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El día en que Huda Shaarawi se arrancó el velo

Sábado 27 de agosto de 2016

24 de Agosto de 2016 Soledad Gallego Díaz Público

Richard Sennet, el sociólogo norteamericano, mantiene una opinión muy firme: “Un delito es un delito; el resto es racismo”. Esa fue su contundente respuesta cuando le pidieron que comentara lo ocurrido las pasadas navidades en Colonia, donde un numeroso grupo de mujeres fue acosado sexualmente por varios hombres que, según la prensa alemana, eran, en su mayor parte, musulmanes. “¿Lo que sucedió en aquella plaza es un delito? Sí, pues entonces quienes lo cometieron deben ser detenidos y castigados. No importa quiénes sean”. El periodista insistió: “¿No le importa por qué ocurrió?. “No, y por una razón muy práctica. En el momento en el que empecemos a hablar del Islam y la violencia de género, dejamos de discutir sobre lo que sucede y pasamos a hablar de motivaciones. Y para mí, eso es una equivocación. No me interesa la motivación de un delito. Me preocupa que haya ocurrido y que los responsables sean castigados”.

No importan las motivaciones por las que las mujeres son desposeídas de sus derechos. Lo que importa es que hombres y mujeres tengan reconocidos legal y efectivamente los mismos derechos, y que cualquier atentado contra esa igualdad de derechos sea identificado como un delito. Da igual quien lo cometa y da igual la motivación que alegue.

Este sería un buen punto de partida para los editoriales de los periódicos sobre el burkini y su prohibición en algunas playas francesas, porque ese es un falso problema, que solo sirve para ocultar la auténtica catástrofe que se desarrolla ante nuestros ojos y que una y otra vez se evita cínicamente encarar: el sometimiento de cientos de millones de seres humanos, mujeres, a las que determinados regímenes políticos no reconocen sus derechos humanos, civiles y políticos, sin que el resto de la comunidad internacional alce su voz.

¿Debe un Estado democrático decidir cómo deben vestir sus ciudadanos? Evidentemente, no. Aunque no está de más recordar que el Estado ya prohíbe en la práctica totalidad de los países democráticos del mundo andar por la calle sin ropa alguna, lo que, al fin y al cabo, es una manera de legislar la manera de vestir. ¿Deben las mujeres callarse respecto al uso del burkini, el hiyab y el pañuelo? ¿Deben quitar importancia a su significado? No. En absoluto. Deben insistir, una y otra vez, en que implican una idea de la mujer que la coloca en situación de inferioridad respecto al hombre y que hay que luchar para conseguir que cada vez más mujeres sean conscientes de ello y participen en su propia liberación.

¿Es inocente el empeño en que las mujeres tapen su cuerpo y su cabello? En absoluto. Responde a una clara voluntad de sometimiento de las mujeres a los varones y ha respondido a ese propósito en todo tipo de religiones: el cristianismo, el islam y el judaísmo. Contra esa imposición, contra esa exigencia de sometimiento, se han levantado todos los movimientos feministas del mundo. Incluido el mundo musulmán.

El primer acto de un grupo feminista que se recuerda en el mundo musulmán ocurrió en 1923, cuando la fundadora de la Unión Feminista Egipcia, Huda Shaarawi, decidió arrancarse públicamente el velo ante los centenares de mujeres que habían ido a recibirla a la estación central de El Cairo tras asistir a un congreso en Europa. ¿Por qué decidió Huda Shaarawi quitarse el velo como un acto público de protesta feminista? Porque sabía perfectamente que ese velo era símbolo de su sometimiento como mujer. La polémica sobre el uso del velo y sobre su significado no es un invento occidental moderno, sino una de las primeras polémicas de los movimientos feministas musulmanes, y parece increíble que se pueda discutir del tema ignorando, u ocultando, las reclamaciones de esos movimientos de defensa de la mujer, que se remontan incluso al siglo XIX. En 1892, cuenta la arabista Nieves Paradela, una joven libanesa fundó en Alejandría la primera revista dirigida a la mujer árabe (de religión abrumadoramente musulmana) y ya en esos primeros números se recogió una viva polémica sobre el uso del velo.

Así que cuando se dice que hay que dejar que sean las mujeres musulmanas las que decidan si quieren llevar velo o no, es absurdo ignorar lo que dicen los movimientos feministas del mundo musulmán, que siempre lo han considerado como un símbolo de sometimiento de la mujer. Muy pocas feministas proponen que se prohíba o castigue su uso, desde luego, pero menos feministas aún creen que no tenga un significado contrario a la liberación de la mujer.

Al margen de que propongan su prohibición o no, las feministas musulmanas no tienen dudas al respecto. Claro que hay que escucharlas; son los movimientos feministas los que han luchado en todo el mundo por conseguir la equiparación de derechos de las mujeres y los hombres, y gracias a ellos se ha avanzado en el reconocimiento de los derechos de la mujer. Claro que hay que escuchar, apoyar y animar a los movimientos feministas musulmanes. Y claro que hay que negarse a contemplar la polémica del velo como una cuestión exquisitamente multicultural, sin significación de género.

¿Prohibir el uso del burkini o del velo? No. Otra cosa es la burka o el niqab, que ocultan completamente el rostro y niegan la condición de la mujer como ser humano. Pero no prohibir el velo o el hiyab no significa no reconocer su significado. Los símbolos del sometimiento de millones de seres humanos son lo que son. Para nada una mera demostración de riqueza o de identidad cultural.

Autora:

Soledad Gallego-Díaz

Madrileña, hija de andaluz y de cubana. Ejerce el periodismo desde los 18 años, casi siempre como informadora, cronista política y corresponsal. La mayor parte de su carrera la hizo en El País. Cree que el suyo es un gran oficio; basta algo de humildad y decencia.

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