libre albedrío pero con prudencia, sin olvidar –solo faltaba– la palabra del señor. Algo así: "En la Edad Media era común la idea de que para alcanzar a Dios había que negar el cuerpo, en cambio Hildegarda apuesta por el disfrute carnal cumpliendo con las funciones que Dios nos ha encomendado, es decir, la comunión entre el hombre y la mujer en el matrimonio para servirle".

Una visión que, al tiempo, resulta profundamente conservadora. He aquí la aparente contradicción: "Ella es muy leal a la Iglesia y por tanto muy conservadora si lo miramos retrospectivamente, creo que catalogarla de feminista sería algo exagerado, pese a que no duda en reivindicar una cierta libertad sexual".

De sexóloga a cervecera

Hay vidas que dan para mucho y la de Hildegarda es un buen ejemplo de ello. Cultivó la música y lo hizo con el desempeño y el fervor que aplicaba en todas las facetas de su vida. "Vislumbraba el mundo divino a través de las melodías y las voces", apunta su biógrafa.

Y por si fuera poco, además de ahondar en la biología y la medicina natural, Hildegarda hizo una contribución definitiva a la Humanidad; la cerveza. Al menos tal y como la conocemos hoy día, con su lúpulo. Con este añadido, la elaboración originaria ganaba en estabilidad y duraba más, consiguiendo que no se estropeara y fuera dañina para el organismo.

Genio y figura, doña Hildegarda. "Creo que si viviese en la era actual, sería una activista de derechos sociales, una mujer que lucha en favor de la igualdad y que sueña con un mundo que se aleja mucho del actual", añade Marstrand-Jørgensen. Lo que viene siendo una visionaria.

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