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Entrevista a Alba Alfageme, autora del libro "Quan cridem els nostres noms. Guia per l’autoconsciència i resiliència feminista"

Lunes 20 de diciembre de 2021

"La violencia machista es un problema de los hombres y su masculinidad"

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La psicóloga Alba Alfageme, durante la entrevista. — Públic

Barcelona 18/12/2021 Emma Pons Valls Público

Hablamos con la psicóloga Alba Alfageme, especializada en violencias machistas, sobre los sesgos patriarcales que impregnan nuestra sociedad y herramientas para hacerles frente. Lo plasma en su libro reciente Quan cridem els nostres noms. Guia per l’autoconsciència i resiliència feminista (Univers), que se publicará el próximo mes de marzo también en castellano.

Alba Alfageme (Girona, 1979) es psicóloga especializada en violencias machistas. También es profesora universitaria y está asesorando al Govern en cuestiones de seguridad y género y también salud mental. Ahora publica el libro Quan cridem els nostres noms. Guia per l’autoconsciència i resiliència feminista (Univers), que pronto será publicado también en castellano, que pone sobre la mesa los sesgos machistas que impregnan nuestra sociedad y el poder transformador del feminismo desde todos los ámbitos, a nivel personal y colectivo.

En un encuentro en una cafetería en el centro de Barcelona, explica que decidió ponerse a escribir por la demanda que le hacían muchas mujeres a las que acompaña sobre dónde podían encontrar más información sobre los procesos que abordaban en la consulta. El resultado es un libro divulgativo, que aborda de forma concreta aspectos todavía poco conocidos, como la reacción más habitual del cerebro ante una agresión, que es el bloqueo y la congelación. Esto es importante para romper "esquemas patriarcales", como la culpabilidad que pueden sentir las mujeres después de una agresión, y precisamente ese trabajo realizado desde los feminismos es "un motor de reparación y de resiliencia brutal", así como romper el silencio.

Alfageme lleva más de veinte años acompañando a mujeres en el proceso de reparación después de haber sufrido violencias, y destaca que hay que desterrar el mito de que una mujer que ha sido víctima de una agresión sexual no se recuperará nunca: "Claro que una agresión te deja una señal, porque es traumático y es duro. Pero seguirás siendo tú, diferente; como todas las experiencias de la vida, que nos hacen cambiar. Esto es súper importante decirlo porque sino alimentamos el sistema del terror sexual".

Vemos cómo salen a la luz muchos más casos de agresiones sexuales que antes, que reciben una atención mediática más notoria. ¿Han aumentado?

No es que ahora haya un aumento de casos sino una mayor concienciación social que ha facilitado que las mujeres se sientan más seguras para explicar lo que han vivido. Y esto es gracias a los feminismos, que han tejido unos espacios en los que sientes que puedes explicar lo que te ha pasado sin sentirte juzgada ni culpada. Esto está haciendo que se rompa el silencio. Los estudios de victimización, que tienen cierto recorrido, llevan tiempo marcando unas cifras muy similares. La Macroencuesta de 2019 nos dice que una de cada dos mujeres ha sufrido algún tipo de violencia machista, y la OMS apunta a que una de cada cuatro mujeres ha sufrido algún tipo de violencia física o sexual.

Ahora nos encontramos en un momento de sacudida emocional, de impacto colectivo, y a nivel mediático se ha abierto el tema. El problema es que se está poniendo el foco en determinados tipos de agresiones que llaman la atención, como las violencias sexuales múltiples. Pero es que las encuestas de victimización llevan mucho tiempo diciendo que una de cada diez agresiones es múltiple. No estamos ante nada nuevo.

Precisamente, la cobertura de los medios repercute en el miedo a las mujeres de ir solas por la calle de noche, reproduciendo el "terror sexual" teorizado por Nerea Barjola, del que hablas en el libro. ¿Cómo romper con ello?

Creo que es muy importante hablar de ello, porque está bien poner el foco en el problema, pero hay que tener mucho cuidado con cómo se hace. Si sólo alimentamos la visión del riesgo, de las agresiones, de la fragilidad, de la vulnerabilidad en sentido negativo de las mujeres... situamos de nuevo el foco en nosotras, y hacemos emerger o reforzar un miedo que es algo aprendido y que en su origen tiene un objetivo de control. No existe un mecanismo más efectivo que el miedo para controlar a alguien.

