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Entrevista a Christel Keller, investigadora del grupo Sociedad, Políticas y Comunidades Inclusivas de la Universidad de Vic sobre economía feminista, la colectivización de los cuidados

Lunes 7 de junio de 2021

“Cuando el malestar es compartido, deja de ser un fantasma individual para ser un punto de encuentro”

Meritxell Rigol 02/06/2021 Pikara

Entrevista a Christel Keller, investigadora del grupo Sociedad, Políticas y Comunidades Inclusivas de la Universidad de Vic y de la Cátedra UNESCO Mujeres, Desarrollo y Culturas, sobre economía feminista, la colectivización de los cuidados, que ahora mismo se resuelven en los márgenes, y el papel de las Administraciones Públicas.

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Christel Keller. / Foto: Montse Giralt

¿Qué aporta bienestar a las personas? es la pregunta básica que Christel Keller, investigadora del grupo Sociedad, Políticas y Comunidades Inclusivas de la Universidad de Vic y de la Cátedra UNESCO Mujeres, Desarrollo y Culturas, plantea para articular salidas feministas en un escenario de crisis económica, de cuidados y ecológica en expansión. Y es esta, también, la base que echa de menos en las respuestas públicas ante la emergencia social agudizada a raíz de la Covid-19.

La de Keller es una de las voces recogidas en una investigación sobre economía feminista en la ciudad de Barcelona publicada recientemente por la asociación Cooperacció, un análisis sobre el alcance y los límites de prácticas colectivas con formas de hacer y finalidades que resultan “subversivas del orden económico”. Según concluye la investigación de Cooperacció, colectivizar esferas de la vida que se han ido individualizando y privatizando, así como avanzar hacia estándares de convivencia que aparten del centro el objetivo de acumular beneficios y, en su lugar, sitúen el cuidado hacia las personas y el planeta, son las piezas que comparten las experiencias de economía feminista. Una mirada sobre la economía que denuncia cómo “la vida se ve atacada por el propio hecho de encontrarse dentro del sistema capitalista”, explica Keller.

Hace poco más de un año estábamos confinadas, una situación excepcional en la que se evidenció la premisa básica reivindicada por la economía feminista: que aquello esencial para la vida son los cuidados. ¿Ha removido algo de fondo la crisis sanitaria?

Se ha hecho patente la crisis de los cuidados [la dificultad para cuidar y ser cuidada que afecta a amplias capas de la población] y se ha hecho evidente que el sistema de atención a la dependencia que tenemos montado es muy precario, es insuficiente y que mercantilizar servicios de cuidado pone en riesgo la vida de las personas. También se ha hecho más que evidente la importancia de la salud pública. La ralentización forzada por el confinamiento era una oportunidad, pero ya se va viendo cuáles son las cartas políticas que se jugarán ante la crisis y todo apunta que las recetas serán las de siempre. La tendencia es que, cuando viene una recesión económica, esto resulta en una sobrecarga de cuidados todavía más importante para los hogares: se privatizan servicios, se quitan becas comedor, se reducen noches de estancia en los hospitales… Las políticas de austeridad, los recortes, lo que hacen es devolver los cuidados a los hogares, donde se encargan de ellos principalmente las mujeres. El riesgo ahora es sobre todo esto. Por otro lado, la capacidad de autoorganización de las personas en momentos en los que todo había caído, cuando estábamos encerradas en casa, y la capacidad de generar espacios de apoyo para resolver las necesidades han sido iniciativas superpotentes, muy esperanzadoras y catárticas, porque vemos la fuerza de la gente. Cuando un malestar es compartido, se transforma en una cosa muy potente; deja de ser un fantasma individual para ser un punto de encuentro donde se puede trabajar colectivamente. Pero son experiencias muy precarias. Mantener estas iniciativas en el tiempo es complicado, es costoso, porque no dejamos de vivir un sistema capitalista en el que tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo y de esto depende nuestra subsistencia.

¿Subsistencia, pero no bienestar?

Desde estamentos económicos y políticos se ha vinculado mucho el bienestar al consumo, al PIB [Producto Interior Bruto], al “desarrollo”, al crecimiento económico, y esto nos habla muy poco de cómo de bien estamos las personas. Estar bien no pasa por el consumo una vez se han garantizado unas necesidades materiales mínimas. Hay otras cuestiones que tienen mucho más peso en cómo de bien estamos las personas, como puede ser la disponibilidad de tiempo, las relaciones de calidad, la calidad del aire, el contacto con la naturaleza; toda una serie de elementos que escapan de los indicadores económicos que usamos para medir el bienestar, pero que nos dan muchas más pistas sobre cómo de bien estamos.

