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Entrevista La Poderío. Soledad Castillero: “Los feminismos andaluces han convertido en presencia las ausencias”

Lunes 26 de diciembre de 2022

La antropóloga cordobesa hilvana cómo se han creado clichés a través del arte y de la agricultura gracias al diálogo que mantiene con Blas Infante en su obra ‘Las Sin Tierra. El mito de la musa andaluza’. Carga de significado un relato que se ha construido a través de los clichés, tópicos, y de las ausencias, que precisa de ser revisado para no caer en la desmemoria.

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Soledad Castillero, autora de ‘Las Sin Tierra. El mito de la musa andaluza’ JAVIER GARCÍA FERNÁNDEZ

Amal Tarbift, La Poderío 24 DIC 2022 El Salto

Galardonada con el Memorial Blas Infante 2021, Las Sin Tierra. El mito de la musa andaluza (Almuzara, 2022) nos presenta estrategias de luchas que se llevan a cabo en el territorio del sector del fruto rojo, de procesos culturales de las mujeres y nos recuerda la necesidad de atender a un pensamiento crítico desde una tierra vilipendiada y mitificada en la historia moderna. Soledad Castillero presta su patio a La Poderío para transitar ante una narrativa demoledora donde los significados y significantes se encuentran bajo el manto verde del feminismo andaluz.

En primer lugar, darte la enhorabuena por el galardón Memorial Blas Infante por tu trabajo Las sin Tierra, rompiendo el mito de la musa andaluza. Qué privilegio que te acompañaran en este día mujeres a las que mencionas en el libro.

Ha sido un lujo tenerlas presentes en la jornada del premio. Escribir un libro donde parte de las mujeres están vivas y poder celebrarlo con ellas es un lujazo. Es lo más bonito que me aporta la antropología al final. Lo pasamos superbién.

En Las sin tierra comienzas haciendo un recorrido por la pintura y el cine sobre la construcción del mito de la mujer andaluza. ¿Qué te llevó a investigar sobre sus vidas?

La figura de la Chiquita Piconera, que es una de las obras que se abordan en el libro, siempre me ha vertebrado mucho porque es una comparación que me han hecho mucho a lo largo de mi vida por mis rasgos. Era una obra que siempre me había causado fascinación, y quería saber quién era esta mujer. Descubrí a una mujer totalmente anónima que se llamaba María Teresa. Tuvo una vida bastante precarizada, no tuvo reconocimiento ninguno, a pesar de que su imagen a día de hoy sigue siendo ensalzada y visitada por gran número de personas en el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba.

Sabíamos que cuando decíamos “soy andaluza”, veíamos en los ojos y en la expresión de las personas que la imagen que le remitía ser andaluza era muy sexualizada y folclorizada. Una flamencona de clase baja, sin estudios, graciosa, simpática, pero poco más se podía saber. Yo quería indagar y hacer esta conexión del porqué existe un estereotipo. Vi entonces que estaba muy ligado al mito que se ha construido desde lo foráneo, muy influenciado por el ojo masculino sobre Andalucía.

Y como trabajo en la Academia e investigo sobre la vida de mujeres que se dedican al sector agrícola, me di cuenta de que están fuera de ese imaginario sobre la mujer andaluza. Es más, esta ausencia está relacionada con lo poco que valoran su trabajo. Nunca se les ha puesto en alza en las Bellas Artes o en la política. Ni tan solo en los feminismos. Creo que eso es la vuelta de tuerca más grande que han dado los feminismos andaluces, convertir en presencia las ausencias.

Estas mitificaciones las configuraron históricamente hombres a través de las artes. ¿Seguimos observando este mapa simbólico femenino en Andalucía?

Solo tenemos que darnos unas vueltas por el centro de cualquier ciudad andaluza y fijarnos en las tiendas de souvenir. ¿Quiénes son las mujeres que están en las postales? ¿cómo van vestidas? ¿cómo se les fotografía? ¿cómo se le refleja? Y lo más interesante sería fijarnos en quiénes son las que no están. Ese mapa que se hace sobre la mujer andaluza y sobre Andalucía, no es que siga vigente, es que tiene el mismo valor que el que le daban los propios viajeros románticos del siglo XIX. Solo que ahora, desde las instituciones, es la imagen política nacional que se quiere seguir dando. Una imagen de mujeres musas, mujeres entretenimiento, mujeres regalo, pero nada más.

