Xarxa Feminista PV

La gente que no se manifiesta

Lunes 10 de marzo de 2025

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Imagen de una de las manifestaciones de este sábado por el 8 de marzo.EFE

Cristina Fallarás, Periodista y escritora 09/03/2025 Público

Cuando sales de la manifestación del 8M y regresas a la realidad, la gente es rara. Me pasa siempre. Este año he vivido el 8M fuera de Madrid, una movilización de miles de personas que ha cruzado el centro de la ciudad entre pancartas, consignas y bailes. Una manifestación es un estado de conciencia, un paréntesis feliz, la inmersión en algo esencialmente bueno. A una manifestación, entras, te incorporas, y en ese incorporarte, abandonas otro lugar. El sitio del que sales, el que abandonas cuando entras en la manifestación, es la realidad cotidiana. Eso que llamamos “el mundo en el que vivimos”.

Entonces pasas a estar rodeada de personas afines y no es extraño que toda la gente que te rodea te resulte vagamente familiar, aunque no se parezcan en nada, aunque no compartan códigos estéticos ni de ningún otro tipo. Una vez allí dentro, y si la manifestación es lo suficientemente nutrida —como la del 8M—, te parece que cabe la posibilidad de que no haya quedado nadie fuera. Sientes que has dejado atrás una ciudad vacía y extraña. Me gustaría quedarme a vivir en el espejismo emocional que me provocan las manifestaciones.

Quien no se manifiesta ignora la extraña felicidad de sentirse parte de una gran masa entre festiva y beligerante donde criaturas de semblante asombrado se mezclan con enconadas veteranas de la lucha, familias enteras avanzan sacadas por fin de contexto, pandillas de adolescentes retratan un futuro que es futuro. Todo lo sobrevuela un temblor de emociones pequeñas, tiernas y decentes.

Relacionado con este tema El feminismo se expande por el mundo: marchas en todos los continentes exigen la igualdad de las mujeres Pero llega un momento en el que la manifestación acaba y, como si hubieran abierto la puerta, el lugar que ha creado mientras sucedía se vacía de gente y entonces deja de existir, como el sueño insuficiente de una siesta en invierno. Ese momento en el que se vuelve a la realidad es cuando yo no entiendo nada. Me puede durar unos minutos o hasta el día siguiente. Miro a la gente que no ha entrado al lugar del que procedo y no comprendo que estén en los bares, en el metro, en los balcones, no comprendo cómo han permanecido fuera, con el frío que hace.

Después de una movilización, la gente que no se manifiesta me parece rara, incluso sospechosa. Tengo la sensación de que han perdido el tiempo, han dejado pasar la oportunidad de formar parte de algo único, como quienes permanecen en casa el día que por fin sale el sol y calienta después de tanta niebla.

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