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La importancia de tejer redes frente a las violencias machistas

Sábado 19 de marzo de 2022

“Con la cuchara que eliges, comes” le decían a mi madre cuando se encontraba inmersa en una relación de maltrato. ¿Cómo pides ayuda a personas que te hacen saber que la culpa es de algún modo tuya?

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David F. Sabadell

Nadia Martín 7 mar 2022 El Salto

“¿Cómo se nombra lo que está a la vista y ella insiste en no ver?”. Es la pregunta que se hace Lucía, la protagonista de Sensación Térmica, la última novela de la escritora mexicana Mayte López (Libros del Asteroide, 2021), cuando siente una punzada en el estómago y una profunda rabia al darse cuenta de que su amiga Juliana está en una relación abusiva con un prestigioso profesor de la universidad de Nueva York y ella no sabe cómo ayudarla. Una situación que viven muchas personas al verse sin recursos para poder ofrecer un acompañamiento de calidad ante casos cercanos de violencias machistas.

Mayte me ‘recibe’ sonriente a través de una videollamada desde su casa en una mañana fría de Nueva York y hablamos sobre la falta de herramientas a la que nos enfrentamos cuando una allegada se encuentra en una situación de maltrato. “Era justamente una de las cosas que más me preocupaban escribiendo la novela y que me preocupan en la vida, que no tenemos las herramientas aunque lo hayamos intentado, porque todas hemos podido estar en algún momento, en mayor o menor medida, en el lugar de Juliana o de Lucía. Uno de los grandes peligros de acompañar en este tipo de situaciones es cruzar una línea que termine por alejar a la otra persona, bien porque se pueda sentir juzgada u otra cuestión”. Mayte explica que se trata de otra trampa. “Algo que está muy presente en la novela son las distintas trampas de la violencia de género. Creo que una de las cuestiones principales consiste en aislar a las víctimas para que no tengan una red de apoyo. Desde el punto de vista del que maltrata, muchas veces señalará a les amigues como ‘Esta persona no te conviene, no te quiere como yo…’ Entonces las amigas lo intentamos, pero muchas veces no tenemos las herramientas, y no sé cuáles son”, sostiene la escritora.

En noviembre de 2021 se publicaba No la dejes sola, una guía para familiares y personas allegadas de supervivientes de violencia de género, editada por el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), con el fin de ofrecer recursos de actuación y sensibilización. En esta guía se incide en la importancia del entorno de las supervivientes de violencia machista y aseguran que es el mejor escudo. Tejer una red de apoyo junto a los servicios esenciales o generar espacios seguros y sin juicios o en los que se le recuerde todas las cosas que les gustan o admiran de ella, son algunas de las pautas que se proponen para acompañarlas en un proceso tan complejo. Esto, cuentan a través del otro lado de la línea del 016, podría revertir la situación generada por el maltrato psicológico, que daña la autoestima de un modo colosal. En este recurso inciden en la importancia de lo colectivo, de reconectar con la vida y con las personas queridas. Así como comprender la complejidad social de la violencia machista, sus ciclos y consecuencias en las vidas de las supervivientes.

Al ciclo de la violencia de género que analizó Leonore Walker a finales de los setenta —acumulación de la tensión, fase de agresión y “luna de miel”, es decir, reconciliación y arrepentimiento—, Carmen Ruiz Repullo lo denomina ‘la escalera cíclica de la violencia’ en sus charlas preventivas, y Mayte López lo aborda en la novela como ‘montaña rusa’: “Hay que subir, Lucía lo sabe, para después caer desde bien alto. Primero la miel [...] Después viene la duda y los reclamos. Al final, después de muchas subidas y bajadas, el golpe seco contra el piso”. Cuando la protagonista veía a su querida amiga llegar a casa con los ojos hinchados, su vitalidad apagada y su voz rota tras el sollozo, la sensación de no ser capaz de hacer nada que pudiera auparla, la destrozaba. En ocasiones, no sabemos cómo actuar en casos de violencia de género cuando le sucede a una allegada. La impotencia nos llena el pecho y la rabia el estómago. El apoyo que pueden necesitar es diverso, en la guía dan algunas claves para el acompañamiento y aseguran que, para poder sanar, es tan importante el respaldo social como la ayuda especializada, esta es la jurídica, social y psicológica, que se ofrece de forma gratuita en los diferentes colectivos, organizaciones y entidades feministas especializadas de cada localidad.

