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La primera punk de la historia nació en el siglo XIX

Lunes 21 de enero de 2019

YOROKOBU

El punk brotó como una excrecencia social de resultas de una actitud independiente y contracultural y cierta mala baba allá por la década de 1970. El estilo musical que lo aupaba estaba definido por guitarras amplificadas casi a tope para crear cierta distorsión, melodías agresivas de duraciones cortas, crudeza y cierto aire de descuido.

Sex Pistols, The Clash y The Damned lanzaron sus decibelios por doquier hasta conformar, poco a poco, unos códigos políticos e indumentarios muy característicos afines a movimientos políticos y sociales outsiders.

El punk tiende, pues, al feísmo, al frunce de entrecejo, al grito, a la cresta de colores, a los piercings y los tatuajes, al inconformismo, a la lucha contra lo establecido y, sobre todo, al empellón brusco contra las normas sociales.

Porque para el punk no importan las clases, ni la reputación, ni la apariencia, y la forma de cuestionar que todo eso importe es a través de sentimientos de malestar y odio, amén de cierta actitud autodestructiva. No es extraño, pues, que etimológicamente, punk se refiera a basura, suciedad, vagancia o escoria. La filosofía punk puede resumirse en: Hazlo tú mismo o hazlo a tu manera.

Rechaza los dogmas y cuestiona lo establecido.

Desprecia las modas y la sociedad de masas.

Por esa razón, podemos afirmar que la primera punk de la historia nació en el siglo XIX, cuando el punk no existía como tal.

La baronesa estrafalaria

La baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven lo cambió todo en marzo de 1917, cuando el pintor modernista George Biddle estaba a punto de inmortalizarla en un estudio de Filadelfia. Elsa había sido contratada para ejercer de modelo de pintura. Era alemana y tenía 42 años. Biddle le dijo: «Quiero verte desnuda» y ella le hizo caso. Lo que Biddle vio entonces jamás se le borraría de la memoria, como explica John Higgins en su libro Historia alternativa del siglo XX:

La modelo se abrió la gabardina escarlata. Debajo, estaba desnuda salvo por un sujetador hecho con dos latas de tomate y una cuerda verde, y una pequeña jaula para pájaros que contenía un canario con aspecto apenado y que llevaba colgado del cuello. Además de esto, sus únicas prendas de vestir eran unas anillas para cortinas, recientemente robadas en los grandes almacenes Wanamaker’s, que le cubrían un brazo, y un sombrero decorado con zanahorias, remolachas y otras hortalizas.

Entonces Elsa, extravagante hasta la medula, anunció que ella era la artista, la performer, la poeta y la escultora. Y si no lo dijo, lo expresó muy elocuentemente con su cuerpo. A Biddle se le desencajó la mandíbula. Él no la conocía de nada, pero Elsa ya empezaba a ser famosa en la vanguardia artística de Nueva York. Se lo había ganado a pulso epatando al personal con algunas de estas boutades:

Llevar tartas a modo de sombreros.

Cucharas a modo de pendientes.

Labios pintados de negro.

Sellos de correo a modo de maquillaje.

Aparecer de vez en cuando desnuda en público, lo que llevaba aparejado continuas detenciones por parte de la policía.

Afeitarse la cabeza.

Teñirse el pelo de rojo.

Alimentar las ratas y ratones que se colaban en su cochambroso apartamento.

Porque Elsa, además, vivía en unas condiciones de pobreza extrema junto a sus perros en lo más parecido a un cuchitril. Y le daba exactamente igual parecer rara, extravagante, fea, sucia, pobre o idiota, máxime en una época en que las mujeres estaban solo empezando a liberarse de las restricciones que les imponía la sociedad. De hecho, exacerbaba todos esos signos porque eran el leit motiv de su expresión filosófica y política.

Además, podemos llamarla lo que queramos, pero mucho peor era llevar tacones para lucir bonita delante de los hombres: los tacones son armas de destrucción masiva que pueden causar hiperlordosis, dolor crónico, daños irreversibles en los tendones de la pierna, osteoartritis en las rodillas, fascitis plantar, ciática y, por qué no decirlo, caertedemorritis contra el suelo (poca broma con esta palabra que he inventado ad hoc, porque cada año, solo en España, mueren más de 12.000 personas por caídas accidentales, y los tacones no favorecen precisamente el equilibrio de sus portadoras).

