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Insurgencias y resistencias feministas en el contexto de la dictadura nicaragüense

Sábado 26 de noviembre de 2022

En 2018, las feministas se unieron a la insurrección cívica en Nicaragua que amenazó la continuidad de la dictadura. Esto se tradujo en una oportunidad para poner en perspectiva temas y debates que históricamente han sido relegados en la sociedad nicaragüense.

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Celebración en Zaragoza del encuentro de la Red Feminista por Nicaragua del Estado Español, junio de 2022. [FOTO: Feministas Aragón por Nicaragua]

Yerling Aguilera, Socióloga, feminista y exiliada en el Estado español 24 NOV 2022 El Salto

En abril de 2018, en Nicaragua, un país ubicado en la “cintura” centroamericana, estalló una gran insurrección que sacudió todo el país y que fue aniquilada de las calles, a través de la represión paramilitar de un gobierno que es de firma y membrete de izquierdas, pero en la práctica fascista. En esa insurrección también estuvieron las feministas, quienes desde hace años, adelantándose a los tiempos y a las tibiezas políticas, habían denunciado que en Nicaragua se estaba instalando una dictadura.

Ellas ya habían expuesto y denunciado el carácter extractivista/colonialista del gobierno nicaragüense, teniendo como ejemplos proyectos que venían a desalojar al campesinado de sus tierras. También el nepotismo, la corrupción, el carácter eminentemente patriarcal y conservador del gobierno que había criminalizado todas las expresiones de defensa de los derechos de las mujeres. Y que tenía como antecedentes la penalización del aborto terapéutico en Nicaragua por parte de la bancada del Frente Sandinista de Liberación Nacional y aliados; luego, el desmantelamiento de las Casas de las mujeres que daban acompañamiento a las víctimas de algún tipo de violencia; además de la alianza entre el gobierno y las altas jerarquías de la iglesia católica, así como con la empresa privada.

En entrevistas realizadas a algunas feministas y publicadas en el libro Desbordes. Estallidos, sujetos y porvenires en América Latina, editado por la oficina para la región andina de la Fundación Rosa Luxemburgo, recogí experiencias y reflexiones de lo que fue parte de su participación y que comparto en este breve artículo.

Lo primero a subrayar es que, en alguna parte de la trayectoria de esta insurrección, las élites tradicionales de Nicaragua aprovecharon para canalizar todo este descontento a través de vías institucionales y de esa forma colocar sus intereses y bloquear los intentos más rupturistas. Sin embargo, todas estas acciones fueron rechazadas y cuestionadas por las feministas, principalmente las mujeres jóvenes feministas que fueron más contundentes al expresar desconfianza con respecto a las formas en que se institucionalizan las protestas. Además, había escepticismo con respecto a que los cambios pasaran necesariamente por la construcción de partidos o la toma del poder. Ese camino no siempre constituye una aspiración dentro de los movimientos feministas, dado que muchas veces se ha traducido en sacrificar algunas dinámicas y pequeños logros que se ganan sobre el terreno de las movilizaciones.

Una activista feminista transgénero que participó en la toma de universidades durante las protestas expresaba en las entrevistas realizadas que uno de los errores de las movilizaciones fue que “la empresa privada cooptara a figuras claves durante las protestas y que tomara un rol tan beligerante en las negociaciones”. El hecho de que figuras tradicionales aparecieran en el escenario de las protestas, instrumentalizando todo ese descontento y utilizándolo como escalera para aspirar a espacios de poder, generó rupturas entre las feministas. Incluso, se crearon divisiones entre las feministas más cercanas a las élites tradicionales y las feministas más independientes.

Las feministas jóvenes marcaron distancias políticas y una contraposición discursiva con las feministas que figuraron en la mesa de negociaciones y que apoyaban las posturas de la empresa privada. Por ejemplo, una entrevistada comentaba que durante los primeros días de la insurrección, ella observó dos insurrecciones: una en contra de la dictadura de Ortega, y otra la ruptura que se produjo a lo interno del movimiento feminista, donde las más jóvenes golpearon la mesa mostrando su descontento con la forma en que se estaban llevando los procesos de negociación y, producto de ello, separándose del movimiento feminista histórico. La entrevistada expresa que esto fue una ruptura saludable y planteó una refundación del movimiento feminista que cuestionó la dirigencia histórica, consciente de que muchos espacios políticos que van siendo arrastrados por las élites políticas tradicionales brindan poco margen para la propuesta de los cambios sociales, convirtiéndose de esta forma en estructuras parecidas al orden dominante que se pretende revertir.

