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Frenar a Vox: por una política de la amistad

Martes 29 de enero de 2019

En el pacto andaluz, Abascal no ha conseguido una involución de nuestros derechos, pero da paso a un nuevo clima político de guerra social

Nuria Alabao 23-01-2019 CTXT

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Manifestación frente al Parlamento andaluz el pasado 15 de enero. RTVE

Esta semana han salido a las calles miles de feministas contra el acuerdo PP-Cs-Vox en Andalucía y para decir que nuestros derechos no se negocian, que no podemos dar ni un paso atrás. Más que contra las medidas concretas recogidas en el pacto de investidura –donde al final no hay concesiones reales a las propuestas de Vox–, la protesta ha sido contra el clima político antifeminista y bélico que inaugura la emergencia de este partido. Vox trata de reabrir consensos sociales que han necesitado lustros de luchas feministas y por la igualdad de las personas LGTBI. Además, este gobierno significa el primer paso de la normalización en nuestros parlamentos del racismo y el sexismo explícitos.

Lo de Abascal era puro aspaviento cuando decía que condicionaba su apoyo al nuevo gobierno andaluz a la derogación de las leyes autonómicas de violencia de género. Tampoco ha conseguido poner trabas al aborto –disfrazadas de “asesorías” a las mujeres que quieren abortar–; ni que se apueste por la segregación por sexo en las escuelas; ni que se ponga en el centro la promoción de la natalidad –que para Vox significa básicamente devolver a las mujeres a su rol de amas de casa y reproductoras–; ni la promoción de un cierto modelo de familia –que significa discriminar a todas las demás–… No han sacado, pues, ni una sola medida significativa. De hecho, el nuevo gobierno del PP-Cs ha dicho explícitamente que dotará de presupuesto y desarrollará la Ley de Igualdad de Género y que apuesta por las políticas de diversidad sexual. En este contexto, la defensa pública de estos principios parece una buena noticia, aunque en realidad es un gesto. “No se le va a quitar ni un solo euro a las mujeres maltratadas”, ha enfatizado Rivera. Así tratan de compensar la mala imagen de estar pactando la investidura con un partido de extrema derecha.

Los consensos sociales no son tan fáciles de romper, sobre todo si va a tener consecuencias para los partidos que se atrevan a quebrarlos. Vox es un partido pequeño con votantes radicalizados –aunque ellos autoubiquen a su partido en el eje izquierda-derecha más o menos donde ubican al suyo los votantes del PP–. Otras formaciones como PP o Cs tienen más difícil poner en cuestión estos consensos. Ciudadanos trata de conseguir un trasvase de voto del PSOE, por eso reafirma su compromiso liberal con ciertos derechos y libertades civiles para seguir siendo percibido como derecha moderada. Ribera incluso ha abandonado el cuestionamiento de la Ley de Violencia de Género –que llevaba en su programa en el 2015– y cuyos argumentos les aproximaban a Vox. Mientras que el PP pierde votantes a derecha e izquierda y sigue apostando por la radicalización. La elección de candidatos en Madrid se inclina peligrosamente hacia el extremo, con personajes como Díaz Ayuso, que dice cosas como que nos encontramos en una “dictadura del feminismo radical”.

Vox y la derechización social

El partido de Abascal tiene menos cortapisas –crece en el hueco más extremo que dejan los demás– y por eso juega a abrir grietas en los consensos sociales. Es esa polarización contra “todos” –contra la derecha pacata o corrupta y contra la progresía “podemita”– la que le hace crecer. Le funciona para diseminar su discurso, sobre todo cuando provoca a la izquierda, y mayormente en cuestiones que podemos etiquetar grosso modo como “culturales” –la economía apenas si la toca–. Construido sobre burdas oposiciones y la demonización de determinados colectivos –feministas, la progresía, los independentistas, los migrantes…–, este tinglado discursivo es muy endeble, y por eso tiene que crecer sobre la base de medias verdades, mentiras o fake news. Los discursos falaces de Vox anidan en un germen social existente y lo hacen crecer y multiplicarse con basura informativa y argumental. De todo esto, a penas estamos empezando a ver lo que puede llegar a ser; lo que ha sido en otros lugares como EE.UU., Brasil o Hungría.

