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El derecho al aborto desencadena la revuelta de la juventud polaca

Martes 17 de noviembre de 2020

La determinación y rabia de una generación crecida bajo gobiernos nacionalistas y moralmente conservadores son claves en las masivas protestas de las últimas semanas

Magda Grabowska 16/11/2020 CTXT

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Protesta el pasado 30 de octubre en Varsovia contra la prohibición del aborto. Euronews

La mayoría habréis visto fotos de las masivas manifestaciones que han tomado las calles de las ciudades de Polonia en las últimas semanas. Quizás os preguntéis cómo es posible que, durante una pandemia, cientos de miles de personas, principalmente mujeres jóvenes, hayan salido a manifestarse en lo que parece haber sido la mayor movilización social del país desde el movimiento Solidaridad en la década de 1980. ¿Qué ha sacado a la gente a la calle?

La razón más inmediata de esta movilización es una sentencia reciente del Tribunal Constitucional, un organismo político que, según muchos observadores, ha dejado de ser independiente de Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco), el partido de derecha que ocupa el gobierno. En síntesis, el 22 de octubre, dicho tribunal, presidido por una mujer, decidió invalidar la constitucionalidad del acceso al aborto debido a malformaciones en el feto, limitando aún más la ya estricta ley del aborto polaca. De hecho, Polonia tiene una larga historia de restricciones del derecho al aborto. La interrupción del embarazo fue legal y accesible durante el periodo del socialismo de Estado posterior a 1956, pero una ley promulgada en 1993 lo limitó solo a tres casos: cuando el embarazo fuese resultado de un delito (es decir, de una violación), cuando la vida o salud de la mujer estuviesen en riesgo y cuando el feto presentase anomalías graves. Mientras han estado vigentes estas restricciones, el número de procedimientos realizados ha sido escaso: algo más de 1.000 abortos anuales hechos por la vía legal en un país con una población de casi 40 millones de habitantes. Además, hasta octubre de 2020, el 97% de estos procedimientos se había llevado a cabo en el supuesto que acaba de ser prohibido. En consecuencia, la decisión del Tribunal supone que, en la práctica, casi todas las interrupciones del embarazo estarán prohibidas. Naturalmente, las mujeres seguirán pudiendo acceder al aborto por fuera del sistema. Cuando a comienzos de la década de 1990 se restringió este derecho, las mujeres buscaron procedimientos clandestinos. Actualmente, existen redes de acompañamiento que ofrecen a las mujeres la financiación y la información necesarias para abortar de forma segura en el extranjero o hacerlo ellas mismas en casa.

La ilegalización casi total del aborto podía preverse en el clima político actual de Polonia. El Gobierno no previó, sin embargo, una respuesta tan multitudinaria contra esta decisión. Las últimas medidas tomadas por el PiS y la resistencia frente a ellas deben ser analizadas en el contexto de la actual guerra contra la ideología de género y LGTBQ+ que el Gobierno polaco ha exacerbado en los últimos cinco años (desde que Ley y Justicia ganase por primera vez las elecciones presidenciales). A modo de resumen, estas son algunas de sus últimas acciones claramente en contra de la igualdad: el ministro de Justicia amenazó en julio de 2020 con retirarse de forma oficial del Convenio de Estambul [el instrumento del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica] y Andrzej Duda, el presidente de Polonia, en su campaña de reelección de este verano, afirmó en una conocida declaración que “LGTBQ+ es una ideología, no es gente”. Además, las acciones del Gobierno se han ido agravando con el tiempo y, en agosto de 2020, la policía atacó y arrestó a activistas LGTBQ+ de Varsovia.

"La concentración más multitudinaria ocurrió el 30 de octubre, cuando más de 100.000 personas se unieron para bloquear Varsovia"

