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Ha muerto Jimena Alonso Matthias

Sábado 25 de septiembre de 2021

Jimena Alonso Matthias, amor y memoria de una luchadora

En la hora de la despedida de Jimena Alonso, histórica luchadora feminista, publicamos la sentida reflexión de Fernando Llorente. Durante estos estos 35 últimos años Jimena no dejó de implicarse en las luchas de su entorno: desde la defensa del Parque Natural de Cabo de Gata a la recuperación de la memoria histórica, el municipalismo, la oposición a las guerras de Irak, el 15M y por supuesto siempre apoyando las movilizaciones feministas…

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Imagen reciente de Jimena Alonso.

Fernando Llorente Arrebola 24 sep 2021 El Salto

El pasado 17 de Septiembre, a la edad de 84 años, se nos fue Jimena Alonso; una muerte plácida, pero en soledad, que la atrapó en el bello hogar que había levantado en la finca “La republicana”, en la falda del Almanzor, el rincón de paz y naturaleza que la acogió sus últimos 20 años de merecido descanso en la localidad abulense de Poyales del Hoyo. Una muerte repentina, demasiado repentina e imprevista que nos ha dejado en shock a las personas que la amamos tanto, que recibimos tantos dones de esta mujer excepcional… Así que me dispongo a escribir las líneas más tristes de mi vida dedicadas a una de mis mejores amigas, a una de las personas más importantes que he conocido en mi tránsito por Gaia.

Estuve con Jimena apenas 24 horas antes de su último vuelo. Durante estos 20 años de estancia en la vera del Tiétar habíamos mantenido una larguísimo e intenso diálogo infinito que se articulaba en torno a periódicos encuentros en los que antes, durante y sobre todo después de unas suculentas comidas, unos vinos y ese humo azul que nos brindaba esporádicas pero efectivas briznas de cielo, desmenuzábamos la actualidad política (cada vez más amarga, ciertamente), compartíamos la pasión por la historia y la literatura, por la música y el arte, nos deslizábamos con delicadeza por las confidencias emocionales y sentimentales que nos curaban de la soledad y el aislamiento que ambos sentíamos en un entorno rural socialmente hostil, confidencias y confianzas que fueron el cimiento sentimental de una amistad tan profunda como intensa, tan apasionada como terapéutica.

En esa última conversación que se ha quedado clavada en mi alma como un tesoro, pero también como un dolor infinito, tratamos de importantes cuestiones personales que no vienen al caso, me relató su reciente visita al Museo del Prado con su muy querido nieto mayor, tratando de transmitirle su pasión por la pintura y por esa pinacoteca que había visitado con tanta frecuencia… Y es que Jimena es un ser de muchas y grandes pasiones. Pero en esta ocasión el encuentro incluía la tarea de delimitar los límites de una entrevista y pactar sus preguntas, una entrevista que íbamos a grabar una semana después y que luego publicaríamos en la edición extremeña de El Salto.

La idea se me ocurrió al principio del verano; en una de nuestras tertulias estuvimos hablando largo y tendido del dolor que nos provocaba a ambos —pero a ella más— la deriva que había tomado el movimiento feminista peninsular desde las esperanzadoras huelgas del 8M (que parecen tan lejanas) a las actuales fracturas en torno a cuestiones como la prostitución, la Ley Trans, lo queer… Ella se sentía especialmente indignada por el papel que en estas discusiones estaban teniendo sus antiguas compañeras de activismo feminista desde los tiempos del tardofranquismo y los primeros años de la transición. No daré sus nombres porque en la cabeza de todas están algunas de las veteranas lideresas de la actual deriva reaccionaria y/o institucional de un sector minoritario del feminismo, algunas de las cuales habían sido también, junto con Jimena, pioneras del movimiento en los albores de la “democracia otorgada” del 78. Me fui a casa pensando en que era una verdadera lástima personal y una pérdida colectiva que las opiniones tan cargadas de sentido común, pero también de radicalidad y modernidad, de esta mujer se quedaran circunscritas al ámbito privado de nuestras conversaciones personales. Así que me atreví a ofrecerle las páginas de El Salto para que expusiera sus luminosas ideas.

