Jueves 22 de mayo de 2025
Ana Bernal-Triviño, Periodista 21/05/2025 Público
’Nanysex’ era el apodo del que se consideró el mayor pederasta español. Su historia criminal tenía como víctimas a menores y bebés, más de 100. Pues ahora Nanysex ya está en la calle. Ha cumplido sus 20 años de cárcel, a pesar de que según desvelan varios diarios, ha estado viendo vídeos de abusos sexuales infantiles desde su centro de inserción. El caso es de inicios de los 2000, cuando él y otros dos jóvenes se ofrecían como canguros, para luego violar a esos niños y niñas, grabarlos en vídeo y vender las imágenes en Internet.
Esta noticia llega justo cuando tenemos aún el eco del pederasta de Catalunya acusado de agredir a menores, entre ellas, tuteladas. El método, parecido al anterior: contactar por redes sociales, engañar con falsas promesas, dar dinero o regalos, y luego incluso amenazas o drogar a esos menores para que fueran violados. Y esos vídeos, luego iban a foros de pornografía, dispuestos a ser consumidos porque lo escalofriante es que ante esto hay demanda. Hay gente que paga por ellos, que se excita, que calla y que no denuncia ese contenido.
Estos días hemos sabido más de cómo actuaba este acusado, este electricista de 45 años, Teófilo. Para empezar, fue detenido en 2010 en Valencia por regentar un piso donde menores eran explotadas sexualmente como prostitutas. Pero tras la detención, la falta de pruebas hizo que su caso se archivara y no fuera condenado. Ahora, en esta nueva etapa, esa complicidad patriarcal machista ha quedado expuesta. Le hizo tener casi una treintena de hombres que no se alteraban por lo que les ofrecía, sino que hablaban con él en busca de material.
De la investigación han trascendido algunos chats que revuelven el estómago o hielan la sangre. El lenguaje es el típico de todos estos casos donde se mezcla la prostitución y la pornografía de menores o de mujeres explotadas para este negocio: deshumanización, cosificación e hipersexualización. No se les considera personas, sino objetos a los que ponerles un precio y una vez pagado, como propiedad, exigir lo que buscan. Esto era lo típico en la Antigua Grecia o Roma, donde como población esclava las niñas y niños comprados eran usados para ser prostituidos. Hoy contamos con derechos humanos para la infancia, tecnología de vigilancia, protocolos de protección... y aun así el patrón se repite. Tan solo porque el machismo no ha cambiado, ni desaparecido, por mucho tiempo que pase. La existencia de estas redes criminales pone en cuestión los pilares de nuestro modelo de protección de la infancia y nuestra educación sexual.
Ya se sabe que en esta industria de la explotación sexual no hay fin, y por eso hay tipos que buscan, bajo el nombre de "nuevas experiencias", algo que vaya más allá del porno con adultas. Van en busca de menores, de "carne fresca", le llaman. En los chats aparecen frases como: "Tiene 13 años, vale 600 euros y más", como si una niña fuera un objeto para pujar en una subasta. Banalizan y se ríen de las agresiones. Se jactan del olor de un "coñito" de 13 años, como si fuera una de sus victorias, al igual que cuando pregunta: "¿Tu primer trío? ¿Tu primera niña de 14?". La complicidad de la pederastia se plasma cuando dicen: "Si eres capaz de follarte a una nena de 14 tenemos mucho en común". A veces son conscientes de lo que están escribiendo, pero en lugar de frenarse, advierte cómo seguir sin que sean pillados o bien se hacen entre ellos amenazas veladas, sabiendo que si guardan el secreto tienen vía libre y protección.
¿Cómo se llega hasta aquí? La falta de contundencia contra la violencia sexual. El que durante décadas ha sido un tema tabú donde varias administraciones han mirado de lado y donde el silencio lo ha cubierto todo. Y el problema de fondo de todo esto es, sobre todo, porque hay demanda. Porque hay una violencia sexual que se ha convertido en cultura y diversión. Estos casos, los chats, nos permite ver lo que hicieron; pero lo invisible es el sufrimiento y los traumas que dejan. Esto no solo es abuso sexual: es una trama organizada, patriarcal y criminal, que convierte a los niños y niñas en mercancía. Y no se puede normalizar lo intolerable.