Xarxa Feminista PV
Portada del sitio > ARTÍCULOS, PUBLICACIONES, ENTREVISTAS, Vídeos > El feminismo blando de la globomedia: cómo nos venden la moto

El feminismo blando de la globomedia: cómo nos venden la moto

Miércoles 4 de febrero de 2015

Genericidios 26 Enero 2015

Pico como tonta en el cebo filosófico de El País y rompo el compromiso conmigo misma de no leer periódicos hasta las elecciones. Error. La lectora con escrúpulos que llevo dentro encuentra enseguida argumento para su cabreo. Se trata del enésimo artículo sobre pop y feminismo, que ocupa portada en las páginas de chascarrillos intrascendentes de El País (revista del sábados) en vez de hacerse hueco en el de análisis concienzudo de los domingos. Consecuentemente, el periodista, al que supongo agotado como lo estamos muchos de tanto llenar y llenar líneas ya no sabemos de qué ni a qué precio, se las apaña para llegar al final del texto colocando opiniones de unos y de otros sin aclarar una cuestión que, y eso sí que es díficil, tampoco ha sido directamente planteada. Para el caso, lo importante es que los cuerpos-reclamo de Beyoncé, Rihanna y Nicki Minaj salen a toda página y que la palabra feminismo sirve de aliño y percha enrollada para el racial pack. Dame veneno que quiero morir. Dame veneno.

Si un analista dominguero con mediano fuste hubiera tenido que escribir un artículo sobre esta insistente aparición de la palabra feminismo en los lugares más insospechados del showbussiness contemporáneo, ¿qué hubiera escrito? Me gustaría muchísimo saberlo. ¿Cómo explicarían este extraño fenómeno las mentes avezadas en desmontar los contextos para explicar los procesos? Sin caer en la tentación de arrogarme la propiedad del movimiento (aunque, padre, confieso que ante estas cosas se me viene a la mente el segundo mandamiento), cuál es el contenido de este feminismo que nos arrojan desde lugares donde el igualitarismo brilla por su ausencia? ¿Dónde encontrar explicación a porqué este cúmulo de cuerpos hiperexpuestos abanderan el feminismo? Como (ex)lectora de periódicos, me deben un contexto. No el blah, blah, blah de corte y pega de rigor. Amigos de El País: si regaláis libros de filosofía a vuestros lectores, ¿por qué publicáis textos que podrían servirle a Cuore?

Pero volvamos a la cuestión. Esta semana también me topo con mil y una alabanzas hacia una nueva campaña de la marca Dove, que se quiere feminista por alentar a las niñas a aceptar su pelo rizado. “Según estudios llevados por Dove, tan sólo cuatro de diez niñas sienten que su cabello rizado es hermoso. Sin embargo, el mensaje es enviado en general a todas las mujeres del mundo para que den el ejemplo y sientan seguridad en sí mismas, y de su belleza natural, sin importar los estándares que dicta la sociedad”. La anterior campaña de Dove, “Love your curves”, abrió la veda de la publicidad-autoayuda para las marcas que quisieran investirse de ángel guardián de las mujeres. Una pena que el mundo nos haya educado para no aceptar caramelos de extraños: más que preocuparse por el bienestar mental de las mujeres, Dove se avalanza sobre un nuevo grupo consumidor detectado por los estudios de mercado que son las mujeres con baja autoestima. Su tamaño es enorme, gigante, pues el sistema capitalista que premia la belleza, la juventud y la delgadez se encarga de producir gran cantidad de mujeres llenas de ansiedad por no encajar en el inalcanzable estándar. Total: nos venden empowerment por la vía de un jabón.

El caso de Dove es bastante paradigmático del toco mocho que el mercado, sus marcas y los medios de comunicación que se sustentan en ellas nos están colocando. La web Sheknows ha bautizado el fenómeno como femvertising (femenine+advertising) y lo describe como aquel por el cual las mujeres demandan más compromiso de las marcas que consumen. Estas producen mensajes que alientan a chicas y mujeres a quererse y a apreciar sus cuerpos porque un 52% de su público cuenta que les influye cómo la marca retrata u trata a las mujeres y porque un 94% de las mujeres cree que la manera en que los anuncios convencionales representan a la mujer es dañino. Nike, Hanes, Olay, Dove, Always, Pantene, Playtex, Covergirl, Underarmour o Sears han puesto en marcha campañas de este estilo. Personalmente recomiendo el de leche Kaiku sin lactosa. No hay palabras. No hay que ser Einstein para sospechar el timo que cobijan estos mensajes publicitarios: dado que la marca no puede respaldar la agenda feminista que busca la representación de distintos cuerpos de cualquier edad porque para vender ha de asociarse siempre a la belleza normativa, la sustituye por un difuso mensaje de autoayuda que no llega ni a feminismo light y lo hace pasar por un compromiso cierto con el igualitarismo. No way, Dove y todos los demás.

