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Entrevista a la antropóloga Mari Luz Esteban: “Hay que tener paciencia, y no dedicarse a dar o quitar carnés de feminista por lo que piensas”

Martes 30 de noviembre de 2021

La antropóloga Mari Luz Esteban estuvo recientemente en Uviéu presentando ’El manifiesto de las mujeres viejas’, con la Asociación Feminista de Asturias.

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ari Luz Esteban defiende una identidad política de mujeres viejas. Foto: David Aguilar Sánchez

Christian Ferreiro 28 noviembre 2021 Nortes

Mari Luz Esteban (Burgos, 1959) es licenciada en Medicina por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), y posteriormente transitó hacia la Antropología, doctorándose en la Universitat de Barcelona. Actualmente, es profesora e investigadora en la UPV/EHU, cuyos ejes de trabajo son los vínculos entre salud, género, cuerpo y emociones.

Dentro de la epistemología feminista, ha venido desarrollando una nueva perspectiva teórico-metodológica, la Antropología del cuerpo, cuya obra más importante es Antropología del cuerpo. Género, itinerarios corporales, identidad y cambio (Barcelona: Edicions Bellaterra, 2004). Además, ha reflexionado sobre otras cuestiones en diversos libros: Crítica del pensamiento amoroso (Bellaterra, 2011), El feminismo y las transformaciones en la política (Bellaterra, 2019) y el poemario La muerte de mi madre me hizo más libre (La Oveja Roja, 2017). La semana pasada estuvo en Oviedo/Uviéu invitada por la Asociación Feminista de Asturias para hablar de su último libro, El manifiesto de las mujeres viejas (La Oveja Roja, 2020).

Hace unos días, estuviste en Oviedo presentando tu reciente libro, El manifiesto de las mujeres viejas. En otra ocasión, Anna Freixas también estuvo en la ciudad hablando sobre cuestiones similares, en base a su nuevo libro, Yo, vieja. ¿Por qué surge ahora mismo esta reivindicación de las mujeres viejas como sujeto político?

Hay distintos factores. Por un lado, en el feminismo cada vez hay más mujeres mayores de 60 años, además de quienes empezamos ya en los años 70 y 80 y seguimos ahí. Por otro lado, está el envejecimiento general de la población. Las personas mayores, aunque están invisibilizadas como sujetos sociales, están, poco a poco, cada vez más presentes en la política de modo colectivo (con movimientos nuevos, como el de los y las pensionistas). Todo esto influye en que se desarrolle un pensamiento feminista que ya existía anteriormente pero que crece y sale de ámbitos especializados, como el de la gerontología feminista. Estos y otros factores se han ido relacionando entre sí.

“Ha habido momentos de fusión alrededor de las huelgas feministas de 2018 y 2019, y ahora hemos pasado a un momento de fricción”

¿Qué puede aportar, o qué aporta actualmente, este nuevo sujeto político al movimiento feminista?

Es un sujeto político incipiente y todavía un poco débil, en el sentido de que no está muy presente ni a nivel teórico ni práctico. Esto no quiere decir que no haya incluso organizaciones feministas de mujeres mayores, ya que en el País Vasco tenemos buenos ejemplos. Dentro del movimiento pensionista hay una asociación que se llama Oneka, formado por mujeres pensionistas que hacen un planteamiento feminista. También están las Asociaciones de viudas, que participan en algunos Consejos Municipales de Igualdad, por ejemplo, en mi pueblo, en Basauri. Pero creo que es un sujeto colectivo que se está configurando. En cuanto a lo que pueda aportar, subrayaría dos cuestiones. Por un lado, obligar a que se tengan en cuenta las necesidades de las mujeres mayores en la sociedad, en cuanto al género, a la vejez y otros temas. Y, por otro lado, las mujeres feministas viejas pueden hacer lecturas diferentes y muy necesarias sobre cuestiones que el feminismo ha tratado ya, pero desde un punto de vista determinado. Ejemplos de esto serían la sexualidad, los cuidados, o la imagen corporal, la economía, la convivencia… Es decir, temas que han sido de reflexión y estudio por el movimiento feminista, pero que la edad puede darles una mirada diferente. Además, desde la vejez puede desarrollarse reflexión y crítica feminista en temas no tratados colectivamente desde el feminismo, como la muerte, la eutanasia… Por tanto, cuando pensamos en la aportación de ese sujeto político no deberíamos pensar solo en qué les pasa a las mujeres (o personas) mayores y qué necesitan, que también, sino en lecturas globales desde esa experiencia.

El 15M fue también una experiencia de lazo intergeneracional, en el que hubo una alianza entre abuelas y nietas. ¿Crees que el futuro político y social será intergeneracional y antiedadista? ¿Qué papel pueden jugar estos lazos intergeneracionales?

