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¿Está tan lejos el papa Francisco de la extrema derecha?

Sábado 10 de octubre de 2020

En las cuestiones relacionadas con el control de la capacidad reproductiva de las mujeres por parte de la Iglesia católica, el pontífice no se ha movido ni un milímetro del ultra Benedicto XVI o de Juan Pablo II

Nuria Alabao 8/10/2020 CTXT

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Despedida del papa Francisco en su visita a México en 2016. Presidencia de la república mexicana / Flickr

Llevamos varios días oyendo alabanzas al papa Francisco por su última encíclica de contenido fuertemente social. Fratelli tutti ha cautivado a la progresía de todas las naciones. ¡Por fin, un papa de los nuestros!, se dicen. ¡Es comunista!, se ha llegado a oír.

Y sí, el texto –larguísimo– es una buena muestra de un pensamiento más cercano a lo que imaginamos que diría Cristo de haber vivido en estos tiempos: una interpretación en clave humanista de la pandemia y de los males de la globalización neoliberal, el consumismo, la especulación financiera, la mercantilización, la guerra… Una alerta sobre el maltrato a los migrantes e incluso una crítica de la propiedad privada cuando no sirve a un fin social, también a lo que llama “populismo irresponsable” y a los “nacionalismos cerrados, resentidos y agresivos”.

Vale, podemos estar contentas de que su encíclica no sea tan carcunda como las de sus predecesores, es un avance sí, o lo menos malo: un papa progresista en una de las instituciones más reaccionarias del mundo.

Ahora bien, por mucho que se interprete este texto como un golpe a las extremas derechas, ¿está tan lejos este pontífice de sus posiciones? Pues en lo que respecta a su principal ámbito de influencia, las cuestiones de género, no. Es decir, en relación a aquello que atañe al intento de control secular de la capacidad reproductiva de las mujeres por parte de la Iglesia católica, Francisco no se ha movido ni un milímetro del ultra Benedicto XVI o de Juan Pablo II. Así, el actual pontífice dice que estas cuestiones no están sujetas a reformas o “modernizaciones”.

Ya es mala suerte que en lo único que se muestra inamovible sea justo en lo que la Iglesia tiene poder real para cambiar las cosas, porque seamos sinceros, ¿se va a poner la iglesia española a repartir las propiedades que ha estado registrando a su nombre o va a empezar a pagar el IBI, de pronto, gracias al llamado papal a la generosidad?, ¿ha empezado el Vaticano a acoger a refugiados de forma masiva? Su ámbito es otro. De hecho, la historia y el devenir de Europa y de Latinoamérica han estado muy marcados por las ideas de la Iglesia hasta el punto de que la situación actual de las mujeres resulta incomprensible si desligamos las formas de dominación masculina de los avatares de la ortodoxia cristiana.

"El papa progre ya se oponía, antes de ser líder espiritual de los católicos, a la interrupción del embarazo, incluso en casos de violación"

Si la jerarquía eclesial se moviese un poco en estos temas que sí ‘le competen’, si escuchase a las teólogas feministas, si escuchase de hecho a los católicos en buena parte del mundo, la Iglesia dejaría de ser el principal freno existente hoy a los derechos de las mujeres –como el del aborto– y de las personas LGTBI –fundamentalmente el matrimonio homosexual y los derechos trans–. Miles de mujeres mueren y millones sufren lesiones graves cada año por abortos inseguros realizados en países donde interrumpir el embarazo está penalizado, muchas veces aunque peligre su propia vida.

Pero el papa progre ya se oponía, antes de ser líder espiritual de los católicos, a la interrupción del embarazo, incluso en casos de violación, también de una menor. Hoy dice sobre el aborto terapéutico que “es como contratar a un sicario”. El pontífice –infalible según la doctrina de la Iglesia– sigue oponiéndose a los anticonceptivos, aconseja llevar a los niños homosexuales al psicólogo y cree que “toda persona tiene derecho a tener un padre y una madre, venga como venga”.

Por tanto, en las cuestiones de género, el papa se alinea completamente con las posiciones de las extremas derechas más reaccionarias del planeta. Se alinea, las alienta y les da apoyo político público. Y no solo es una cuestión de negación de derechos, o reconocimiento estatal, deslegitimar la homosexualidad o las vidas trans implica que se alienta la violencia que muchas personas LGTBI sufren tanto en Europa como en el resto del mundo. Hoy sabemos que el ascenso de los postfascismos ha hecho crecer las agresiones y los delitos de odio.

