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"El miedo en el siglo XVIII era que la literatura acabara en manos de mujeres"

Domingo 24 de febrero de 2013

Francesca Serra es crítica literaria y estudiosa de la literatura de los siglos XVII-XIX. Autora de ensayos académicos sobre Calvino y Casanova, un día sintió que de tanto mirar el mismo cuadro ya era incapaz de ver nada, entonces decidió darle la vuelta al lienzo. El resultado es Las buenas chicas no leen novelas, una obra que en efecto le da la vuelta a los estudios de investigación al adoptar la ironía y la caricatura como armas expositivas. Serra nos confirma que ha escrito “un panfleto” con la clara intención de “agitar el mundo literario”.

Diario Kafka: En la portada de tu libro dice “Un repaso a la relación de las mujeres con la lectura” pero realmente ¿no es más bien un repaso a la relación de los hombres con el binomio mujer/literatura? Francesca Serra: Sí, es verdad. En efecto, el libro habla de cómo han visto los hombres a las mujeres en relación a los libros, de cómo se construye una imagen femenina en relación a la lectura. Habla de cómo la relación entre las mujeres y los libros, que era un supuesto espacio de libertad, de emancipación, es en realidad un espacio de construcción ideológica masculina. Realmente no es que hubiera una relación negativa de las mujeres con la lectura, sino que se ha construido esa imagen negativa, que continúa a lo largo de los siglos. Cuando arranca el libro diciendo “todas somos pornolectoras” estoy queriendo decir que nos han construido esa imagen de pornolectoras.

DK: Precisamente quería preguntarte por la elección de este término. Entiendo que con pornolectora te refieres a un tipo de lector consumidor, compulsivo y pasivo, sea hombre o mujer. En tu libro cuentas precisamente que el abate Petro Chiari no hablaba de lectores varones sino de lectoras féminas porque era una imagen mucho más eficaz, agresiva y espectacular. ¿Es esto lo que has hecho tú, utilizar el femenino de manera irónica? ¿Por qué no hablas de pornolector?

FS: En realidad, el pornolector no existe, porque cuando el público de la literatura se ha extendido masivamente durante la revolución industrial se ha convertido en un público esencialmente emocional, sugestionable, impresionable, y ha sido representado directamente como una mujer.

DK: Entiendo la existencia de ese lector pasivo, consumidor compulsivo, etc., pero si es tanto lector como lectora, ¿por qué no utilizas el término genérico que abarque ambos sexos?

FS: Porque precisamente en el siglo XVIII la literatura entra en el mercado de gran consumo, y entonces se necesitaba una figura que correspondiera a ese agrandamiento, una figura que no tuviera demasiado criterio, a la que poder vender los libros como mercancías, y la industria escoge a la incipiente mujer que empieza a leer. Lo hace por diferentes motivos, porque se entiende que la imagen de la mujer tradicional es más emocional, más sexualizada. Todo el imaginario de las mujeres lectoras en el siglo XVIII las representa leyendo en ropa interior o desnudas.

DK: Pero en ese momento en realidad las mujeres lectoras eran muy pocas.

FS: Sí, en ese momento estaban creciendo, pero eran siempre una minoría.

DK: Entonces los lectores de esa literatura de folletín eran principalmente hombres. ¿No te parece que es algo interesante que has dejado fuera? ¿Quiénes eran esos lectores, en qué trabajaban, cómo accedían a esa literatura comercial, se comentaban las novelas en los cafés o leían en secreto?

FS: Como dices, la literatura comercial en sus orígenes era aún mayoritariamente cosa de hombres. De ahí surge el problema, de ahí surge el tema de mi libro. De preguntarme por qué a pesar de esta disparidad, en los tratados se hablaba solo de las lectoras, como si existiera solo un público femenino. La realidad era de una forma y la representación de la realidad de otra. Me di cuenta entonces de que era una especie de alegoría. Se estaba creando la alegoría de una lectura de bajo consumo y la imagen que la representaba mejor era una mujer, desnuda. Independientemente de que fuera verdad o no, de que las mujeres lectoras fueran más o menos.

DK: Entiendo; y en consecuencia tú utilizas el término pornolectora, en femenino, como un juego, una caricatura; pero ¿no crees que esto puede jugar en contra del sentido de denuncia que tiene el libro?, ¿no crees que puede reforzar el estereotipo?

FS: Era un término un poco provocador, para llamar la atención sobre este tipo de problemas. Llevé al extremo la terminología para poner el foco sobre esa parte oscura de la imagen de la lectora, porque hay una historia sobre la mujer lectora que todo aquel que haya leído las novelas del XIX - Madame Bovary- conoce, pero no este aspecto negativo. Trataba de llamar la atención sobre eso.

