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Esclavitud contemporánea en el trabajo del hogar interno, ¿podemos acabar con ella?

Lunes 11 de abril de 2022

Servirte de la vulnerabilidad de las otras para que asuman el trabajo que no queremos hacer, fuera de lo legítimo, fuera del Estatuto de los Trabajadores, es normalizar el secuestro de otras personas para sostener nuestro chiringuito.

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Campaña por la abolición del régimen de interna. Acción de Emakume.

Luisa Fuentes Guaza / Maria Juncay 7 ABR 2022 El Salto

Llama la atención que en nuestro contexto democrático se sigan normalizando situaciones de neoesclavitud que siguen sucediendo en muchos hogares. Es cierto que no es, directamente, por nuestra falta de responsabilidad individual, sino que responde a un mal apaño, a la ausencia de unas estructuras públicas de cuidados que asuman la realidad de cada familia. Aun así, a pesar de las condiciones deficitarias para sostener a las personas dependientes en éste patersistema, robar el proyecto vital a otra persona, someterla a un régimen extractivista de sus fuerzas y energías, es esclavismo. Servirte de la vulnerabilidad de las otras para que asuman el trabajo que no queremos hacer, fuera de lo legítimo, fuera del Estatuto de los Trabajadores, es normalizar el secuestro de otras personas para sostener nuestro chiringuito.

Sabemos que nuestras posibilidades están apretadas por no tener dinero propio suficiente, unas jornadas de trabajo asfixiantes, precarizadas, uberizadas y subalternizadas a la cultura macho-salarial donde todo lo que es “cuidar” está fuera de sus lógicas y de su reconocimiento. También por la falta de una cultura de co-responsabilidad social integrada, ya en nuestras profundidades inconscientes, por la que las personas dependientes que necesitan ser cuidadas lo son desde sus círculos de proximidad, donde el sostén de esas personas es distribuido, pero (¡importante!), fuera de las asignaciones de género. Fuera de colocar ese cuidado de manera obligatoria en las mujeres de las unidades familiares consanguíneas. Hablamos de la ausencia de una cultura de co-responsabilidad-social de cuidados en interdependencia, sólida, que haya trascendido la obligatoriedad de cuidar de todos, de todo, por parte de las mujeres. Sobre todo en los centros urbanitas donde cae más fuertemente esa ficción individualista de no necesitar una trama social que nos sostenga.

Entonces, se sigue reproduciendo un formato blanco-esclavista que viene directamente de la perversa herencia del secuestro de personas procedentes de África durante la colonia en Abya Yala para esclavizarlas en las plantaciones. Lo que hoy llamamos “trabajo del hogar interno”. Sobre esto trabaja activamente el colectivo Emakume Migratu Feministak-Sociosanitarias (Mujeres Migradas Feministas. Cuidadoras Sociosanitarias) el cual presentó el pasado 30 de marzo, frente a la Diputación Foral de Bizkaia, sus demandas en las que incluye la “Abolición del empleo del hogar interno”, denunciando que supone un formato de explotación similar a los tiempos esclavistas. Colectivo que arrancó en marzo de 2020, durante el confinamiento, desde el impulso de la activista feminista antirracista y trabajadora de cuidados sociosanitarios de personas mayores dependientes, Mary Juncay.

Ahora las maneras son otras, donde no hay látigos, pero sí el robo del proyecto vital propio de la persona que asume tal explotación por unas coordenadas ajenas a ellas, al tener que migrar de su contexto de origen por unas violencias económicas, psicofísicas y estructurales paralizantes, en busca de un contexto donde poder visualizar salidas. Tanto para ella como para sus unidades familiares de origen. Como solución, aquí en nuestro Estado-Español buenista, se las secuestra para que asuma una carga de trabajo que ninguna española quiere para sí misma ni para sus hijas.

No podemos hablar de feminismos, sin incluirnos a todas. No es viable que una mujer que deviene de un contexto machacado por este paterblancosistema extractivista tenga que asumir jornadas laborales de 60 a 80 horas semanales con unos salarios mínimos, sin derecho al descanso, ni a la salud laboral, ni paro. Sin posibilidad de poder desarrollar su propio proyecto vital de manera autónoma, ya que no vivimos para trabajar, trabajamos como parte de la trama que sostienen nuestro proyecto vital. Tener las condiciones para poder desarrollar el proyecto vital, en toda su compleja dimensión —cultural, social, intelectual, política, psicoafectiva, afectivo-sexual, familiar, espiritual— está por encima del derecho a un trabajo digno. La integridad física y psicológica, la posibilidad de poder desarrollar un tránsito amable y cuidadoso de cada vida, está por encima de la cultura macho-salarial.

Igual todas las que nos llamamos feministas tendríamos que acordar un nuevo pacto social feminista donde quede fuera que se puedan expropiar cuerpos, sus vidas, sus desarrollos vitales para sostener los nuestros. Igual habría que eliminar esta normalización que viene directamente de los residuos tóxicos que nos quedan de la blanco-colonia. Nuestra vida no puede pasar por secuestra la vida de nadie, y nosotras las mujeres, no podemos ser la aliadas de las miserias del patercapitalismo. Es cierto que esto no lo hemos inventado nosotras, sí, ni esto es el resultado de nuestras decisiones, está claro, pero ahora nos toca actualizar el software social, y desarmar tal situación de esclavitud contemporánea. Las luchas feministas empiezan por sacar éste régimen pre-político de los hogares, como también denuncia la abogada peruana, Bettina Valdez, en su valiosa publicación Revelando el secreto. Relaciones de género entre empleadoras y trabajadoras del hogar cama adentro (2018).

