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Entevista a Vivian Gornick: “Ningún ‘te quiero’ me ha importado más que la escritura”

Domingo 14 de julio de 2019

Matilde Gordero y Anna Bonet 10/07/2019 Pikara

Es una de las escritoras de referencia de la Segunda Ola feminista en Estados Unidos, pero su célebre ‘Apegos feroces’, publicada en 1987, ha tardado treinta años en llegar al Estado español, editada por Sexto Piso. Ahora The New York Times ha considerado esa obra como el mejor libro de memorias de los últimos 50 años. Trazamos con ella el hilo que conecta al feminismo radical de los setenta con la era del #MeToo.

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Vivian Gornick en su casa de Nueva York./ LOURDES VELASCO

A sus 83 años, la escritora Vivian Gornick (Nueva York, 1935) luce incansable. Es menuda, el pelo corto de un gris casi blanco. Tiene los ojos tan azules y tan claros que a una le resulta casi imposible mantenerle la mirada. ¿Por qué no la habíamos descubierto antes? En 2017, su primer libro de memorias, Apegos feroces (editado en España por Sexto Piso), se tradujo en nueve países europeos. Arrasó. ¡Y eso que había sido escrito treinta años antes! En 2018 pudimos leer la segunda parte, La mujer singular y la ciudad (también en Sexto Piso). Esta vez, sin tanta dilación respecto a la edición original, de 2015.

El relato desnudo y contradictorio de la relación con su madre y su visión de la vida son algunos de los temas que hilan su obra, narrada con una voz poco explorada por la literatura de su tiempo. La de una mujer “de clase media, doblemente divorciada y feminista radical de la segunda ola”, a la que considera un “movimiento real”, el “verdadero feminismo”. Hablamos de todo ello y de muchos temas más: el proceso creativo, la llegada de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos y el #MeToo, detonante, según ella, de la expansión del feminismo en Europa. “Ha desatado lo que debería haber desatado hace cuarenta años”.

¿Por qué pasaron treinta años entre la escritura de tus dos libros de memorias?

En 1987, tras la publicación de Apegos feroces, no sabía demasiado qué hacer con mi vida. Recibí mucha atención, que me hizo sentir tan satisfecha como confundida. En aquella época, cada año pasaba un semestre en alguna ciudad universitaria del país, como profesora de escritura creativa. Lo hice durante mucho tiempo. Recopilé un montón de historias sobre cómo era dar clase en ese tipo de ciudades. Lo odiaba: la enseñanza, la Universidad, esa vida… Sobre todo, odiaba lo estático que era todo. La gente llegaba, hacía amigos y enemigos y así podían pasar treinta años. Nunca cambiaba nada. Así que pensé en escribir un libro que alternara ese tipo de historias con otras en las que yo, una mujer de mediana edad feminista radical y divorciada, me lanzaba a patear las calles de una gran ciudad. Quería mostrar cuánto mejor era la vida aquí. En la gran ciudad había espontaneidad, las calles estaban llenas de teatros, salías con cualquier persona que conocieras y la podías reemplazar en dos minutos: amistades, familia… La ciudad era todo cuanto necesitaba: me daba, y me da, algo fundamental que ninguna persona puede darme. Las personas son reemplazables; la ciudad, no.

¿Y qué sucedió?

Intenté escribir ese libro. Pero verás, cuando empecé a escribir Apegos feroces, mi agente le envió al editor las primeras páginas y este le respondió: “No sé hacia dónde va, pero quiero ir con ella”. ¿Sabes lo que contestó cuando le enviamos un intento de manuscrito de lo que acabó siendo La mujer singular y la ciudad? “No sé hacia dónde va y no quiero ir con ella”.

Vivian Gornick: «El #MeToo ha desatado lo que debería haber desatado hace 40 años. Todo lo que ellas están diciendo, lo dijimos nosotras hace cuatro décadas, pero ahora algo está cambiando»

Seguí intentándolo, sin éxito. He llegado a la conclusión de que en el fondo no conocía a la mujer que caminaba por las calles hace treinta años, al menos no tan bien como la conozco ahora. Me ha llevado todo este tiempo entender el sentido del material que tenía. Guardé todas mis notas y cuando llegó el momento, solo tuve que juntarlo. Finalmente se publicó en 2015 en inglés y en 2018, se tradujo.

Escribiste Apegos feroces hace treinta años, pero hasta 2017 no se tradujo al castellano. ¿Te sorprendió el éxito?

