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Entrevista a la historiadora mexicana Antonia Ávalos, integrante del colectivo sevillano Mujeres Supervivientes.

Miércoles 16 de diciembre de 2020

“Las mujeres supervivientes somos un desafío y un peligro”

Mar Gallego 16/12/2020 Pikara

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Antonia Ávalos posa en la casa del Pumarejo de Sevilla. / Foto: Laura León

Fundadora de Mujeres Supervivientes y querida en los barrios sevillanos, la historiadora mexicana y doctora en Estudios de Género, Antonia Ávalos, reivindica su sabiduría como mujer migrante y superviviente de violencia de género. A través de la organización, acompañan a mujeres que se encuentran en el ciclo de la violencia machista desde un enfoque diferencial, atendiendo a sus narrativas y sus tiempos. Su metodología única, reconocida ya con varios premios, cuestiona el modelo de intervención institucional que considera revictimizante.

¿Cómo te definirías en estos momentos?

Yo ahora mismo me defino como una mujer que hace junto a otras un feminismo de barrio, de a pie y de calle a través de la alimentación y de los cuidados. Habitando la esperanza de manera colectiva.

¿Cómo nace Mujeres Supervivientes y qué hace exactamente?

Migré aquí junto a mi hija huyendo de la violencia. Cuando llegué, intenté otra vida limpiando casas y cuidando enfermos, siendo abusada laboralmente en España por mujeres españolas y por el sistema. Al estar haciendo mis estudios de doctorado, conocí a otra chica que me habló de una entidad que necesitaba apoyo. Consideré que, con mi bagaje y experiencia, podía ayudar. Así dejé el trabajo de limpieza y desarrollé una propuesta metodológica para trabajar con mujeres en situación de violencia de género, que incluye la cartografía del proyecto vital que resultó ser muy eficaz.

Tras trabajar unos años en esta entidad y justo con otras mujeres migrantes y españolas, fundamos Mujeres Supervivientes con esa metodología de intervención que hace que las mujeres víctimas de violencia de género tomen un rol activo y protagonista en la ruptura de los ciclos de la violencia y en la planificación de un nuevo proyecto vital para ellas, su hijos e hijas.

¿Cómo se lleva a cabo esa atención y ese acompañamiento?

Cuando ellas llegan, el recibimiento es amable, cordial y respetuoso. Les miramos a los ojos, dejamos que ellas hablen y cuenten su historia que, en ese momento, es una historia fragmentaria porque las cosas se les olvidan y guardan silencio. Ese primer encuentro es fundamental porque es ahí cuando establecemos un pacto terapéutico de confianza para que vuelvan. Es clave escucharlas y que se sepan reconocidas en eso que están viviendo porque ni ellas mismas se lo creen. Todo es confuso, están atolondradas y no se reconocen víctimas, solamente sienten mucho dolor y se ven como tontas. Sienten que están haciendo las cosas mal y lo que quieren muchas veces es una receta, una varita mágica para recomponer su familia y su relación de pareja.

La administración muchas veces las presionan para que denuncien porque en ese primer encuentro te das cuenta de que el peligro de que puedan ser asesinadas es inminente. Para nosotras es fundamental no perderles la pista. Todas vuelven. Algunas denuncian, otras no, pero todas han dejado esas relaciones de abuso.

Entiendo que esa red que se crea es fundamental ya que los agresores suelen dejar sin redes a las mujeres.

Así es y nadie cree en ellas. Su familia, por ejemplo, no las cree. Pudieron haber roto con todos los vínculos con la familia porque ellos las aíslan y porque tenemos vergüenza por todo lo que mentimos durante la relación, en el sentido de que decimos que no vamos a un cumpleaños o a una primera comunión porque tenemos trabajo o estamos cansadas. Llega un momento en que hay un abismo entre la mujer, la familia y las amigas que también se cansan. Pero nosotras conocemos esos ritmos y esos altibajos.

¿Tenemos en la cabeza un estereotipo del ciclo de violencia que se da por pasos, sin esos altibajos que dices?