Las actuales protestas son la respuesta a esa intensificación de la persecución contra los derechos de las mujeres y de las personas LGTBQ+ que ha culminado con la sentencia del Tribunal Constitucional, pero son también el fruto de anteriores movilizaciones de izquierda. En 2016, el intento del Parlamento de restringir el acceso al aborto legal fue detenido por manifestaciones en masa (conocidas como la “Protesta negra”) y huelgas de mujeres y, en la primavera de 2020, durante el confinamiento, un intento parecido fue contrarrestado por bloqueos del tráfico en las ciudades más grandes, una protesta en los balcones, reuniones espontáneas y paseos colectivos en espacios públicos. Desde una perspectiva más amplia, estas protestas son igualmente consecuencia, directa e indirecta, de todas las movilizaciones sociales ocurridas desde los noventa y comienzos de los 2000 por los derechos de las mujeres y LGTBQ+, y de las más actuales huelgas globales por el clima. En el contexto polaco, además, pueden ser entendidas en líneas generales como un indicador del fin del dominio cultural y político de la iglesia católica y de su continua injerencia en la esfera pública y el sistema educativo (La religión fue introducida en los colegios públicos en 1990). Un ejemplo de esto es que hoy la ley del aborto de 1993 es entendida por la población en general como un “pacto” a espaldas de las mujeres entre líderes políticos masculinos y miembros de la Iglesia católica.

La cuestión del aborto en Polonia ha estado muy politizada en los últimos treinta años y especialmente en los últimos cinco. El Gobierno, al dar luz verde a una nueva restricción de la ley, ha jugado con fuego. Ha ido en contra de la mayoría de la opinión pública polaca, que se opone a nuevas restricciones y prefiere que los supuestos de aborto legal se amplíen, en lugar de reducirse. De ahí, tal reacción. Las protestas contra la sentencia del Tribunal comenzaron el jueves 22 de octubre y continuaron de diferentes formas en los días siguientes: marchas callejeras, bloqueos en hora punta en intersecciones importantes y manifestaciones en las oficinas y domicilios privados de algunos personajes políticos de derecha. La concentración más multitudinaria ocurrió el 30 de octubre, cuando más de 100.000 personas se unieron para bloquear Varsovia.

La sentencia del Tribunal ha llegado en un momento muy difícil para muchos sectores de la sociedad: con la pandemia de la covid-19, el sistema de salud a punto de colapsar y previsiones de recesión económica, muchos grupos han perdido la confianza en el Gobierno por estar distraído intensificando su campaña de odio contra las personas LGTBQ+ y las mujeres. Por este motivo, a las protestas se sumaron otros gremios, como taxistas, asociaciones agrícolas, sindicatos y, de manera espontánea, conductores de autobuses y tranvías urbanos. Es importante mencionar que estas revueltas se han extendido y han llegado a ciudades más pequeñas, sobre todo en zonas conocidas por ser la base política del PiS, como la región noreste de Podlasie o la región sur de Podkarpacie.

Sabemos que, en Polonia, un país donde las organizaciones de mujeres llevan más de dos décadas luchando por el aborto legal, esta oleada de protestas ha sido con diferencia la que más gente ha movilizado. Y también ha sido insólita por muchas otras razones. En primer lugar, porque el rasgo definitorio ha sido la rabia de las mujeres, sentida de forma masiva, colectiva y desbordante, frente a lo que pareció significar, por ejemplo, el movimiento #MeToo. Esta potente reacción emocional podría haber sido resultado de la frustración acumulada por los continuos pasos del Gobierno para limitar los derechos de las mujeres. En esta ocasión, la rabia de las mujeres se desató al ver cómo el partido gobernante prohibía la práctica totalidad de abortos sin aparentar siquiera un respeto por el proceso democrático –la ley fue modificada sin debate público y eso constituye una omisión de dicho proceso– y quizás también debido a que esta prohibición es algo muy personal para muchas de ellas porque se han dado cuenta, una vez más, que sus vidas son tratadas con total desprecio por numerosos cargos políticos (masculinos). Sea como sea, esta rabia contra el Gobierno ha salpicado a la Iglesia católica –muchas mujeres protestaron en las misas del domingo y algunas iglesias fueron ‘decoradas’ con grafitis en señal de protesta– y se ha dirigido también contra líderes políticos masculinos y falsos aliados, que han querido apropiarse de la rabia de las mujeres para su propio beneficio político. Un ejemplo de ellos es el movimiento de reciente creación y de corte bastante conservador Polonia 2050.