" Jimena Alonso, que había sido una persona muy pública, que había estado en el corazón del activismo feminista hasta principios de los 80, se había sumido en un silencio total que ya duraba 35 años después de su traumático descenso al infierno de la cárcel"

La cuestión de una entrevista era delicada incluso en el plano personal pues Jimena Alonso, que había sido una persona muy pública, que había estado en el corazón del activismo feminista hasta principios de los 80, se había sumido en un silencio total que ya duraba 35 años después de su traumático descenso al infierno de la cárcel. Una mujer tan luchadora y apasionada no iba a renunciar a sus ideas por mucho que sufriera torturas y más de cuatro años de dura prisión, por mucho que sufriera la pérdida de su trabajo o por mucho que padeciera el ostracismo incluso respecto al movimiento que había contribuido a forjar. Así que durante estos 35 años no dejó de implicarse en las luchas de su entorno más cercano: desde la defensa del Parque Natural de Cabo de Gata a la recuperación de la memoria histórica, el municipalismo, la oposición a las guerras de Irak (causa que le tocaba en lo personal, porque había vivido en Bagdad, dónde nacieron sus dos hijas Alda y Viviana), el 15M o el primer momento ilusionante de Podemos, y por supuesto siempre apoyando las movilizaciones feministas… Pero ya todo eso lo hacía en segundo plano, con una humildad encomiable pero injusta consigo misma, porque ella tenía madera de líder, era una maestra natural, una dirigente nata no por ambición sino por claridad de ideas, don de gentes y fuerza personal, una persona de mente despierta y pasión audaz. Podemos considerar la pérdida de esta líder natural como otro efecto colateral de la violenta conformación del estado centralista en la reforma posfranquista.

En este sentido, ofrecerle una entrevista conllevaba el riesgo de que otra vez renovará su autocensura, pero sea por las causas que fueran esta vez aceptó, para alegría de la redacción de El Salto Extremadura y sobre todo para alegría de sus hijas e hijos, porque más allá de las cosas interesantísimas que pudiera decir, el aceptar salir de nuevo a la tribuna pública era un signo de curación o superación de su profundo y lacerante trauma personal-político. ¡En mala hora decidimos postergar la publicación de la entrevista a septiembre para que tuviera una mejor difusión!

El jueves 16 de septiembre, en nuestra última reunión antes de la grabación le planteé que la pregunta que yo consideraba que debía abrir la entrevista era, precisamente, por qué había aceptado después de 35 años de silencio hablar en nuestro medio, de modo que explicara cómo su experiencia carcelaria le había sumido en tan largo silencio. Y, contra todo pronóstico, me dijo que ella lo había pensado también y estaba dispuesta a hablar de ello, “los errores que pudiera haber cometido los pagué con creces, y no me arrepiento de nada”. Se me encoje el corazón al recordar esta frase y sentir que algo se había curado en ella, que esa profunda herida que había marcado su biografía y la de sus hijas e hijos, por fin se iba a airear. El día después de su último vuelo una compañera suya de cautiverio coincidía en alegrarse de que, por fin, hubiera estado dispuesta a hablar de “aquello”, de que hubiera roto los sellos que enclaustraban aquel tabú. Pero, por desgracia, nos vamos a tener que imaginar la enseñanzas que Jimena sacó de su particular descenso al infierno en las cloacas de esta democracia.

Como nos vamos a tener que imaginar igualmente el resto de la entrevista, Jimena me ha dejado la difícil tarea de tratar de transmitiros algo de lo mucho que hablamos en las tres reuniones preparatorias de la entrevista, que por desgracia no grabé y de las que solo guardo unas notas manuscritas y lo que alberga la memoria. Creo que el simple relato de los temas que quería abordar en la entrevista y los apuntes de respuestas que ya hizo en esta preparación nos pueden dar una idea de lo mucho que aún tenía que aportar Jimena al debate público y dan indicios de la lucidez mental y el espíritu crítico y rebelde que tuvo a gala mantener hasta el final.

Tras esa primera pregunta acerca de su silencio de décadas, ella quería hacer un par de breves referencias históricas antes de entrar en lo que verdaderamente le preocupaba, que eran las cuestiones de la actualidad y del futuro inmediato. La primera reflexión quería dedicársela a la expulsión de las representantes femeninas en la Convención Internacional Antiesclavista de Londres en 1840, y a la frenética actividad que aquellas pioneras, Elizabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott, desarrollaron hasta la celebración en 1848 de la Convención de Séneca Falls en Nueva York y la redacción de La Declaración de Sentimientos, momento seminal de la larga marcha de las mujeres en su emancipación.

