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Feminismo radical para cambiar el mundo

Domingo 18 de noviembre de 2018

Pastora Filigrana 12-11-2018 CTXT

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Andrea Momoitio, Amanda Andrades, Justa Montero, Elizabeth Ngari, Carmen Castro, Sanjuana Martínez, Alejandra Naftal, Marina Sáenz, Clara Serra, Magda Bandera, Katerina Sergidou, Mª Ángeles Millán y Emilia Roig durante la mesa 7. de las I Jornadas Feministas de CTXT en Zaragoza. Maria Solanot

El feminismo está de moda. Se ha convertido en un movimiento de masas subversivo. Algo esperanzador en un momento donde la disidencia política está en horas bajas. Pero el capitalismo codicia todo lo que brilla y también quiere ser feminista. Ante el intento de apropiación de los discursos por parte del poder urge posicionar el (los) feminismo(s) como un pensamiento y una práctica emancipadora y no una identidad más que el sistema socioeconómico pueda utilizar. Los días 8 y 9 de noviembre se celebraron las jornadas feministas organizadas por CTXT en Zaragoza para hablar de cómo se puede cambiar el mundo desde el feminismo. Aquí van algunas reflexiones sobre tan crucial debate.

En el imaginario colectivo, el feminismo es una teoría política que defiende la igualdad entre hombres y mujeres en cuanto al acceso a los recursos. Sin duda alcanzar cuotas de mayor justicia distributiva para las mujeres es urgente y deseable. Datos como que la brecha salarial entre hombres y mujeres se sitúan en el 30%, que el 52% de mujeres solas con hijo está en riesgo de exclusión social en Andalucía, o que el 70% de la pobreza en el mundo es femenina lo confirman. Pero la pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿Es posible conseguir estos objetivos de redistribución de forma permanente y universal entre hombres y mujeres en un modelo de ordenación económica capitalista? La respuesta que damos desde un feminismo anticapitalista es un rotundo no. El orden económico precisa la desigualdad para subsistir y para eso necesita justificarla atribuyéndo una inferioridad natural a una parte de la población mundial, en este caso las mujeres.

Pongo un ejemplo. Recientemente me vi a mí misma frente a la Administración Pública exigiendo medidas para evitar los abusos laborales y sexuales de las trabajadoras inmigrantes de la fresa de Huelva. Hablé de cuestiones como un número de teléfono donde llamar en caso de abusos que estuviera al alcance de las trabajadoras y de más inspecciones de trabajo, y me dio vergüenza hacerlo por lo escaso de la reivindicación. Cuando la desprotección de estas trabajadoras es de tal magnitud, solo el hecho de poder levantar el teléfono para pedir auxilio, conocer este teléfono y que te atiendan en un idioma comprensible es algo vital. Pero la pregunta es: ¿podemos imaginar unas condiciones laborales dignas, seguridad para las trabajadoras y sostenibilidad ambiental en un modelo de sobre-explotación de la tierra y los seres humanos como es la fresa de Huelva? Ni con inspectores, ni mediadores, ni teléfonos, ni sentencias, ni formación en igualdad de género para los manijeros de las fincas lo podemos conseguir. La cuestión es sistémica, no organizativa. La respuesta a esta cuestión es un rotundo no. Sacar 300.000 toneladas de fresa en tres meses en 7.500 hectáreas y dar un beneficio de 454 millones de euros necesita una sobre-explotación de la tierra y los cuerpos de las trabajadoras, en este caso las trabajadoras con menor posibilidad de elección: mujeres, migrantes e hijas de la colonia.

El modelo económico necesita para su subsistencia la explotación de las mujeres más vulnerables y ninguna medida paliativa hará que esto sea diferente. Aunque gran parte de las luchas sean para conseguir estas medidas paliativas, el árbol no nos puede impedir ver el bosque.

Cuando abogamos por un feminismo de clase, antirracista y anticolonial nos referimos a esto. Mientras el modelo económico se base en la explotación del trabajo a cambio de renta las mujeres no podrán acceder a los recursos de forma permanente y universal; tampoco mientras el racismo siga siendo un factor de ordenación de las riquezas; o mientras una tercera parte de la población mundial viva a costa de expoliar las materias primas de otras dos terceras partes. El feminismo cuestiona la raíz del problema, de ahí su radicalidad. El feminismo o es de clase, antirracista y anticolonial o no es.

Para que el feminismo alcance su objetivo y podamos definir un nuevo paradigma económico y social donde el acceso a los recursos de las mujeres esté garantizado es imprescindible convencer a mucha gente de esta necesidad. Hay que conseguir dos cosas. Primero: desmontar la creencia de la inferioridad natural de las mujeres con la que justifica el discurso dominante estas desigualdades. Para este fin son indispensables las luchas por el reconocimiento. Y segundo: Organizar las lucha comunes en torno a los malestares concretos y dirigir la acción contra las causas que lo originan. Posiblemente no haya un sujeto unívoco para cada una de estas luchas. Cada una será diferente dependiendo de los cuerpos y el lugar desde donde se viven los malestares. El sujeto del feminismo será múltiple, con muchas cabezas y alianzas. El sujeto del feminismo lo definirán las prácticas reales de las que luchan por un mundo donde el acceso a la vida digna no esté condicionado por nada, tampoco por el género.

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