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La crisis somos nosotras: madres indignadas en favor de una huelga de cuidados

Domingo 14 de junio de 2020

Sonia Ruiz / Mayo Fuster / Encarna Bodelón - Investigadora asociada en Oxford Brookes University / Investigadora en Economía Digital / Profesora de Derecho en la UAB 13/06/2020 eldiario.es

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Colegio cerrado por la pandemia. EFE

Fue otro mes de mayo plagado de incertidumbres y posibilidades. Eran las primeras Jornades Catalanes de la Dona de 1976, en las que se concluyó que la solución a la sobrecarga femenina por el trabajo doméstico y de cuidados pasaba, a largo plazo, por la desaparición de la familia patriarcal, en que la mujer está supeditada a mantener privilegios masculinos, y el trabajo "reproductivo" en el entorno doméstico al "productivo" en el mercado. En que el sostenimiento del cuidado y reproducción de la vida, incluidos los cuidados y la cura de la crianza, son secundarios y invisibles. Semejante conclusión de las históricas jornadas catalanas, como las que tuvieron lugar en Euskadi en 1977 y las que habían sido organizadas por las feministas en Madrid en 1975 compartían un idéntico pronóstico de lo que tenía que suceder de forma inminente con este trabajo feminizado, invisibilizado e infravalorado: su socialización y colectivización.

Casi medio siglo después, la problemática sigue y la situación creada por el coronavirus la agudiza al extremo. Paralela a la crisis sanitaria y económica del coronavirus, vivimos una crisis de género - en que las violencias contra las mujeres y menores se ha multiplicado - y en que nos encontramos en una emergencia de cuidados y de atención a los y las menores confinados en casa. Las políticas de confinamiento para frenar el virus no han tenido en cuenta la desigual distribución de la carga de cuidados en las familias, reforzando la sobrecarga en las mujeres, y han sido adultocéntricas. Han contado con más posibilidad de movimiento los perros que los niños y niñas, o se ha priorizado las actividades de ocio por encima del derecho a la Educación reabriendo las Escuelas.

Los planes para afrontar la situación de los Gobiernos les ha faltado perspectiva de género y voluntad política feminista. A pesar de la necesidad imperiosa de que todos los análisis sociales que se realicen sean multidisciplinares, holísticos y sinérgicos, sorprende que en la mayor debacle de cuidados vivida en décadas, los vínculos de estas tareas fundamentales para el sostenimiento de la vida – donde se incluye el mundo productivo – se difuminen, se ignoren o conlleven propuestas contraproducentes.

Desde que a mediados del mes de marzo cerraron las escuelas y todos los centros para personas dependientes y ancianas, las familias, básicamente las mujeres, nos hemos estado haciendo cargo de las criaturas y de quienes no pueden valerse por sí mismas. Muchas investigaciones y estudios realizados durante este periodo muestran como quienes han estado trabajando a distancia han visto incrementada su jornada laboral y que el trabajo de las mujeres en los hogares se ha disparado. Con anterioridad a la pandemia las mujeres llevábamos a cabo gran parte del trabajo doméstico y de cuidados – de manera invisible y no remunerada en los hogares – o externalizado de manera infravalorada, y en demasiadas ocasiones sin derechos laborales.

Durante el confinamiento muchas personas han perdido sus empleos, una parte importante de éstas son mujeres que no han podido ir a trabajar más porque no tenían a quien dejar a sus hijos/as, o que son las primeras en renunciar a privilegio de los varones. Entre ellas muchas de los dos millones de familias monomarentales del Estado español, las más pobres entre quienes menos tienen. Con la desescalada en marcha se requiere que quienes estaban en ERTES y teletrabajando se incorporen a sus ocupaciones de manera presencial, pero ¿qué hacer con los niños y las niñas, con las personas ancianas, con las dependientes, una vez sus - mayoritariamente cuidadoras y madres - se tienen que incorporar al trabajo?

