Viernes 16 de mayo de 2025
Cristina Fallarás, Periodista y escritora 14/05/2025 Público
El lugar donde los medios de comunicación sitúan las noticias mide la importancia social de lo que relatan. La forma en la que están contadas, también. En el caso de la red de pederastia de Barcelona, se habla de unas 25 víctimas menores, de entre 12 y 17 años; 16 detenidos de un total de 30 pederastas participantes; más de 12.000 archivos de pornografía infantil, más de mil vídeos y unas 10.000 fotografías con el mismo tipo de contenido. Es decir, que bien podría haberse convertido en un escándalo nacional, más cuando la principal víctima, una cría de 12 años prostituida y filmada, estaba bajo tutela de la Generalitat de Catalunya. Podría —o debería— estar abriendo las ediciones de los periódicos y los informativos audiovisuales. Sin embargo, vemos cómo queda relegado a un tercer o cuarto lugar en la jerarquía informativa, por detrás de los asuntos relativos a la política parlamentaria y el raca-raca de los partidos políticos.
El lugar donde los medios de comunicación colocan cada información modifica y modela nuestra percepción, la importancia que la sociedad le otorga, y perfila qué violencias son relevantes, cuáles no lo parecen y, sobre todo, dónde se encuentra nuestro eje de tolerancia como sociedad. El caso de la red de pederastia de Barcelona me parece un ejemplo palmario de lo que sucede con la violencia sexual contra la infancia.
Para empezar, la forma. Se ha establecido un paralelismo francamente indeseable entre este caso y el llamado Caso Pelicot, que sí se convirtió en un escándalo nacional e internacional. Llegan a llamar “Pelicot catalán” al hombre que contactó con una niña de 12 años y la ofreció a otros pederastas para que la violaran mientras él lo grababa en vídeo y fotografiaba. Uno y otro tienen en común la existencia de un varón que ofrece a otros la posibilidad de violar. Punto. En el caso de Barcelona, no se trata de una adulta si no de una niña; no está inconsciente sino que las violaciones se producen con la menor perfectamente consciente; la niña se encontraba entonces en situación de vulnerabilidad extrema, bajo tutela de la Direcció General d’Atenció a la Infància i l’Adolescència (DGAIA) del Govern catalán y sufriendo acoso escolar en el instituto. No es inocente el hecho de establecer ese paralelismo, esa especie de espejo. Lo que consigue es que veamos a la niña como una adulta, como una nueva Gisèle, algo que borra la esencia del hecho: era una niña. Estamos hablando de la infancia.
Para continuar, además de la manera de tratarlo, tenemos un problema evidente en la importancia que le damos al caso. No se ha convertido en el escándalo nacional que debería suponer porque los medios de comunicación no lo han situado en el espacio que debería ocupar. Y esto tiene que ver con nuestra costumbre de ocultar, de no tratar la violencia sexual contra la infancia. En la mayoría de los testimonios que recibo sobre violencia sexual, y ya van muchos miles, las mujeres relatan agresiones sexuales sufridas en su infancia y adolescencia, desde luego antes de los 16 años. Entre ellas, y en esto coincide con los análisis oficiales, la inmensa mayoría se produce dentro del ámbito familiar.
Si ya nos cuesta aceptar la violencia sexual por parte de un compañero o amigo, imaginemos lo que supone admitirla en el caso de un hijo, padre, abuelo, hermano o tío. A esta reticencia, habría que añadir el hecho de que la víctima sea una niña y ya tendríamos el cóctel perfecto para un silencio que se acaba convirtiendo, por permanente, en tolerancia. Las mujeres hemos empezado a relatar las violencias sexuales que vivimos. En la mayoría de los casos, nos remontamos a los ocho, diez, doce años para situar la primera vez que recordamos haber sufrido algún tipo de violencia sexual, sea el que sea. Eso marca nuestra existencia entera, genera una herida que se pudre en el silencio y permanece. Sería deseable, como ha sucedido con la violencia de género en adultas, que los medios de comunicación empecemos a mostrar la violencia sexual contra las niñas y los niños. Y que le demos la importancia que merece.