Jueves 31 de octubre de 2024
Joyce Carol Oates selecciona en ’Perversas’ historias de terror de su subgénero más sangriento sobre el que ahora se posa una nueva mirada
Carmen López 26 de octubre de 2024 elDiario.es
El miedo a los cambios corporales es algo cotidiano. Las nuevas arrugas y las manchas de la edad o los bultos inesperados recuerdan que cada minuto que pasa es uno menos para la muerte. El cuerpo puede convertirse en un espacio difícil de habitar, causante de dolor e incluso de repulsión. Esa es la premisa en la que se basan las obras de terror que pertenecen al género del body horror (horror corporal en su traducción al castellano), que en estos últimos meses ha generado mucho interés con motivo de la aparición de algunos trabajos relevantes firmados por mujeres. No son las primeras, ni mucho menos, pero sí son más. Y su presencia aporta nuevas perspectivas a esas historias en las que los órganos son los peores enemigos porque, de eso, las mujeres saben mucho. Por desgracia.
Joyce Carol Oates, que acaba de publicar Carnicero, ha sido la encargada de seleccionar las historias que se recogen en Perversas. Nuevas historias de body horror escritas por mujeres, un volumen que la editorial Horror Vacui acaba de publicar en España. La escritora, también conocida como ‘eterna candidata al Nobel’, explica en el prólogo que: “El horror corporal se dirige con más fuerza a las mujeres y a las niñas. Ser mujer es habitar un cuerpo que por naturaleza es vulnerable a la invasión forzosa, susceptible a la penetración y a los embarazos, y condenado a sufrir el parto”. En dicho texto, se remonta al mito de Medusa para hacer un recorrido por la historia de este subgénero, en el que también destaca, por supuesto, Mary Shelley con su Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).
En Perversas se reúnen textos de escritoras como Oates, Margaret Atwood, Tananarive Due, Megan Abbott, Raven Leilani, Aimee Bender, Lisa Lim o Cassandra Khaw, entre otras. Cuentan historias de muñecos de vudú hechos con verrugas arrancadas del cuerpo, de hermanos que viven aferrados a las entrañas de su gemelo, de dismorfia que se pasa de generación en generación, de espíritus que usurpan organismos para matarlos a base de bailar. Son relatos asquerosos, inquietantes, desasosegantes. Que dan mal rollo, básicamente, pero que también son un gusto de lectura porque en este ámbito lo repugnante también puede ser excelente.
El libro ha tenido buena acogida por los lectores (ya va por su segunda edición y salió al mercado a finales de septiembre). Además, su lanzamiento ha coincidido, más o menos, con el estreno de La sustancia, la película de Coralie Fargeat protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley. Para Sarai Herrera, editora de Horror Vacui junto a Sergio Chesán, este renovado interés por este subgénero del terror está relacionado con el estado social actual. “Nuestra salud mental ha empeorado y ha aumentado el diagnóstico de enfermedades autoinmunes causadas por el estrés, la depresión y la ansiedad”, explica a elDiario.es. “Nuestro cuerpo se transforma, se vuelve monstruoso y nos ataca porque no puede soportar las atrocidades que estamos viviendo. Al final, el cuerpo es lo último que nos pertenece a los desposeídos, por lo que es el único terreno sobre el que podemos tener control, consciente o no”.
Herrera coincide en su reflexión con la periodista Anne Elizabeth Moore, que la ha explicado en su libro Body Horror: Capitalism, Fear, Misogyny, Jokes (Paperback Edition, 2023). En él, además de desarrollar la investigación que realizó sobre las enfermedades autoinmunes que le diagnosticaron, reflexiona sobre los actos perpetrados contra el cuerpo de las mujeres en nombre de la medicina o para estimular el consumo. “Originalmente [el término body horror] se aplicaba a cualquier historia de terror que tratara sobre el cuerpo, pero ahora ha llegado a referirse a algo más específico, un enfoque en los cambios corporales, en particular las historias que ofrecen una sensación visceral del cuerpo cambiando”, sostiene en una entrevista en Literary Hub. “Tener un monstruo en una película de terror no la convierte en una película de body horror, pero cuando la historia se cuenta desde el punto de vista de ese monstruo, sí”.
