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Jordi Évole, #Nosotras y el antipatriarcado no feminista

Viernes 23 de diciembre de 2016

Ana Fernández de Vega (Consultora de género, bloguera y divulgadora feminista en búsqueda de excusas para formar redes.) Tribuna Feministas

El domingo pasado Jordi Évole conducía su afamado programa con este título “Nosotras”. Todas estábamos expectantes. El programa no fue trending topic en la noche del domingo cuando, por el contrario, todos sus demás programas sí lo han sido, así que algunas se llevaron una pronta desilusión. Dicen las voces desengañadas que es un claro síntoma de que “los problemas de las mujeres” importan muy poco. Y yo me siento horriblemente mal porque parte de mi trabajo se sostiene precisamente en la hipotética certeza de que cada vez somos más las personas interesadas en superar la desigualdad de género.

Como a veces me pasa cuando me enfrento con algo nuevo, mi opinión acerca del programa “Nosotras” transitó desde la benévola aceptación, con pensamientos del tipo:

“Está bien que se hagan programas que visualicen las problemáticas específicas de la desigualdad”

“Algunas de las cosas que están diciendo las invitadas son oportunas e interesantes”

“El tono comedido es amigo de las masas”

Pasando por una sopesada extrañeza, con ideas como estas:

“Pero, ¿por qué no hablan todavía de feminismos?”

“Mencionan problemáticas de las mujeres y aún no han nombrado el concepto de ‘violencias machistas’, qué raro”

“¿Por qué los cortes de identidad de estas invitadas no son del todo diversos?”

Hasta una argumentada disconformidad.

No me cae mal Jordi Évole, claro que no, ni me parece un mal periodista, todo lo contrario. No me cayeron mal las invitadas aunque alguna de ellas mostrara opiniones o silencios con los que no estoy nada de acuerdo. No se trata de eso. Mi disconformidad con el programa por las consecuencias que ha podido tener se basa fundamentalmente en los tres siguientes puntos:

Invitadas semejantes

Hay un par de conceptos esenciales para comprender la problemática estructural de la desigualdad de género: el concepto de ‘interseccionalidad’ y el concepto de ‘experiencia’.

La intereseccionalidad, entendida a veces como ‘desigualdad múltiple’ aunque no sean exactamente lo mismo, hace referencia a la interacción entre diferentes tipos de desigualdad o discriminación social y a sus consecuencias sociales en la vida de los sujetos o colectivos de personas. El aporte insustituible de las teorías de la interseccionalidad es hacernos ver y comprender que la desigualdad no opera exclusivamente en torno a un eje de discriminación (en este caso, el género) sino en torno al juego que se produce entre diferentes factores. Señala Kimberlé Crenshaw:

“Intersectionality draws attention to invisibilities that exist in feminism, in anti-racism, in class politics, so obviously it takes a lot of work to consistently challenge ourselves to be attentive to aspects of power that we don’t ourselves experience” (New Statesman, abril 2014).

“La interseccionalidad pone el foco en todo lo invisibilizado que existe en el feminismo, en el anti-racismo, en la política de clases, así que, obviamente, conlleva mucho trabajo porque supone estar continuamente desafiándonos a estar atentas a aquellos aspectos del poder que no experimentamos de forma personal”.

La propuesta de la transversalidad hablaría, entonces, de una aproximación integral y no lineal a la desigualdad social que rompe por lo tanto con una idea de ‘única identidad’.

En relación con la propuesta de la transversalidad encontramos el concepto de ‘experiencia’. Una noción de experiencia entendida no tanto como el origen de nuestra identidad sino más bien a la inversa: la experiencia que nos es dada, las condiciones que nos envuelven, son la explicación de nuestra identidad. Es decir, es nuestra experiencia vital, social, lo que nos constituye como las persona que somos (Joan W. Scott: 1992). Una interesante manera de entender esta noción de experiencia es la que utiliza el discurso de la diversidad funcional cuando nos explica que el sujeto diverso no es dis-capaz por sí mismo sino porque el entorno social no está adaptado a sus necesidades específicas.

¿Por qué es necesario tener en cuenta estos dos factores a la hora de querer representar a las mujeres como ‘grupo discriminado’?

Pues porque la discriminación no se origina en el hecho de nacer o leerse como mujer sino en cómo los discursos sociales construyen las desigualdades en función de diferentes factores que, como el sexo o género, atraviesan la vida de las personas. Y por eso es significativo el hecho de que las invitadas del Salvados del domingo no mostraran un abanico más diverso de situaciones y posiciones sociales ocupadas por mujeres. Algo así es lo que expresaba bell hooks cuando decía:

“Las mujeres negras (…) tienen una experiencia vivida que reta directamente la estructura social de la clase dominante racista, clasista y sexista, y su ideología concomitante. Esta experiencia vivida puede dar forma a nuestra conciencia de manera que nuestra visión del mundo difiera de la de aquellos que tienen cierto grado de privilegio (…) (Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista: 1984. En Otras inapropiables, 2004)

Individualizar las problemáticas

En los feminismos tenemos muchos enemigos simbólicos.

