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Entrevista Marcela Amador Ospina: "La paz en Colombia debe construirse desde la perspectiva de las mujeres”

Lunes 28 de mayo de 2018

Marcela Amador Ospina, antropóloga y feminista, lleva años acompañando a las mujeres de las comunidades indígenas de Colombia. Aboga porque las luchas comunitarias del mundo se unan; antes espera que las elecciones refuercen el proceso de paz y el papel de las mujeres en él. Forma parte de ‘4.000 mujeres conectadas por la paz’.

Yeray S. Iborra 27-05-2018 Catalunyaplural

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Marcela Amador Ospina, ante el encierro migrante de Barcelona | Sònia Calvó

“Sobretodo no te dejes Ospina, el segundo apellido… Es por mi mamá”. Marcela Amador Ospina (Bogotá, 1984) sabe que, sin visibilidad y reconocimiento, no hay cambio. Por eso pide encarecidamente que se respete el legado de las mujeres (también el de su familia, claro). La construcción de autonomía, una de sus especialidades como antropóloga feminista, empieza por una misma.

Amador Ospina lleva diez años acompañando a las comunidades indígenas del suroccidente del país en sus procesos de construcción de autonomía, educación, diálogo intercultural, justícia comunitaria y lucha contra las violencias. Además, es miembro de la Corporación Ensayos para la promoción de la cultura política y de Mujeres Diversas y Paz de Santander de Quilichao (en la región del Cauca).

En Barcelona ha visitado, gracias a la asociación Maloka-Colombia, el encierro migrante de la antigua escuela Massana, un ejemplo de resistencia racializada que tendrá uno de sus puntos álgidos este domingo en una manifestación a la que se han adherido casi medio millar de entidades. La antropóloga aboga porque las luchas comunitarias mundiales crean puentes, previo reconocimiento de sus diferencias.

Amador Ospina tendrá el corazón y el cerebro dividido este domingo: la gran manifestación migrante en la capital catalana y las elecciones presidenciales colombianas coincidirán. El proceso electoral será clave para un proceso de paz que, según la antropóloga, todavía se está llevándose a cabo desde una única perspectiva, la de los hombres. Por ello formará parte de una articulación de diferentes organizaciones de mujeres –bajo el nombre Juntanza de Mujeres por la paz– que el próximo el próximo 1 de junio llevará a cabo la acción 4.000 mujeres conectadas por la paz..

¿A qué se dedica su colectivo, Mujeres Diversas de Santander de Quilichao?

Trabajamos con mujeres campesinas, indígenas, afroamericanas, etc. de la región del Cauca en un momento de coyuntura histórica clave y fundamental como la firma de paz entre las FARC y el Gobierno colombiano y la mesa de negociación en curso entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el ejecutivo. La nuestra es una apuesta por fortalecer la voz política de las mujeres en todos los campos.

¿Sirven los lazos comunitarios para romper los techos de cristal?

Construir comunitariamente tiene más potencia que impulsar políticas individuales. En términos de apuestas políticas de las mujeres indígenas, que tienen una relación muy comunitaria, es fundamental fortalecer su tejido social, muy fracturado y afectado por un conflicto armado como el colombiano. Es algo parecido, imagino, a su experiencia con la Guerra Civil; también la apuesta organizativa comunitaria permitió hacer frente a esas formas de violencia estructural.

¿Siguen las luchas comunitarias abocadas a la disidencia o se están asimilando?

No puedo estar segura que a nivel mundial haya un cambio en el paradigma. En el caso de Catalunya, sin duda hay una construcción de poder popular elaborado a partir de la movilización en las calles y hay una construcción de empatía entre las reivindicaciones de los movimientos comunitarios y la sociedad en su conjunto. Y desde ahí se puede ir a un escenario institucional y cambiar las lógicas de poder en un país. En el caso de Colombia, en el Cauca también hay construcción del poder comunitario, pero éste no se ha expresado en todas las formas de poder institucionalizado de las estructuras del Estado colombiano; hay casos en que sí, algunas alcaldías indígenas. Pero poco a poco, la reivindicación allí por la autonomía es muy grande, y la experiencia organizativa es muy interesante, pues de esa experiencia histórica han emergido movimientos sociales potentes como el indígena caucano. Todavía hay que construir más autonomía política frente a un Estado que ha generado unas discriminaciones muy fuertes hacia los pueblos indígenas y hacia las mujeres. No hay todavía la toma del poder popular que podría haber.

