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Exposición de Niki De Saint Phalle

Miércoles 4 de marzo de 2015

Una muestra repasa la obra de la pintora, escultora y cineasta franconorteamericana Niki De Saint Phalle, la primera mujer que se impuso en el espacio público

FOTOGALERÍA Arte a tiros

Ángela Molina 25-02-2015 El País

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Niki de Saint Phalle apuntando’.

La historia del arte del siglo XX es en sí un sanguinario muestrario de técnicas para asesinar la pintura, pero ninguna ha sido tan literal como la de carabina en mano de Niki de Saint Phalle. Es cierto que Joan Miró dio el disparo de salida, pero su crimen fue contra la tradición y la técnica y, además, lo hizo en defensa propia: el mundo le estaba atacando a él. Con las salpicaduras de Jackson Pollock, la pintura tuvo su momento más gore, con permiso de los accionistas vieneses. Después llegaron los delincuentes de guante blanco (Kenneth Noland, Morris Louis, Clyfford Still) con su abstracción idealista. Oldenburg fue un asesino en serie, sus “pinturas” fueron sumamente populares, con sus hamburguesas y tartas de queso que chorreaban esmalte. En ‘Drip Music’ (Goteo musical), George Brecht se valió de una partitura como experiencia acústica y visual pero también como agradable tortura. Richard Serra prefirió volver a los métodos tradicionales del pugilato: lanzar plomo fundido contra los rincones de su estudio era la manera más eficaz de dañar las partes vitales del arte. Y así, desde las formas distorsionadas de Miró a la violencia eruptiva de los expresionistas y los eventos fluxus,las resonantes secuencias de imágenes de la pintura asesinada/liberada aparecen como genes en la obra de la franconorteamericana Niki de Saint Phalle.

A principios de los años sesenta, la pintora, escultora, cineasta y exmodelo Catherine Marie Agnes Fal de Saint Phalle (Neuilly-sur-Seine, 1930-San Diego, 2002), más conocida como Niki de Saint Phalle, comenzó a organizar en su estudio sesiones de tiro (tirs), donde establecía una conexión extraordinariamente realista entre pintura, violencia y guerra. Con un fusil del calibre 22, disparó contra globos de pintura que colgaban de sus telas y assemblages, consiguiendo así que los pigmentos se esparcieran, derramaran y filtraran a través del tejido. “Me fascinaba observar cómo sangraba y gritaba la pintura (…) Había matado a la pintura. Una guerra sin víctimas”. En aquellos happenings colaboraban también sus amigos, muchos eran artistas, como Jasper Johns o Robert Rauschenberg. Las obras se expusieron por primera vez en la Galería J de París. Poco tiempo después, la artista declaró: “La pintura era la víctima, pero ¿a quién representaba esa pintura? ¿A mi padre? ¿A todos los hombres? ¿A los hombres bajos? ¿A los altos o a los gordos? ¿O acaso me representaba a mí misma? Quizás sí, me disparaba a mí misma, pero también a una sociedad plagada de injusticias. Al disparar contra mi propia violencia dejé de sentirla como una carga interior”. Aquellas pinturas-disparo hablaban de una integración completa del arte con la vida que, además, estaba en consonancia con lo que sería la fuerza ideológica y estética del arte feminista de los años sesenta, época en la que sobresalieron los trabajos de una plétora de autoras de gran aliento y singularidad, como Eva Hesse, Lygia Clark, Nancy Spero o Trisha Brown.

Niki de Saint Phalle se hizo mundialmente conocida sobre todo por sus esculturas al aire libre de mujeres grandes y atléticas, las Nanas, autorretratos fantaseados de la mujer contemporánea como hija, esposa, madre, guerrera, bruja y diosa. También se la suele recordar como esposa del escultor suizo Jean Tinguely, con quien integró el colectivo Nouveau Réalisme, junto a, entre otros, Pierre Restany, Christo, Raymond Hains, Daniel Spoerri, Yves Klein y Jacques de la Villeglé. Los nuevos realistas eran muy dados a expresiones plásticas de gran envergadura y potencia en plazas o instituciones, como la gigantesca escultura cinética La Vittoria, que Tinguely instaló frente a la catedral de Milán, una falla fálica que eyectaba fuegos artificiales, toda una provocación al punto más alto del Duomo coronado por La Madonnina. Entre aquel grupo de machos, Niki de Saint Phalle fue la primera mujer que se impuso en el espacio público. Son conocidas sus fuentes, parques infantiles, jardines esotéricos y esculturas habitables, la más radical, Hon (“ella”, en sueco), la construyó en 1966 para el Moderna Museet de Estocolmo. Se trataba de una enorme figura femenina tumbada en el suelo con las piernas abiertas; el público accedía a su interior a través de la vagina y paseaba por los diferentes órganos; pulmones, corazón y estómago eran estancias donde tomar una copa de vino o ver una película. Había un acuario y hasta un nido de amor. Con Niki de Saint Phalle, el cuerpo de la mujer dejó de ser amenazante y oscuro para convertirse en lugar de goce.

Con la retrospectiva que presenta el Guggenheim Bilbao, el visitante estará condicionado para ver a una artista diferente, más allá de la “marca” por la que se metió en el bolsillo al público norteamericano, aquellas mujeres con el vientre abultado que comenzó a crear en 1964, primero con hilos de hierro y papier collé y más tarde con poliéster. Fue precisamente ese material lo que le provocó una fuerte intoxicación en sus ya delicados pulmones y de la que nunca logró recuperarse. La artista se instaló en California en busca de un clima seco que protegiera sus bronquios. Murió a los 71 años. Las Nanas, tan saludables y coloridas, finalmente la habían asesinado a ella. Con todo, Niki de Saint Phalle nunca desconfió ante la rápida aceptación visual de sus obras, su matriarcado ficticio le sirvió de contrapunto idealizado de una infancia arrebatada por un padre al que amó y odió, y por una madre castradora.

Entre los 200 trabajos seleccionados llaman especialmente la atención las telas de la primera época, donde se ve la influencia de la obra de Pollock, Dubuffet y Gaudí, en especial el Parque Güell, que la artista visitó por primera vez en 1955. De 1958 es la pintura que abre el recorrido: Niki de Saint Phalle se autorrepresenta imponente y rota a la vez, con un vestido hecho con guijarros, granos de café y fragmentos de vajilla (trencadís). El recorrido continúa por sus dibujos de tono infantil, ensamblajes, grabados, películas (en Daddy, 1970, expone claramente el abuso sexual cometido por su padre y la dinámica de poderes entre sexos) y estudios para sus esculturas públicas. El conjunto es admirable porque rescata todo el mundo interior de una diosa guerrera que cargó incansablemente contra la religión, la sociedad patriarcal y la discriminación racial. “Una mujer en un mundo de hombres es como un negro en un mundo de blancos”, solía decir. “Tienen derecho a negarse, a rebelarse. La bandera ensangrentada está en lo alto”.

Niki de Saint Phalle. Museo Guggenheim Bilbao. Abandoibarra, s/n. Hasta el 11 de junio. Comisarios: Camille Morineau y Álvaro Rodríguez Fominaya. Organizada con el Grand Palais y la Niki Charitable Art Foundation.

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