Se ha publicado en nueve países europeos. ¡Es increíble! Ha sido un gran éxito en todas partes. Creo que sé por qué. El movimiento #MeToo ha desatado en Europa lo que debería haber desatado hace cuarenta años. ¿Me explico? Todo lo que ellas [las impulsoras del #MeToo] están diciendo ahora, lo dijimos nosotras hace cuatro décadas. Pero por primera vez, algo está cambiando. Cuando nosotras abrimos la boca, ningún hombre perdió su trabajo, nadie fue acusado formalmente. Estas mujeres jóvenes de Estados Unidos están mucho más enfadadas de lo que lo estábamos nosotras, porque avanzamos muy poco y muy tarde. De algún modo, ahora el movimiento ha cruzado el océano y estabais preparadas. Tal vez sea por el acceso que han tenido a las redes sociales y a la prensa. Estáis empezando este viaje.

¿Cuál es tu relación con Apegos feroces? ¿Lo has releído, a raíz del éxito en Europa?

Sí, el año pasado lo releí por primera vez. Pensé: “Caramba, es buenísimo”. Me sorprendí de haberlo escrito.

¿Cuál es el momento de tu vida en el que has sentido más plenitud como mujer?

Nunca. Lo que me hizo feminista fue exactamente lo contrario. Lo que sentí hace muchos años, cuando estábamos en las calles con los brazos en alto, era que por el mero hecho de ser mujer se me había privado de experimentarme a mí misma plenamente. Me casé dos veces y me divorcié otras dos. Mi madre siempre me decía: “Si no dejas de escribir, no te volverás a casar jamás”. Quería que dejara de escribir sobre feminismo. Yo le dije que si lo hacía y me casaba, estaría escondiendo una parte de mí muy importante. ¿Quién estaría casándose, entonces? No le importaba [se ríe]. Fue muy emocionante ver todo eso, tomar conciencia

Vivian Gornick: «Para mí, los hombres, el sexo y el amor siempre han sido secundarios. No son los lugares en los que me he encontrado a mí misma. Ese lugar es mi trabajo, la escritura» 

Para mí, los hombres, el sexo y el amor siempre han sido secundarios. No son los lugares en los que me he encontrado a mí misma. Ese lugar es mi trabajo, la escritura. Como escritora, sí que me he sentido realizada. No hay ningún ‘te quiero’ en el mundo que me haya importado más que la escritura.

Tu generación impulsó la segunda ola del feminismo en los Estados Unidos, durante los años setenta y ochenta. Hay quién dice que ya vamos por la cuarta. ¿Cómo has vivido la evolución del movimiento?

La segunda ola fue el verdadero feminismo. Las consiguientes no han sido movimientos propiamente dichos, más bien respuestas que recogen lo que nosotras establecimos entonces. Unos quince o veinte años más tarde, durante los noventa, hubo un nuevo levantamiento de mujeres jóvenes que no llegó muy lejos, pero añadió algunas mejoras, como la participación de mujeres en el mundo académico. Muchas se unieron al feminismo en aquella época. Y ahora, tenemos el movimiento #MeToo. El nuestro fue un movimiento real, todo lo que ha ocurrido desde entonces son respuestas a lo que nosotras establecimos.

Estoy agradecida, porque a más ruido, más gente —tanto mujeres como hombres— se da cuenta de que aún somos ciudadanas de segunda clase. Ahora hay hombres que son despedidos por abuso sexual, pero cuando todo esto haya pasado, el cambio que habremos conseguido será tan pequeño como esto [dice separando unos pocos centímetros pulgar e índice]. Nada más. Después de cada ola conseguimos algo; es un cambio pequeño pero es un cambio.

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La escritora, en un momento de la entrevista con Matilde Gordero y Anna Bonet./ LOURDES VELASCO

En enero de 2017, cuando Donald Trump entró en la Casa Blanca, miles de mujeres salieron a la calle para protestar contra él en Washington y otras ciudades de los Estados Unidos. La Women’s March fue una de las mayores manifestaciones de la historia del país. Hay que remontarse a las protestas contra las guerras de Irak y Vietnam para recordar algo parecido.

Absolutamente. ¿Tantas mujeres saliendo a la calle? ¡Es como una revolución! Nunca soñé con ver algo así.

¿Crees que es un movimiento social espontáneo o son las organizaciones políticas que la impulsan?

Es un movimiento social, aunque el Partido Demócrata lo haya recogido en sus propuestas. No son los políticos usándolas a ellas, es al revés. Espero que se produzca un verdadero cambio. Por ejemplo, sería fantástico que más mujeres entraran en política.

Varias mujeres han anunciado su candidatura para las próximas elecciones presidenciales, que tendrán lugar en 2020. ¿Es la buena noticia que esperabas?