La monologuista y activista Pamela Palenciano, autora de la obra No solo duelen los golpes, se refiere a este apoyo con el término acuerpar, definido como una acción personal o colectiva consistente en respaldar, apoyar o defender a alguien, en sintonía con activistas y defensoras de derechos humanos de Centroamérica. Desde los activismos feministas se habla de poner el cuerpo para hacer referencia al cuestionamiento crítico del sistema llevado a la práctica. Es decir, pasar de los discursos a las actuaciones feministas en el ámbito personal.

Mensajes desde las instituciones

Cuando hablamos de compromiso colectivo, también nos referimos al cuidado de las instituciones y los mensajes que lanzan a través de sus campañas de sensibilización. Mayte López plantea que muchas de estas deben cambiar el foco de atención. Pues, aunque se realicen con intenciones genuinas, muchas veces acaban revictimizando y poniendo la responsabilidad en quien está recibiendo la violencia y no en quien la ejerce. Algunas ponen el foco en el: “ten cuidado, no hagas esto…” siguiendo la narrativa del “vive con miedo” que cimenta sus bases sobre la culpabilidad de las mujeres. Esto lo denuncia Nerea Barjola en Microfísica sexista del poder (Virus, 2018), donde sostiene que para crear una narración sobre el peligro sexual, indirectamente ha de construirse como un relato de culpabilidad y dejar claro que solo ellas fueron las responsables de su situación.

Mayte recupera las palabras de Charo López en un sketch que aborda esos anuncios que dirigen su mensaje a la superviviente, y se pregunta: “¿Por qué seguimos, incluso cuando intentamos concienciar y proteger, en la idea de revictimizar y somos nosotras las que debemos ir con cuidado, protegernos o ir con las llaves en la mano?, la responsabilidad de lo que nos pasa es siempre nuestra y no de los que agreden”, declara.

Hace unas semanas, la periodista June Fernández, a través de su cuenta de Twitter, señalaba una campaña de prevención de las violencias digitales en la que se empleaba términos como ‘reputación’ cuando se mencionaba la práctica de sexting —que, en realidad, consiste en el intercambio consensuado y libre de contenido erótico a través de la tecnología—. “¿Tu reputación? ¿Cuántos hombres se han suicidado tras difundirse un vídeo erótico suyo? Esto va de machismo. El mensaje a las afectadas por humillaciones o amenazas debería ser: “Tú no has hecho nada malo” y centraros en el delito. Dejad de señalar la libertad sexual”, señala June.

“Con la cuchara que eliges, comes”

La psicóloga Karishma Wadhwani, especializada en la atención a mujeres y menores víctimas de violencia de género, cuenta en una entrevista telefónica para este mismo medio que siempre se pone el foco en ella, en “sal de ahí”, “denuncia”… Pero si no tiene apoyo social, asegura que es tremendamente difícil salir y denunciar. De hecho, sobre la dificultad con la que se encuentran las supervivientes para denunciar, el último estudio sobre el tiempo que tardan las víctimas de violencia de género en verbalizar su situación de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género concluye, tras analizar 1.201 casos, que el tiempo medio era de 8 años y 8 meses. Los motivos por los que las entrevistadas postergaron el tiempo de verbalizar su situación y denunciar o pedir ayuda a los servicios especializados fueron, principalmente, el miedo a la reacción del agresor; el creer que podía resolverlo sola; no reconocerse como víctima de violencia; por el sentimiento de tener la culpa de estar viviendo esa situación, generado por el propio abuso psicológico vivido, y por la falta de recursos económicos, entre otros.

A mi madre le decían aquello de que “con la cuchara que eliges, comes”, haciendo referencia a que el matrimonio era para toda la vida, aunque te maltrataran. “Era otra época”, dice tras la llamada telefónica. “Fueron 10 años de calvario, piensas que tú le vas a cambiar y eso es un engaño que te haces”, relata en torno a su primer matrimonio. La culpabilización de la violencia, el cuestionamiento social, la esperanza de cambio y la dificultad de enfrentarse a un proceso judicial con hijes fueron algunos de los factores que le dificultaron salir de aquella relación. “Tenía una amiga que me decía que eso no se podía aguantar. Siento que me ayudó. Te cuesta mucho salir de ahí porque antes no se concebía el divorcio. De hecho, cuando me separé, hace 33 años, yo era la puta de cara a la sociedad. Tener buena gente alrededor que te apoye es vital. En aquel entonces solo teníamos el Centro de Planificación Familiar con un área de la mujer. Aquello era lo único que había, ni 016, ni nada. Te proporcionaban asesoría jurídica, y fue entonces cuando pude separarme”, cuenta.

