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La consagración de la mujer servicio

Viernes 17 de febrero de 2023

No existe un derecho al sexo ni de las personas con discapacidad ni de las personas con capacidad ni de los ultra cuerpos, como planteó el actor Telmo Irureta en la gala de los Goya y ha defendido el director de la película que él interpreta. Al final, todo termina haciéndose a costa de las mujeres

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Persona en silla de ruedas Canva

Elisa Beni 15 de febrero de 2023 elDiario.es

Intuyo que nos quieren vender una nueva parcela de negocio.

Veamos.

El otro día en la gala de los Goya, un actor, en pleno ejercicio de su libertad de expresión, subió al escenario a defender su postura ante la vida y también la manifestada por el director de la película que él interpreta -La consagración de la primavera- mediante un grito de guerra que fue masivamente aplaudido: “Nosotros también follamos”. Y, oye, ni tan mal si era una exteriorización y una forma de compartir su intimidad, pero me temo que no era eso. Nadie cuestionó la salva de aplausos porque, seamos sinceros, negarle el aplauso a una persona con discapacidad parece que queda como mal o bien en esa gala se jalea de forma acrítica todo lo que se expone.

La idea de Telmo Irureta, ese es el nombre del actor, quedó mucho mejor plasmada en las declaraciones realizadas con posterioridad y yo, que no estoy dispuesta a discriminar a una persona discapacitada, voy a analizarlas con un criterio válido para cualquier ciudadano, para cualquier ser humano, porque una persona con discapacidad es un ser humano como los demás y una ciudadano con iguales derechos y deberes.

Alaban a Irureta por poner sobre la mesa “el derecho al sexo de las personas con discapacidad”. Wrong. No existe un derecho al sexo ni de las personas con discapacidad ni de las personas con capacidad ni de los ultra cuerpos. No existe tal. Sucede que en esta época líquida de liquidación de los conceptos -con interés, porque es con interés- parece de una modernidad extraña confundir derecho, con libertad y con necesidad. Obviamente es lo que hace Irureta. Yo no niego que él y las personas con discapacidad sientan ganas o deseos de tener sexo ni se lo niego a la mujer joven o al joven feo o a la anciana ni al hombre pelma o impertinente o al poco aseado. El problema es confundir el deseo con la necesidad y ésta con la existencia de un derecho. No es así. No existe un derecho al sexo ni a la reproducción ni a tantas cosas. Existe la libertad sexual o la libertad reproductiva. Tener una libertad supone que nadie pueda impedirte tomar una decisión al respecto si tienes la posibilidad: tener o no relaciones sexuales o tener o no hijos. Tener un derecho implicaría la implícita exigencia de que como tal fuera conformado, es decir, satisfecho incluso por ley y subvenido incluso con fondos públicos porque las personas discapacitadas pobres también lo tendrían. Así que no es discutible, en un Estado de Derecho no existe ningún derecho al sexo. No es Irureta “que no te hayamos entendido”, es que no estamos de acuerdo y te rebatimos.

Pero es que Irureta se coronó con sus declaraciones posteriores. Él afirma, y hay que empatizar con ello, que sus cuerpos no siempre son aceptados: “Hay que tener una solución, no tener que estar intentando convencer todo el rato o estar con alguien que a lo mejor no me guste”. Redoble de tambor. La reivindicación abarca primero obviar el arduo camino de obtener el consentimiento, porque nos afirma que en su caso es difícil, y en segundo lugar la exigencia de que su cuerpo no normativo sea aceptado mientras que él determina que él mismo no acepta según qué cuerpos sino solo los que le gustan. Así que lo que quiere es comprarlos. Literalmente. “La prostitución no puede desaparecer… las personas con discapacidad tenemos que tener acceso” a cuerpos deseables, según nos ha dicho, a cuerpos de personas que le gusten y que poder comprar.

Como yo no discrimino entre personas, creo que puedo indignarme con Irureta con la misma fuerza con la que me indignaría con cualquier hombre no discapacitado que me dijera lo mismo, es decir, que prefiere no tener que andar camelando a las personas y poder comprarlas y que prefiere que estén buenorras y si no las puede conseguir de otra manera, las consigue con dinero.

Lo siento, pero eso es lo que ha dicho el bueno de Telmo Irureta que aún ha ido más allá: “es una necesidad que habrá que atender”. Este asunto sí que da pavor. Es entrar en un terreno casi incompatible con una ética democrática. Atender las necesidades. Fíjense que cualquier parafílico siente la necesidad y el impulso de satisfacer sus deseos. Y piensen en cualquier parafilia incluso en la que les parezca más deleznable. ¿Hay que atender sus deseos? Es totalmente similar la demanda de los incel -célibes involuntarios- que se arrogan el derecho a tener sexo a pesar de que según dicen las mujeres no quieren tenerlo con ellos. ¿Hay que satisfacer los deseos? ¿A costa de lo que sea? ¿Puede el capitalismo llevar la industria de la satisfacción de deseos hasta sus últimas consecuencias sean las que sean? ¿A costa de quién?

Cuando llegamos a esa última pregunta -¿a costa de quién?- fíjense que la respuesta es siempre la misma: de las mujeres. Todas las necesidades o los caprichos o los deseos que se están intentando convertir en supuestos derechos se pagan siempre en moneda de mujer. Eso es, como saben, porque siempre existe un libre albedrío femenino que se decanta por satisfacer los deseos y necesidades de los hombres, es decir, los determinados por el patriarcado. Porque las mujeres, con toda libertad, deciden sobrellevar un embarazo para terceros. Así las mujeres, siempre libremente, abandonan sus carreras para criar a los hijos. Las mujeres, siempre muy libres, asumen los cuidados de menores y mayores y sacrifican su tiempo y su futuro para hacerlo. Las mujeres, con toda libertad, deciden vender su cuerpo a hombres capacitados y discapacitados porque cómo va a ser de otra manera. Las mujeres, libérrimas, deciden someter sus cuerpos y sus psiques a tratamientos indignos y traumatizantes en la pestilente industria pornográfica que es, curiosamente, lo que los hombres desean. Las mujeres, nos dicen, son mayorcitas y no necesitan tutela para, curiosamente, hacer lo que nosotros deseamos. Hace falta echarle jeta, señores.

No, no hay un derecho a acceder a los cuerpos de las mujeres ni de hombres con discapacidad ni de hombres con todas las capacidades ni de hombres célibes que no consiguen ligar ni de millonarios caprichosos. Ese es un parque de atracciones totalmente patriarcal que hombres de todos los signos, ideologías, cuerpos, tendencias quieren preservar para su solaz basado en la explotación de las mujeres y en el expolio de su dignidad.

Me temo que ahora el cine con las reivindicaciones se juntará con la pacatería de algunos progres modernos, para colarnos un nuevo eufemismo que abra pista a empresas y oenegés para lucrarse con otra forma de prostitución al parecer mejor por su carácter, como decirlo, caritativo o humanitario. No seré yo quien caiga en tal trampa. Llámenle asistente sexual o lo que quieran, es sexo a cambio de dinero, es decir, es prostitución.

Intentan consagrar la mujer servicio en el siglo en el que hemos consagrado que la mujer solo se sirve a sí misma. Involución. Juegos de palabras para ocultar realidades más viejas que el hambre. El deseo masculino como derecho inalienable.

Irureta, te hemos entendido pero te rebatimos.

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