Xarxa Feminista PV

La izquierda que no aplaude

Jueves 29 de julio de 2021

Cristina Fallarás 28 julio 2021 Público

La semana pasada celebré públicamente un gesto de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Bueno, dos gestos. Celebré su discurso republicano en el Ajuntament contra el rampante franquismo del que viene haciendo gala el PP. Y también que, obligada a reponer la foto del rey que había retirado, colocara una tamaño cuartilla. No comprendo por qué no lo celebró todo el mundo a mi alrededor. Vaya, todo el mundo republicano, por acotar.

Mi sorpresa vino cuando varias personas de mi entorno me afearon el hecho de que celebrara a la presidenta de Barcelona En Comú de forma tan abierta, franca. Sin decirlo, venían a recomendarme que, puesta a hacerlo, añadiera al menos un pero. Por ejemplo, qué bueno el discurso republicano de Colau pero qué daño está haciendo el turismo. O así. ¿Por qué no habría de decir que fue estupendo si me pareció estupendo? ¿Por qué habría de dejarlo para los pequeños chats de amiguetas? Recordé que me había sucedido otro tanto con Irene Montero y con Yolanda Díaz. Es sorprendente, dicho sea de paso, que nunca se me haya afeado hacer lo mismo con Gerardo Pisarello o con Gabriel Rufián, para quienes no he escatimado públicos elogios.

En las izquierdas el aplauso está mal visto, y tres cuartos de lo mismo pasa en el feminismo, la Cultura o el periodismo. Están mal vistos el aplauso, la celebración y las muestras de apoyo o adhesión. No es casual que, cada vez que una mujer llega al poder se le pongan peros a su acción, se la celebre en bajito y le salgan un montón de cucarachas del armario, del propio armario del feminismo sin ir más lejos. Así con la izquierda en general.

Parece como si su papel solo consistiera en protestar y denunciar, o sea en sufrir. Y, en todo caso, celebrar al perdedor, a la perdedora. Oh, la enternecedora imagen de las manoplas de Bernie Sanders. Y como, volviendo a la fraseología díazayusiana, el mal no descansa, vista nuestra manera de combatirlo, tampoco necesita cansarse mucho. Le damos el trabajo hecho.

Tomemos como ejemplo la reactivación del recurso contra la ley del aborto de Zapatero en el Constitucional. El PP y Abogados Cristianos denuncian al tribunal por el retraso en emitir una sentencia. Quieren carnaza. Sacar a relucir a estas alturas el aborto, tratar de recortar dicho derecho, es un gesto tan ultramontano y fuera de lugar que debería llamarnos la atención. Pero no por el peligro que corre la libertad de las mujeres, sino por el momento y el modo en el que se plantea.

No dejo de darle vueltas al asunto mientras oigo llamamientos a ocupar las calles contra "lo sucedido". Pero ¿qué es exactamente "lo sucedido"? Nada que no estuviera sucediendo ya. Un nuevo gesto machofascistoide para calentar al personal junto a otros muchos: Franco no fue malo, el franquismo no fue dictadura, se puede reeducar a los homosexuales… De eso se trata. Calienta a la caverna, siempre hambrienta de carroña, y sobre todo calienta a la izquierda y al feminismo. Lo que a su vez aún excita más a las hienas. Y así se va rizando el triunfo de una ultraderecha que solo tiene que abrir la boca para que la izquierda y el feminismo difundan su mensaje y conviertan cada nuevo gesto en gesta.

Cuanto más se echan ellos al monte, cuanto más puerco es su gruñido, más escandaloso sienten las izquierdas el agravio y más lo amplifican. Ayusismo puro y duro, nuevas formas para una sociedad macerada en redes y aspavientos. En realidad, puro teatro, pero resultón. Pero sucede que si respondes al teatro corres el riesgo de acabar en tragicomedia bufa.

Lo preocupante es que todo lo anterior no tiene su reverso. Se critica, acusa, denuncia, protesta y se sufre cada eructo de una derecha cada vez más paleta y violenta, pero paralelamente no se aplaude ninguno de los gestos valientes, atinados de la izquierda, ninguno de los pequeños logros de luz en medio de la sentina. De modo que ellos, los del mal que no descansa, paladean lengüetazo a lengüetazo un triunfo bruto que le vamos regalando, mientras nosotras nos vestimos de luto y de batalla. Ríen mientras lloramos por algo que ni siquiera hemos perdido. Eso sí, no te permitas una celebración, que se te llenan los bajos de cucarachas.

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