¿Qué fue de…?

Con todo, sabemos muy poco de Elsa. Algunos consideran también que fue la primera artista dadá norteamericana. Pero apenas hay referencias a ella en todo el siglo XX. Es ahora cuando empieza a descubrirse toda su influencia en la sociedad de la época, en la que figuraban nombres como Ernest Hemingway, Ezra Pound y, naturalmente, Marcel Duchamp.

Ahora sabemos que nació en la ciudad prusiana de Swinemünde, a orillas del mar Báltico, bajo el nombre de Else Hildegarde Plötz, en 1874. Tras abandonar el hogar con 19 años, después de que su madre falleciera y de sufrir una agresión física de su padre, se marchó a Berlín para ejercer como modelo y corista.

Pronto empezó a moverse como pez en el agua en los círculos del arte de vanguardia. Poco a poco, aquella chica se convirtió en una artista las 24 horas del día. Cada vez, también, se tornó más andrógina.

Pintó (como su triste Me has olvidado como a este paraguas, infiel Berenice), escribió poesía (fue pionera en la poesía fonética), se acostó con cientos de hombres y mujeres y contrajo matrimonio con hombres homosexuales o impotentes. Y se convirtió en baronesa de verdad, después de casarse con el barón Leopold von Freytag-Loringhoven. Su influencia fue cada vez más importante, sobre todo a raíz de que entablara una intensa amistad con el artista Marcel Duchamp.

A todos nos suena la obra icónica de Duchamp: La fuente. Es una pieza inscrita en el movimiento readymade (también objeto encontrado, del francés objet trouvé), porque La fuente es simplemente un urinario de porcelana. Duchamp, caradura como pocos, envió la obra a una exposición que organizaba la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, en 1917, bajo el seudónimo de Richard Mutt.

Gracias a la comunicación de Duchamp con su hermana Suzanne, ahora sabemos que, probablemente, ese urinario le fue enviado por Elsa. La Fuente, una de las obras de arte más influyentes del siglo XX, pues, quizá es obra de Elsa, no de Duchamp; lo que también daría mayor sentido al pseudónimo que firmaba la obra: «R. Mutt 1917».

Para un alemán, ese nombre sugiere fonéticamente la palabra Armut, que significa pobreza o, en el contexto de la exposición, pobreza intelectual. Elsa estaba disgustada por la escasa reacción del mundo del arte neoyorquino ante el aumento de antigermanismo existente como resultado de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial.

Porque Elsa, antes de que Duchamp alumbrara el readymade, ya recogía objetos por la calle para elevarlos a la categoría de obra de arte, como un trozo de madera a la que llamó Catedral, un trozo de cañería unido a una caja de madera a la que llamó Dios o un anillo de metal oxidado de unos diez centímetros de diámetro al que llamó Adorno duradero.

A pesar de todo, como decimos, apenas ha quedado impronta de Elsa en los libros de historia, como denuncia Higgs:

La baronesa apenas figura en la mayoría de los textos sobre el mundo del arte a comienzos del siglo XX. Pueden encontrarse fugaces destellos en cartas y revistas de la época, donde aparece retratada como una mujer difícil, fría o directamente loca, con frecuentes referencias a su olor corporal. Casi todo lo que sabemos sobre la primera etapa de su vida se basa en el borrador de unas memorias que escribió en un sanatorio psiquiátrico de Berlín, en 1925, dos años antes de su muerte.

La baronesa murió, sola y sin reconocimiento, el 14 de diciembre de 1927 en su departamento de París por inhalación de gas, en circunstancias poco claras. Es probable que se suicidara. Eso sí, ya había escrito cómo quería que fuera su funeral:

En mi funeral podéis ahorrar (no estoy interesada en los trastos) a no ser que pudiera ser embalsamada con una bella concha de una excepcional reina (y no te importo lo suficiente para hacer eso), así que mejor envíame a una universidad de medicina y envía a Djurna Barnes a recoger las ganancias, lo podría necesitar en ese momento.

Desde aquí, este pequeño homenaje. Porque el mundo avanza, cambia y se vuelve mucho más interesante gracias a la existencia de personajes raros, esquinados o apestosos. De los que te obligan a cambiarte de acera a la vez que los admiras.

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