Para reformular el modelo económico de forma que sea regido por el bienestar de las personas en lugar de guiarse por la maximización de beneficios, ¿qué es clave que cambie?

En el plan político, blindar derechos, ampliar la cobertura de servicios públicos y modificar los sistemas de atención. En el plan social, continuar avanzando mediante las relaciones comunitarias. Aunque no solo. También se generan cambios en espacios mucho más informales, entre amigas, dentro de las familias. Se trata de ir transformando los imaginarios que tenemos sobre los cuidados y sobre cómo vivimos en general. Ahora bien, la organización comunitaria, igual que la participación en movimientos sociales, requiere tiempo. Y la disponibilidad no es igual para todo el mundo. A menudo es para personas que tienen la posibilidad de no trabajar 40 horas a la semana o que quizás no asumen sus responsabilidades de cuidado dentro de los hogares.

¿Qué iniciativas o prácticas entran dentro del paraguas de la economía feminista?

La economía feminista no es un sector de la economía, como puede ser la economía social. Es una mirada, es una perspectiva y un horizonte de transformación global. La economía feminista va de cuestionar proyectos de megaminería a plantear alternativas para la soberanía alimentaria. Es decir, que tiene en cuenta cuestiones que van más allá de los cuidados a personas y que muestran la amplitud del conflicto capital-vida. La economía feminista pone en entredicho lo que se entiende por economía, que la reduce a las relaciones mercantiles. Los orígenes de la economía feminista son hacer emerger la parte sumergida del iceberg del sistema económico, que son los trabajos reproductivos y de cuidados que se llevan a cabo en espacios no considerados económicos, los hogares; trabajos invisibilizados, a menudo no remunerados o muy precaritzados. La economía feminista pone de manifiesto que el sistema económico capitalista no es autónomo y que establece relaciones de explotación también hacia las personas que los llevan a cabo en los hogares. Lo que propone la economía feminista como proyecto político es no con solo que se valoren estos trabajos, sino que todos los trabajos que sostienen la vida se pongan en el centro de la organización socioeconómica. Lo que sí que encontramos son prácticas e iniciativas que nos ayudan a avanzar hacia este horizonte y hacia el planteamiento de universalizar unas condiciones de vida a toda la población; que se garantice el acceso a la vivienda, suministros básicos, alimentación, etcétera, porque, cuando los bienes se mercantilizan, se pierde el acceso universal.

En el análisis que has hecho de experiencias comunitarias como los grupos de crianza compartida y de apoyo mutuo en salud mental, ¿qué consiguen transformar?

Lo más interesante es que se normaliza la necesidad de cuidado y se deja de ver como un problema privado e individual. Lo llevas al colectivo y se resuelve colectivamente. Esto no quiere decir que las familias no continúan jugando su papel en el cuidado, pero se colectiviza la necesidad de cuidado y se despliega una solidaridad automática. Se entiende que no es un problema tuyo aquello que estás necesitando, sino que es un problema compartido y por lo tanto se ponen en marcha relaciones de reciprocidad.

¿Qué rol tiene que tener la Administración Pública en el reto de amplificar lo que estos espacios están transformando a pequeña escala?

Hay quién piensa que es desde la Administración Pública desde donde se tiene que promover lo comunitario, es decir, generar estos espacios. Para mí, si lo genera la Administración Pública no acaba de cumplir con el rol empoderador que tiene la autoorganización. Ahora bien, a pesar de que soy una firme defensora de la autogestión y los movimientos de base, lo cierto es que no dejan de ser experiencias minoritarias, en parte porque no todo el mundo tiene las mismas opciones de participar. Y aquí hay un sesgo de clase muy fuerte, hay un sesgo territorial muy importante también y, por lo tanto, cuando estamos hablando de garantizar derechos, es la Administración Pública quien se tiene que encargar de garantizar que todas las personas puedan tener acceso. Una cosa no es sustituible por la otra.

¿Es el cuidado un derecho garantizado?