¿Cómo se trabaja con dichas comunidades desde la perspectiva de género?

Básicamente, fortaleciendo los espacios de formación política para mujeres, reconociendo las dificultades de acceso a espacios formales y no formales. Y también desde estrategias de investigación comunitaria, que han permitido que las propias mujeres investiguen y descubran sus problemas desde una perspectiva participativa y etnográfica. La idea de construir conocimiento desde una visión comunitaria, ¿cómo viven esto y aquello las propias comunidades? Hay una retroalimentación entre la formación y la acción directa.

Según comenta, el escenario es diverso.

Sí, y hemos podido visualizar la diversidad de dicho escenario desde las mismas propuestas y vivencias de las mujeres. No se ha logrado de un día para otro. Hay un gran camino por recorrer, pero las mujeres hemos ido ganando espacio. Aunque no es suficiente, no basta con que seamos mujeres, hay muchas que reproducen estrategias patriarcales que van en contra de las apuestas mismas de la mujeres. Debemos seguir alimentando una idea feminista del mundo para transformar las relaciones de poder.

¿Están los movimientos comunitarios estrechamente ligados a esos valores feministas?

Sí. Pero es un camino por construir, pues posicionar las reivindicaciones de las mujeres en el marco comunitario no es fácil. En las microestructuras comunitarias se están todo el día alimentando los poderes del patriarcado: todo el tiempo las mujeres estamos siendo señaladas, como si amenazáramos la unidad de los movimientos comunitarios. Las mujeres nos tenemos que enfrentar a esas estructuras jerárquicas, porque al final de todo, lo que hay es un cuestionamiento de las relaciones de poder. Desde allí se cambian las lógicas a nivel político, comunitario e incluso familiar.

Está usted conociendo la experiencia de la acampada. Aquí las mujeres viven una doble discriminación, como mujeres y como migrantes. ¿Es parecido a lo que pueden experimentar mujeres afrocolombianas en el Cauca?

No podemos universalizar las experiencias organizativas ni los conflictos; las mujeres indígenas viven ciertas formas de violencia y aquí se viven otras, diferentes. Pero poner en perspectiva esas experiencias es un primer paso para construir puentes. Debe haber pertinencia en la comprensión de lo que ocurre en los contextos para que haya diálogo. La población migrante de diferentes lugares está en una lucha por el reconocimiento a vivir de manera plena. Pasa en el Estado español. Y eso nos habla de las formas como se ha reconstituido la diversidad social y cultural. Es parecido a las luchas por la autonomía de los pueblos indígenas, que también se convierten en una amenaza al Estado colombiano: cuestionan los poderes que han generado discriminaciones históricas.

¿Para qué pueden servir esos puentes comunitarios?

¡La posibilidad de intercambio permite compartir aprendizajes y limitaciones! Permite conocer procesos organizativos de base que ayudan a alimentar las luchas. Estos diálogos posibilitan que una realidad de contexto colombiano tenga resonancias. Tenemos que dejar de ver los problemas como internos y debemos hacer las luchas cada vez más potentes, internacionalizarlas; vemos las luchas para dentro nada más.

En el marco de este mismo encierro, se decía: “El feminismo negro es comunitario, no lucha por derechos individuales como el euro-blanco, sino que defiende la comunidad”. ¿Lo comparte?

Comparto la idea de que los feminismos negros, indígenas, de esas mujeres otras, han cuestionado el paradigma del feminismo blanco y eurocéntrico, porque efectivamente ese feminismo blanco ha desconocido históricamente los procesos y las otras dimensiones de las experiencias que nos diferencian y atraviesan como mujeres. Poder comprender esas experiencias diferenciales es fundamental para comprender a las mujeres diversas. Eso nos permitirá construir una apuesta de paz conjunta.

Hablando de paz, ¿se está escuchando a las mujeres en Colombia?

En Colombia las mujeres queremos contribuir a un proceso de paz amenazado por cuestiones políticas adversas, para cumplir con lo pactado en el acuerdo para la terminación de la guerra. Las mujeres estamos en una estrategia llamada juntanza de mujeres y el próximo junio haremos una acción política clave: 4.000 mujeres conectadas por la paz.

¿En qué consistirá?

Haremos un streaming con la mesa de diálogo de la Habana para proponer mecanismos de participación de la sociedad civil a la mesa y la creación de una comisión de género en la negociación para que la paz se construya desde la perspectiva de las mujeres. Porque la paz, sin las mujeres, no va.

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