Cuando apelamos a que hay que salir de ese cliché, de la mujer no flamenca, sino flamencona, no estamos ni muchísimo menos haciendo una crítica a la mujer folclórica o a la mujer que se dedica al mundo del arte. Esas mujeres han sido y son una de las fundamentales de la transgresión política. El problema es cuando no se reconoce quiénes son. Seguimos habitando una tierra dedicada exclusivamente a un entretenimiento.

María Teresa, que posó tanto tiempo para Julio Romero de Torres, cayó en el olvido y no sabemos qué supuso para ella La Chiquita Piconera. En tu libro rescatas parte de su vida. ¿Cómo fue?

Ella afirma que esa pintura le amargó la vida porque en el cuadro lo que más se ha valorado de esa figura es esa pierna, que no le pertenece a ella, y ese hombro desnudo. Julio Romero hacía mucho collage con los cuerpos de mujeres que más le gustaban. Era su cara, pero no era su cuerpo porque ella era una niña de 15 años. La sociedad de entonces se le echó encima porque lo que se acepta como musa se devalúa como persona. Esa desnudez o esa exhibición sensual de su cuerpo se ha valorado hasta el punto de ser estampado en un billete.

El régimen cogió esa imagen y la hizo nacional después de muerto Romero, pero ella no recibió nunca ningún tipo de compensación, ningún tipo de reconocimiento. Vivió una vida totalmente anónima, porque más allá del papel de musa, la persona no importa y se le castiga. Esto sigue ocurriendo a día de hoy. ¿Cuántas veces, en cuántos discursos con situaciones trágicas, algunos jueces siguen preguntando cómo iban vestidas? La manada y otros casos terroríficos en los que se sigue culpando a la mujer por su forma de vestir, por su sensualidad, por la forma de habitar y de vivir.

Y esto mismo ocurría con las grandes musas del arte que han pasado a la historia. Esto es muy visible en las mujeres del Sacromonte. La elevación de una mujer al papel de Venus de la obra de George Owen Wynne Apperley es el culmen del exotismo de la mujer andaluza, de la mujer gitana. Enriqueta Contreras era su esposa. Y Andalucía entera está plagada de las imágenes de estas mujeres de la zambra que bajaban sucias con sus lunares y sus volantes, pero no hay una intención histórica de abordar en qué situación estaban, cómo comienzan estas zambras, qué necesidad tenían… sino que es un espectáculo que se entiende como natural, como si esa fuese su función y como si el mundo de lo escénico fuese la única opción posible.

Haces alusión al cine a través de la no representación y de la suplantación de identidades, como en la película Manuela, un film en el que la protagonista, además de no ser andaluza, sigue una reproducción de estereotipos y de tópicos, y no atiende a la identidad de la mujer rural andaluza.

Esta película es considerada la primera película andaluza de la transición. Sin embargo, a pesar de estar grabada en pueblos como Lebrija o Carmona, se vuelve a hacer una suplantación de identidad porque la protagonista no es andaluza. Estamos más que acostumbradas tanto en el género de la españolada, que marcó una época, como a día de hoy, a que el acento se sigue representando como un castellano neutro, algo que es totalmente inconcebible en el mundo rural en el que está grabada. Y el único papel al que se relega a una mujer andaluza y gitana, es nuevamente el papel de la sociedad del espectáculo. Un taconeado que ha pasado a la historia como el mejor taconeado del cine, pero nada más.

Este tipo de suplantaciones de identidades va más allá del acento, va también de la gestualidad. No hay una gestualidad típica de una mujer madrileña o de otras partes del Estado, pero es fácil de reconocer esa teatralidad que se lleva a cabo cuando se quiere representar a una mujer andaluza.