Sí, tenemos en la cabeza un ciclo mecánico. Jamás es así. La vida tiene eso, que en una situación de violencia vas improvisando, estás a salto de mata, cuidando tu respiración, tu pensamiento, lo que haces, lo que compras, con quién hablas… Intentando salvar tu vida.

¿En qué consiste la cartografía del proyecto vital que hacéis con las mujeres?

Cada mujer tiene su propia cartografía. En el centro de una hoja de papel, ponemos la foto de la mujer. El primer cuadrito que hacemos con ellas tiene que ver con la intervención inmediata y concreta. Si, por ejemplo, en el caso particular la mujer no quiere denunciar pero sí quiere trabajar su dolor o su culpa, se la deriva a una psicóloga y eso sería otro cuadrito en su cartografía. Si es fundamental para ella trabajar la relación con su padre o el establecimiento de límites, todos estos serían otros cuadritos en su cartografía.

Es un proyecto vital y además no puede ser exclusivamente teórico. Para nosotras es fundamental trabajar todo lo que tiene que ver con el cuerpo y las emociones. Hacemos talleres corporales, sobre límites físicos y emocionales, anticonceptivos, higiene… porque puedes no tener energía ni siquiera para ducharte, comer o cambiarte. El “vamos a poner una lavadora” o “vamos a hacer un potaje” es algo que parece tonto pero que nos va sacando de esa inercia del dolor y de la depresión porque echamos a andar nuestra energía.

Otra parte importante de la cartografía vital es lo relacionado con los derechos humanos y el feminismo. Entender que esto que nos pasa obedece al sistema machista, patriarcal y a toda esta basura del amor romántico. Desmontar todo esto es muy liberador y revelador porque ya no somos la tonta que elige a esa pareja sino que todo obedece a una estructura económica, social, cultural, simbólica, política.

Cada cartografía es personalizada y es un proceso que tarda entre año y medio y dos años porque vamos reinventando la vida de acuerdo a lo que cada una trae de su historia, sumado a sus deseos y su experiencia. Cada mujer es distinta y en función de eso se diseña el proyecto vital. Es algo muy sencillo, pero muy potente y funciona.

En lo referente al cuerpo, creo que dais mucha importancia a la sensualidad y al erotismo.

Es que es fundamental porque, fíjate, el principio de la vida es Eros, por lo que es fundamental que nos redescubramos en ese cuerpo que ha sido expropiado. Esa recuperación de nuestro cuerpo y nuestra sensualidad es reafirmarnos en la vida y tiene que ver con el deseo y el placer de tocarnos, acariciarnos y sentirnos, romper el estigma puta y todo eso.

El principio de muerte es Tánatos y es la negación del cuerpo, del deseo del placer. Cuando estamos viviendo violencia estamos en esa oscuridad, en ese Tánatos. Se produce una anestesia, una escisión producida por el sufrimiento. Recuperar el cuerpo es una manera de reincorporar ese poderío de las mujeres a través de la danza o estando junto a otras. Es una energía muy poderosa y lleva a que ese cuerpo recupere su posición política.

Fundamental en todo este proceso de vuestra propia experiencia como mujeres supervivientes y que parte del equipo lo componen personas que han atravesado esta violencia estructural. Es clave, pero no es lo habitual. ¿Por qué ocurre?

Se nos excluye desde la mirada de un feminismo hegemónico que, tanto a las migrantes como a las supervivientes de la violencia de género, nos considera las subalternas. Hay cierto desprecio hacia las mujeres supervivientes. Es una cuestión clasista también, no encuentro otra explicación. Tiene que ver con el poder cuando sabemos que la violencia de género la pueden vivir ministras o funcionarias. Todas las mujeres en este sistema hemos vivido algún tipo de violencia, pero se distingue entre un feminismo dominante y hegemónico de “nosotras sabemos lo que hacemos, estamos en el poder”, de un feminismo de a pie, de barrio, comunitario, de las migrantes que también tenemos un recorrido y una sabiduría.