Dentro del feminismo, siempre ha habido y hay relación entre distintas edades. Es una característica propia de nuestro movimiento, que no veo en otros movimientos ni en la sociedad. En general, la comunicación entre personas mayores y jóvenes se reduce casi a la que se da dentro de la familia. En el feminismo sí hay esta relación, aunque eso no quiere decir que se esté haciendo mucha reflexión sobre qué supone la intergeneracionalidad en cuanto a aportes y debates. En todo caso, hay que tener cuidado con expresiones como “abuelas” y “nietas”, a no ser que estemos hablando de situaciones concretas de mujeres que tienen esa relación familiar. Este uso es problemático. Cuando hablamos de la vejez, no necesariamente estamos hablando de relaciones familiares, de igual modo que si habláramos de una mujer de 40 años, no la llamaríamos “madre”. Hay que reflexionar sobre qué tipo de términos utilizamos, porque potencian esa idea de definir a las mujeres en función de la relación que mantienen con los demás. Somos muchas las que actualmente reclamamos poder resignificar el término “vieja”, para poder utilizarlo como bandera de nuevas reflexiones y reivindicaciones, y que deje de ser peyorativo, como se consiguió en otros casos en el movimiento LGTB con el término “queer”. Para todo ello, necesitamos una identidad política de mujeres viejas, que no existe, o no de modo colectivo y amplio.

Pasando a otro tema distinto, en las últimas décadas, en disciplinas como la Antropología y otras ciencias sociales ha habido un “giro emocional”. Has hablado en alguna ocasión del auge de la dimensión emocional en la salud. ¿Cuáles crees que son las causas?

Es un tema largo y complejo sobre el que solo daré algunas pinceladas. Por un lado, para esta emocionalización habría razones históricas, estructurales. En el capitalismo, como ya han estudiado algunas autoras, la dimensión emocional es fundamental para su perpetuación, para incitarnos a consumir, por ejemplo. Quizás por eso, la conciencia sobre lo emocional ocupa un lugar en nuestras vidas que antes no había y se ve en ámbitos como el de la salud, por ejemplo. Al hilo de estas cuestiones, en el ámbito teórico, ha habido un giro emocional, unido al giro corporal. A partir de los años 80 y 90, en ciencias sociales ha empezado a tener mucha importancia la cuestión de las emociones. Esto es interesante porque se empieza a pensar al ser humano no como una serie de datos sociológicos, estadísticos o meramente simbólicos, sino intentando acceder a la subjetividad, al sentido que tú le das a la vida, a la experiencia… Hoy día, en la Antropología feminista, por ejemplo, tiene mucha relevancia captar la vida vivida, y para eso nos valemos de las teorías sobre el cuerpo y las emociones. Y ahí nos valemos también de las aportaciones de filósofas como Judith Butler o Adriana Cavarero, o de economistas feministas, como Amaia Pérez Orozco o Cristina Carrasco, con las teorías sobre la interdependencia y la vulnerabilidad, que nos conectan directamente con el mundo de las emociones. Esto tiene muchas ventajas, pero hay que tener en cuenta que tiene también algunos riesgos. Hay que estar alerta por cómo estamos utilizando el tema de lo emocional en la política. Por ejemplo, en el tema de los cuidados, a veces se sobredimensiona lo emocional frente a otros aspectos técnicos o políticos y yo creo que hay que tener cuidado.

Por otro lado, se podría decir que se está dando un fenómeno que llamaría de emocionalización del activismo feminista. Hoy día, por ejemplo, las mujeres jóvenes hablan muchas veces de la práctica política en términos emocionales, afectivos, lo que tiene ventajas y nos permite ser críticas con algunas formas de militancia, pero también riesgos, sobre todo, de empobrecer el análisis de la participación política. Creo que hay reflexiones muy interesantes a este nivel, en todos los sentidos.

“Necesitamos una redefinición de lo que llamamos familia, porque está habiendo cambios en las maneras de estructurar las familias, las redes de solidaridad, los grupos de convivencia…”

La cuestión de las entrevistas y los trabajos de campo plantean otro problema, que es la legitimidad del sujeto. El feminismo precisamente vino a impugnar al sujeto epistemológico clásico, pero sigue habiendo fricciones. ¿Qué problemas sigue habiendo con el sujeto de conocimiento y su legitimidad?

Nosotras somos antropólogas, y por ello estamos pendientes de las diferencias culturales entre sociedades. Cuando estás en cualquier tema, debes tener mucho cuidado de no dar por hecho que lo que tú sientas o pienses del tema “es” así de manera universal, cuidado con no generalizar y caer en el etnocentrismo. Por ejemplo, volviendo a las emociones o al cuerpo, si analizas emociones como el placer, la rabia o la vergüenza, en torno a las cuales se están haciendo estudios muy interesantes, hay que considerar que los planteamientos y las vivencias no son iguales en los diferentes contextos o sociedades y, por tanto, debemos tener una visión relativista, en el buen sentido de la palabra.