Después, también iba a hacer un balance de lo mucho que se había logrado en las últimas 5 décadas del movimiento de mujeres en el estado español, desde las primeras luchas en la fase final de la dictadura, los primeros momentos de la transición, los deseos de ruptura democrática frente a los planes de reforma de las élites, etc. En este período quería hacer una parada en lo que textualmente definió como “la gran traición de la Constitución”, en referencia a los debates en torno al sentido del voto en el referéndum constitucional de la Coordinadora Feminista en su encuentro de 1976, en que por mayoría ajustada, pero mayoría, las mujeres decidieron oponerse al texto, bien votando no, o bien absteniéndose, un acuerdo roto por las mujeres del PSOE y del PCE, que acabaron por pedir el voto afirmativo para el texto constitucional. Jimena me explicó que en aquellos tiempos la inmensa mayoría de las mujeres que participaban en el Frente de Liberación de la Mujer y en la Coordinadora Feminista estaban al margen de los partidos de la izquierda, pero la minoría de mujeres de partido fueron ocupando posiciones e instrumentalizando la lucha autónoma de las mujeres para sus intereses partidarios. Un proceso de cooptación y apaciguamiento que después se ha repetido demasiadas veces en otros movimientos sociales, que a Jimena le pesó mucho y del que se hacía mucha autocrítica: “éramos muy ingenuas, cometimos el error de permitir la doble militancia”.

En torno al balance de la lucha de las mujeres en ese período valoraba exitosamente el haber introducido el debate sobre el trabajo asalariado y el trabajo de reproducción social del que se apropia, sin remunerarlo, el capitalismo, y el haber abierto el tema de la sexualidad como una cuestión política, separando sexualidad y reproducción, liberando la sexualidad femenina del mandato maternal, y plantear políticas y métodos de control de natalidad, anticonceptivos, derecho al aborto, diversidad sexual… Aquí se preguntaba: “¿cómo es posible que las mujeres, que abrieron el debate de la sexualidad en este país, rompiendo los tabúes de la tradición católica, se opongan ahora a las sexualidades diversas de los trans, lo queer…?”. En este balance quería añadir alguna referencia al “fracaso” de la primera Ley del Aborto y cómo algunas militantes de entonces hicieron negocio a costa de una ley infame e insuficiente, y más allá de esa derrota concreta quería hacer una crítica —tan dura como, a mi juicio, acertada— del progresivo proceso de institucionalización del movimiento feminista, una alianza con el poder político que era una degeneración y una renuncia a los principios que inspiraron la eclosión de las luchas de las mujeres.

Pese a todas las sombras, hay que subrayar las luces de este profundo cambio social en la condición de las mujeres que Jimena gestó, empujó y propicio en comunidad con otras muchas pioneras. Hemos de mirar con perspectiva para calibrar la enormidad de este cambio social, cultural y político: cuando Jimena empezó su lucha y participaba en Mujeres Universitarias, a principios de los 70, las mujeres no podían ni abrir una cuenta corriente sin contar con el padre o el marido, los anticonceptivos estaban prohibidos, el aborto era un privilegio para las élites que podían pagar vuelos a Londres o Amsterdam a sus hijas “descarriadas”, el lesbianismo era tabú e ilegal, el divorcio estaba prohibido y el adulterio femenino penado con prisión. Si miramos la situación actual podemos afirmar que en estas cuestiones se ha producido un gran cambio social, quizá el más importante de los avances sociales de este último medio siglo.

Aquí debo hacer un inciso. Durante nuestra última conversación, cuando yo le preguntaba sobre el movimiento feminista ella siempre me corregía: “no, movimiento de las mujeres”. Así que una de las preguntas que iba a hacerle en la entrevista era por qué ya no quería emplear la designación de movimiento feminista. Nos quedaremos sin conocer la respuesta, pero por las conversaciones que mantuvimos tantas veces, puedo intuir que era porque se sentía profundamente decepcionada con la deriva del movimiento que había contribuido a forjar; no así con las mujeres jóvenes que habían ido tomando el protagonismo de las luchas, de las calles, de las huelgas del 8M, etc., pero sí con el “feminismo oficial”, institucionalizado, de las de su generación. Intuición que me corroboró Mavi Lorente que, con Justa Montero, estaba en el proceso de terminar de grabar una larga entrevista del recorrido histórico de Jimena desde los años 70 en el movimiento feminista, un trabajo de recuperación de la memoria histórica feminista que por desgracia también ha quedado incompleto.