La puesta en marcha del servicio 016 no se da hasta finales del año 2007. Sin embargo, los datos estadísticos sobre las llamadas al número 016 se comienzan a contabilizar a partir de 2014, sumando más de un millón de llamadas desde entonces, de las que 255.924 vinieron de familiares o personas allegadas que quisieron ayudar a poner fin a la situación de violencia, pues se trata de un número al que pueden llamar tanto las supervivientes como su entorno, quienes pueden informarse acerca de los distintos métodos de actuación.

Que el entorno no culpe a la víctima ni ejerza presión o juicios son algunas de las orientaciones que dan desde el 016. Sobre los ejercicios de culpabilización de la víctima, Itziar Ziga escribe en el libro La feliz y violenta vida de Maribel Ziga (Melusina, 2020): “Me hiere y me sulfura que se cuestione a las mujeres por seguir al lado de hombres que las maltratan: no hay nada más difícil en este mundo que ser mujer y dejar a un maltratador”. Mayte López apunta que “otra de las cuestiones es culpar a la víctima. Está también en la novela: ‘Tú te lo buscaste ¿Para qué lo aguantas?’. Eso forma parte de la misma estructura heteropatriarcal, porque la persona que está pasando por esa situación también se culpa a sí misma, no solo por parte de quien agrade, que está constantemente intentando convencerla de que esa violencia es culpa de ella, de sus actitudes…, sino también por parte de la sociedad. Entonces, ¿cómo pides ayuda a personas que te hacen saber que la culpa es de algún modo tuya?”.

La escritora Belén López Peiró reflexiona en su obra ¿Por qué volvías cada verano? (2020, Las afueras) en torno a los ejercicios de revictimización por parte de la familia, de los juzgados, las instituciones o del sistema sanitario. Es decir, en la problemática de poner en el punto de mira a la superviviente y no al agresor; en buscar la responsabilidad en quien sufre el daño en lugar de acompañar en el camino hacia una reparación: “Para mí la gente no hace lo que puede, hace lo que quiere. Para mí, mi familia no hizo lo que pudo con esta situación. No. Para mí ellos eligieron hacerse los pelotudos, eligieron mirar para otro lado. Se cagaron en mí. Y, también, ¿sabes qué? Hacer como si nada pasara es respaldarlo. Es ser complaciente con una bestia que fue capaz de domar a palos a su mujer y cogerse a su sobrina”.

Van 1.129 feminicidios desde que el Ministerio de Igualdad los comenzara a contabilizar, aunque en esas cifras no están todas. Es importante tener presente una perspectiva interseccional en el movimiento contra las violencias machistas, es decir, atender a las opresiones diversas y múltiples que puedan estar viviendo las mujeres en relación a su clase social o situación migratoria, entre otras.

La psicóloga Karishma cuenta que gran parte de las mujeres trans a las que ha atendido no han contado con apoyo familiar, lo que dificulta el doble su proceso de recuperación. En estos casos señala que se trabaja mucho con la parte de la familia que nos toca y la que elegimos como nuestras amistades, con las que también podemos generar lazos muy profundos. ¿Qué pasa con las mujeres que se encuentran sin papeles en territorio español? ¿Qué hay de las mujeres migrantes que no tienen un círculo que las pueda sostener? La psicóloga expresa que, en este caso, es notable la falta de apoyo porque en numerosas ocasiones se encuentran en un proceso de adaptación al entorno nuevo y carecen de redes afectivas. Si todavía no tienen trabajo, les afecta el doble por la posible dependencia económica, escenario en el que el agresor se aprovecha de esa soledad y vulnerabilidad. El factor clase social puede dificultar la salida, por ejemplo, al necesitar dejar en algún lugar a sus hijes pero no tener dinero para ello, y verse inmersa en un círculo vicioso. Cuando su situación administrativa no está regulada, existe un miedo real de que la echen del país si pide ayuda. Pero desde los colectivos, organizaciones feministas e instituciones especializadas, se debe dejar claro que tienen derechos a prestaciones económicas o asistencia jurídica y psicológica gratuita. Karishma reivindica que debe cambiar la situación en servicios sociales, ya que te exigen estar empadronada para poder recibir las ayudas, mientras hay mujeres en situación irregular sin posibilidades económicas para alquilar un piso.