La crisis del coronavirus ha hecho que la salud y salvar vidas, se ponga por encima de la economía. Revalorizar los cuidados en el hogar iría en la misma dirección. Aún así, en esta vorágine se constata, por un lado, que se continúa invisibilizando la importancia del trabajo doméstico y de cuidados tanto en la sostenibilidad de la vida como en la estrategia hacia la ’nueva normalidad’. Esta negación de su importancia tiene consecuencias económicas – nos hace más pobres a las mujeres, se infravalora su aportación en el PIB post-COVID y en términos laborales parece que se quiera que las mujeres, de nuevo, no salgan de sus hogares fomentando así el modelo de varón ganador de pan. A saber: recuperar el empleo masculino lo más rápido posible, a costa del femenino, tal y como ha sucedido en diferentes crisis a lo largo de la historia. También tiene consecuencias sociales y de salud pública, pues conlleva más estrés, fatiga, peor salud, debilitamiento de la capacidad de protesta y desempoderamiento de las mujeres.

Con las competencias en educación transferidas en su mayoría a las Comunidades Autónomas, son éstas las que pueden abrir o cerrar escuelas. De igual manera que es su responsabilidad la contratación urgente de más profesorado y la habilitación de más espacios. ¿Se abren las fábricas y no los colegios? ¿Se instalan hospitales de campaña y no se pueden organizar espacios de cuidados ad hoc con todas las medidas sanitarias requeridas? ¿Se espera que las mujeres hagamos malabarismos hasta mediados del mes de septiembre y más allá si hay rebrotes o incertidumbres? ¿La solución pasa por un retroceso histórico de la incorporación de la mujer al mercado laboral, en lugar de una incorporación del varón a las tareas de cuidado y un estado de bienestar que vele y priorice los derechos de la infancia? ¿Quieren que mantengamos la productividad agotadas en medio de una pandemia sin que nadie vea la necesidad de socializar los cuidados? Por otro lado, se deben pensar los espacios escolares y formativos como espacios educativos especialmente relevantes para menores y personas dependientes con problemáticas familiares, psicológicas y sociales. La desaparición total de dichos espacios durante meses tendrá efectos muy dañinos en estos colectivos.

Por ahora las voces que se han dejado escuchar abogan, sobre todo, por realizar transferencias monetarias a las familias - algunas incluso hablan de las madres / ¡alarma!/ - para el pago de servicios. Esta medida es de alto riesgo feminista. La actual emergencia de cuidados no puede ser solucionada de manera individual. Si queremos transformar la sociedad, si la nueva realidad debe dejar atrás lo que en la anterior generaba desigualdades hacer de un problema social, una responsabilidad individual es la peor de las salidas. Como la ley de dependencia y otras tantas iniciativas mal cerradas en términos de género nos han enseñado, ’una paga’ tan sólo beneficiará a quiénes más recursos tienen, en primer lugar. En segundo término, hará que sean las mujeres las que no abandonen sus hogares y no vuelvan al mercado laboral y por último, en caso de que se externalicen cuidados, en el momento actual hay demasiados números para que se fomente el empleo irregular y la falta de derechos laborales.

La socialización de los cuidados debe pasar por la implicación total de las administraciones públicas - a partir de políticas para la igual distribución de la carga de cuidados o creando las condiciones para la reapertura de las Escuelas - y también de las empresas - con políticas de conciliación reales y ampliadas. Si el trabajo tiene lugar en el entorno doméstico se tienen que desarrollar planes de riesgos laborales y asegurar las condiciones para su realización, así como penalizar la irresponsabilidad en el cuidado de los varones. También se requiere de una mayor concienciación social, incluida la acción de los movimientos sociales. En todo caso, lo productivo no debe desarrollarse a costa de lo reproductivo. Lo productivo y lo reproductivo deben situarse a la par, mostrando sus interdependencias, o la crisis de los cuidados estallará. La realidad y el testimonio de las mujeres, y de los niños y niñas, frecuentemente invisibilizados, tiene que salir a la luz, y las personas responsables con el cuidado debemos denunciar y organizarnos poniendo sobre la mesa el problema.

Casi medio siglo de la llegada de la democracia aun la problemática persiste y con el coronavirus se agudiza. ¿Qué más ha de pasar? ¡Huelga de Cuidados, ya!

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