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Indudablemente, la culpa de todo la tiene Ada Colau

Lunes 1ro de mayo de 2023

CRISTINA FALLARÁS 30 ABRIL 2023 Público

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Ada Colau y El Gran Wyoming, que lleva la camiseta con el lema ’La culpa de todo la tiene Ada Colau’. LAURA GUERRERO

La primera vez que oí a un hombre saludar a otro con un sonoro "Hola, maricón", hace ya muchos años, me quedé estupefacta. Yo nací en los sesenta y, cuando llegué a la edad de copular con conocimiento, "maricón" era un término agresivo, duro, que empleaban los entregados al odio, los amargados y los vinagres contra los homosexuales. No era palabra agradable, maricón. De repente, bluf, en boca de los maricas se convertía en los contrario, borraban de un plumazo toda su carga violenta. Cuando esta semana pasada me invitaron en Madrid a una "Fiesta Bollera", tuve la misma sensación. Qué rico.

Este fin de semana, en Barcelona, he vuelto a sentir lo mismo; pero multiplicado, porque el odio no iba dirigido a un colectivo, sino a una sola persona, "la Colau". La agresiva aversión contra la alcaldesa de Barcelona encierra una mezcla insoportable de misoginia y odio de clase. La de insultos, faltas de respeto, humillaciones, agresiones verbales y escritas que ha aguantado y aguanta esta mujer no tiene parangón.

Sin embargo, como maricones y bolleras, Ada Colau ha sabido darle la vuelta a la violencia, con humor. Ah, el humor, ahí está la clave. Plantar cara a la violencia política con tales fierros, desarma a los idiotas y diluye bilis, vinagres y amarguras en agüita del Mediterráneo. Con el mantra de "la culpa de todo la tiene Colau", la alcaldesa luce camisetas. Apropiarse de las violencias, disolverlas divertidas, es la fórmula. Palabra de feminazi.

La cosa es que aterricé en Barcelona y me recibió una ciudad rozagante de primaveras, amable, coqueta, cercana, limpia, y un taxista que me dijo lo mal que estaba todo. Después me fui encontrando con otros igual. Estiró un brazo y abarcó todo el parabrisas en un arco que prometía desastres y mostraba un Eixample glorioso y verde que, tras una década en Madrid, me pareció un prodigio de pequeño ordenamiento universal. "Ya ve", dijo, "un desastre". Le pregunté a qué desastre se refería. "No sé", respondió, "todo el mundo dice que está todo hecho un desastre y la culpa es de la Colau".

Reí hacia mis adentros. No podía ser que me encontrara con la caricatura nada más poner un pie en la ciudad. Pero era, y así siguió siendo durante todo el tiempo en la ciudad condal. Pensé en ella, en el hecho de que sea "la Colau". Jamás oí hablar de "el Trías" cuando fue alcalde. Pensé en los candidatos Xavier Trías (Junts) y Ernest Maragall (ERC), dos señoros que la atacan sin piedad ni argumentos, con un vinagre con mosca que esconde amarguras viejas. La Colau es ya la alcaldesa de Barcelona. No es una alcaldesa, ya lo siento por ellos. La alcaldesa de Barcelona, persona y personaje. Hasta tal punto que en las próximas elecciones municipales todo gira en torno a ella y solo ella. Hay quien votará a la Colau y quien lo hará contra la Colau. Ya ha pasado a la historia, se ha convertido, para los aplausos y para las bilis, en un símbolo. No pueden soportarlo.

Todo esto iba comentando el viernes con el diputado Gerardo Pisarello en un paseo por la Barceloneta cuando nos adelantó por la derecha un hombre anciano en bicicleta. Se volvió hacia nosotros y gritó: "¡Vividor, que has venido de tu tierra aquí a chupar del bote... Y tú, borracha!". Yo no respondí y el de los Comuns le dirigió un discreto "Siga su camino, por favor".

El mar era una balsa añil de paz, grupetes playeros aprovechaban aquí y allá los calores adelantados de este abril traicionero, yo estaba paseando con un amigo y además acababa de comerme un bocadillo de fuet en el bar del Mercat de la Barceloneta. Nada podía estropear aquella felicidad. Estaba a punto de comentarlo con Pisarello cuando vi que el vejete de la bicicleta había dado la vuelta y regresaba a la carga. "¡Vividor, corrupto!", gritaba. "¡Borracha!".

Mi acompañante, molesto por los insultos que no cesaban, me preguntó: "¿Cómo respondes a eso?, dime tú cómo se hace". Entonces, solté una sonora carcajada, y otra, y otra, que subían desde el centro de mi alegría. Solté una carcajada larga y se la lancé al miserable de la bicicleta de manera que mi risa rebotara contra su vieja cabezota acomplejada y agria. "Pobre hombre", pensé, "qué grandes deben de ser su rabia y su amargura". Y sí, indudablemente, la culpa de todo la tiene Ada Colau.

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