Cuando sientes, no solamente fuera de tus fronteras, sino dentro, que tu acento no es lícito porque se entiende que tiene que conservarse en la intimidad, porque es un acento doméstico que en lo público no tiene validez.

Y esto es un debate que se ha abordado perfectamente desde los feminismos andaluces. Y gracias a ellas y a leer literatura hecha por nosotras, hemos destapado una caja de Pandora y, sobre todo, hemos podido reconciliar una deuda compartida que teníamos con nosotras mismas, el saber que eso no es un problema personal, sino colectivo, y que deriva de toda esa suplantación de identidad que se ha abordado a través de las grandes artes que han construido un mundo paralelo cuando se piensa en lo andaluz.

Por eso, ese blanqueamiento de los centros, de los gestos, de las maneras, incluso de vestir, ha tenido un impacto muy fuerte a la hora de entrar en círculo o de querer reafirmar una imagen feminista también creada desde centros de poder.

Lo más bonito e interesante de todo esto es que se esté relajando el tema con este tipo de complejos, y que estemos poniendo en el debate que esto es algo colectivo y se está poniendo en el centro, dándole amor, dándole cariño, viendo lo hermoso que puede llegar a ser.

Habría que pensar hasta qué punto esto ha tenido un impacto negativo para que ahora lo que nos haga sentir bien sea lo que tendría que ser totalmente natural porque es lo que nos acompaña desde nuestro propio linaje. Y, sin embargo, es lo que nos parece más transgresor, hablar como hablamos cuando estamos tomando un café con nuestra madre.

Recoges en Las Sin Tierra varios testimonios que retratan estereotipos y no representación de ciertas mujeres en el territorio, como las jornaleras de Huelva. ¿Por qué?

Ha sido muy impresionante trabajar con mujeres contratadas en origen, que deciden no hacer el retorno a sus países (en su mayoría, provenientes de Marruecos). Siendo mujeres que llevan 20 años en Andalucía, 20 años siendo esenciales, 20 años aportando al Producto Interior Bruto del país, siguen siendo unas auténticas desconocidas.

Gracias al colectivo de Jornaleras de Huelva en Lucha, he tenido la gran oportunidad de trabajar con ellas y de darme cuenta de que este desconocimiento pasa por ensalzar una serie de cuestiones culturales mitificadas, al igual que ocurre con las mujeres andaluzas, sobre su forma de vestir, su religión, sus prácticas culturales, sus modos de alimentación, su modo de vivir y de relacionarse entre ellas mismas.

Lo que yo he encontrado son mujeres con su plan de vida muy bien trazado, con una capacidad de agencia tremenda. Con unas ganas de arriesgar, de innovar, de ofrecer sus capacidades intelectuales y sus capacidades físicas al servicio del mercado laboral. Y que siguen trabajando en el sector del fruto rojo y son también esenciales, como lo eran cuando fueron contratadas en origen. No estoy romantizando en absoluto los no retornos: quería abordar y desmitificar esa idea de lo marroquí como oscuro, retrógrado, sin agencia, perteneciente a mafia, peligroso, desobediente, rebelde.

¿Qué supone el término cuarto mundo acuñado por el filósofo camerunés Mbembe al hablar de las jornaleras en tu libro?

El cuarto mundo te permite habitar un mal llamado primer mundo, pero siempre desde un anclaje a una posición periférica que va a limitar tu reconocimiento, porque te hace invisible. Este cuarto mundo está presente hoy día en la neta y mera era de la globalización en todos los lugares. Andalucía ocupa un lugar paradigmático porque, a pesar de pertenecer a Europa, también opera muy bien como norte del continente africano. El sistema mundo se conforma a partir de la existencia de estos cuartos mundos. Jason Moore, desde el paradigma de la ecología mundo, lo define muy bien cuando habla de que el capitalismo necesita dominar cuatro factores baratos: las materias primas, la energía, el alimento y la mano de obra.