¡Sí! Aunque estoy segura de que ninguna de ellas tiene opciones de ganar. Su candidatura puede parecer ridícula, pero es muy bueno que lo estén haciendo. No sé qué pensar, la verdad. Sería increíble que una de ellas se convirtiera en presidenta. Totalmente increíble [se ríe].

¿Crees que el movimiento feminista debería ser más transversal para tener éxito?

Sí, y ya lo hace, pero muy lentamente. Cuando nosotras empezamos, éramos todas blancas: mujeres blancas de clase media. Lo que decíamos era: “Si nosotras —las que tenemos más nivel educativo, más dinero, el mejor color— te decimos que nos sentimos como ciudadanas de segunda clase, nos tienes que escuchar, ¿verdad?” Nos acusaron de racistas, pero la verdad es que muy pocas mujeres negras veían el hecho de ser una mujer como su identidad principal. Sentían que ser negra era más importante que ser mujer. Yo lo entendí y supe que algún día, ellas estarían luchando por lo mismo que yo luchaba entonces.

Vivian Gornick: «Las sufragistas del siglo XIX lo empezaron todo. Son las mujeres que más admiro, porque son las que tenían más que perder». 

Que la Historia estaba de mi lado y que ellas estarían con nosotras. Y está pasando ahora, pero muy lentamente. Llevamos generaciones luchando contra el racismo; es muy difícil lidiar con ello. Muy duro. Por eso, muchas mujeres negras ven el movimiento feminista como blanco y nos acusan de no acogerlas. No es cierto que no fueran bienvenidas, pero por otro lado reconozco que tampoco fuimos tras ellas. Estábamos demasiado ocupadas explicando quiénes éramos nosotras. Pero cada vez más hay más mujeres hispanas, por ejemplo, en el Congreso, como Alexandria Ocasio-Cortez. Ella es fruto del movimiento feminista. Aunque bajo el paraguas del Partido Demócrata, ya sabes, en el sistema. Pero todas están tocadas por el movimiento. Lo sepan o no, lo digan explícitamente o no, puedes ver todas las cosas que la gente ya no se atreve a decir. Eso pasa con el racismo y con las mujeres. Lo piensan, pero no lo dirán jamás. Es un avance que no lo digan [se ríe]. Es lo que hay.

Bajo tu punto de vista, ¿cuál es el cambio más necesario para las mujeres en Estados Unidos?

Que las mujeres desempeñen cualquier tipo de trabajo. Quiero ver a mujeres hacer cualquier trabajo imaginable. Quiero ver cómo desaparece cualquier tipo de desigualdad: social, cultural, política… pero sobre todo, quiero ver equidad en cualquier profesión. El hecho de que no nos sintamos en igualdad de condiciones en el trabajo tiene mucho que ver con cómo nos sentimos con nosotras mismas.

Las mujeres, de cualquier profesión y disciplina, están repensando la manera en la que se experimentan a sí mismas en el lugar de trabajo. De hecho, creo que esto es lo mejor que el movimiento #MeToo ha traído: la manera en la que las mujeres son tratadas en el trabajo. ¡Me sorprendió tanto que las cosas no hubieran cambiado! Sentí que había estado en una burbuja; no podía creer que los hombres todavía actuaran igual con las mujeres.

¿Cuál es la idea más importante que has contribuido a expandir?

Los derechos de las mujeres, sin duda. Los derechos de las mujeres… [se ríe]. Desde el día en que me convertí en feminista, todo lo que hecho lo he hecho por el feminismo. Es decir, yo no escribo sobre feminismo pero todo el mundo sabe, por mi trabajo, que soy feminista. Veo el mundo de ese modo.

En La mujer singular y la ciudad, leí que con frecuencia haces un ejercicio de revisionismo histórico. Desde tu perspectiva, ¿cuál de los momentos que se ha sometido al revisionismo histórico te ha impresionado más?

Las sufragistas del siglo XIX: Elizabeth Cady Stanton, Susan Anthony… Las mujeres de los 1840, 1850 y 1860 fueron las más admirables. Lo empezaron todo. El resto nos hemos dedicado a repetir lo que ellas dijeron. No hay nada que yo haya dicho que no dijera Elizabeth Cady Stanton en 1850. Son las mujeres que más admiro, porque son las que tenían más cosas que perder. Fueron completamente marginadas. Lo que hicieron requería mucho coraje. Fueron geniales.

¿Crees que han tenido suficiente reconocimiento?

Sí, creo que sí. Ahora están en la Historia, verdaderamente en la Historia. Esa fue una de los logros magníficos de mi generación: rescatar a muchas mujeres que habían caído en el olvido y que merecían reconocimiento.

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