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Francia Márquez, el voto por el final de la esclavitud política latinoamericana

Martes 5 de julio de 2022

Luciana Peker 22/06/2022 Pikara

Ella representa la gestación de una esperanza que implica que quien hubiera sido esclava hoy pueda ejercer el poder, que quien limpió en una casa hoy gobierne para las que limpian y que apoya el aborto legal y la maternidad para que las mujeres decidan sobre su cuerpo y que su cuerpo deje de ser un estigma.

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Imagen de las redes sociales de Francia Márquez.

Francia Márquez nació, el 1 de diciembre de 1981, en el corregimiento de La Toma, municipio de Suárez, departamento del Cauca, en Colombia. Nació en el piso. Su madre, Gloria Mina, era partera y la parió en su casa, con su propio conocimiento y fuerza. Ella fue madre adolescente a los 16 años. Se crio con sus abuelos, Andrés Mina Viveros y Leonor López de Mina, entre 10 hermanos. Tiene 40 años. Ya es abuela. Francia Márquez fue electa el 19 de junio vicepresidenta de Colombia. También se parió desde el piso.

El 7 de agosto va a ser la primera vicepresidenta afro de Colombia. Es un signo más allá de su frontera, en América Latina, y un reflejo para la Europa que quiere retroceder a fuerza de racismo. Ella representa la gestación de una esperanza que implica que quien hubiera sido esclava hoy pueda ejercer el poder, que quien limpió en una casa hoy gobierne para las que limpian y que apoya el aborto legal y la maternidad para que las mujeres decidan sobre su cuerpo y que su cuerpo deje de ser un estigma.

Su lema de campaña es un himno del feminismo del goce con alma colectiva: “Vamos a vivir sabroso”. No se trata de cargar a Francia con más expectativas de las que ningún gobierno actual pueda cumplir cercenado por límites económicos, deudas y presiones externas, una derecha rancia a la que le arañaron el triunfo y un país con crimen organizado y que viene de una guerra paramilitarizada que la obligó a dar sus discursos de campaña con escudos por si intentaban matarla. Pedirle de más es tirarla a menos. Entender sus posibilidades es realzar su revolución posible que hace posible la esperanza de seguir estirando los límites de lo imposible.

La derecha vende nostalgia y no hay nostalgia posible para quienes sus ancestros fueron traídos de África con la misión de rascar el oro de América y embarcarlo a Europa. Lo que hay es futuro. Y esa es la mayor diferencia política de Francia, la nueva revolución francesa, que no quiere guillotinar, pero sí denunciar que el oro de los Versalles modernos se hace a pico y pala en sus territorios y con las manos callosas de un pueblo que cobra, pero que -hasta ahora- no gobierna.

Le decían “Piri” “Nola” o “Pirinola” (un juguete con forma de trompo escrito en los costados) porque era chiquita y juguetona. Fue empleada de servicio en Cali. Fue estudiante de Derecho y abogada. Fue desplazada por luchar contra las mineras en su tierra. Fue amenazada de muerte y tuvo que huir cuando le avisaron que había llegado la hora de un ajuste de cuentas.

“Mi mamá era cabeza de familia y yo crecí con mis abuelos maternos que me enseñaron a sembrar. Con mis primos, todos, vivíamos en una sola casa. La casa de mis abuelos maternos tenía dos árboles de mango, nos levantábamos y nos acostábamos comiendo mango”, relató sobre la dulzura vuelta pobreza como metáfora del castigo a la riqueza que selló a América Latina en un paraíso trágico. Y que ahora da sus frutos en semilla de Francia.

“Yo estaba embarazada de un hombre blanco mestizo, que me vio solo como un sujeto sexual, me embarazó y ¡chao, se fue!”, contó sobre su maternidad a solas y de casi niña. “Me enamoré para que me sacara de mi tierra, porque nos enseñaron que era feo vivir así, que allá no había opciones, ni progreso. Que la única manera de salir del atraso era conseguirse un hombre blanco, de ojos azules, que nos sacara a vivir. Que nos mejorara la raza. En mi inocencia me fui tras ese espejismo. Por eso, hoy valoro más mi transformación en la mujer empoderada y orgullosa de ser de mi tierra y de mi raza. Es un proceso de construcción colectiva de gente que siente el amor por esta berraca tierra”, confrontó.

Francia podría haber sido esclava y no ama y ahora no quiere ser ama sino que propone una política del amor. Rompe la idea de amo y esclavo que es la tensión principal de la política, pero, además, la rompe desde el sur. No es solo una cuota de diversidad o una persona que refleja la desigualdad histórica pero no la desigualdad presente. “Lo que le incomoda al presidente de la República es que una mujer que podría estar en su casa trabajando como empleada del servicio vaya a ser su vicepresidenta”, le contestó al (todavía) presidente Iván Duque, representante del uribismo que es una forma de hablar del poder encastrado en el poder del expresidente Álvaro Uribe.