Cuando esto se agota en un territorio se busca en otras fronteras donde se puedan acaparar a bajo coste estos cuatro elementos, estas cuatro naturalezas baratas, para que el sistema capitalista pueda seguir desarrollándose. Ocho pequeños pueblos freseros abastecen de frutas a toda Europa. Esto solamente se puede sustentar: uno, acaparando los recursos naturales de forma intensiva, y no dando pie a una agricultura con cultivo rotativo; y dos, manejando muy bien esta naturaleza barata, que sería la naturaleza barata de la mano de obra.

Todo esto tiene que ver con esa intensificación, que empezó en los años 80, y que a día de hoy ya se está demostrando que no es factible, porque los mercados realmente están saturados. Y esto afecta por supuesto al último eslabón de la cadena agroalimentaria, que serían los trabajadores que sufren las mayores y peores consecuencias, pero también a los propios agricultores y productores del perfil que se da en la provincia de Huelva.

Esto dice mucho de cómo se ha roto o se está friccionando, porque siempre va a seguir funcionando este mito de la globalización, porque siempre va a haber fronteras de producción donde habiten personas y sostengan este cuarto mundo que posibilita seguir creando y produciendo de manera intensiva. Es totalmente invisible este cuarto mundo porque se ha hecho natural una manera de producir, de consumir y de comercializar la alimentación que atiende a unos paradigmas competitivos en los mercados globales, pero no a facilitar una alimentación sana para el sostén de la vida.

¿Cómo acortar esa distancia social del tajo al plato?

Si seguimos con el sector del fruto rojo, los propios colectivos de trabajadores y trabajadoras lo están haciendo muy bien con campañas que nos ayudan a pensar qué hay detrás de las frutas. Esa parte social de la alimentación que es necesaria e indispensable a la hora de hablar de un alimento saludable.

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Soledad Castillero, con la medalla Memorial Blas Infante 2021 | Foto cedida por Cesáreo Rodríguez

Los productores comentaban que durante el COVID-19 habían aumentado los niveles de producción porque se pusieron en alta las propiedades que tenían frutas como el arándano. Desde organismos como la Organización Mundial de la Salud o la FAO se elaboraron toda una serie de listas para que pudiésemos incorporar alimentación saludable para prevenir. Sin embargo, desde la OMS y desde la FAO, en ningún momento se elaboró ninguna lista con medidas cautelares para cuidar de quienes estaban haciendo posible esta proporción de alimentos saludables.

Creo que hay que estar muy pendiente de los discursos de las propias trabajadoras que llevan en terreno 20 y 30 años, y que son las sabias de la tribu de las que muchas veces nos olvidamos. Estamos muy acostumbrados a la representación de ONG, de sindicatos mayoritarios, de instituciones locales, pero el precio que tienen que pagar las propias trabajadoras por enviar su propio discurso, por poner sobre la mesa su experiencia y qué necesidades reales e inmediatas tienen a día de hoy es muy elevado. Lo primero probablemente sea el castigo y la vigilancia o la pérdida de su puesto de trabajo. O el conflicto con tus supervisores.

El tiempo real que estas personas tienen en campaña es ninguno. Una de las personas entrevistadas hablaba de que la recolección le provocaba dolor de fresas y que cuando llegaba a casa buscaba dormir, no buscaba ni comer, porque venía tan cansada que lo único que necesitaba era estar en la cama. ¿Abordamos cómo se alimentan las personas que producen esta alimentación que se considera saludable? Jornaleras de Huelva en Lucha y Colectivo de Trabajadores Africanos han dado en el clavo, no solamente por denunciar las condiciones socioeconómicas, sino por poner en alerta que están produciendo una alimentación de una forma y que no es sana.

¿Qué ha sido lo que más te ha impactado? ¿Qué cosas destacarías de esas condiciones de las mujeres, de esas mochilas y de esa resiliencia que tienen en los campos?

Una de las situaciones que más impacto me causó fue caminar, dos días después de un incendio, por un asentamiento chabolista. Con un humo muy denso y muy tóxico todavía y ver y escuchar martillos clavando puntillas en palets para volver a empezar. Esa imagen en la tierra todavía caliente, que la salida es ninguna; que la acción política ha sido ninguna; que la naturalización es absolutamente total e indiscutible.

