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Entrevista a Lara Moreno autora de la novela, La ciudad: "La culpa y la vergüenza inmovilizan a las víctimas de maltrato"

Martes 27 de diciembre de 2022

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La escritora Lara Moreno publica su tercera novela, ’La ciudad’ (Lumen). — Jairo Vargas

MADRID 26/12/2022 HENRIQUE MARIÑO Público

La escritora Lara Moreno publica su tercera novela, La ciudad (Lumen).

Esta es una novela que está en los ojos de los lectores. Lara Moreno (Sevilla, 1978) entiende que el machismo, el clasismo y el racismo están tan incrustados en nuestra sociedad que a veces se nos escapan sus formas, bien porque no las reconocemos, bien porque las consideramos algo normal.

En La ciudad (Lumen) viven tres mujeres: Oliva, una treintañera separada y con una hija que mantiene una relación con un maltratador; Damaris cuida de los críos de un matrimonio burgués para poder ofrecerles un futuro a los suyos, quienes se han quedado en Colombia; y Horía, una temporera en las plantaciones freseras de Huelva, donde precisamente se crio Lara Moreno antes de venirse a vivir a Madrid, escenario y personaje de la novela.

Las tres se cruzan en un edificio de la plaza de la Paja, donde reside Oliva y trabajan Damaris y Horía. El libro podría titularse La mirada, o Las miradas, aunque precisamente es lo que evitan las tres protagonistas. "Me han dicho que doy voz a. En cambio, yo no tengo potestad para darle voz a nadie, ni mucho menos a personas que no la tienen. Lo que he intentado es mirar, porque la literatura es una gran herramienta para hacerlo. Una mirada desprovista de dogmas", reflexiona la autora de Por si se va la luz y Piel de lobo, que gozaron del favor de la crítica.

Si no les da voz, sí pone el foco sobre dos mujeres migrantes, "esas grandes invisibles que viven entre nosotras y a las que no miramos por muchísimas razones". La mirada sobre Oliva es más psicológica, con lente de aumento, incluso hacia adentro: "Yo también he vivido una relación de maltrato, si bien aquí cuento una historia de ficción. Sin embargo, no importa que lo haya sufrido, porque puedo escribir desde la identidad. En todo caso, Oliva es el personaje con el que puedo identificarme".

La literatura, explica, es un espejo que nos permite mirarnos como sociedad, incluidos nuestros agujeros negros. Horía, de hecho, sobrevive en un cuartucho del patio interior del edificio a cambio de limpiar las escaleras. Hasta allí no llega la luz.

Sin papeles, explotada laboralmente por una pareja de ancianos y con temor a la policía, tampoco quiere que la miren. Oliva evita hacerlo. Damaris ni tiene tiempo. "Entre ellas no puede haber mirada posible, porque están en estratos socioeconómicos completamente diferentes, que les impiden establecer vínculos reales".

Todas tienen una red, por frágil o perversa que sea, pero en horizontal, matiza Lara Moreno. No entre ellas, ni tampoco con los vecinos. "Cuando empecé la novela, fantaseaba con la idea de que, a lo largo de la trama, iban a conocerse o a ayudarse. Luego me fui dando cuenta de que era imposible". La escritora andaluza, cuya obra poética está recogida en Tempestad en víspera de viernes (Lumen), cree que simbolizan la relación que tenemos como sociedad, "esos ojos que miran con recelo".

"Ahora bien, la red de Oliva está rota y anulada, porque todas las relaciones de maltrato pasan por un aislamiento de la víctima", añade Lara Moreno, quien ha aunado la vivencia, el análisis y la mirada para perfilar a los personajes. "Yo no me he visto forzada a migrar a otro país, ni he abandonado a mis hijos para alimentarlos, ni he tenido problemas de racismo, aunque siempre puedes sufrir clasismo. En realidad, el proceso creativo desde la ficción consiste en trabajar en tu memoria, en tu experiencia, en la observación y en la documentación para colocarte en un lugar donde puedas mirar a los ojos de los protagonistas y escribir desde ahí".