Otra cuestión problemática en el feminismo es todo lo que está planteándose con respecto al género. Es un tema escabroso.

No es un tema fácil de responder en un párrafo. En general, diría que estamos en un momento de fricción en el feminismo. Anteriormente, ha habido momentos más de fusión, de primar el ir juntas, por ejemplo, alrededor de las huelgas feministas de 2018 y 2019, y después hemos pasado a un momento de fricción, de un mayor conflicto público, dependiendo un poco de los contextos. En las redes sociales hay mucho más conflicto y debate que cuando se está trabajando en un municipio o en una asamblea concreta. Esto tiene que ver con muchos factores, desde relaciones de poder hasta cuestiones generacionales, no es fácil generalizar. Es verdad que dos temas de conflicto hoy día son la prostitución y el binarismo. Sin entrar en cómo veo yo esos debates, lo que quiero subrayar es cómo los estamos haciendo. A veces, en algunas posturas, parece que no es posible debatir, se cierra la posibilidad de hablar, de debatir, y se trata de imponer una postura concreta, con un afán, además, de controlar a todo el movimiento, y esto es un gran problema. No es la primera vez que el feminismo aborda discusiones o temas difíciles y polarizados. Mi posición siempre será que no se puede cerrar ningún debate, que hay que abordarlos por muy difíciles que sean, y que hay que pensar entonces cómo propiciar un ambiente de reflexión, de discusión lo más “amable” posible. Y, por otro lado, estoy convencida de que se puede llegar a agendas comunes, incluso en los temas más polémicos, aunque sean acuerdos de mínimos. Hay que tener un poco de paciencia, y, por supuesto, no dedicarse a dar o quitar carnés de feminista por lo que piensas. El feminismo siempre ha sido un movimiento muy complejo y heterogéneo y lo seguirá siendo.

En alguna ocasión has dicho que la unidad es una de las características que definen al feminismo, aunque sea, a la vez, plural. Sin embargo, otras perspectivas hablan de “feminismos”. ¿Qué opinas de esto?

A mí no me importa que se hable en plural, lo entiendo y lo respeto. Pero, cuando hablamos de otros ismos, como el ecologismo, lo nombramos en singular y no pasa nada, a pesar de que hay posiciones muy distintas. Creo que se puede combinar una idea de feminismo como un movimiento a nivel planetario y, al mismo tiempo, saber que es un movimiento plural. Entre otras cosas, porque subrayar mucho el plural impide o puede impedir pensar que son necesarias las agendas y reivindicaciones comunes a las que me refería antes.

La familia ha sido otra de las cuestiones estudiadas y criticadas por el feminismo. Concretamente en España, la familia ha servido de tejido social y cohesión para sostener a una gran cantidad de personas, sobre todo en la crisis de 2008. Sin embargo, hay perspectivas que hablan de la abolición de la familia, el fin de la familia… Desde la Antropología, ¿qué críticas o visiones actuales hay respecto de la familia? ¿Qué aportaciones se han dado?

La aportación principal de la Antropología es la de adoptar una mirada que tenga en cuenta la diversidad cultural, en el sentido de ver distintas posibilidades y no generalizar desde nuestra sociedad, lo que te lleva a poder dar otras visiones. En cuanto a la familia, lo primero que hay que decir es que la definición de familia como familia consanguínea o afín es pobre, limitada y, sobre todo, particular de un contexto. En distintas sociedades, lo que une a los grupos para que sean definidos como familias son elementos muy diferentes. Pueden ser actividades, propiedades o sustancias comunes, más allá de la sangre (otras sustancias o partes del cuerpo). Algunos antropólogos que han revisado estas cuestiones consideran que las familias son grupos de personas que se autodefinen como solidarias entre sí, ni más ni menos. Esta definición es bastante laxa, pero tiene aspectos interesantes, sobre todo si lo aplicamos a las sociedades actuales. Necesitamos una redefinición de lo que llamamos familia, porque está habiendo cambios en las maneras de estructurar las familias, las redes de solidaridad, los grupos de convivencia… En esto, el feminismo ha hecho aportes muy importantes, entre los que destacaría dos. En primer lugar, ha dado una visión muy ponderada y crítica de la familia, en el sentido de que puede ser un grupo de solidaridad, pero también un grupo de opresión para las mujeres. Y, en segundo lugar, el entender que las relaciones de amistad o de solidaridad entre mujeres (o personas) “son” familia, es decir, la necesidad de una redefinición y ampliación de lo que significa la familia. Yo he analizado el tema de los “grupos o comunidades de apoyo mutuo”, basándome en el concepto de Kropotkin, para referirme a redes estables de mujeres feministas, por ejemplo. Creo que seguiremos ampliando la definición de los grupos de solidaridad, en el que las mujeres dejen de ocupar posiciones subordinadas.

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