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Hablemos de los machistas bien educados

Lunes 4 de septiembre de 2017

Pandora García Pikara 02-09-2017

A estas alturas, todo ser debería tener claro qué es una actitud machista. Estamos los y las que nos venía de serie el pilotito rojo que se enciende en cuanto presencia, escucha o sabe de una de ellas. Por suerte, una de las alegrías de vivir en el 2017 es que a aquellos y aquellas se han sumado nuevos y nuevas feministas que, tras la debida reflexión y denuncia, impulsada por los anteriores, empiezan a ver con otros ojos la realidad que les rodea. Que un joven le censure la ropa a su novia es machista. Que un hermano tenga trato de favor en el hogar frente a una hermana es machista. Que ellos cobren más es machista. Que a nosotras se nos escuche menos –o interrumpa más– es machista. Que nos acosen es machista. Que nos violen es machista. Que nos maten es machista.

El problema llega cuando entra el concepto de la caballerosidad. El otro día, en un tren de cercanías escuchaba a un joven que le decía a su amigo, con su dosis de sorna cargada de testosterona, que no se había parado a ayudar a la mujer que estaba cargada con maletas por “si eso iba a ser machista”. Lo dijo en el pasillo del tren, a oídos de todos, con la consiguiente tensión que produce en el ambiente ser testigos de cómo alguien banaliza el mayor lastre de la sociedad en un simple comentario de camaradería. O quizás esa tensión solo la viví yo. Y empieza el debate interno: ¿exagero por sentirme ofendida? Respuesta rápida: no, mi reacción es la consecuencia única de un enfado milenario.

Es entonces cuando te paras a construir un argumento para aquellos que, como ese chiquito, no tienen claro qué es machista y qué no. Alguien se lo tendrá que explicar. Quizás así, y en la mejor de las situaciones, poco a poco se conviertan en portavoces del feminismo en sus entornos. Y he aquí la reflexión: que te ofrezcan ayuda para colocar, subir o bajar las maletas es machista. Que te quieran pagar la cena es machista. Que te dejen pasar antes en el ascensor es machista. Que el amable señor que te pone el café por las mañanas se despida siempre con un ‘guapa’ es machista. Que te cedan el asiento es machista. Que te inviten a una copa es machista. ¿Por qué? Porque ni las buenas intenciones ni la buena educación se libran de estar contaminadas de machismo. A los hombres solo les ha valido estar vivos y nacer varones para ser machistas.

La caballerosidad, la galantería o la cortesía se han construido en una realidad machista en la que el hombre da un trato de falso favor a la mujer. Creerán que será para contrarrestar todo lo demás. No. Surge del cortejo, del interés inicial del hombre en conquistar a la fémina. Y con esto no hablamos de un cortejo que termine en un vínculo: se da hasta con una desconocida. Ese cortejo insufla el ego masculino. La caballerosidad, la galantería o la cortesía son, entonces, machistas, porque nacieron en una sociedad machista. Habrá mujeres que disfruten de todo lo anterior. No se las imaginen mayores. Las hay jóvenes, muy jóvenes, para muestra, escuchen la canción “Mayores” de Becky G con Bad Bunny, un éxito entre los adolescentes de la Generación Z.

Entonces se produce algo habitual cuando se habla de machismo: el contraargumento se convierte en argumento. Que tú, mujer, disfrutes de los gestos caballerosos es compatible con que se trate de machismo. No hay discusión. Y no te sientas mal por ello: es parte del juego. La idea es que te sientas agradecida por esos detalles –”a mí me gusta que me traten como dama”, comienza la mencionada canción– que no son más que una artimaña del heteropatriarcado para conseguir silenciarnos, para perpetuar roles machistas, para recordar quién es el dominador y quién la dominada. Cada vez que escucho a una chica joven hablar de la pobre de su amiga a la que su novio “todavía no se lo ha pedido” me da un vuelco el estómago. La pedida de matrimonio conforma, sino la punta del iceberg, el súmmum de todo lo anterior.

Por eso hay machistas bien y mal educados. Dejando a un lado a los asesinos, violadores y acosadores, en el día a día es fácil encontrarse a las dos anteriores especies. El bien educado es el que te cede su turno en la fotocopiadora. El mal educado, el que cree que el espacio público le pertenece y escupe en la calle o se despatarra en el metro (hola, manspreading). Luego están los bonicos que se ponen nerviosos porque no saben cómo hacerlo, y la entrada por la puerta del ascensor se convierte en una canción de Ricky Martín: “Un, dos, tres, un pasito pa’lante, María. Un, dos, tres, un pasito pa’tras”. La mala noticia es que, como en buena parte de los debates del feminismo, la solución no existe o, al menos, no hay una fórmula mágica, una receta completa. ¿Hay buena noticia? Sí, el éxito radica en que, simplemente, hablemos de esto.

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