Es bastante alarmante que tengamos toda una trama normativa para proteger los vínculos entre las maestras cuidadoras de los bebés en las escuela de 0 a 3 años, donde hay una legislación para proteger a todas las partes reconociendo la vulnerabilidad de los cuerpos que necesitan ser cuidados, y no haya ninguna legislación específica sobre el vínculo que se genera entre las trabajadores de cuidados en formato interno y los bebés, niñas y niños que los sostienen muchísimas horas más que una maestra. No se reconoce la trama psicoafectiva que se genera entre el cuerpo cuidado y la cuidadora como parte de la jerarquización que hace este patersistema de unas tramas sobre otras. Sí, a todo lo que tenga que ver con la acumulación de capital (como las guarderías de 0 a 3 para que trabajen en mal llamados términos “productivos” las madres y padres) pero legislar y proteger las tramas psicoafectivas que hacen posible que la vida de los cuerpos necesitados de esos cuerpos cuidadores, esa trama no. Además se la etiqueta como prescindible, cuando sólo hay que indagar un poco en toda la psicología y psiquiatría perinatal para ser consciente de lo que se mueve en la primera infancia.

Juncay, en un seminario que compartimos el pasado 29 de marzo titulado ¿Es posible la lucha común de los trabajos maternos y trabajos de cuidados en el hogar? comentaba: “Me siento muy orgullosa porque el pasado 13 y 14 de noviembre de 2021 se celebró el encuentro de la Federación Internacional de Trabajadoras/es del Hogar (FITH) International Domestic Worker Federation donde nos reunimos 32 organizaciones de trabajadoras del hogar en Sevilla. Unidas bajo el lema: Fortaleciendo nuestras voces y organizaciones desde el Sur de Europa, para transformar la realidad desde la raíz. Las demandas de nuestro colectivo, Emakume Migratu Feministak-Sociosanitarias (Mujeres Migradas Feministas. Cuidadoras Sociosanitarias) se han incorporado en la agenda nacional. 32 colectivos liderados por mujeres racializadas y migradas hemos armando una agenda común. Hemos logrado que se incluyan dos de nuestras demandas principales (1) La abolición del trabajo del hogar interno y (2) la diferenciación del trabajo de cuidados a personas mayores en situación de dependencia que salga de la ley del empleo del hogar y que se cree una ley específica. Nosotras no queremos victimizarnos, estamos aquí para desarrollar un trabajo en condiciones dignas, exigimos derechos justos para nuestro trabajo. El resultado de nuestras luchas, puede que no nos llegue a nosotras, pero sí a nuestras hijas, a nuestras nietas”.

Toca también pensar en todo un paquete de acciones para que las mujeres migradas no se vean abocadas a tener que aceptar este formato de trabajo neoesclavista como única salida posible. Estrategias que ya han puesto sobre la mesa Juncay y sus compañeras, tales como, la creación de una bolsa de viviendas para mujeres en estas situaciones de urgencia social, ya que la falta de un hogar propio es una de las patas de tal reproducción esclavista. La urgente agilización de la Ley de Extranjería, porque los largos tiempos burocráticos favorecen tales secuestros vitales, junto al cambio radical en la Ley de Dependencia para que deje de ser una legislación que ayuda a esconder las vergüenzas del paterestado y posibilita tal extractivismo sobre los cuerpos de las mujeres migradas que asumen los trabajos de cuidados internos.

“Recordemos que existen casi 200.000 mujeres migradas laborando sin papeles que están trabajando sin poder hacer cumplir ningún tipo de derecho, por ello exigimos la regularización, que el único requisito sea el contrato de trabajo. Diferenciación del trabajo de cuidados. Diferenciación ¡ya¡. Somos trabajadoras sociosanitarias porque el trabajo que realizamos es el mismo que se realiza en las residencias y centros de día y porque hemos dedicado tiempo para estudiar y obtener el certificado de profesionalidad. Sin embargo, el régimen en el que continuamos trabajando es el de trabajo de hogar. Por ello pensamos que es necesario por un lado crear un convenio específico, y por otro, la inversión económica para la profesionalización socio-sanitaria de las trabajadoras de cuidados remunerados”, subraya este colectivo.

Es responsabilidad de todas que éste cambio se produzca. Salir de las tinieblas patriarcales en las que nos somete este sistema, tinieblas que reproducen mucha confusión psíquica entre las mujeres migradas que asumen este formato esclavista como única salida posible y sus empleadores, los cuales se sirven de la ausencia de trama psicoafectiva y familiar de la mujer migrada para reproducir tal secuestro. Esto no puede seguir pasando en un contexto que dice ser democrático. Nunca el trabajo sostenido a partir del robo de las fuerzas y energías de las mujeres migradas puede ser considerado como trabajo digno.

Si no queremos esas condiciones de trabajo para nuestras hijas, no podemos aceptar que esto se siga reproduciendo en los cuerpos de otras mujeres. Robar el proyecto vital de las otras es esclavismo.

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