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La única madre buena es la madre muerta

Viernes 26 de marzo de 2021

Cristina Fallarás 25-02-2021 Público

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Thomas O’Malley, Duquesa y los gatitos.- Los Aristogatos

A tu madre le gusta mucho la fiesta

Tu madre trabaja demasiado

Tu madre bebe

Tu madre queda con sus amigas tras el trabajo

Llévale la pastilla a tu madre

Tu madre viaja demasiado

Tu madre lleva muy mal lo de la edad

Tu madre ha aceptado un cargo que le impide cuidarte

Mira cómo viste tu madre

Tu madre no desconecta del trabajo, pegada al móvil

Tu madre no te llevaba al parque

Tu madre fue muy guapa y delgada

Es que tu madre fumaba porros

Tu madre no está nunca en casa

Tu madre tiene algo de sobrepeso

A tu madre se le acumula tu ropa sucia

Es que tu madre tuvo muchos novios

No creas que soy yo el único que ve porno

Podría seguir y seguir y seguir, pero basta lo anterior como ejemplo. Es el retrato de la "mala madre", un retrato incompleto, por supuesto. Tiene muchas, muchísimas más aristas. Pero, en resumen, consiste en una serie de valores negativos que construyen la idea que nuestra sociedad tiene de lo que es una "mala madre".

Ahora cojamos cada una de las anteriores afirmaciones por separado. Podría pensarse que es la suma de todas ellas la que retrata la perfidia de la progenitora. Pues no, si se coge cualquiera, una sola, ya sirve para levantar sobre ella la negra estatua hedionda de la madre mala.

Si se mira con detenimiento, nada de lo que se atribuye a las madres para culpabilizarlas serviría en el caso del padre, del hombre. Que beba, que quede con sus amigos, que salga hasta altas horas de la noche, que no lleve a sus hijos o hijas al parque, que trabaje demasiado, que viaje por razones laborales, que se medique, que tuviera "muchas novias", que se le acumulen las tareas de la casa por falta de tiempo, que vea porno… Todo eso entra dentro de lo normal.

Podríamos llegar a la conclusión de que para ser "verdaderas" madres, para cumplir los parámetros de pureza exigidos para tal condición, sobre todo en caso de juicios, a las madres se les exige no hacer nada de aquello que tradicionalmente era considerado "cosas de hombres". Así de simple.

¿Eran cosas de hombres? Ahí reside uno de los problemas gordos. Eran y son. Durante algunos años, hace ya un par de décadas, quizás más, vivimos el espejismo de que las madres y los padres podrían tener derecho a las mismas costumbres y formas de vida. Poco a poco, se fue evidenciando que no. Las cifras sobre el trabajo en la casa, el cuidado de los hijos e hijas, la atención a los mayores, van cimentando el desengaño: en el caso de las parejas hombre/mujer, ellas dedican cada mes alrededor de 90 horas más "al hogar y la familia" que los hombres.

Pero dejemos el desengaño y sus evidencias, porque hemos ido a peor, a mucho peor. Entre otras cosas, se debe a la apropiación de las redes sociales por gregarias construcciones macho, la aparición de la extrema derecha violenta, penetrada y financiada por la Iglesia católica, y un avance del feminismo que les resulta insoportable (no solo a ellos).

Me mondaba cuando en redes y publicaciones me tildaban de puritana, cosa que acostumbran a hacer en los últimos años. No solo a mí, por supuesto, sino a gran parte de las feministas. Pero voy con lo mío: me han llamado durante años puta, chupapollas, borracha, guarra, yonqui, calientabraguetas… pero ¿puritana? Me descosía de la risa hasta que me di cuenta de qué se trataba. Yo soy puritana en tanto en cuanto mujer; y soy puta, chupapollas, borracha, guarra, yonqui, calientabraguetas en tanto que madre.

De eso se trata, en puridad. Una "mala madre" es aquella que decide ser mujer, o sea tener una vida paralela (su vida) a la maternidad, el hogar, las criaturas tralarí tralará. Esa vida paralela se da de bruces (de nuevo) con la férrea oposición a que ocupemos un lugar tradicionalmente masculino, del hombre que, además, solo además, es padre. Quizás porque, en ese caso, él tendría que ocupar la parte correspondiente a la madre, un lugar que de hecho no ocupa (vuelvan a las cifras anteriormente ofrecidas).

Y así va cundiendo, actualmente de forma apabullante, la idea de la "mala madre", o sea la que sale de fiesta, bebe, baila, trabaja fuera de casa, viaja, fuma delante de sus hijas/hijos sale con sus amigas cuando le viene en gana, no lleva a los niños al parque (¿¿cuándo??), viste "como si fuera joven", muestra su cuerpo… Sepa la madre que hace tales cosas, aunque sea una sola, que se volverá en su contra y será juzgada y recibirá el castigo "que merece".

El mayor problema de todo esto es la facilidad con la que lo hemos asumido. La culpa, la culpa, la culpa, la culpa que arranca ya con la gestación e ignoro si desaparece en algún momento, porque mis hijos siguen en casa y a mi cargo. La culpa incluso cuando desaparece el padre, los padres, no solo porque no das abasto, sino por el simple hecho de que desaparezcan.

Pero las que desaparecemos somos nosotras. Nada nuevo. ¡Claro que no es nuevo! Creamos, compramos, inventamos, se publican nuevas versiones de los clásicos infantiles que llevamos cosidos al útero. Pero ahí siguen cosidos.

En nuestro imaginario infantil, la única madre buena es la madre muerta. Las madres de Cenicienta, de Blancanieves, de Bambi o del más cercano Nemo deben morir antes de entrar a narrar la historia. Porque son buenas. Porque de haber estado vivas habrían cuidado de sus retoños. Ah, pero están muertas, mira tú por dónde, las mató el narrador. Las madres de Caperucita o Hansel y Gretel, como no están muertas, son malas, y al bosque van las criaturas. Ay, ay, ay, el desamparo. Y luego están las otras, las calientes, las que se van con el primer chulo que pasa, encarnadas con todo lujo de detalles por las hembras de La dama y el vagabundo y Los Aristogatos. Vaya, que a la gata de los Aristogatos casi se le ahoga un hijo de puro "puta".

Las madres vivas son malas o "muy putas". Quién sabe cuánto tiempo tarda la idea de madre en descoserse de la memoria. Quién sabe si alguna vez.

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