Era de esperarse que una insurrección autoconvocada y sin dirigencias definidas en sus orígenes también fuese vulnerable para la apropiación por parte de las élites tradicionales. Pero también es cierto que las feministas han sido un muro de contención para estos intentos, a la vez que este escenario les ha permitido visibilizarse como sujetos políticos. Aunque el movimiento feminista nunca ha sido un movimiento masivo, sí ha tenido la capacidad de poner en debate algunos temas espinosos para la sociedad nicaragüense. Y ha ayudado a que haya más recepción a las agendas feministas, como lo expresa una encuesta que realicé entre participantes de las protestas, donde valoraban como “muy importantes” las demandas feministas y la ampliación de derechos para la comunidad LGBTI+.

Una entrevistada expresaba que el movimiento feminista, antes de la insurrección, era “menos protagonista”, pero durante las movilizaciones tuvo más presencia en términos discursivos. También fue clara la participación de las mujeres, sumado a que muchas de las presas políticas se definían abiertamente como feministas y también había presas transgénero. En las movilizaciones de las calles se introdujeron consignas feministas, grafitis, mantas; se hizo una producción cultural con enfoque feminista y se reafirmaba la presencia de algunas lideresas como Francisca Ramírez (Movimiento Campesino), Sandra Ramos (lideresa de mujeres trabajadoras de la maquila) o Madeleine Caracas (lideresa estudiantil), sumado a la presencia de mujeres en la toma de universidades y trincheras.

En la insurrección cívica había feministas que entendieron las lecciones y lo que había pasado durante la década de los ochenta en Nicaragua, con un gobierno supuestamente revolucionario que relegó a las feministas y sus agendas a cuestiones periféricas. Por ello, estaba presente la reflexión de que se debía evitar repetir viejos errores donde no figuraba la agenda feminista, por no considerarse estratégicamente importante. Hay algunas reivindicaciones que para muchas feministas no son negociables, como la cuestión de los derechos sexuales y reproductivos, entre ellos, el acceso a la interrupción del embarazo, el derecho a vivir sin violencia, el acceso a la tierra (derechos económicos) y la participación real en la política.

Es por eso que, hasta el día de hoy, las feministas jóvenes siguen planteando disputas y debates en los cuales han expuesto que no se pueden orillar las demandas feministas frente a las posturas más instrumentalistas, que ven estas demandas como un “obstáculo” y como algo “poco estratégico” de plantearse en una sociedad fuertemente conservadora como la nicaragüense. Una postura que claramente no ve las insurrecciones o luchas en términos de cálculos políticos o trascendencias partidarias. Esto se explica porque muchas de ellas no vienen necesariamente de organizaciones feministas históricas y verticales, sino que son independientes o pertenecen a pequeños colectivos feministas, situándose al margen de posturas más instrumentalistas.

Las feministas jóvenes también fueron las más críticas al momento de rechazar al interior de las movilizaciones conductas machistas u hombres que fueron denunciados por abusos u otro tipo de violencias. Entendieron que en nombre de las insurrecciones no se pueden sacrificar los derechos de las mujeres, como ya pasó en la década de los ochenta. Sin duda, en el marco de las protestas de 2018, el movimiento feminista se ha ido revitalizando y conviene apuntar que algunas de sus reivindicaciones han ido calando poco a poco en los imaginarios colectivos, ganando terreno en los micro-cambios (nuevas formas de relacionarse entre los otros y de socialización política, también posturas más críticas con el lugar que ocupa el cuerpo en la política y que supera la idea del sacrificio).

Tampoco hay que olvidar la amplia red de solidaridad internacional que se ha volcado hacia las feministas en Nicaragua. Ejemplo de ello son las diferentes plataformas feministas autoconvocadas en diferentes territorios del Estado español (Feministas Aragón por Nicaragua, Feministas en Madrid por Nicaragua y Euskal Herria Feministak Nika, entre otras) que, de forma espontánea, se han articulado para dar aliento a la resistencia feminista en Nicaragua a través de redes de apoyo psicológico, moral, económico y como espacios de denuncia de la dictadura en todos los lugares posibles.

Estas redes de solidaridad internacional han surgido de forma orgánica y están formadas por migrantes latinoamericanas, feministas del Estado español y exiliadas nicaragüenses. Se han expandido por otros puntos de Europa y, a través de las actividades que organizan, muchas personas pueden conocer la situación actual en Nicaragua. Sobre todo, teniendo en cuenta que actualmente las feministas en Nicaragua no pueden salir a las calles, mucho menos a protestar, sin correr el riesgo de ser secuestradas por los grupos paramilitares del régimen dictatorial y estar expuestas a torturas.

Lo cierto es que más allá del contexto dictatorial, los ambiguos caminos de la política y siendo conscientes de que los cambios no suceden a lo inmediato, las feministas en Nicaragua ya han abierto una ventana que estuvo mucho tiempo cerrada. Esquivando los pactos patriarcales y de las élites tradicionales, empezando pequeños cambios que pasan por nuevas subjetividades políticas y formas de organizarse que son la cristalización del rechazo a las antiguas maneras de hacer política, pero también son respuestas (auto) críticas hacia el mismo movimiento feminista.

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