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La mano invisible del mercado son las mujeres

Sábado 5 de septiembre de 2020

No podemos seguir dando por hecho que alguien cuidará, al coste que sea, que podemos siempre improvisar o esperar hasta el último momento

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Una madre y su hija se limpian los zapatos durante la reapertura de una escuela infantil en Madrid. EFE/ Rodrigo Jiménez/Archivo

Ana Requena Aguilar 04-09-20250 eldiario.es

Puede que lo más desmoralizador que nos haya traído esta pandemia sea la tozuda capacidad de los seres humanos bien para olvidar, bien para ignorar lo que han sentido. Los aplausos en los balcones, las distancias y los acercamientos insospechados, el duelo colectivo de las calles vacías y los hospitales llenos nos hicieron creer que había esperanza. Habíamos aprendido, ahora sabíamos lo de que de verdad era importante, íbamos a cambiar.

Unos meses después flota la extraña sensación de estar prácticamente en el mismo punto que hace seis meses pero con una pandemia arrasadora mediante. No solo eso, sino que el inicio de curso ahonda en una idea de dejadez social (política) que disipa casi cualquier anhelo de que esta crisis nos deje un sistema cualitativamente mejor.

Sí, hemos hablado de cuidados y de conciliación. De trabajos y trabajadoras, ellas sobre todo, esenciales y poco valoradas. De sanidad y educación y de dependencia y de protección social. Que a pocos días de comienzo del curso escolar muchas familias no sepan aún cómo va a empezar exactamente en sus centros ni mucho menos qué herramientas hay para afrontar los próximos meses es, sin embargo, un síntoma de un sistema que sigue primando producción frente a reproducción y que tiende a ignorar o a dejar en segundo plano todo lo que no se paga, aunque nos sustente, y todo lo que suene a cuidar.

No es algo nuevo ni tampoco fácil de solucionar. Sin duda, la emergencia requiere de una respuesta rápida a la que no sería realista pedir una transformación radical, pero duele asistir a un escenario en el que la improvisación, la última hora y la repetición de algunos esquemas perpetuos apuntalan la idea de que los cuidados, simplemente, sucederán. Las declaraciones y discursos están muy bien (sin ironía) porque ayudan a cambiar el mensaje y el sentido común y ese es también un paso para cambiar la política, pero deben poder sostenerse con hechos que, en esta situación, requieren de una ambición más incisiva de lo normal.

La negociación sobre cómo se mantiene el empleo, los ERTES, el teletrabajo, la educación online o a turnos, o cualquier incentivo empresarial no puede ir ya más separada de la negociación y de la toma de decisiones sobre la conciliación en las empresas, las brechas de género o la jornada laboral. No puede ir escindida de la certeza de que hay alguien que sacrifica su empleo, su salario, sus oportunidades, su tiempo y su futuro para que todo eso funcione. No podemos seguir dando por hecho que alguien cuidará, al coste que sea, que podemos siempre improvisar o esperar hasta el último momento.

Ya sabíamos que ese alguien siempre han sido mayoritariamente las mujeres. Por si acaso, la evidencia de los datos y estudios producidos durante estos meses señala de nuevo que las consecuencias que esta pandemia está teniendo sobre las brechas de género es grave y puede serlo más si no ponemos desde ya más cambios y más recursos.

Hay una mano invisible que regula el mercado, proclamaba Adam Smith. Efectivamente: son las mujeres.

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