Precisamente, el marco de género en el que se mueven las extremas derechas más reaccionarias ha sido fijado por la Iglesia católica, tanto en sus contenidos específicos como por el diseño de exitosos conceptos como el de “ideología de género”. Esta terminología surgió del Vaticano a principios de los 2000 precisamente como reacción al impulso que se estaba dando a los derechos reproductivos de las mujeres a nivel internacional.

El concepto se proponía como una defensa del “orden divino”, el “natural”, contra la afirmación de que los roles y normas de género son construidos socialmente. Es decir, afirma que, frente a las demandas feministas de mayor autonomía para las mujeres, sobre sus vidas, sus cuerpos y la reproducción, la última palabra la tendría la Iglesia, y no las propias mujeres. “Ideología de género” es ampliamente usado hoy por la extrema derecha –los líderes de Vox no se lo sacan de la boca– y por el catolicismo más ultra para oponerse a un amplio rango de derechos: aborto, ley de identidad de género o de violencia, educación sexo-afectiva en las escuelas, derechos trans, matrimonio igualitario, etc. (Aquí todavía nos acordamos de las grandes marchas convocadas contra las reformas legislativas de Zapatero en el ciclo de protesta neocon del 2003-2011, alentadas por la Conferencia Episcopal.) Esta terminología se ha demostrado muy útil pues para generar un frente unido de batalla que incluye a actores diversos en todo el mundo: partidos ultra, movimientos ciudadanos laicos o religiosos, lobbies políticos e iglesias –grupos y movimientos que son bastante diversos entre sí–. Hoy Francisco sigue diciendo que “la ideología de género” –las demandas feministas– “es un paso atrás para la humanidad”. Ni más ni menos.

Como vemos una y otra vez, el apoyo de la Iglesia en estas cuestiones –a diferencia de su doctrina social que es “mera recomendación”– es plenamente político y genera potentes alianzas. Así, la jerarquía católica ha movilizado a sus bases y se ha alineado con la reacción que en Latinoamérica y Europa del Este impide avanzar en derechos como el aborto –por nombrar una de las luchas que ha estado más viva en los últimos tiempos–. En lugares donde las marchas feministas o LGTBI aglutinan a la oposición a regímenes autoritarios, el papa Francisco se ha aliado con la reacción. Como ejemplo, su apoyo explícito a las marchas ultras “por la familia” en Polonia, donde los obispos convocantes sostienen a la extrema derecha en el poder. En buena parte de Europa, la ultraderecha esgrime un crucifijo como identidad.

"Cuando el pontífice habla de “colonización cultural” en la encíclica está ofreciendo una herramienta más a las extremas derechas nacionalistas"

De ahí su defensa de la “identidad de los pueblos”. Cuando el pontífice habla de “colonización cultural” en la propia encíclica, no tenemos que olvidar que está ofreciendo una herramienta más a las extremas derechas nacionalistas –esas que supuestamente critica–. Su retórica de los “poderes económicos transnacionales” que están detrás de la disolución de las “identidades de los pueblos” está destinada a vincular los avances sociales en cuestiones de género con una pérdida de soberanía. Precisamente, la “ideología de género” ha sido definida por el papa Francisco como un tipo de “colonización ideológica” promovida por instituciones que financian su penetración a nivel mundial. Este es el punto de unión del nacionalismo y las cuestiones de género para las extremas derechas de posiciones más reaccionarias. En lugares como Polonia, Hungría o Rusia se acusa a los que promueven los derechos de las mujeres/LGTBI de servir a intereses foráneos –por culpa de Soros o los lobbies internacionales feministas o gays–; de traicionar a sus propias tradiciones, es decir, a sus naciones. El pontífice les proporciona munición sancionada por Dios.

Por tanto, si el papa realmente quiere desmarcarse de las extremas derechas, debería preguntar a la mayoría de católicos europeos que, según las encuestas, están muy lejanos de las posiciones de la Iglesia sobre el género: a favor del aborto y el matrimonio igualitario, los anticonceptivos, etc. y en contra del papel tradicional que se asigna a la mujer en los hogares. La práctica religiosa sigue disminuyendo en todas partes, en parte debido a esta lejanía de los creyentes de una jerarquía anclada en posiciones de siglos pasados. Además, los y las católicas de la teología de la liberación siguen pidiendo cambios urgentes en las cuestiones que tienen que ver con la sexualidad y el género, que se termine el inútil celibato de los sacerdotes y que las mujeres puedan ser ordenadas. Francisco, el papa pobre, haría mejor en moverse con la sociedad y dejar de dar argumentos y movilizarse políticamente en apoyo de las posiciones antifeministas de ultraderecha que buscan el control sobre el cuerpo de las mujeres. Claro que ¿qué sería de la Iglesia sin esa función?

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