DK: ¿Tú crees que entrado ya el siglo XX, cuando la mujer entra en la historia de la producción como trabajadora, esto cambia?

FS: La entrada de la mujer en el mercado de trabajo no creo que haya cambiado esto, ni siquiera la entrada de las mujeres en la industria editorial. No tengo esa percepción, me parece que el sistema literario es muy estable, lleva mucho tiempo siendo muy estable. La mujer cuando entra en ese sistema tiende a reproducir el comportamiento masculino.

DK: A partir del siglo XVIII el novelista tiene un espacio de poder, en el sentido de que la novela es un medio de libre pensamiento en aquella época: Balzac, Stendhal, Flaubert… Una operación para reducirlo sería enviarlo a un segundo plano, por ejemplo feminizar el producto que escribe, o sea, esconder la novela en el tocador para quitarla del primer plano y que no moleste al poder. ¿Podría ser esta también la causa de esa invención de la pornolectora? ¿Qué piensas de esto?

FS: A ver, pienso que por un lado es cierta esta feminización de la sociedad a través de la novela, este es un movimiento de las editoriales para vender más productos, para hacer más grande el mercado literario puesto que “mujer” desde el XVIII era sinónimo de “masa”, de “cantidad”. Por otro lado estaría la crítica que hacen los intelectuales de este fenómeno: el mundo literario se está feminizando luego todo se vuelve mucho más comercial, de manera que yo, como artista, me encuentro en un mundo de prostitución cultural en el cual el público es esencialmente femenino, es decir, de bajo nivel. En realidad yo daría la vuelta a lo que tú dices. Es decir, que los intelectuales utilizaron al público femenino como chivo expiatorio, haciéndole culpable de la decadencia de la literatura. Madame Bovary refleja esto, la degradación cultural de su época. Bovary es una lectora de mala literatura, también es adúltera, con lo cual es una figura muy sexualizada, y además es una gran consumidora, se suicida porque se arruina. Flaubert elige una figura femenina para plasmar los males que aquejan a su tiempo.

DK: Faulkner elegirá años más tarde a un personaje masculino para contar lo mismo, en Palmeras salvajes. (El protagonista de Palmeras salvajes es un lector compulsivo de pulp. A través de sus lecturas cree haber aprendido cómo robar un banco. Obviamente como no tiene otra experiencia más que la de los libros, le sale mal y le detienen). Al personaje de Faulkner le pasa lo mismo que a Madame Bovary, se creyó lo que leía. Como también le pasó antes a Don Quijote, ¿no te parece?

FS: Bueno, es la excepción a la regla que yo manejo.

DK: Pero en el momento en que Faulkner escribía esa novela, Virginia Woolf estaba escribiendo en Inglaterra Mrs Dalloway.

FS: Sí, pero Woolf no entra a discutir el sistema literario, no entra en ese tipo de discurso. Ella sigue hablando de la lectura como un espacio de emancipación a conquistar. La mención de Don Quijote que haces es interesante, porque Don Quijote era presentado como lector enfermo de mala literatura. En el XVIII una escritora que en su época era muy famosa observó que el personaje de Don Quijote no funcionaba ya como arquetipo, a su juicio debía ser transformado en una mujer, una mujer joven trastornada por la lectura.

DK: En algún lugar de tu libro planteas que provoca más miedo un grupo de mujeres zombis o de mujeres caníbales que un grupo de zombis o caníbales masculinos. Es cierto que la mujer genera miedo en el patrón cultural que hemos heredado, en el relato que han construido los hombres. Entonces, si el hombre tiene miedo de la mujer, se dirá: hay que neutralizarla. ¿Crees que los hombres tienen miedo de que ese ser femenino acceda a la cultura puesto que eso es abrir su acceso al poder, dinamitando el orden masculino establecido? De ser así, la construcción de la pornolectora, además de una operación de mercado, sería una operación política, motivada por el miedo de los hombres a perder poder.

FS: En realidad lo que yo estaba describiendo era una masa de lectoras femeninas que se apodera de la lectura no para acceder al poder sino para destruir el campo literario a través de su mediocridad. El miedo en el siglo XVIII era que la literatura acabara en manos de las mujeres, no que las mujeres tomaran el poder. El hombre no tenía miedo tanto a la emancipación femenina a través de la lectura como a la degradación de la cultura a cargo de las mujeres.

DK: ¿Ves diferencia hoy entre la lectora Angela Merkel y el lector Mario Monti? ¿Leen el mundo de manera diferente?

FS: No, no creo que haya mucha diferencia. Ambos son dirigentes. Es como si Merkel entrara en un gran grupo editorial y supiera que si no vende cincuenta mil ejemplares la despiden. Desde este punto de vista no veo una diferencia de género.

Fte. eldiario.es

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