Xarxa Feminista PV

Hermanas

Jueves 1ro de marzo de 2018

Bárbara Arena 26-02-2018 CTXT

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Inés Arrimadas Luis Grañena

El 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer Trabajadora) se ha convocado una huelga para visibilizar lo que ocurre cuando las mujeres, esa mitad del mundo infravalorada, frenan. La huelga es, obviamente, de corte feminista, pero no sólo de corte feminista (o, más bien, no propulsada por un feminismo paraguas, despolitizado y vacuo, sino por un feminismo que vincula directamente capitalismo con patriarcado y que considera, por tanto, imprescindible acabar con uno para terminar con el otro). Curiosamente, desde los principales partidos de izquierdas se criticaba a los de derechas por no secundar el parón, y recalco lo de “curiosamente” porque secundarlo iría en contra de su propia ideología. ¿Qué lugar corresponde, entonces, a las mujeres liberales, como Arrimadas o Andrea Levy, o a aquellas que están (o estamos) en una posición privilegiada dentro de la jerarquía económica? ¿Hasta qué punto somos todas compañeras en una lucha común? ¿Cómo nos observamos las unas a las otras, desde qué trinchera? ¿Cuán razonable sería reprochar a una política del PP que no participara en la iniciativa?

A menudo, el vínculo de una chica con el feminismo empieza a trenzarse de puertas para adentro, en la soledad de la habitación en la que creció. Quizás las paredes de ese cuarto estén forradas con los rostros de los que fueron sus ídolos (una hipersexualizada teen llamada Britney Spears, parejas icónicas inmersas en turbulentas relaciones de maltrato…). Quizás llenen sus baldas libros escritos por señores que ella admiró, señores que vertieron sobre páginas blancas una versión del mundo que creyó la única posible. En esa intimidad, se topa con la voz adecuada y comprende —de pronto— que aquel desagradable polvo no fue consentido, que el día que su exnovio la llamó loca no tenía razón. Frente al espejo, examina su cuerpo y se pregunta por qué, desde que notara las primeras curvas, anheló suprimirlas. Sus vivencias en la cama y en la calle, en el colegio, los insultos recibidos (puta, calentona, estrecha, frígida…), las miradas obscenas, las zancadillas perpetuas durante su desarrollo componen un mapa que se revela, crudo, ante sus ojos. Hay una base experiencial que nos une, un yugo compartido: cualquier mujer nacida y educada en patriarcado (ya sea del barrio de Salamanca o de Carabanchel) está sometida a esa forma concreta de dominación. Del mismo modo, y convenido que lo personal es político (y que negarse a aceptar ciertas directrices es, de por sí, revolucionario), cualquier mujer nacida y educada en patriarcado es susceptible de convertirse en un agente subversivo.

Dicho esto: el feminismo es —también a menudo— un primer paso en un recorrido que trasciende el ámbito privado. Tomar conciencia de tu posición en el sistema, inferior a la del hombre, te obliga a cuestionar tu rol en otras dinámicas (aunque sólo sea por pulcritud intelectual). Factores como la raza, la clase, la nacionalidad o la orientación sexual interaccionan en múltiples niveles que han de tenerse en cuenta. Parecería lógico que toda feminista se replanteara, una vez sabida la limitación que se le impone por su género, la relación entre individuo y estructura (y que reconociera, siguiendo el hilo conductor, el peso de esta última). Parecería lógico, pues, que todo feminismo fuese de izquierdas. No obstante: las mujeres gozamos de un cerebro con capacidades (¡sorpresa!) y pleno derecho para llegar a las conclusiones que consideremos oportunas.

Andrea Levy e Inés Arrimadas hacen un análisis de la realidad distinto: guardianas del capitalismo y el sistema, su objetivo es que las mujeres se introduzcan en los puestos de poder de las instituciones que la izquierda desearía destruir. ¿Están a favor de acabar con la brecha salarial? Sí. ¿En contra del acoso laboral? Sí. ¿Tendría sentido que participaran en la huelga? Ninguno.

La huelga del 8 de marzo es una huelga feminista obrera. Me llama la atención que la izquierda no lo defienda con una claridad supina, alegando lo que cualquiera esperaría que la izquierda alegara: que la discriminación de género está ligada a la explotación de clase, que el trabajo productivo no se entiende sin el reproductivo, que resulta imposible disociar patriarcado y capitalismo. Utilizar el feminismo para acusar al contrario de supuesta incoherencia es un truco que ya se está quedando yermo; los únicos incoherentes son quienes demandan que el PP o Ciudadanos estén donde nunca podrían estar. Inés Arrimadas y Andrea Levy asumen algo con lo que una izquierda honesta consigo misma coincidiría: existen diferencias irreconciliables entre unas mujeres y otras. Las mujeres somos hermanas de cara a los hombres y nos respaldaremos siempre frente a ataques machistas, pero las mujeres no somos sólo mujeres; concédasenos el privilegio de pensar lo que nos dé la gana.

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