Y podría rescatar muchos otros relatos. Ver a mujeres conviviendo con hijos pequeños sin agua. O mujeres que han tenido acceso a un alquiler que han estado pagando a una persona, y que, de repente, esa persona les ha mentido porque esa casa no era de él, es del banco y tiene una orden de desahucio

Me han impactado también los relatos de los productores. En este caso suelo hablar en masculino, porque solamente he tenido acceso a una mujer productora, de además muy pocas hectáreas de tierra y con una situación complicada. Y he conocido a trabajadoras que han estado en esa finca donde afirmaban que sus condiciones se respetaban, trabajaban muy a gusto y eran tratadas con un respeto enorme. Pero ella no podía mantener unas condiciones de trabajo dignas y justas, porque los intermediarios bajaban los precios y había una sinrazón de una imposibilidad de crear un plan de acción y a mitad de la temporada tener que perder toda la fruta.

Hilvanas mitos de artistas, de jornaleras a través de la voz de Blas Infante y de su interés en el campesinado andaluz ¿Por qué es necesario traer esta figura a tu relato?

Muchas veces he pensado que era un vanguardista porque las ideas que puso son totalmente vigentes a día de hoy. Esto nos lleva a pensar cómo la realidad andaluza ha cambiado tan poco en este largo periodo de tiempo, en el estancamiento económico, social, histórico y político que vive y que habita el territorio, las personas, sus quehaceres y sus actividades, etcétera.

Para mí ha supuesto un regalo poder tener la oportunidad que me ha dado ganar este premio, el Premio Memorial Blas Infante, que gracias a él se ha publicado la obra en la Editorial Almuzara. Ha sido importante poder abordar la construcción del mito, dar algunas claves que nos hagan reflexionar sobre por qué cuando se habla de la mujer andaluza se instalan una serie de dispositivos y no otros, y friccionar ese mito con luchas históricas, pero también con luchas contemporáneas. Yo creo que eso es lo rico de la obra, rescatar a personas que podemos quizás reconocer más fácilmente porque son contemporáneas a nosotras mismas.

La historia no se ha quedado con la lucha de las Cigarreras y el apoyo mutuo que hacían desde Sevilla hasta Cádiz y Galicia con la huelga de brazos caídos, todo ese tejido obrero que ellas mismas llevaron a cabo. Sigue ocurriendo a día de hoy con tantas y tantas profesiones al no haber sido exaltadas sus cualidades y sus posibilidades. Hemos caído en la trampa de quedarnos con esa microhistoria esencializada.

Para mí ha sido un regalo, más allá de mi trabajo teórico y antropológico, llevar a cabo esta investigación que ha sido toda una catarsis; poder tener el tiempo para sentarme, para macerar, para madurar y para unir estas dos realidades, la creación del mito y cómo se fricciona muy fácilmente. Y esto ha sido posible gracias a las compañeras de La Poderío, Mar Gallego, Carmela Candela, Virginia Piña, Esther Alberjón, Araceli Pulpillo, Pastora Filigrana, Ana Pinto, Najet...

¿Andalucía se narraría a sí misma a través de un tratado de feminismo andaluz?

Creo que ya lo estamos haciendo. Vosotras lo estáis haciendo desde el periodismo. Desde el activismo, Jornaleras de Huelva en Lucha. Desde la academia vemos a tantas otras intentando hacerlo. Y el impacto que estamos teniendo está siendo brutal. El feminismo andaluz está siendo respetado. Ya es un ente. El término que acuñó Mar Gallego hoy día se reconoce desde fuera.

Estaba tan claro y había tantas ganas de hacerlo, que ha salido de forma muy natural. Los feminismos andaluces han conseguido poner en el centro qué es lo que contamos, quiénes lo contamos y cómo lo contamos. Porque ya no nos están describiendo desde fuera, ya no nos están fotografiando desde fuera. Ya no nos están pintando desde fuera. Ahora son las musas las que hablan.

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