El bloque central de la entrevista Jimena lo quería dedicar a las cuestiones de actualidad y a las perspectivas de futuro del movimiento de mujeres. Deseaba exponer su apoyo a la extensión de los derechos civiles y políticos a la minoría trans, no podía entender cómo había sectores autodenominados feministas que vieran en los derechos trans un menoscabo de la lucha de las mujeres, “¡si fuimos nosotras las que primero planteamos la libertad sexual!”. Por supuesto que aspiraba a la abolición de la prostitución, se indignaba de ver la tolerancia institucional con el negocio de las mafias de trata de mujeres (y niñas/os), pero no se le pasaba por la cabeza considerar que las prostitutas en general, y las organizadas en particular, fueran rivales o enemigas del feminismo. Me contó cómo en los primeros tiempos del movimiento entraron en contacto con mujeres que ejercían la prostitución y cómo, cuando éstas les contaron sus vidas y sus deseos, se les rompieron muchos de los esquematismos ideológicos que portaban, y eso para ella(s) fue bonito y bueno. Y tampoco quería dejar pasar Jimena la ocasión de exponer su indignación ante aberraciones como los vientres de alquiler o la llamada gestación subrogada, la mercantilización de la vida en su sentido más profundo y perverso, así como su desprecio por el denominado “feminismo liberal”, en las antípodas del sentido común femenino que ella encarnaba y defendía.

Pero lo que más le dolía era que el movimiento de las mujeres se atascara en los debates, a su juicio secundarios, sobre estos temas, mientras descuidaba la tarea fundamental: defender la vida ante la amenaza global de destrucción ecológica y climática que representaba el sistema capitalista y patriarcal. Desde que la conocí me fascinó su amor por los animales, su pasión por las plantas, su gusto sincero y su habilidad por la jardinería, su entusiasmo ante la belleza sencilla pero conmovedora de la naturaleza. Que eligiera la falda de Gredos, en la que resisten algunos de los mejores bosques de la península, para vivir su jubilación no era casualidad, y durante estos 20 años hemos coincidido y compartido un progresivo ahondamiento de nuestra conciencia de la ecodependencia.

Vivir en el campo posibilita una aguda empatía con la tierra y las otras especies, con sus bellezas, con sus enseñanzas, pero también con sus padecimientos. Para Jimena era indiscutible que la principal amenaza para las mujeres y los niños, y para la especie toda, es la disrupción del clima, la extinción acelerada de especies, la desertización y la sequía provocadas por la locura desarrollista-consumista de nuestro modelo económico. Decía: “las mujeres que damos la vida deberíamos estar defendiéndola ahora que está amenazada”.

Sostenía que todo el trabajo de difusión, concienciación y debate estaba muy bien, pero que “hacía falta acción”, que las mujeres no podían seguir analizando y criticando y que debían pasar a actuar porque estaba en peligro el cimiento de la vida toda y la situación era de una urgencia dramática. Jimena no necesitaba reclamarse ecofeminista, para ella la contradicción fundamental y fundante de todas las demás desigualdades era la de género, en ella se subsumían las demás contradicciones: las de clase, las nacionales, las raciales, e incluso las ecológicas, porque para ella lo femenino incluye, abarca y engloba con toda naturalidad la apología y defensa de la naturaleza y de la tierra. El patriarcado es la raíz de todas las desdichas de las mujeres, de los niños, pero también de los hombres y de las otras especies, y por eso las mujeres, las dadoras de vida, debían estar a la vanguardia de la lucha por la supervivencia colectiva, siendo esa la tarea primordial que tenemos en el presente y en el inmediato futuro. A mí me estremece recordar la pasión que ponía al hablar de todo esto, compartí con ella el sentimiento de terror ante el colapso que ya hemos empezado a recorrer, anticipábamos el monumental sufrimiento colectivo que la crisis ecológica nos va a traer en un futuro cada vez más cercano, y nos sentíamos tan impotentes… No por casualidad ella eligió este tema para acabar la entrevista. Era sin duda el mensaje que quería dejarnos como legado de una vida dura, ardua, trabajosa, pero espléndida de significado y de una generosidad sin límite.

Que Jimena pusiera a lo largo de su vida la cuestión femenina en el centro de su activismo y de su pensamiento-sentimiento no le impidió ocuparse y preocuparse de todas las demás causas colectivas en pro de la libertad y la igualdad social. Siendo y reivindicándose castellana y amando con pasión la flor más linda de “nuestra nación” (también en esto confluíamos), su lengua, fue una incansable defensora del derecho de autodeterminación de las naciones sin estado de la península. La consigna de solidaridad internacionalista ella la encarnó en cuerpo y alma en su amor por Euskal-Herria (dónde no en vano ha dejado tantos afectos y complicidades), por Catalunya, por Galiza y Al-andalus, y pagó un alto precio personal por este compromiso en tiempos de cerrazón centralista como los que hemos padecido en las últimas décadas. Que Alfonso Sastre, otro castellano irredento y amante de las tierras vascas, falleciera el mismo día tiene un sobrecogedor simbolismo, y no en vano a ambos se les llora mucho estos días en Euskadi.