Es una refugiada en su propia patria, una sobreviviente en un conflicto en donde la buscaron para asesinarla, una luchadora que no aceptó ponerse debajo de la sombrilla en la carrera a la presidencia, sino que buscó su lugar propio y con esa aspiración concilió en ser la fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro. Pero nadie logró hacerle sombra.

Es el gran fenómeno político de la política latinoamericana, porque también marca la agenda de Brasil donde las mujeres negras exigen su lugar y tira la soga del poder misógino con el que muchas izquierdas machistas quieren ahorcar proyectos de emancipación.

“Muchos dicen que no tengo experiencia y yo me preguntó ¿por qué la experiencia de ellos no nos permitió vivir en dignidad?, ¿por qué su experiencia nos ha tenido tantos años sometidos a la violencia que generó más de ocho millones de víctimas?”, interpeló.

Ante quienes creen que los reclamos populares son los que deben primar y no el feminismo que representa a una elite que tiene tiempo para demandas superfluas, Francia es el ejemplo de una construcción que confluyó desde los territorios, la academia, la cooperación feminista y que hoy tiene diferencias, pero no puertas cerradas.

No es que los patriarcas de la política de derecha e izquierda escucharon a las Francias. Las mujeres, sí. Ellos se pusieron primero en las listas y las dejaron como un cuadro pictórico al que debían besar en las elecciones y pedirle votos, pero no votar, ni ceder lugares. Francia no cedió y se presentó en la presidencia. Y fue votada y apoyada por fenómenos políticos como Estamos listas, una agrupación autónoma de construcción política feminista, surgida en Medellín.

Francia llegó a la vicepresidencia porque sacó casi 800.000 votos propios en la primera vuelta, en una interna del Pacto Histórico, con su movimiento Soy porque somos, en su propia carrera presidencial, y los sacó porque las mujeres dijeron que ella era el modelo y no un presidente que podía negociar con sectores evangélicos radicales para llegar al poder porque al poder siempre le pareció que el poder era más importante que las mujeres. Y muchas mujeres, a la vez, pueden aprender llegar también es parte de la construcción que necesita desplazar la dependencia de la autoridad.

No ganó Gustavo Petro, el electo presidente de Colombia y figura emblemática de la centroizquierda. Ganó Petro con Francia y gracias a Francia y con una Francia que generó un consenso mayor al de Petro y que lo ayudó a surfear escándalos, espionajes, bajezas y los rayones de la política que no son justificables, sino que la apuesta subía la vara con la candidatura de Francia Márquez.

“Le dije a Petro con honestidad: yo no soy una mujer de decoración de espacios. Soy una mujer que disputa, que lucha por oportunidades y transformaciones. Yo no estoy acá para que él diga que soy su vicepresidenta, a mí me costó mucho llegar aquí. Me costó demostrarle a este país que puede una mujer negra ocupar un cargo del Estado. Me costó lágrimas, trasnochos, violencia, racismo en las redes y en los medios. He sacrificado a mi familia, a mis hijos. Es un acumulado de luchas, para que hoy un hombre blanco le pida a una mujer negra que la acompañe. Eso represento. Años de luchas por parir la libertad, por parir la dignidad”, se plantó.

“La Colombia patriarcal, hegemónica, racista y clasista es la política que queremos transformar”, definió en el discurso del triunfo. Y subió un lema que se enlaza con el feminismo del goce: “Vamos a vivir sabroso”. Ahí nomás le cayeron que, entonces, era una apología a la vagancia. Ay, pero no. Sí es una advertencia: a los feminismos prejuiciosos, a rajatabla y a los que creen que luchar contra la violencia es puritano. Es entender la aspiración latina a la diversión como derecho y como deseo.

En 2014 en una llamada telefónica le dijeron que era hora de “ajustar cuentas”. “Esa noche salí corriendo de una reunión a buscar a mis hijos (Kevin y Adrián), pedimos un taxi, nos recogieron y salimos volados para Cali. En el camino yo solo pedía que nos hiciéramos invisibles”, relató.

Se salvó. Pero no se hizo invisible.

En 2018 Francia Márquez ganó el premio Goldman Environmental Prize, considerado el Nobel ambiental. Ella nació en la vereda Yolombo, del corregimiento de La Toma, en el municipio de Suárez, en el departamento de Cauca, donde la extracción minera hizo estragos. Los españoles llegaron en 1636 para implantar tres frentes mineros con esclavos de Congo, Malí y Nigeria.

A los 15 años Francia, la descendiente de esos esclavos, comenzó su activismo para salvar el río Ovejas y oponerse a la minería. Su apellido materno es Mina porque los Mina eran mineros en la colonia. Su apellido habla de un oficio y también de la defensa de la degradación de la identidad y la tierra. Mina es también la Francia que ganó. La que estaba destinada a desterrar la riqueza de América y ahora quiere desterrar el fracking de la injusticia para que el oro que reluce afuera no sea más la miseria que remata adentro.

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