Críticas viscerales (literalmente)
La sustancia ha llegado a los cines en un momento en el que la delgadez extrema vuelve a perfilarse como paradigma de la belleza normativa. Hace meses, se puso de moda entre los famosos el consumo de Ozempic, un medicamento contra la diabetes que quita las ganas de comer. Sus siluetas perdieron volumen y se uniformaron tanto que se llegó a acuñar el término ‘cara de Ozempic’, que no es tan diferente a la de Kate Moss y sus compañeras del heroin chic de finales del siglo pasado, pero sin ojeras y con el pelo arreglado. Aquella fue también la época de la epidemia de los trastornos de alimentación, que marcó a varias generaciones que ahora ven inquietas el retorno de aquellas figuras sin carne.
En la película, la actriz Elizabeth Sparkle (Demi Moore) pierde el último trabajo que le quedaba el día de su cumpleaños. La otrora gran estrella de Hollywood ganadora de un Oscar se ha hecho demasiado vieja para la industria. Desesperada, cuando recibe el ofrecimiento de una sustancia que pondrá fin a sus problemas decide aceptarlo sin preocuparse de dónde viene o cuáles son los efectos secundarios. Ese líquido inyectable (como el Ozempic) será el principio de una transformación que pasa de la belleza de la juventud al amasijo de carne viscosa.
Coralie Fargeat utiliza su filme, en el que abundan referencias explícitas a otras obras como El resplandor, El retrato de Dorian Grey, Carrie o la inestimable La muerte os sienta tan bien de Robert Zemeckis, para hacer una crítica sanguinolenta a la violencia que el sistema ejerce contra las mujeres a través de la estética. Se ha catalogado a la película como feminista (lo es), al igual que a otras muchas firmadas por directoras de este subgénero, pero esto no significa necesariamente que se vaya a convertir en una categoría.
“No sé si tiene demasiado sentido hablar de body horror feminista, pero evidentemente sí que creo que el cine de terror puede ser feminista, y que lo está siendo, mucho, estos últimos años. Y también que varias directoras han recurrido recientemente al terror corporal para explorar las cosas que nos preocupan, poner el foco sobre ellas y denunciarlas”, declara Desirée de Fez, periodista y crítica de cine especializada en género fantástico y terror.
Sarai Herrera y Sergio Chesán coinciden con ella cuando señala American Mary (2012), de las hermanas Soska, como otro buen ejemplo del subgénero en relación con el tema de la presión estética, aunque desde lugares distintos. De Fez, que es autora del libro Reina del grito (Blackie Books) y conduce el podcast cinematográfico Marea Nocturna (Radio Primavera Sound) también menciona la película La primera profecía (2024) “en la que la directora Arkasha Stevenson utiliza una escena impresionante de body horror para hablar de violencia obstétrica”, define.
Para Aida Méndez y Elena Lombao, también conocidas como Bloody Girls en redes sociales y otros espacios de internet donde difunden sus conocimientos, el body horror es un subgénero “muy subversivo en la medida en que ataca el cuerpo humano planteando su desintegración o su deriva monstruosa”, dicen. Está vinculado a lo femenino, pero, al contrario de lo que sucede en otros como el cine slasher, las protagonistas no son solo víctimas pasivas. “En la mayoría de las películas las protagonistas son mujeres y hay muchas dirigidas también por mujeres que expresan a través de la metáfora una relación conflictiva con el propio cuerpo y los cambios que en él se producen”, comentan.
Apuntan como posibles ejemplos los filmes Titane (2021) de Julia Ducournau o En mi piel (2002), dirigida y protagonizada por Marina de Van. “En ella, la protagonista se obsesiona con una herida que tiene tras un accidente y la situación va escalando. También hay muchas relacionadas con el proceso de embarazo y maternidad. Una muy original es Antibirth (2016), protagonizada por Natasha Lyonne”, apuntan.
Sarai Herrera considera que las ficciones de terror elaboradas por mujeres siempre estuvieron ahí, pero el espacio se asumía como masculino y no había sitio para ellas. Con excepciones quizás como la de Mary Shelley, aunque también llegaron a poner en duda si ella era la verdadera autora de Frankenstein. Sin embargo, matiza: “Aunque nuestras obras estén atravesadas por nuestra experiencia de estar en el mundo, que es algo que no podemos evitar, nos demos cuenta o no, creo que tenemos que eludir ese relato que encasilla cualquier obra firmada por una mujer como una reivindicación de género, ya que no nos permite situarnos como seres humanos completos. Existimos más allá de nuestro dolor”.