¿Quizás Damaris es el personaje que podría estar más presente entre nosotros? Limpia el piso de un matrimonio y cría a sus hijos: "Además de las vidas que ha vivido por sí misma, también carga con las de su gente".

Hay muchísimas personas que se dedican a los cuidados como Damaris, quienes están aquí para que las mujeres españolas podamos salir a la calle a trabajar o liberarnos de ciertas cosas.

Siempre ha sido una discusión dentro del feminismo, ¿no?

Sí, porque los cuidados son un trabajo minusvalorado. Sigue teniendo un sesgo de género espectacular y colocado en un lugar de invisibilidad, completamente empañado de sexismo y muy cerca de la pobreza. Hay mujeres extranjeras con licenciaturas que solamente van a poder hacer esas tareas, consideradas menores.

En mi familia, ¿cuántas mujeres se han dedicado a los cuidados, con su vida completamente anulada? Incluso sucedía aunque tuvieran una profesión… Hay un sacrificio en la forma de entregarse a la cotidianidad y en sostener una casa y a quienes la habitan, porque la ropa de invierno no aparece por arte de magia cuando empieza a hacer frío. En el caso de Damaris, recibe la orden de su patrona, pero en mi casa ha ocurrido toda la vida y lo hacía mi madre. Remunerada o no, es una figura invisible.

¿Quizás hay esperanza en ella y en Horía? En cambio, sobre Oliva el lector podría pensar: "Está enjaulada, pero tiene la llave de la puerta. ¿Por qué no la abre y se echa a volar?".

Con La ciudad he intentado desactivar ese pensamiento y esa mirada, aunque es muy difícil, porque socialmente todavía queda mucho trabajo por hacer.

En realidad, no hay ninguna esperanza en Damaris ni en Horía. La primera espera traer a su hija a España, pero después de una vida trabajando como una esclava, con unas pocas horas libres a la semana. Antes las llamábamos criadas y ahora, trabajadoras del hogar. ¿Qué esperanza puede haber si has perdido toda tu vida —y la de tus hijos— y te corroen las enfermedades?

Las tres desean una vida mejor, pese a que damos por sentado que Horía y Damaris no pueden tener una mucho mejor de la que tienen. Son personas migrantes que vienen de ser pobres a seguir siendo pobres, es decir, a trabajar para nosotros de una forma absolutamente abyecta y a sufrir violencia racista.

No les estamos presuponiendo una salida. Tampoco nos preguntamos por qué Horía no se va de ese campo de fresas donde la tratan como a un perro o por qué Damaris no manda a sus patrones a freír espárragos, porque se comportan como si fueran sus dueños, aunque socialmente está aceptado al no haber látigos ni grilletes. Simplemente, les queda seguir peleando por su vida.

En la novela, para mí las tres son igual de importantes, pero Oliva se lleva la mitad de las páginas. Al final, la que dispone de más recursos es la que tiene más visibilidad. De hecho, en cuanto salga de esa relación de violencia de género, su vida es la más esperanzadora de las tres.

Sin embargo, como tiene estudios, cultura e independencia económica, además de ser blanca y española, casi la obligamos a que salga de ahí. Y pensamos que si no lo hace es porque no quiere…

Oliva se autolesiona: "Pegarse a sí misma era recoger la violencia a la que era sometida y aplicársela de su propia mano". Un daño colateral de un maltrato psicológico, que así termina siendo físico. Como escribe usted, un "traspaso de poderes".

Las relaciones de maltrato salen en el telediario cuando hay un asesinato o una paliza, pero yo estoy contando la situación previa, en la que, evidentemente, también hay sometimiento y violencia física.

La violencia es violencia y la agresión es agresión, independientemente de que haya golpes o no. Porque la anulación de una persona tiene unas consecuencias físicas y Oliva, por ejemplo, termina tomando antidepresivos. "¿Por qué no sale de ahí?", podríamos preguntarnos. Tendemos a zarandearla a ella, cuando hay que zarandearlo a él. Le estamos otorgando a la víctima la responsabilidad de estar ahí dentro, como si de alguna forma lo estuviera permitiendo.