Cuando pones el foco en las afectaciones concretas en el cuerpo de la chica, sólo hablas del daño, del impacto traumático, de la dureza. Te da la sensación de que es algo a lo que todas estamos expuestas, y nos alimenta el sentimiento de que nos puede pasar lo mismo.

La falta de control, de no saber, eso es lo que quiere el patriarcado: que pensemos que en cualquier momento puede atacarnos cualquier tío. Si no explico exactamente el fenómeno, y me quedo con el detalle, genero miedo.

Si explico lo que hay, quiénes son los que nos agreden, cómo tienen la capacidad de recuperarse las mujeres... Construyo un relato que, de repente, ya no me sitúa en la fragilidad.

Hablas mucho de la reparación de las víctimas, sobre cómo se convierten en supervivientes. ¿Con la sensibilización actual, este proceso es más fácil?

La reparación tiene una vertiente más social, que hace que te puedas sentir acompañada, que no te lo reprochen y que te digan "a mí también me ha pasado". Esto es un motor de reparación y de resiliencia brutal. En el libro hablo de la resiliencia feminista, porque existe un proceso personal pero también colectivo.

¿Lo ves en las mujeres a las que acompañas?

Absolutamente. Antes estaba el peso de la vergüenza, de la culpa, que todavía existe. Pero ahora hay una lucha entre esto y el relato sobre cómo te ha pasado por el simple hecho de ser mujer. Es como una dualidad.

Si las mujeres tienen la posibilidad de aferrarse a los feminismos y entender que no les ha pasado porque sean ellas, sino porque son mujeres y viven en un mundo patriarcal, de repente su papel como "activadora" de una posible violencia no es real. El problema es estructural.

"Decir a mí también me ha pasado es un motor de reparación y de resiliencia brutal"

Hay más toma de conciencia, sobre todo en mujeres jóvenes. Antes no se ponían palabras a muchas cosas. Pero todavía hay situaciones con patrones similares, como las violencias en parejas que llevan mucho tiempo. En términos de violencias sexuales sí hay bastante punto de inflexión.

Hablas también de cómo este cambio de mirada hace que procesemos y superemos las agresiones de forma diferente. ¿Qué estrategias se utilizan para transformarlas?

Los procesos de resiliencia cuanto más se activan es cuando lo ponemos en colectivo. Poner nombre a las cosas que hemos vivido, en el sentido de no tener miedo a desenterrar emociones, traumas, de mirarnos al espejo y de no vivir el trauma como algo individual... Cuando te sientes acompañada y puedes compartirlo, se activa mucho más rápidamente el proceso de recuperación.

Al final, no es tanto lo que vives sino cómo lo vives: dos personas que han vivido la misma situación de violencia, en función de qué herramientas puedan tener, lo afrontarán de una forma u otra. Y por eso a las niñas debemos dotarlas de herramientas. Para evitar que se envuelvan en ese silencio, que es lo más antirresiliente que hay: las historias de las mujeres están cargadas de silencios.

En el libro te refieres al mito de que la mujer violada nunca lo superará, que es falso. ¿Por qué sigue extendido?

Es el discurso patriarcal: una mujer violada, agredida, ya no es válida. Queda fuera del sistema. Ya no es una amenaza. La violencia sexual es una forma de sacarlas del mapa. Existe la idea de que quedan destrozadas de por vida y esto conecta con la idea de la vergüenza y el honor.

Creo que... claro que una agresión te deja una señal, porque es traumática y dura. Pero seguirás siendo tú, distinta; como todas las experiencias de la vida, que nos hacen cambiar. Hay muchas tías que han vivido agresiones súper duras y que se han recuperado y han seguido adelante. Y esto es súper importante decirlo porque si no alimentamos el sistema del terror sexual.

Hay datos que alertan de cómo entre la juventud la violencia machista no sólo no decrece, sino que además han aumentado los chicos que la niegan. ¿Se trata de una reacción al auge del feminismo?

Sí, creo que cuando vas conquistando derechos que nos han sido usurpados históricamente, de repente sale un movimiento contrarrevolucionario que intenta frenar este avance. Porque en el fondo, los feminismos están poniendo sobre la mesa otra forma de vivir y relacionarnos.

Para mí, el quid de la cuestión es que va al núcleo del poder: pone en cuestionamiento el porqué históricamente los hombres blancos, heterosexuales, de clase media, etc., han podido decidir cómo queremos vivir.

