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El morbo de entrar en la mente de un asesino

Jueves 10 de abril de 2025

Ana Bernal-Triviño, Periodista 09/04/2025 Público

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José Bretón, en una foto de archivo de 2013.Rafa Alcaide (EFE)

Un estudiante belga es culpable de una agresión sexual, pero la Justicia no lo condena para no comprometer su futuro prometedor como ginecólogo. La violación le ha salido por una multa de 3.800 euros, sin más. Puede parecer una noticia de una web satírica pero es la pura realidad. De todas formas, aquí, también tendríamos que mirarnos un poco.

Recuerdo que el asesino de Nagore Laffage en los Sanfermines, ejerció en 2017 en una clínica de psiquiatría… y desconocemos por dónde anda. Por cierto, que el que fuera presidente de la Sociedad Española de Psicología Clínica ha tenido que abandonar su cargo, después de ser condenado por maltrato habitual a su expareja. Y esta semana hemos conocido que la atención psicológica a los menores de víctimas de violencia de género de la Comunidad de Madrid será gestionada por una empresa cuyo responsable ha sido defensor del falso síndrome de Alienación Parental.

Con todo esto, ¿qué puede salir mal? Es como poner a un pederasta a cuidar de niños. Poner al zorro a cuidar de las gallinas. No son casos excepcionales. Ya pueden hacerse una idea de la calidad de determinados servicios y atenciones a las víctimas, de las apuestas de temas, o las evaluaciones que pueden impulsarse con unos tipos que están al frente de organismos, empresas o centros que tienen en su mano tratar sobre derechos de las mujeres. Derechos en los que va la vida de ellas, de sus hijos e hijas.

El otro día decía a una amiga algo que me irrita infinito, que miles de mujeres están haciendo terapia por culpa de machistas que no están en terapia. Mujeres que sufren agresiones por tipos que las deshumanizan, que son asesinadas por tipos que las odian, que tienen periodos de ansiedad y depresión por el miedo, el acoso o la vigilancia a la que están sometidas, o por las humillaciones recibidas. Mujeres que no se identifican como víctimas y que solo cuentan su malestar. Y que, ante una sanidad saturada, a veces acaban medicadas con ansiolíticos y antidepresivos no porque el problema lo hayan originado ellas, sino que realmente no necesitarían tratamientos si no fuese porque unos tipos les hacen la vida imposible.

Pero en lugar de mandar mensajes a estos tipos que lleven a la reflexión de sus actos, a verse reflejados en un incómodo espejo, tenemos otra realidad. Nos encontramos series, libros, podcasts o medios de comunicación que los proyectan, que los llevan a una primera plana donde se sienten protagonistas de su propia película. A veces, hasta con club de fans. Les recuerdo el caso de El Prenda, de La Manada. Poco interesa la violencia machista en comparación con ese interés constante por leer la mente de los asesinos o agresores. Descifrar qué tipos son, qué piensan, por qué actúan así. A ver si, de paso, se genera hasta un poco de compasión.

La mayoría ven estos programas o series donde aprenden de otros agresores o asesinos. Bretón mismo confesaba haber aprendido cómo matar a sus hijos de otros crímenes. Imaginen si cada uno de esos productos culturales hubiesen ido destinados no a un estudio criminológico superficial, que son gran parte de estos relatos, sino que estos agresores o asesinos vieran su mente reflejada ahí, se hablara de la luz de gas, de los castigos de silencios, de las promesas de cambio o de sus técnicas de chantaje emocional.

Imaginen lo que se avanzaría si se hiciera pedagogía real en esos espacios, y se dijera con claridad que estos tipos están muy sanos, que su mente es muy básica, que ellos no tienen problemas mentales, que por encima de todo son machistas. Es mejor dedicarle el programa a ellas. Si buscan crear un producto que dé terror y auténtico miedo; solo tienen que entrar en muchas casas y preguntar a muchas mujeres que lo viven a diario.

Porque así podrían describir las secuelas que dejan sobre las víctimas que luchan por sobrevivir, ante la incomprensión y la normalización de una sociedad que es capaz, en lugar de crear conciencia contra la violencia machista, de sacar dinero de su horror cotidiano. Luego que no nos extrañe que perdonen la penas a violadores o asesinos, o que estos tipos estén al frente de instituciones. Dediquen más especiales no a buscar el morbo de la mente del asesino, sino del machista, aunque quizás eso no mola tanto porque quizás mientras escriben sobre esa historia acaban descubriendo cuánto machismo llevan muchos dentro.

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