"Con el sistema de salud a punto de colapsar y previsiones de recesión económica, muchos grupos han perdido la confianza en el Gobierno por estar distraído con sus campañas de odio "

El enfado, la ira y la rotunda rabia han quedado bien reflejados en las consignas. Entre las más populares, destacan: “Lárgate” (Wypierdalać en polaco) y “A la mierda PiS” (J... PiS). En todo el país, cientos de miles de manifestantes, en su mayoría mujeres jóvenes, han tomado las calles portando pancartas con lemas como “Ojalá pudiera abortar este gobierno”, “Esto es la guerra” o “El infierno para las mujeres”. En contra de lo que se temía, el uso de un lenguaje vulgar no ha afectado al propósito de la lucha. Todo lo contrario, como la escritora y académica Inga Iwasiów señaló: “En cuanto empezamos a ser vulgares, el otro bando empezó a escucharnos”. Es más, en los debates políticos del país se ha producido un auténtico cambio casi de la noche a la mañana: organizaciones de mujeres como la All-Poland Women’s Strike, que ha coorganizado las protestas y que reclama un derecho pleno al aborto, y Abortion Dream Team, un colectivo de acompañamiento que ayuda a las mujeres a que aborten en sus casas, que eran consideradas “demasiado radicales” incluso por algún sector del feminismo, se han convertido en un interlocutor digno en los debates políticos convencionales y han atraído la atención de los principales medios de comunicación. Ahora ya no se las cataloga como minoría radical ni como extremistas a las que hay que silenciar para que las posturas supuestamente moderadas del espectro político se queden donde están.

Pero, lo que realmente ha conseguido que las protestas se alarguen durante semanas ha sido la masiva movilización de las personas jóvenes y su determinación. Gente joven de todos los géneros ha celebrado su subjetividad política en las calles gritando palabras soeces al Gobierno. Quienes se quedaron en casa les mostraron su apoyo desde balcones, ventanas y en Internet. El compromiso de la gente joven, que con frecuencia es vista como despolitizada y no comprometida, ha sido una sorpresa. Sobre todo porque, como generación, han crecido en una realidad social marcada por una sucesión de gobiernos, ‘progresistas’ y conservadores –en función del apoyo político de la Iglesia–, defensores de la militarización y el nacionalismo. Ha sido una revelación ver masas de gente joven inmune e indiferente a la retórica disciplinaria de amenaza y miedo del ministro de Educación, Przemysław Czarnek, que intentó intimidar al alumnado y profesorado con la advertencia de que quienes participasen en las protestas podrían ser llevado a juicio, o las palabras de Jarosław Kaczyński, uno de los líderes del PiS, que llamó a la “defensa de Polonia y de las iglesias católicas” frente a las fuerzas que “quieren destruir Polonia” y buscan “el final de la nación polaca tal y como la conocemos”.

La determinación y la persistencia de la juventud son algo novedoso y han dado qué pensar a todo el mundo. Gracias a estas, el partido gobernante ha aprendido una lección amarga sobre lo desgastados que están sus métodos educativos y su retórica nacionalista y lo alejado que está su partido de la juventud, es decir, de su futuro electorado potencial. Además, el alcance de las protestas puede haber puesto fin a la idea del monopolio del populismo de derecha, sobre el que el Gobierno actual tanto se apoya. La narrativa compartida por gran parte de la población de que los derechos LGTBQ+ y de las mujeres son un ataque de la “ideología extranjera” contra los “valores tradicionales” de Polonia podría dejar de calar en vista de los recientes acontecimientos. Para la oposición progresista, esta nueva oleada de protestas, sus consignas y su estética pueden ser una señal de que la narrativa liberal de lograr pequeñas conquistas de derechos humanos, en particular los relacionados con las personas LGTBQ+ y el aborto, está sencillamente desfasada. Los partidos de izquierda, que apoyan abiertamente los derechos de las personas LGTBQ+ y el derecho al aborto –aunque su respaldo social es de solo un 10% aproximadamente–, podrían beneficiarse de esta nueva realidad política si son capaces de sacudirse el estigma del poscomunismo.

Aunque esta masiva oleada de protestas callejeras esté llegando a su final natural, debido al puro agotamiento de toda la gente involucrada, los resultados de esta movilización aún están por llegar. A 10 de noviembre, el Gobierno no ha publicado todavía la sentencia del Tribunal, lo que significa que, en la práctica, la ley no ha cambiado. En el último mes además, All-Poland Women’s Strike ha ampliado sus demandas al Gobierno a otras áreas además del derecho al aborto: derechos LGTBQ+ y de las mujeres en general, derechos laborales, separación entre iglesia y Estado e independencia total del poder legislativo. En estos momentos, las organizadoras de este movimiento se encuentran construyendo sus bases, de abajo arriba, para ser capaces de continuar la lucha en el futuro.

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Magda Grabowska es socióloga y profesora de la Polish Academy of Sciencies.

Traducción de María García Díaz.

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