Este auge de los feminismos hace que muchos hombres y estructuras patriarcales se sientan amenazados. Es muy cómodo aferrarte a la idea de que esto es mentira, al mito de las denuncias falsas... Son postulados muy de extrema derecha pero, al mismo tiempo, muchos de estos jóvenes no se identifican con ella. Y es que al final ese machismo lo encontramos en la extrema derecha pero también en otras ideologías.

Creo que la juventud está en un momento de mucha más identificación de las violencias, suben mucho las denuncias, pero por contraparte hay más resistencia también y esto es un problema mayúsculo.

¿Y cómo interpelar a los hombres?

A raíz del libro, cada vez más me doy cuenta de que siempre se nos ha dicho que la violencia machista es un problema de mujeres, y no: las mujeres sufrimos las consecuencias de un problema de los hombres, que ellos tienen con su masculinidad, de una mala gestión que les lleva a un sistema muy violento. Y hay que decir: "U os ponéis las pilas y entendéis que este problema es vuestro, o eso no cambiará". Hay que empezar a interpelarlos de forma directa.

Cuando escribí el libro, lo hice pensando básicamente en mujeres, pero ahora me estoy encontrando con muchos hombres que se lo están leyendo y que están haciendo un ejercicio de empatía. Un amigo el otro día me decía: "Es muy duro ser mujer en esa sociedad".

Al final, es intentar deconstruir estas masculinidades tan tóxicas, y creo que comienza a haber cierto movimiento. Pero cuesta mucho, porque al final es decir a los privilegiados que dejen de serlo. Aquí es cuando aparece el ’victimismo del privilegiado’.Alertas también de que el hecho de que se haya popularizado el feminismo puede llevar a una despolitización del movimiento.

¿Cómo evitarlo?

Nuestro inconsciente colectivo es patriarcal; nos han enseñado a ver y entender el mundo así. Deconstruir esto es muy complicado, y si no entiendes que vivir en el feminismo pasa por una deconstrucción personal, y conlleva una crisis muy potente, te apuntas a esto como una moda. Así puede desvirtuarse y despolitizarse.

El feminismo aporta un cambio radical en la forma de vivir, en todo tipo de temas. Tiene la capacidad de transformar nuestro modo de vida. Creo que hace falta mucha más pedagogía. Sino, da la sensación de que nos quedamos en una zona superficial.

Con el caso de presuntos abusos sexuales del ex coordinador de fútbol base del Barça Albert Benaiges, hemos vuelto a ver como nadie hizo nada durante décadas y actuó con impunidad. ¿Por qué?

(destacado) "Las instituciones piensan que si identifican una situación de abusos, su imagen va a quedar manchada, pero no es así"

Venimos de una sociedad en la que el silencio era la opción habitual, la más cómoda. Se pensaba mucho que eran temas privados, también está el factor del poder de por medio... Las instituciones están tan impregnadas del patriarcado que piensan que si identifican una situación de violencia patriarcal, por ejemplo de abusos, su imagen quedará manchada.

Se han hecho algunos estudios que demuestran que en función de cómo actúa la entidad, acaba siendo mejor puntuada y tiene mayor prestigio si ha aplicado prácticas de transparencia y reparación. Aquella organización acaba convirtiéndose en un modelo de buena práctica, donde sientes que puedes estar tranquila si llevas a tus hijos, porque tienen mecanismos para identificarlo. Pero como venimos de dónde venimos, pensamos ’tapémoslo todo’.

Hace unos meses que eres asesora en Políticas de Seguridad y Perspectiva de Género en el Departament de Interior. ¿Cuáles son los principales retos que deben abordarse desde el orden público?

Incorporar toda la perspectiva feminista y feminizar todo el modelo de seguridad pública de Catalunya. La seguridad también tiene un sesgo patriarcal clarísimo, no sólo en las instituciones como la Policía, sino en la propia concepción de la seguridad. La de los hombres y las mujeres no tiene nada que ver: la sensación de inseguridad de las mujeres triplica a la de los hombres.

Más del 50% de mujeres europeas, según la encuesta de la Agencia Europea de los Derechos Fundamentales (FRA), dejamos de hacer cosas por miedo a ser agredidas. Esto ya es una violencia que estamos sufriendo.