El asunto no tendría mayor trascendencia sino fuera porque la idea de que el feminismo se limita al acomodo en el propio cuerpo por parte de las mujeres no estuviera calando tan fuertemente. No seré yo la que diga que la cuestión no es importante, ahora bien. Parece que interesa al sistema convertir lo que siempre ha sido una lucha colectiva, pública, política en un dilema individual, íntimo, psicológico, que la mujer ha de resolver sirviéndose de los benéficos productos y mensajes que el mercado les pone a su disposición. Así, entretenidas en la tarea de amarnos a nosotras mismas, apenas sí nos enteramos de lo que pasa en la plaza pública de la política, que es de lo que se trata. Al patriarcado siempre le ha obsesionado confinarnos en el espacio reducido de lo privado. ¿Qué hay más reducido y privado que el propio cuerpo convertido en cárcel que, encima, debemos amar?

Veo, además, cómo este enclaustramiento se replica en órdenes distintos al íntimo por parte de mujeres supuestamente empoderadas. En octubre pasado leí un artículo interesante titulado “Las conferencias de mujeres poderosas ya no empoderan a nadie”, acerca del la saturación que tenemos ya de ver a las mismas profesionales de éxito dando conferencias y protagonizando simposios que no sirven más que para lavar la cara de las empresas y llenar el bolsillo a las que se prestan al juego. Las charlas sobre empoderamiento se han convertido en otro producto del mercado y la ética de las mujeres que cobran por impartir unas charlas que no van a ningún sitio queda aquí puesta en cuestión. Esas mujeres no tendrían que quedarse en la zona de confort que les provee una audiencia rendida y necesitada, sino forzar la conversación con las empresas para lograr mejoras políticas concretas. Son ellas las que han de romper el techo de cristal y abrir brecha. Son ellas las que han de producir las condiciones que permitan a las mujeres que pagan por escucharlas perseguir su sueño. Seguir ordeñando la vaca del feminismo en petit comité sirve lo mismo que comprar jabones Dove para gustarse más a una misma.

Entre unas cosas y otras, nos desactivan. O nos desactivamos. Es menos comprometido y fastidioso apuntarse al feminismo de baja intensidad, a esa hipnótica autoayuda mente-cuerpo, que militar, reunirse, manifestarse, recoger firmas, plantearse objetivos ambiciosos, presentarse a unas elecciones, ejercer sin traicionar las propias convicciones. Al final, entretenidas en la misma vanidad que nos ha tenido presas por los siglos de los siglos, con una seguridad que se sostiene sobre unos ejes cada vez más precarios, rehuimos cualquier discurso que nos supone poner en cuestión nuestra manera de pensar o de obrar. Descalificamos las ideas que no provienen del paternalismo que sólo nos exige adornar y nos creemos la letal cantinela de que si no hemos logrado lo que soñábamos ha sido porque no somos lo suficientemente buenas. Es cierto: no somos tan listas ni tenemos tanto talento. Pero somos más bellas. Y estamos enamoradas de nosotras mismas. Tenemos la autoestima por las nubes. Ja-ja.

Mientras aprendemos a ser bellas dentro de los estándares de la sensatez rectora, a amar nuestra cara naturalmente maquillada y a sentirnos bien en nuestra piel (¡qué perverso quien nos haya enseñado lo contrario!) gracias a los consejos de tantas marcas, revistas y programas de la tele, suceden cosas como esta:

Es cuando menos curioso que mientras Emma Watson lee sus discursos bienintencionados, no lo dudo, pero escasos de concreciones, las mujeres que se sientan en las mesas de negociación se vean tan desasistidas de poder e influencia. ¿Por qué no son estas mujeres las que dan los discursos? ¿Qué propósito tiene dejar que una jovencita abandere una causa de la que le dejan saber poco más que eslóganes? ¿Por qué a las instituciones no les interesa dar la palabra a las feministas reales?

Nadie parece querer tomarse en serio el feminismo (la igualdad). La palabra va, como la falsa moneda, de mano en mano. La manosean las celebrities, la moda, las revistas, los telediarios, las instituciones… pero queda en un mero adorno vacío. Las famosas y las marcas se llenan la boca con un feminismo vacío de contenido porque ese es el único que la globomedia patriarcal está dispuesta a respaldar. No-se-pue-de-cues-tio-nar-quién-de-ten-ta-el-po-der. A las mujeres nos vamos despertando del sueño de las idénticas, nos conceden el sucedáneo del feminismo de autoayuda que confina a la mujer en el armario de su propio yo; el de la hipersexualidad falsamente subversiva que modela a las mujeres para la mirada masculina; o el inocuo consuelo del feminismo de salón de las conferenciantes profesionales y académicas. ¿Cómo va El País a tomarse el feminismo (la igualdad) en serio, a contravenir el discurso oficial elaborado por el sistema que le sustenta? El feminismo, para El País y para todos los demás periódicos, es un chascarrillo, una broma, una extravagancia de las mujeres que no va a ninguna parte.

Ese es el compromiso que tiene el sistema para terminar con la violencia de la desigualdad. Un chiste.

Comentar esta breve

SPIP | esqueleto | | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0