Autocrítica y compromiso colectivo

Karishma indica que, para poder acompañar, primero tenemos que revisar nuestras propias creencias: “Hoy todo quiere llamarse tóxico, lo llamas tóxico y neutralizas el tema del género, entonces invisibilizas la violencia estructural que nos atraviesa a todas”. Revisar nuestras creencias tiene que ver con los estereotipos y prejuicios sexistas vigentes en el imaginario colectivo, con el lenguaje y con un cuestionamiento en torno a si hemos podido contribuir o ejercer algún tipo de violencia. En la guía del IAM presentan algunos fenómenos que son comunes a muchas de las personas allegadas de quienes sufren maltrato por parte de su pareja. Entre ellos, tener ciertos mitos sobre la violencia de género que les hacen pensar que si no hay maltrato físico se trata de una relación tóxica, pero no de violencia de género.

Por otro lado, la psicóloga Karishma determina que desmontar los mitos racistas, clasistas y capacitistas que establecen que hay un perfil de maltratador único, sería parte de esa deconstrucción. Para acompañar, “esa revisión individual y colectiva previa es crucial. Para ello, tenemos que revisarnos y luego generar espacios seguros”, manifiesta. Así, desmitificar ciertas creencias arraigadas en el imaginario social sobre el maltrato forma parte de esa responsabilidad colectiva que nos compete a todos. Parece que si un hombre cuenta con una reconocida trayectoria académica, con todo el capital social y el privilegio de clase, como sucede en Sensación térmica, no puede reproducir violencias y relaciones de poder. Esto nos hace perder de vista la raíz y lo estructural de las violencias machistas, además de alejarnos del compromiso y autocrítica necesarios. “Cuanto más vayamos visibilizando que se da en todos lados, se podrá empezar a desmontar”. En la novela de Mayte López, Juliana es una doctoranda de Colombia que deslumbra a Lucía con su alegría. La psicóloga expone, a su vez, que tampoco hay un perfil de maltratada y manifiesta que, desde su práctica profesional, se ha encontrado todo tipo de mujeres.

No es una cuestión individual

Otra trampa de la estructura heteropatriarcal, señala Mayte López, es la de minimizar la violencia, porque se dice que son cosas de enamorados o que se trata de cuestiones de pareja y ya. Con esa premisa se sigue perpetuando la violencia porque ‘no hay que meterse’, ‘es una cuestión individual’, dejando de lado la problemática social y estructural de este tipo de violencia.

La escritora cuenta que en México, hace unos años, se expandió un tipo de secuestro de mujeres en los que los perpetradores fingen ser sus novios para no tener represalias, de modo que si una mujer iba saliendo del metro, se acercaba un tipo e intentaba meterla en un coche diciendo: “Es que es mi esposa, está muy alterada” para que se percibiera como un problema de pareja y, así, las personas que querían intervenir, se alejaban.

Sobre el individualismo feroz en el que estamos inmersas, Brigitte Vasallo indaga en la alianza de la comunidad como algo político, frente a la idea de existencia individualizada y fragmentada: “Una red afectiva es aquello que, cuando andas por la cuerda floja y caes, evita que te mates. Es aquel lugar esponjoso que amortigua tu caída al vacío, que se come el golpe contigo, que atenúa el derrumbe haciendo de las piedras, plumas”.

A raíz de la pandemia, la falta de contacto físico y de espacios comunes, se ha subrayado, más si cabe, la problemática del aislamiento. Este mismo individualismo es el que nos hace creer el discurso del amor propio culpabilizador que ya muy bien explicó Laura Latorre en (h)amor propio (Contintametienes, 2019), de que si tú no te quieres, nadie te va a querer: “Me dolía que, en algunas ocasiones, se llegase incluso a insinuar que tener baja autoestima era una de las causas de que las mujeres pudiéramos vivir violencia, cuando en todo caso sería más bien una de las consecuencias”.

Algunos colectivos y organizaciones activistas plantean que es a través de la creación de espacios de resistencia y de redes vecinales de cuidados mutuos, como podremos generar entornos en los que compartir, lugares en los que podamos dejar de sentirnos solas. bell hooks en Todo sobre el amor escribe que son las comunidades las que permiten que la vida continúe, no solo familias nucleares o ‘la pareja’. Además sostiene que “no hay mejor lugar que la comunidad para aprender el arte del amor y que el amor y el maltrato no pueden coexistir. El abuso y el abandono son, por definición, lo contrario de la atención y el cuidado”.

Tomar partido ante las violencias patriarcales nos compete a todas las personas. Para activar los procesos de sanación, comprensión, apoyo, ternura y los cuidados colectivos que canta Vivir Quintana: “Si tocan a una, respondemos todas [...] Que caiga con fuerza el feminicida. Y retiemblen sus centros la tierra. Al sororo rugir del amor”.

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