El derecho al cuidado no está universalizado y se tiene que plantear en qué términos se está garantizando, porque una cosa es que las personas hayan podido acceder a servicios que antes no existían, como el servicio de atención domiciliaria o las residencias para gente mayor, pero otra es que socialmente, o desde una perspectiva feminista, podamos avalar que este cuidado se está dando en las condiciones que consideraríamos óptimas o aceptables. El derecho al cuidado incluye el derecho de las personas a ser cuidadas, especialmente cuando lo requieren, es decir, en situaciones especialmente vulnerables, y también incluye los derechos y las condiciones de vida dignas de quien cuida, tanto si es en un marco laboral como dentro del espacio familiar. En este sentido, por ejemplo, el marco regulador del trabajo del hogar no garantiza a las trabajadoras los mismos derechos que al resto de sectores. Y cuidar de manera no remunerada continúa implicando desprotección económica y social.

Las mujeres, de manera no remunerada o económicamente precarizada, asumen el peso principal de los cuidados. ¿Qué piezas debería incorporar un modelo de organización de cuidados más justo?

No sé si tiene mucho sentido pensar en un modelo ideal sin pensar en el contexto en el que nos encontramos. Claro que lo ideal sin duda sería un modelo en el que el cuidado fuera asumido socialmente, de forma colectiva, no de forma privada dentro de los hogares, y no como un problema individual que depende de los recursos que cada una tiene, en el plano económico y en el relacional. Esta forma de asumirlo socialmente puede tomar varias formas: puede tener un peso muy importante de lo público, que es la forma garantista de asumir el cuidado. Pero, por otro lado, pienso que el papel de la comunidad es muy importante, no tan solo como proveedora de cuidados, sino por el poder que tiene de transformar las relaciones entre las personas y de generar unos imaginarios diferentes sobre las propias relaciones y sobre las propias necesidades de cuidado.

¿Por qué no es así si el peso de la responsabilidad lo tienen las Administraciones Públicas?

Porque cuando el cuidado se resuelve en el sistema público, no deja de ser una relación jerárquica, en la que las personas son usuarias y al final no nos vemos implicadas en una relación bilateral de cuidado. Y al mismo tiempo tampoco cuestiona el hecho de que las necesidades de cuidados no implican una carencia por parte de las personas que las tienen. Cuando eres usuaria de servicios sociales, del sistema de salud, del sistema de salud mental, no dejas de ser vista y autopercibida como una especie de parásito social. Es una idea muy fuerte. Al final eres un coste para la sociedad sin normalizar que las necesidades de cuidados son universales y que todas las personas las tenemos. Para mí la comunidad tiene el papel de situar a las personas entre iguales y de romper la jerarquía paciente-usuaria versus experta-profesional, para pasar a establecer una relación en la que, como es real, todas tenemos necesidades de cuidados y todas asumimos cuidar, porque es propio de los seres humanos. De otro lado, si la Administración Pública en los servicios que ofrece introduce prácticas más comunitarias contribuye a cambiar el modelo de atención. Es potente que dentro de servicios públicos se vayan replanteando también el papel de las personas con necesidades de cuidado.

¿Qué lugar ocupan los cuidados, desde la perspectiva hegemónica, a nuestro alrededor?

Ahora mismo los cuidados se resuelven en los márgenes, que es la crítica de la economía feminista a la centralidad de los mercados. No solo los mercados son el único lugar de valoración económica, es decir, donde hay los trabajos remunerados y que permiten reconocimiento de derechos, sino que el mercado ordena la vida. No solo la economía. Ordena la vida y la gestión de los tiempos cotidianos: pensamos cosas como que “yo hago mi vida y aparte cuido” o “ahora me ha pasado esto, tengo una necesidad de cuidado y he de parar mi vida, la normalidad, porque ahora soy vulnerable”. Tenemos que romper con esta idea y poner el cuidado en el día a día. Pienso que las relaciones comunitarias aportan un poco esto. A la vez, resulta un poco trampa buscar un cambio descontextualizado. Todas necesitamos trabajar para cobrar un sueldo y pagar el alquiler. La economía feminista es un horizonte muy ambicioso de transformación global y asumir las limitaciones es un ejercicio muy humano. También, por muy posicionadas que estemos por una transformación social, nuestras subjetividades no dejan de estar tintadas por el sistema de valores que nos rodea y esto incluye la competitividad y la búsqueda de reconocimiento. Es importante poner conciencia sobre ello.

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