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Feminismo, economía y democracia: el caso griego

Jueves 15 de noviembre de 2018

Reflexiones sobre una ausencia

Katerina Sergidou 08-11-2018 CTXT

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Imagen de la plaza Syntagma en Atenas, durante una de las protestas contra las políticas de austeridad. H.A.A

Participar en un congreso sobre feminismo en el Estado Español como son las jornadas feministas que organizan CTXT y el ayuntamiento de Zaragoza y tener la oportunidad de compartir ideas con todas esas maravillosas luchadoras que han participado en lo que yo llamaría momentos contemporáneos de hegemonía feminista, me parece ilusionante.

Para la generación griega y feminista más joven el movimiento feminista español es un referente, más bien diría que para nosotras es una imagen de un futuro muy lejano y no son pocas las veces que nos hemos preguntado cuál sería el manual de instrucciones para construir un movimiento tan fuerte y eficaz como el español.

El laboratorio político y cultural del Estado Español, País Vasco y Catalunya, con sus diferentes variantes, ha logrado transformar la idea de “qué es lo político” hoy en día en los países del sur y en el mundo entero y, en gran parte, el papel de los movimientos feministas. Esos famosos gritos de “Yo te creo Hermana” y “Ni una menos” han puesto sobre la mesa la idea de que ya no estamos solas, de que hay una experiencia femenina que tenemos que escuchar, y ha reforzado el viejo lema “lo personal es político”. Esa experiencia está llegando a Grecia también, aunque el debate y el nivel de organización no están a la altura del caso español. Es decir, que el feminismo griego en gran parte no se considera un sistema de pensamiento y una metodología política completa sino un espacio de mujeres que tienen demandas muy específicas, secundarias. Así se explica el hecho de que no existan economistas feministas y que las lecturas de Silvia Federici se interpreten de una manera bastante estrecha. Las demandas feministas están registradas en la gran categoría de las luchas sobre los derechos y la lucha para la igualdad.

Tengo la fortuna de participar en las jornadas feministas y a la vez, la desgracia de compartir una historia de ausencia, un antiparadigma como diríamos en griego. De esa experiencia surge la idea de hablar de esa relación entre feminismo y democracia.

El caso griego

El feminismo en Grecia tiene una larga historia aunque no siempre coincide con lo que llamamos luchas femeninas. Es decir, que la participación de miles de mujeres en la guerra civil, los movimientos contra la dictadura y recientemente en las luchas contra los memorandums de la UE no se registran en el colectivo imaginario como luchas feministas ni femeninas, aunque, claramente tienen ese aspecto.

Los movimientos feministas, aunque a nivel organizativo eran en gran parte autónomos, siempre estaban en la sombra de los movimientos obreros –movimientos muy fuertes– y la izquierda más tradicional. En este contexto, en los mejores de los casos, sus reivindicaciones casi siempre tenían una importancia secundaria.

El famoso divorcio entre el feminismo y el marxismo en Grecia tuvo como consecuencia un aislamiento del feminismo, o su desarrollo en los ámbitos académicos, aunque desde los años ochenta y los noventa hasta hoy hay momentos en los que todos los movimientos se encuentran en la calle.

Entre todas esas experiencias, tiene un interés especial la experiencia del gobierno de Syriza, que es también una historia de ausencia de democracia. El gobierno era fruto de un movimiento muy fuerte contra los memorándums, que surge del movimiento de los indignados y se desarrolla entre 2012 y 2014. No es exagerado decir que la derrota del gobierno de izquierdas y la firma del memorándum el verano de 2015, justo después del referéndum del OXI, se podría haber evitado si otro plan económico, una economía feminista y ecofeminista, que hubiera puesto las necesidades de la gran mayoría y la protección de la naturaleza por encima de los intereses de los bancos y las exigencias de la troika, se hubiera aplicado.

Han sido muchos los debates de ese famoso Plan B que, en mi opinión, podría incluir un plan de reorganización completa de la vida, que tendría en cuenta la situación del trabajo femenino remunerado y no remunerado en todos los aspectos de vida. Una economía dentro de la cual el cuidado de personas y los hogares no se considere una cuestión privada, una “cosa que lo resolveremos en el futuro”. Pero, en vez de incluir a mujeres en las primeras filas del primer Gobierno de Syriza, de insistir en un proceso democrático que fuera más allá de un debate sobre la protección de la eurozona o el coste presupuestario, el gobierno de Syriza insistió desde el primer momento en esa idea que “todavía no es hora de pedir mucho, primero hay que resolver los temas grandes, la ΕCONOMÍA con mayúsculas”. Y es aquella depreciación de la democracia dentro y fuera del partido la que revela la sujeción de esas políticas a una cultura antidemocrática, machista y contra al medio ambiente.

¿De qué otra manera podríamos explicar por qué las limpiadoras, que han sido un símbolo de la lucha contra el gobierno de la derecha, ahora sufren persecución penal, ο por qué mujeres, niños y hombres viven en condiciones inhumanas en los campamentos de refugiados? Evidentemente, ya que existe una relación dinámica entre los ámbitos productivos-reproductivos, las consecuencias de estas políticas sobre la vida de las mujeres en Grecia han sido tremendas, y los niveles de pobreza y desempleo son impresionantes.

Claramente esa prioridad de aplicar las medidas económicas acordadas entre la troika y el gobierno no dejó espacio para pensar, planear y aplicar, democráticamente, una manera diferente de vivir y hacer política. No se cuestionó, en lo más mínimo, el modelo económico convencional y la cultura capitalista y patriarcal y, lo más grave, las mujeres que lucharon y participaron en las luchas contra los desahucios, los memorándums, por los salarios igualitarios, etc., no participaron realmente en el planteamiento de una salida real de la crisis, o sea, no se cuestionó la hegemonía de un sistema neoliberal aunque los movimientos lograron elegir un gobierno “suyo”. Es inevitable pensar que la cuestión de la democracia en la experiencia griega es de la mayor importancia, la gran pregunta es cómo podemos cambiar radicalmente el modelo dominante de un ciudadano sujeto de derechos y poner el centro la vida social y los cuidados.

Αfortunadamente, los movimientos feministas durante los últimos años en Grecia han empezado a construir espacios, culturas y políticas que no se pueden ignorar. Una nueva generación de mujeres jóvenes está empezando a cuestionar la cultura machista y poco a poco va cambiando el equilibrio. El primer paso es visibilizar más los movimientos y sus demandas, y ese primer paso incluye, también, la premisa de que ningún cambio es posible sin el feminismo, y que los planes democráticos o serán feministas o no serán. Nos toca a nosotras en Grecia reflexionar sobre la experiencia griega, poner lo vivido en el centro y empezar a ver el mundo desde nuestros ojos. Es hora a mirar la situación política desde nuestra posición como mujeres, feministas y seres políticos.


Katerina Sergidou es investigadora de historia cultural y antropología feminista.

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