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Entrevista a Sara Lafuente Funes / Socióloga y autora de ‘Mercados Reproductivos: crisis, deseo y desigualdad’

Domingo 14 de noviembre de 2021

“Necesitamos formas de canalizar los deseos de crianza sin pasar por la mercantilización”

Meritxell Rigol 13/11/2021 CTXT

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La socióloga Sara Lafuente Funes. Cedida por la entrevistada

¿Qué reproducimos, además de bebés, con la reproducción asistida? Esta es la pregunta de la que parte la socióloga Sara Lafuente Funes (Madrid, 1986) en Mercados Reproductivos (Editorial Katakrak, 2021), un ensayo que se adentra en los mecanismos que utiliza la industria alrededor de la reproducción asistida para mantener una forma de pensar la familia –“desde lo nuclear”– y una forma de cumplir deseos –“a través del dinero”. Abordar las injusticias que generan los mercados de las capacidades reproductivas, explorar qué tipo de crianzas y vínculos queremos, y desmercantilizar las respuestas a los deseos reproductivos, son retos que la autora nos propone para plantear un mundo más vivible, sin reproducir desigualdades.

Si acceder a técnicas para interrumpir un embarazo constituye un derecho, ¿acceder a técnicas para quedarte embarazada también lo es? ¿Debería garantizarse como el aborto a todas las personas que así lo quieran?

Los derechos sexuales y reproductivos son una cuestión básica y la interrupción voluntaria del embarazo entra ahí sin lugar a dudas. Por otro lado, está el deseo reproductivo, y que sea un deseo no quiere decir que es poco importante. La sanidad pública no solo atiende la enfermedad, se trata de que garantice la salud, y ahí creo que tiene sentido que entren los tratamientos de reproducción asistida. Pero más allá de la dicotomía entre derechos y deseos, una forma de abordarlo sería plantear qué deseos podemos sostener colectivamente y a qué afectan. Si acceder a un deseo, por muy legítimo que sea, como es el de reproducirse, afecta a los derechos de otra persona, ahí encontramos un límite. El debate que debemos tener, colectivamente, es en qué medida nos parece bien introducir capacidades reproductivas de otras personas para satisfacer este deseo. Y en qué condiciones esto nos parece bien o no. En el Estado español, el mercado reproductivo se ha expandido mucho, pero a nivel social y político ha habido muy poco debate.

¿Tiene particularidades el mercado reproductivo español respecto a los del entorno?

Ha habido un desarrollo muy fuerte, fundamentalmente ligado a una legislación muy flexible, en la que prácticamente se ha permitido que el mercado se expanda en todas sus técnicas. La única menos permitida es la gestación por sustitución. Eso ha hecho que se desarrolle la donación de óvulos y esperma, sobre todo de óvulos. Se han permitido unas compensaciones económicas que funcionan como incentivo de la donación. No quiere decir que no haya altruismo, pero el papel de las compensaciones económicas es clave para que haya donantes y se ha hecho en un marco de anonimato que ha atraído a un montón de gente de otros países para hacerse los tratamientos. Esto ha tenido un desarrollo impulsado, hasta cierto punto, por la industria del turismo. Mucha gente de centroeuropa o del norte de Europa se ha acostumbrado a viajar a España. Hacerse los tratamientos de reproducción asistida es un incentivo más para viajar.

¿Habla de “turismo reproductivo”?

Existen ya unas determinadas infraestructuras y donaciones de óvulos por las compensaciones que se ofrecen. Aun así, estas compensaciones son mucho más bajas de las que se ofrecen a las donantes por ejemplo en Estados Unidos y esto hace que los tratamientos aquí sean más asequibles. Esto se suma a la enorme especialización que tenemos a nivel biomédico. España es un país puntero en reproducción asistida. En Alemania por ejemplo, la donación de óvulos está prohibida y en otros países europeos existe, pero hay escasez. España, en cambio, se ha especializado en resolver muchas problemáticas reproductivas a través de la introducción de óvulos de mujeres más jóvenes.

En su investigación observa que entre quienes donan los óvulos y quienes los reciben suele haber una relación de desigualdad.

Si vas a una clínica y miras quiénes van a hacerse tratamientos o quiénes van a donar óvulos, hay generalmente una diferencia de clase o de disposición económica. Esto no quiere decir que todas las mujeres que donan óvulos sean súper precarias o se encuentren en situaciones súper vulnerables. Son relaciones en las que se ha introducido la variable monetaria: la compensación económica está en torno a 1.000 euros, y teniendo en cuenta las bolsas de precariedad en este país, sobre todo en mujeres jóvenes, ofertar esa cantidad es incentivar la donación. La Organización Nacional de Trasplantes es puntera a nivel mundial y, sin embargo, las donaciones de gametos y de embriones se gestionan por otra vía. Si se hubiese planteado desde ahí, probablemente el formato que tendríamos sería diferente y creo que una forma de tender hacia la desmercantilización podría ser introducir estas donaciones en el ámbito público en vez de en el privado como ahora.

A pesar de que las compensaciones económicas son suficientemente cuantiosas como para que resulten una opción atractiva para muchas, ya que puede ser más de lo que cobras en un mes, o incluso en dos, el discurso en torno a la donación de óvulos se cubre con el manto del altruismo. ¿Por qué?

Esto está muy vinculado a un modelo social en el que se considera que muchas de las tareas feminizadas –realizadas por mujeres– se deben hacer “por amor”, y existe un juicio social hacia quienes lo hacen por dinero. Esto se ve por ejemplo en el empleo del hogar y en el trabajo sexual. En lugar de hablar de cuánto dinero consigue la industria mediante esos óvulos, siempre hablamos de cuál es la motivación de las donantes, cosa que pone el foco en una cuestión moral, como si lo que estuviera bien o mal fuera que ellas tengan una necesidad económica o que busquen ayudar.