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Ávalos repartiendo comida en Sevilla, como hace cada miércoles. / Foto: Laura León

No usáis el término víctima y sí el de superviviente. ¿Qué implicaciones tiene este enfoque?

Es saber recuperar ese poder corporal político y simbólico y posicionarnos después de haber atravesado un desierto. Las mujeres supervivientes somos un desafío y un peligro. Hay una verdad y una contundencia en nuestra historia que es irrebatible e incuestionable. La demagogia a nosotras no nos afecta porque, si sobrevivimos a la muerte, al hambre, a la pobreza y a la migración, vamos a sobrevivir a lo que sea.

En una ocasión, en el área de Igualdad de una institución, me dijeron que recuperar las narrativas de las mujeres supervivientes era peligroso en la medida en que se evidenciaba el poder de las mujeres para salir adelante desde sus propias herramientas, sin la necesidad de las instituciones. ¿Qué responderías a eso?

Coincido con esa experiencia y esa mirada que tienen porque nuestra sola existencia cuestiona su ineficiencia. Sus proyectos no llegan a las vidas reales de las mujeres. También porque suponemos la recuperación del poder de las mujeres desde abajo. No tendrían razón de ser y en muchos casos se ha llegado a esto porque no han querido actuar de manera respetuosa, siendo aliadas de la personas que estábamos en la primera línea atendiendo de manera holística y feminista. La dialéctica usada por el Estado y la Administración para afirmar que sus recursos tienen sentido es totalmente perversa. Perpetúa la dependencia. Siempre estarán ahí de manera lastimosa y victimista a ver cómo nos puede ayudar.

Las medidas llevadas a cabo durante la Covid-19 con las mujeres en situación de violencia te parecieron creativas al comienzo. ¿Cuál es tu opinión en estos momentos?

Ha cambiado porque nosotras seguimos en la exclusión y en el abandono de las instituciones. No dejo de ver que hay un esfuerzo de este Gobierno que ha sido superado por una pandemia, por una derecha y ultraderecha que los está atacando todo el tiempo. Que no cuentan con las herramientas ni con las metodologías para llegar a todos los sectores de la población, pero nos hemos sentido traicionadas por esta izquierda. No quiero tampoco debilitarlos más, pero tampoco quiero que nos conformemos y nos sacrifiquemos por un Gobierno que tiene un mandato popular. Ellos hablan desde un lugar de confort y nevera llena. Tienen que ponerse las pilas.

Es fundamental para ti reivindicar además que las mujeres vivimos, también en pandemia, circunstancias muy distintas.

Eso es fundamental. Las feministas de la ciudad dicen que todas estamos muy mal ahora y que todas vivimos lo mismo y yo les digo que no. Las mujeres con la que yo convivo no pueden acceder a las ayudas del Estado porque no tienen papeles. Ni siquiera existen ni son reconocidas. Nosotras nunca vamos a tener el estatus de las mujeres europeas. Siempre nos va faltar un poder, un papel, ser un poquito más blancas, más inteligentes. Siempre nos falta tener una relación o un vínculo. ¡Siempre nos falta algo! Amo a las mujeres españolas pero no voy a aceptar un feminismo subalterno.

Y en esas formas propias de enunciación, reivindicas la alegría como acto de resistencia. ¿Qué función cumple?

Reivindicar la alegría es conjurar este dolor y este sufrimiento de la precariedad, la exclusión, la represión y la criminalización de las mujeres sin papeles. Es la forma en que juntamos la energía para ese activismo político que sale de nuestros corazones. No es que neguemos todo lo que estamos viviendo, sino que con ello generamos esa energía que nos permite seguir de pie, vivas, con esperanza y luchando.

Fuiste una de las manifestantes absuelta por el caso de la procesión del Coño Insumiso de Sevilla. Hace poco supimos que el juzgado de lo penal de Málaga ha dictado una sentencia condenatoria contra una compañera por ser parte de la procesión del chumino rebelde en Málaga. Se la castiga por ofender a los sentimientos religiosos. ¿Cómo lo vivenciaste tú y qué opinión tienes al respecto de esta nueva sentencia?