Uno de ellos es la individualización de las dificultades, discriminaciones o desigualdades que viven las personas en tanto que cuerpos con sexo/género -o atravesados por otros ejes de desigualdad. No casualmente, el proceso de individualización de las problemáticas de las personas es, además de un aliado del patriarcado, un aliado del capitalismo. Por eso debemos insistir en la idea de que “no sólo te pasa a ti” (o a mí) sino que nos pasa a todas.

El proceso de individualización de las problemáticas de las personas es, además de un aliado del patriarcado, un aliado del capitalismo.

Es desde este lugar de reconocimiento recíproco desde donde únicamente podremos alcanzar a comprender la dimensión estructural del sistema de desigualdad para idear formas efectivas de combatirlo. Chandra Talpade Mohanty lo dice así:

“The focus is not just on the intersections of race, class, gender, nation and sexuality in different communities of women but on mutuality and coimplication (…) the focus is simultaneously on individual and collective experiences of oppression and exploitation and of struggle and resistance. This solidarity perspetiva requires understanding the historical and experiential connections between women from different national, racial and cultural communities” (Under Western Eyes Revisited: Feminist Solidarity through Anticapitalist Struggles: 2003).

“El foco no se encuentra sólo en las intersecciones entre raza, clase, género, nacionalidad y sexualidad en las diferentes comunidades de mujeres, sino en la reciprocidad y la implicación mutua (…) el foco está, al mismo tiempo, en las experiencias individuales y colectivas de opresión y explotación y en las experiencias de lucha y resistencia. Esta perspectiva de solidaridad requiere la comprensión de las conexiones históricas y experienciales entre mujeres de diferentes nacionalidades, diferentes razas y diferentes comunidades culturales”

En el programa de Salvados del pasado domingo las problemáticas que contaban las invitadas parecían estar conectadas las unas con las otras como mera casualidad. Y no hay mejor instrumento de dominación y de control que el aislamiento. Debemos comprender que las dificultades sociales que enfrentamos las mujeres no son producto del azar; quizá las invitadas y el propio Jordi Évole lo saben, pero no lo dejaron claro.

En el programa de Salvados del pasado domingo las problemáticas que contaban las invitadas parecían estar conectadas las unas con las otras como mera casualidad.

Debemos comprender, igualmente, que el encorsetamiento de género que mujeres y hombres padecemos no deriva de un estado natural de las cosas o de una coincidencia fortuita, sino de un específico sistema social de dominación masculina que nos impregna a todas las personas.

Invisibilizar los feminismos

Hay algo del programa que a algunas feministas nos alarmó especialmente: una velada invisibilización de los logros del movimiento, del alcance filosófico y teórico del pensamiento feminista, de la necesidad del activismo como herramienta para el avance. Nos llamó la atención la duda vertida sobre el concepto, la urgencia por apostillarlo… como si no estuviera claro.

Hay algo del programa que a algunas feministas nos alarmó especialmente: una velada invisibilización de los logros del movimiento, del alcance filosófico y teórico del pensamiento feminista, de la necesidad del activismo como herramienta para el avance.

Sólo una de las invitadas (Rosa María Calaf) no titubeó ante la afirmación de reconocerse como feminista. Sin embargo, ninguna de ellas hablaba desde una posición reconocida “como feminista”, y eso también es una forma de invisibilizar. Así lo ha subrayado M. Ángeles Cabré:

“La experiencia de ser mujer no garantiza haber reflexionado sobre el lugar que las mujeres ocupan en la sociedad, como ser taxista tampoco garantiza ser experto en seguridad vial (…)” (Nosotras, el 52%, El País, 19 diciembre de 2016)

Y esta invisibilización nos hizo revolvernos como espectadoras. No tanto por la postura que las invitadas pudieran tener; ni siquiera porque se hayan dejado sin tratar algunos temas fundamentales (cosa que, ojalá, ocupen algún otro Salvados específico) o porque nos hayamos vuelto unas despiadadas ‘profesionales del feminismo’ como dice otra usuaria de Twitter, sino porque detectamos que de forma no intencionada se lanzó el mensaje de que el feminismo es algo sobre lo que se puede sospechar, incluso algo de lo que se puede prescindir.

Detectamos que de forma no intencionada se lanzó el mensaje de que el feminismo es algo sobre lo que se puede sospechar, incluso algo de lo que se puede prescindir.

Aunque no queramos hacerlo, con la invisibilización del feminismo denostamos un movimiento, una afinidad, una ‘etiqueta’ que si algo ha brindado a la sociedad es pensamiento crítico y derechos. Dos elementos fundamentales para ir alcanzando mejores sociedades. En mi opinión, todas las personas que no es que injurien el feminismo, sino que lo ocultan, se mantienen en ese lugar de la perniciosa indiferencia que hace que nuestro mundo sea tan malo. Como dice Rosa Montero, “malditos sean los tibios” (El País, 18 de diciembre de 2016).

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