¿En las donaciones de esperma también impera un relato de altruismo como en el caso de las donaciones de óvulos?

Está mucho más normalizada la lógica en la que hay un pago por la donación de esperma y no hace falta darle todo este aparataje vinculado al amor y al altruismo. Por otro lado, a nivel de genética es similar a la donación de óvulos, pero el proceso de donación no tiene nada que ver. Una donación de esperma no es nada invasiva. Una donación de óvulos implica primero muchas pruebas y después hormonación durante un tiempo y extracción con sedación, además de un periodo de recuperación.

Aunque en España está prohibida la gestación subrogada, es un recurso que utilizan centenares de familias con suficiente dinero para hacerlo. Existen agencias intermediarias y las criaturas nacidas por esta vía en otros países se inscriben como españolas. ¿Considera que debería ser diferente?

Si decidimos que esto nos parece ilegítimo de cara a las gestantes, lo que no nos puede parecer bien es que lo hagan gestantes en otros países. Lo que hace falta son acuerdos internacionales similares a los que hay con la donación de órganos para poder regularlo bien a nivel estatal. No podemos querer para otras lo que no queremos para las que están aquí. Uno de los principales destinos de quienes buscan gestantes por sustitución es Estados Unidos, un país del Norte global, pero en el que no existe la sanidad pública y en el que hay grandes desigualdades. También está Ucrania y, durante muchos años, la India.

Observa que los mercados reproductivos generan “cadenas globales reproductivas” ¿Son fruto de la gestación por sustitución en exclusiva?

El hecho de que se puedan congelar los óvulos implica que viajan, como viajan el esperma y los embriones, y las personas. Los óvulos vienen de algunos lugares, las gestantes de otros... Hay movilidades transnacionales en la reproducción asistida, sobre todo en la fase de transferencia de capacidades reproductivas. Esto es lo que planteo, que es distinto a las técnicas de reproducción asistida en sí: la transferencia de capacidades reproductivas significa que el proceso de reproducción implica también a personas que no son aquellas que desean ser madres y padres.

Un concepto central en su análisis es “crisis de reproducción”. ¿A qué se refiere?

Hay una crisis del modelo tradicional en el que se daba la reproducción. Nos estamos reproduciendo en un contexto en el que hay muchísimas injusticias reproductivas y en el que estas se están resolviendo en base a desigualdades. Estamos en un contexto en el que es fundamental pensar formas de crianza distintas, más justas, así como reclamar a las instituciones y a las empresas que asuman sus responsabilidades en garantizar condiciones que permitan otro tipo de reproducciones. Cuando se aborda el retraso de la maternidad, que no se haga desde el ámbito de la biomedicina únicamente, sino que se plantee qué está pasando para que la gente no se reproduzca antes. Por ejemplo, no se puede pensar en generar espacios en los que las crianzas se den de una forma justa si no se aborda el problema gigantesco que hay con la vivienda en este país. El acceso a entornos vivibles es una lucha que puede resolver problemas como el retraso de la maternidad y la paternidad. Además, el modelo de crianza actual implica un nivel de dedicación muy fuerte y hay momentos en los que hay pocas manos y se genera mucha frustración. No se puede dar por hecho que las mujeres van a autoinmolarse en el cuidado como se ha dado por hecho históricamente, porque esa vía lo que genera son maternidades en crisis.

¿Cómo avanzar hacia crianzas más compartidas?

No se trata de hacer un modelo súper radical y distinto sino de darle valor al apoyo vecinal, que solo puede producirse si tenemos barrios donde podamos construir relaciones significativas, y pensar en cómo hacerlo para que los proyectos más alternativos sean más inclusivos. Muchas AFA –Asociación de Familias de Alumnado– están creando espacios que permiten colectivizar cuidados. Luchar por una escuela pública, en la que distintas personas se impliquen en la crianza, aunque no sean los padres y las madres, es fundamental. Es importante reconocer otros vínculos significativos más allá del registro de filiación [el antiguo libro de familia], que podamos aparecer más personas, que se reconozcan estos otros vínculos que ya existen, y que se creen condiciones para que sea posible construirlos.

¿Andamos lejos de que criar a criaturas con las que no tenemos un vínculo genético sea un deseo social? ¿Está más extendido el deseo de tener descendencia que de criar en sí?

Creo que estamos lejos de que todas queramos tener registros de filiación con cinco personas, pero no lo estamos de querer compartir más el cuidado. El deseo de reproducirnos se sigue vinculando mucho a la pareja, y esto son deseos con los que es absurdo luchar a través de nuevas normas sociales de lo que está bien o mal. Pero poder compartir más la crianza es una aspiración de mucha gente. Lo que no tenemos son muchos espacios ni modelos. Lo ideal sería que las personas tuviéramos la posibilidad de participar en proyectos de crianza si así lo deseamos. Necesitamos encontrar formas de canalizar los deseos reproductivos sin necesariamente tener que pasar por la mercantilización, en tanto que afecta a otras personas, o buscar formas que no siempre pongan los cuerpos muy al límite. El retraso de la maternidad, que se vive a nivel individual pero que se produce a nivel social, pone muy al límite los cuerpos de las personas que gestan y paren. La cuestión está en cómo podemos abordarlo colectivamente para adelantarnos al momento en el que se vive como problemática individual.

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