Fue un proceso muy tortuoso y muy doloroso porque yo no tenía los papeles cuando fui denunciada y tuve que aguantar las amenazas y las ofensas de los abogados cristianos y su séquito de seguidores. Fue realmente feo, pero también tengo que decir con mucho orgullo que tuvimos el apoyo de las feministas de la calle porque el feminismo institucional nunca se mojó por nosotras. En relación a la sentencia en Málaga, estoy sorprendida. Cómo es posible que nosotras hayamos salido absueltas por ejercer la libertad de expresión y defender nuestros derechos sexuales y reproductivos y ella no. La defensa de esos derechos era el contexto. No soportan que las mujeres nos apropiemos de esta parte de nuestro cuerpo. Un coño que produce hijos, lo aceptan y lo veneran, pero no un coño que habla de libertad, de derechos y de disidencia, de placer y erotismo. Me parece que es un castigo de un sistema de justicia que es machista y patriarcal.

De hecho, en vuestro caso fue la propia Fiscalía la que tomó el relevo de la acusación cuando los abogados cristianos no quisieron abonar la fianza para seguir como acusación particular.

Sí, siguió con la acusación. Ellos también nos querían castigar, pero teníamos mucho apoyo.

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Antonia Ávalos. / Foto: Laura León

Qué políticas reales se necesitan?

Como migrantes queremos un trato de dignidad que reconozca nuestra humanidad y ciudadanía porque nos tratan desde la infraciudadanía. Ser interlocutoras de nuestra necesidad y que se reconozca que con nuestro trabajo sostenemos también este país. Queremos empleo digno, la ratificación del Convenio 189 [de la Organización Internacional del Trabajo sobre protección específica para las trabajadoras del hogar], acceso a la vivienda. No queremos limosna. Queremos seguir vivas. Los recursos del Pacto de Estado, por ejemplo, no están llegando a las mujeres.

¿No están llegando?

Todavía no se han podido justificar en Andalucía los de 2019. No han llegado directamente a la vida de las mujeres en el sentido de una intervención integral, directa, a través de un modelo de atención que no solo preserve nuestras vidas, sino que nos permita rehacerla con empleo, vivienda o apoyo terapéutico. Esos recursos no se han visto reflejados en la vida de las mujeres desde la atención directa. No se han abierto más casas de acogida ni nuevos centros de atención ni han dado la posibilidad a las organizaciones. A alrededor de 200 asociaciones se nos negó el recurso para la atención directa. Ya vamos a entrar a 2021 y no hay una voluntad política en Andalucía de ejercer ese tipo de recursos y creo que tiene que ver con esa postura política de retroceso en las políticas sociales y con el desprecio hacia el movimiento feminista, los derechos de las mujeres y el movimiento asociativo.

¿Cómo estás viviendo las acciones ejecutadas por las mujeres mexicanas para denunciar la violencia estructural en tu país de origen?

Lo vivo con una profunda emoción y también con dolor porque la violencia machista en México es brutal y la respuesta tenía que ser de esta manera: fuerte y explosiva. Las mujeres incendian, gritan, lloran, se arrastran, se pitan porque allí, antes de asesinar a las mujeres, las violan, y las torturan. Hay un odio feroz e inmenso hacia los cuerpos de las mujeres y las niñas. La respuesta de las mujeres ha tenido que ser de esa manera tan intensa. Dolorida, como esos animales heridos que tienen que gritar. Ningún gobierno ha reconocido esos feminicidios y esa violencia brutal y las mujeres se han tenido que organizar.

Me emociona y me da esperanza porque han tomado los espacios públicos, lo han incendiado todo y han denunciado como tenían que denunciar. Gritaban y nadie las escuchaba. Las amo. Amo a mis hermanas y sé que hacer eso a ellas les cuesta la vida. No es cualquier cosa.

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