Vox no ha conseguido por ahora ni una sola medida contra las mujeres o los migrantes pero sí titulares y noticias que recogen sus mentiras o manipulaciones: “queremos expulsar a los 52.000 inmigrantes ilegales que hay en Andalucía” –no se llega a esa cifra ni de lejos– o “la Ley de Violencia de género provoca denuncias falsas”… por no hablar de sus invocaciones de resonancias guerracivilistas. Con toda esa atención mediática, lo que hace la ultraderecha es una política del enemigo irrenunciable, establece un cierto clima social de agresión y demonización de determinados colectivos, de ruptura social. Esto mueve el campo político hacia la derecha. Por un lado, se trata de desviar los malestares sociales hacia los migrantes, las feministas, etc… (Probablemente, este de los migrantes sea el punto más peligroso. Al fin y al cabo los migrantes no votan y el coste político para los partidos que acaban asumiendo estos discursos es menor). Por otro, estos discursos extremos –como cuando van contra las instituciones autonómicas– les sirven para ir de antisistemas o incluso antiélites y van dirigidos a crecer en las clases populares. En otros lugares de Europa estos partidos crecen activando el voto de las clases medias temerosas de perder lo que tienen y unas clases populares desapegadas de la política representativa, y aquí parecen estar aplicando esa receta.

Vox promete una revolución conservadora pero de momento ha demostrado nula voluntad de alterar el sistema. No solo Abascal es un vividor de la política y sus fundaciones aledañas, sino que su programa económico ultraliberal por ahora está pensado para el 1%. No se cuestionan ni el poder de la banca y el capitalismo financiero, ni siquiera son capaces de profundizar mucho en temas europeos –como sí hace el espectro de extrema derecha en el resto de Europa–. De hecho parece que en la medida de lo posible evitan estos temas, ¿cómo van a sacar rédito en nuestro país de pedir la privatización de las pensiones? Vox no conseguirá crecer a menos que modifique esta vía ultraneoliberal –que le viene del sector más neocon del PP–.

Ahí reside uno de sus puntos débiles. A ocho años del 15M, el clima social ya no es el que alumbró a Podemos y las propuestas municipalistas: uno de revuelta y esperanza, en el que el descontento de la crisis se articuló como una impugnación de las élites y un cuestionamiento del régimen político. Esa fuerza social acumulada en las protestas, o bien se ha diluido en la institucionalización –o en las peleas internas– o bien ha perdido iniciativa política –también la de las movilizaciones sociales, salvo por el feminismo–. En el hueco que deja todo ello ha emergido la ultraderecha.

Está claro que los climas sociales no se decretan, pero precisamente en el feminismo anida la posibilidad de regenerar el campo de disputa político, de insuflarle una nueva energía. Este movimiento tiene toda la potencia y el discurso para hacerlo, lo hemos visto en las manifestaciones contra el papel de Vox en Andalucía que llenaron plazas y calles y lo veremos en la próxima huelga feminista. Porque si Vox desvía el descontento social por las condiciones de vida hacia una sensación de agravio cultural, solo nos resta volver a poner esas condiciones de vida en el centro. Hacer esto a partir de las movilizaciones sociales implica construir una tonalidad social diferente donde se comparten problemas y se piensan soluciones en común, donde se gesta un “nosotras” a partir de la construcción de alternativas, para hacer una política de la amistad –de la sororidad– y no solo del enemigo. Si ellos proponen un horizonte de confrontación y establecen la trinchera, a las que nos quedamos al otro lado solo nos queda una opción: luchar juntas. Evidentemente esa política no estará exenta de confrontaciones, aquellas necesarias no solo para resistir, sino para avanzar en conquistas; confrontaciones contra el gobierno de turno –tenga el color que tenga–, contra la naciente ultraderecha, e incluso contra los intentos de reapropiación partidaria de las movilizaciones. Sin lugar a dudas, el movimiento feminista constituye hoy probablemente la principal esperanza de reapertura del campo político capaz de ponerle algo de freno a la guerra de todos contra todos que la ultraderecha alimenta.

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