Si había que hacer una huelga de hambre contra la especulación urbanística que quería destruir (aún más) el Cabo de Gata en el que tuvo que hacerse hostelera al salir de la cárcel, allí estaba ella. Si había que desenterrar las insidiosas fosas comunes que el franquismo había dejado diseminadas por las cunetas en el Valle del Tiétar y La Vera, allí estaba ella. Si había que construir un partido-movimiento que llevara los deseos democratizadores del 15M a las instituciones, allí estaba ella. Participó en una de las primeras experiencias municipalistas avant la lettre en Poyales del Hoyo; apoyó los centros sociales de su comarca (La Candela, Tiritanas…); colaboró económicamente (pero no sólo) en el nacimiento de la Libreria y Editorial Traficantes de Sueños, en la fundación del periódico Gara después del cierre de Egin; también en la sombra y en silencio apostó por Diagonal y El Salto. En su haber habría que resaltar la cofundación de la primera Librería de Mujeres de Madrid, como también fue trascendental su trabajo codirigiendo Tribuna Feminista, que en los 70 en la publicó tantos textos fundamentales que nutrieron el pensamiento feminista peninsular y espolearon el cambio de conciencia colectivo que en esos años se fraguó.

Su relación con los libros merecería un capítulo aparte, nunca he conocido a una persona tan lectora, tan cultivada, con un espectro tan amplio de intereses y pasiones. Ella misma librera y madre de librer@s, que gustaba de vivir rodeada de textos repartidos por todas las mesas, por todas las estancias, a su muerte deja una biblioteca descomunal. Siempre me decía que “los libros eran su refugio” en un mundo cada vez más cruel y enloquecido, encontrando aliento y medicina en ellos y la música. Fue una lectora incansable, insaciable, que practicó esta virtud hasta el último momento. Siendo profunda y justificadamente atea (en un país con el peor catolicismo del orbe y la peor y más podrida curia de occidente, el ateísmo es una vía de redención, máxime en la noche franquista) amaba la música sacra y creo que ahí conectaba con lo trascendente. Ahí, y en el amor a Gaia y sus criaturas.

Para sus hijas e hijos, sus nietos, sus amigas y amigos ha sido una maestra de vida, siempre independiente, irreverente, con una cultura tan extensa como sentida en el corazón, siempre rebelde, siempre crítica, dinámica, hospitalaria, gozaba cocinando para los suyos, gozaba cuidándonos, pero no dudaba en espolear, en criticar, en empujar a sus seres queridos a ser mejores personas, a trabajar par ser las mejores versiones de sí mismas; era exigente, mandona, pero cuidadosa y respetuosa de un modo delicado y elegante; muy trabajadora, una virtud que ha legado en su progenie. También tenía mala hostia (en eso también empatizábamos), y rabia, y enfado, legítimo enfado contra las injusticias que se perpetran cotidianamente. Sufrió mucho en sus propias carnes y sufrió mucho por la onda compasión que sentía hacia sus semejantes. En la entrevista no habrían faltado referencias indignadas a la situación de las mujeres y las niñas y niños afganos, una pena que en los últimos días de su vida se actualizó dramáticamente. Sufría por el colectivo humano, yo la he visto sufrir por tantas tragedias en estos años; le dolía el mundo árabe especialmente, Palestina, las mujeres del Magreb, amaba la cultura árabe...

Fue una maestra de vida, pero también de esa parte de la vida que es la muerte. Todas las personas a las que he descrito cómo hizo su último vuelo han sentido sana envidia, todas querrían una muerte así para ellas: en su casa, sin enfermedad previa, rodeada de libros, de música, con la mente clara y el corazón limpio; sola físicamente, sí, pero rodeada del amor de sus familias, la carnal y las otras, las de elección. Hasta su forma de morir le tenemos que agradecer, hasta en esa hora tremenda nos brindó otra enseñanza, nos hizo otro regalo de vida.

Tiempo habrá de hacerle los merecidos homenajes, de que otras manos y otras voces escriban sobre su vida intensa, rica y productiva que da para un libro o más; tiempo habrá y hoy sólo quería pagar la deuda de la entrevista que no pudo ser, dejar constancia por escrito de que Jimena, en su paso por este mundo y este país ha hecho de ellos un lugar mejor, más libre, más culto, más amable, y dar testimonio de las semillas que ha dejado sembradas en nuestros corazones, semillas de un mundo nuevo, mejor, más humano, más femenino, más cuidadoso y delicado, más hermanado con los animales y las plantas, más atento a la felicidad de las niñas y niños que tienen derecho a vivir y gozar en Gaia. Gracias Jimena. Eskerrik Asko Jimena. Amor que repartiste, amor que te devolvemos. ¡¡Estamos juntas!!

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