Por otra parte, el principal problema de victimización que sufrimos las mujeres son las violencias machistas. Los hombres no. Por lo tanto, debemos incorporar la perspectiva de género, porque si estamos priorizando lo que les pasa a los hombres, significa que hemos estado históricamente olvidando estas situaciones.

¿Por qué nos quedamos con las denuncias, cuando en violencia sexual como mucho se denuncia el 10% de lo que ocurre? Hay que incorporar a más mujeres en los cuerpos, hay que hacer una formación para que cuando vayas a denunciar la persona que tienes delante entienda de qué estás hablando, no te sientas juzgada ni te haga preguntas que no tocan. O entienda que tú en ese momento que acabas de sufrir una agresión no puedas recordar exactamente lo que ha pasado.

Históricamente se ha hecho tan poco porque la seguridad siempre ha estado en manos de los hombres. Es hora de feminizarla, pero es un reto ingente.

Los jueces todavía utilizan estereotipos como, por ejemplo, que si una mujer agredida hace vida normal es que la agresión no fue tan grave. ¿Qué frena la puesta al día de los estamentos judiciales?

El sistema judicial también tiene un sesgo clarísimo. Para capilarizar todas las instituciones debemos empezar a trabajar con todos los individuos.

Por mucho que yo les cuente qué es el trauma, si los jueces no entienden que la mayor parte de pensamientos automatizados que tenemos están sesgados por el patriarcado, no avanzaremos. Porque el sistema judicial se concibe también de la mano de los hombres y por los hombres.

Cuando se piensa cómo juzgar, se piensa qué tipos delictivos han sufrido ellos, y básicamente son por parte de personas desconocidas y en el espacio público. Por ejemplo, atracos. Las mujeres no. Más del 80% de situaciones son por parte de personas conocidas y en entornos seguros, no en la calle.

Los jueces tienen mucha formación pero no se deconstruyen a nivel individual para ser conscientes de todo este sesgo que llevan encima.

También formas parte del grupo de expertos que asesora al Govern en el plan de salud mental. Se está visibilizando una falta muy grande de recursos en los servicios públicos. ¿Cuáles serán las principales líneas que abordará este plan?

El primer objetivo debe ser identificar: históricamente, la salud mental ha sido la salud de segunda o tercera. Era la mayor invisibilizada. Ahora que se está hablando del tema, mucha más gente identifica cómo se siente y pone nombre y demandas: necesito atención. Esto hace que el sistema, que ya estaba extremadamente limitado en recursos, se vea absolutamente desbordado. Hay que tener presente que una de cada cuatro personas sufrirá una afectación de salud mental a lo largo de su vida.

Es necesaria perspectiva comunitaria para trabajarlo no sólo en una consulta cerrada, sino poner énfasis en qué tipo de vida tenemos, cómo podemos colectivizarlo y hacerlo desde un punto de vista comunitario. También es necesario introducir perspectiva de género, porque las mujeres estamos sobrediagnosticadas e hipermedicalizadas.

También introducir la perspectiva de la juventud: ¿Cómo ha aumentado tanto el tema de los suicidios? Es una afectación a la salud mental que tiene mucho que ver con el contexto, no tanto con factores endógenos, biológicos, sino con ¿qué futuro y qué presente tengo yo? En 2030, nos están diciendo que la principal discapacidad será la depresión. Es un sistema que está construyendo unas vidas tristes, de desesperanza; provoca sufrimiento.

Hay unos elementos estructurales que generan desigualdades y esto debe ponerse sobre la mesa. La salud mental es la afectación, pero es que antes se podría promocionar y prevenir el bienestar emocional. Vivir vidas que merecen la pena.

En cuanto a los jóvenes, ¿estamos hablando de un factor generacional?

Los jóvenes han hecho un avance brutal al compartir cómo están, hay mucha más conciencia y voluntad de gobernanza. Pero se habla de "generación de cristal".

Venimos de un modelo de hiperparentalidad, de educación, de acompañamiento. Se ha estado muy encima. Y hay estudios que nos hablan de que nos encontramos con generaciones muy potentes a la hora de identificar, pero por contraparte se les ha dejado poco que resolvieran las cosas del día a día.

Esta actitud de volcarnos en ellos ha hecho que lleguen a un punto vital en el que probablemente se les hubiera tenido que dejar volar más. Piensan: "Si a mí me han dicho que podía hacerlo todo, que podía conseguirlo... y de repente me encuentro con este mundo de mierda". Fuera hay una intemperie emocional muy bestia.

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