Xarxa Feminista PV
Portada del sitio > ECONOMÍA FEMINISTA - ECONOMÍA Y GÉNERO > La jornada de cuatro días no sirve para las cuidadoras

La jornada de cuatro días no sirve para las cuidadoras

Domingo 6 de octubre de 2024

La propuesta de la semana laboral de cuatro días olvida que el trabajo de cuidados se extiende a los siete días de la semana. Una vez más, se ignoran las voces expertas que sí ponen los cuidados en el centro.

PNG - 52 KB
Ilustración: Invincible.

Texto: Inés Morales Perrín 07/06/2023 Pikara

Desde el 8M de 2018 se ha puesto especial énfasis desde la izquierda en el papel crucial que está llamado a desempeñar el feminismo en la transformación social. Es sorprendente lo vigente que se encuentra aparentemente en la política institucional, mientras las iniciativas económicas y laborales de los partidos siguen contando con un importante sesgo androcéntrico donde la perspectiva de género brilla por su ausencia. La prueba de esto se hace especialmente evidente en la propuesta de la semana laboral de cuatro días sin reducir las horas trabajadas por jornada (ocho horas) que se ha hecho seña de identidad de Más País.

A raíz de un carrusel de Raquel Ogando recordé las críticas de las economistas feministas a esta propuesta. Muchas de ellas hablan de la necesidad de reducir las horas de trabajo remunerado al día como condición indispensable para erradicar la división sexual del trabajo gracias al mayor tiempo disponible de los hombres. Este cambio sustancial permitiría que fueran ellos quienes cogieran el tren de las tareas de cuidado. Esas ‘tareas’ que no se pueden amontonar o posponer en su totalidad para los festivos. Precisamente una de las peculiaridades del trabajo reproductivo tiene que ver con la continua repetición, con su carácter cíclico, con aquello que Simone de Beavouir consideró responsable de la inmanencia femenina, y que más tarde el feminismo nos ha descubierto como todo aquello imprescindible para garantizar la sostenibilidad de la vida.

¿Acaso no es necesario lavar la ropa que nos ponemos cada día? ¿No es cierto que desayunamos, comemos y cenamos todos los días de la semana y no sólo los domingos? ¿Cómo comer sin fregar la vajilla manchada en cada comida? ¿Cómo alcanzar la corresponsabilidad si las rutinas se mantienen como hasta ahora mínimo durante cuatro días a la semana ? Lo que demuestran las respuestas a estas preguntas es que los cuidados no pueden dejarse arrinconados para las jornadas de descanso mientras la centralidad de nuestras vidas sigue girando alrededor del trabajo productivo. La semana laboral de cuatro días carece de sentido en términos de corresponsabilidad porque los cuidados se extienden a los siete días de la semana irremediablemente.

Uno de los argumentos convencidos a favor de la semana de cuatro días (ocho horas cada jornada) viene a reivindicar su conveniencia ecológica. El ahorro de energía fruto de evitar un trayecto semanal entre los hogares y los centros de trabajo permitiría reducir la contaminación pero, ¿desde qué posiciones ideológicas tiene encaje esta postura? Se podría pensar que desde el ecologismo, pero, ¿qué clase de ecologismo? A lo largo de la historia han sido muchos los movimientos emancipadores que en su pretensión por transformar la sociedad se han olvidado de incluir no solo las demandas de las mujeres, sino también de transversalizar la perspectiva de género a todas sus propuestas. Sus consecuencias son potencialmente perjudiciales para las mujeres, pero también encierran en su interior la incapacidad de dichas políticas por promover una transformación radical. Por ello, podemos hablar sin ambages de un ecologismo patriarcal que da de lado a las aportaciones del feminismo y, por lo tanto, se nos presenta ajeno a la transformación ecofeminista que necesita nuestra sociedad.

La economista Bibiana Medialdea, en un artículo de 2019, defendía la reducción de la jornada diaria frente a la semana de cuatro días por considerar que provocaría “path dependency” (dependencia del camino). Este término describe cómo los procesos de los cambios institucionales o económicos se enfrentan a resistencias de relieve como consecuencia de la inercia heredada del pasado. Como ella recogía, sirve para manifestar cómo una decisión concreta cerraría la puerta a otras posibles opciones en un futuro. El problema de fondo no es solo trabajar cuatro días en vez de reducir la jornada de ocho horas diarias, sino que abogar por la primera opción implica renunciar a las consecuencias positivas de la segunda. Cómo no defender, ante la moda de la jornada de los cuatro días, en los últimos tiempos, que hay políticas de tal calado que requieren una reflexión social profunda. Solo así estaremos más cerca de garantizar que los cambios sociales se den en la dirección correcta, es decir, en una dirección inequívocamente feminista.

El tiempo del ‘hombre champiñón’, como lo denomina Amaia Pérez Orozco, que puede permitirse trabajar ocho horas al día porque cuenta con el trabajo reproductivo de otra que le sostiene, se ha acabado. Es el modelo de sujeto en torno al cual se organiza nuestra sociedad y especialmente nuestro mercado laboral. Un trabajador productivo que no puede cuidar a nadie, ni siquiera a sí mismo, por sus compromisos laborales. Precisamente es el mismo canon que tanto el feminismo como el ecofeminismo han puesto en cuestión desde hace décadas, siendo este último el que ha alertado de las medidas que, en nombre del ecologismo, olvidan la igualdad de género al priorizar el abordaje de la innegable crisis ecológica.

El ecofeminismo aborda la necesidad de un cambio estructural que no tiene como resultado la suma del feminismo más el ecologismo. Muy por el contrario, la combinación de ambos construye un enfoque inédito que permite poner el sistema económico patas arriba. La pregunta no sería cómo trabajar menos exclusivamente, sino cómo cuidar de manera corresponsable socialmente sin que recaiga sobre las mujeres ni se genere daño en nuestro planeta. Poniendo el foco en lo micro, un planteamiento ecofeminista apuntaría a que no se puede convivir con un perro y trabajar ocho horas con horario partido en una gran ciudad por más que la semana laboral tenga un día menos. Sería imposible atender los paseos mínimos diarios que implica su cuidado. Este es solo un ejemplo de las muchas cosas que nos perdemos por la centralidad del trabajo productivo.

La clave es si la urgencia que supone la crisis ecológica se dirige hacia la impugnación del sistema o, por el contrario, sirve de excusa para dejar a las mujeres atrás con el riesgo incluso de que las mismas medidas sean inútiles para salvaguardar la vida humana en el planeta tierra. Las irreflexión puede suponer abandonar el compromiso con la igualdad de género al mismo tiempo que se apuntala el sistema a través de parches de greenwashing. Ahora más que nunca podemos decir que la revolución será ecofeminista o no será. Sin trasladar a cada medida la ambición por alcanzar un equilibrio entre la igualdad de género y la sostenibilidad ecológica, mucho me temo que no será posible.

Comentar esta breve

SPIP | esqueleto | | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0