Nadie se cuestiona que Horía pase por algunas situaciones extremas, como si fuese necesario o inevitable que sucedan. En cambio, lo que hay dentro de esa relación de poder es similar a la que está viviendo Oliva. No importan los recursos que tengan ni otros aspectos que las diferencian, porque por encima de todo eso está la desigualdad brutal entre el hombre y la mujer.

La policía, en casa. Oliva, en el hospital. El silencio. Y las confesiones a sus amistades, que pueden relativizar el relato.

El silencio es social. Yo, por desgracia, lo he contado tal y como funciona. En las relaciones de maltrato hay una cosa muy clara: tras años de educación perversa en lo emocional y lo afectivo, la sociedad todavía está enferma. En todo caso, en la narración yo no los demonizo, porque si los lectores lo tuvieran muy claro, dirían: "Esto es una puta relación de maltrato y este hombre tendría que estar en la cárcel".

Vayamos por partes. La policía acude a su casa, le pregunta si está bien, hace un parte escueto y punto, no ocurre nada más. Oliva querría que se llevasen a Max, pero eso no sucede. Los vecinos del edificio han llamado porque escucharon ruidos, si bien luego se desentienden. Hablamos de una mujer atrapada que vive en una situación de peligro constante.

¿Por qué lo primero que sienten las víctimas de agresiones sexuales es vergüenza y culpa? Eso no ocurre cuando te roban, porque hay ciertas violencias que tenemos diagnosticadas y delimitadas. En cambio, Oliva ve que tiene que romper un muro, porque no hay una forma natural de salir: "Tú estás aquí porque es responsabilidad tuya. Te has metido donde no debías". Por eso, la culpa y la vergüenza inmovilizan a las víctimas de maltrato y permiten que todo esto siga siendo posible.

Damaris y Horía sufren el clasismo y la desigualdad económica, pero las tres comparten algo: son víctimas de una sociedad machista.

Es lo que une a las protagonistas. Hay una violencia sistémica y sistemática que está por encima del resto: la violencia machista. Y, por debajo, la desigualdad económica y el racismo. Horía sufre las tres, e incluso Damaris. Oliva, solo una. Y, de pronto, cuestionamos la violencia que está sufriendo, cuando es estruendosa y se da sobre todo en la intimidad, la grandísima trampa. Por eso se puede ejecutar durante tantísimo tiempo y funciona culturalmente desde siempre, porque nadie interviene en la intimidad.

"Quién se entromete en el amor ajeno, en la intimidad de otros, en su forma delictiva de enlazarse".

Hasta lo hemos visto en casa, con padres iracundos o tíos que ridiculizan a sus mujeres en las cenas familiares. Todas las asesinadas este año por sus parejas han vivido mil veces las situaciones que relato en la novela.

"La única manera de zafarse de la cadena de perro que le atenaza el cuello es matar al perro".

Claro, pero el perro es impune. Al principio, cuando se da cuenta de que Max es un salvaje, le acaricia el lomo a la fiera. Sin embargo, "al agacharse, solo estaba permitiendo que le cerraran bien la correa, muy cerca de la yugular". La presunción de ella no importa, porque blanqueamos constantemente la violencia y los comportamientos agresivos: "No, es que tiene mal humor", justificamos. El maltrato llega hasta el tuétano de nuestra sociedad, por lo que luego no sabemos reaccionar al peligro.

La novela también plantea que la violencia puede proceder de todas las direcciones, incluidos esos "barrios que tienen más ideología que certezas".

De hecho, el maltratador es un tipo de la izquierda radical. Da igual, porque el machismo no tiene ideología, como tampoco el clasismo y el racismo. Es decir, los grandes males de nuestra sociedad están por encima de cualquier tipo de ideología.

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