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El coste de la fresa. Esclavas del siglo XXI

Jueves 12 de marzo de 2020

Por Gloria López

El proceso de contratación en Marruecos busca mujeres con cargas familiares de 25 a 45 años: necesitadas y sumisas

Madrid, 10 mar. 2020. AmecoPress

El objetivo del debate que el pasado día 5 de marzo acogió el Museo Reina Sofía de Madrid fue conocer, reflexionar y entender la situación que viven las jornaleras marroquís que llegan a los campos de Huelva en las campañas de recogida de la fresa, contratadas desde sus lugares de origen. Para ello, se contó con las voces de Rahma El Basraoui, Fátima Boubkri, Pastora Filigrana García, Justa Montero y Soulaima Vázquez, quienes estuvieron moderadas por Nines Cejudo.

Las mujeres que cultivan la fresa –y el resto de frutos rojos que llegan a nuestras mesas- vienen a los campos de Huelva tras pasar un proceso de contratación en el origen, considerado un “modelo de migración ordenada” por las instituciones, pero criticado profundamente por las organizaciones. La abogada y mediadora intercultural Rahma El Basraoui explicó que se trata de un convenio bilateral entre España y Marruecos que no garantiza los derechos de las trabajadoras. Recordemos que este año han sido 20.000 mujeres las que han sido contratadas en Marruecos bajo estos requisitos.

20.000 jornaleras sin derechos

“En ningún momento las trabajadoras conocen las condiciones en las que van a trabajar, ni sus derechos”, advertía la presidenta de la Unión de Asociaciones Marroquíes de la Comunidad Valenciana y portavoz de la Plataforma de Apoyo a las Trabajadoras del Campo. El perfil que se pide para acceder a este proceso de selección es el de mujer, casada, viuda o divorciada con cargas familiares (hijos e hijas de hasta 14 años), con una edad que va de 25 a 45 años. Todo esto tiene que estar acreditado por las mujeres, que en su mayor parte no saben leer ni escribir, que se ven obligadas a ir a la oficina con sus bebes en un tiempo muy corto.

Cuando llegan a España, encuentran que el sueldo recibido no coindice siquiera con lo prometido en el convenio: les pagan 0,75 céntimos de euro por recoger una caja de 5 kg de fresas. Viven en módulos prefabricados en malas condiciones. No se les ofrece una mínima formación en castellano, como se supone exige el convenio, ni se les da una copia del contrato y, si tienen algún conflicto, no pueden cambiar de empresa. Las empresas ejercen control sobre la vida de las trabajadoras, que son aisladas del entorno social. “Si quieren bajar al pueblo, tienen que hacerlo en el coche de compañeros que a veces le ofrecen hacerles la compra a cambio de favores sexuales.”

El contexto: un sistema patriarcal y racista basado en la explotación de las personas migrantes

La abogada y activista Pastora Filigrana García contextualizó esta situación, dentro de un sistema patriarcal y racista basado en la explotación de las personas migrantes. “El fruto rojo no permite una recolección mediante máquinas; se necesitan manos”, explicó. “Recoger la fresa es un trabajo duro. Hay que arrancar el fruto uno a uno. Doblar la espalda durante horas”. ¿Quién está dispuesta a trabajar más por menos sueldo? Quienes tienen más necesidad: ellas, las mujeres racializadas. Por ello, cada año, miles de mujeres marroquíes llegan a Huelva, entre febrero y abril, para, en el microclima de los invernaderos, trabajar duramente, día tras día, hasta los meses de junio y julio.

En Huelva se produce más del 90 por ciento de la fresa de España, que se exporta a Europa, a Francia y a Alemania sobre todo. Es un negocio que mueve unos 500 millones de euros cada año, que practica una agricultura intensiva, criticada por las organizaciones ecologistas por la fuerte demanda de agua que requiere. De este negocio vive mucha gente, no solo las mujeres marroquíes, también migrantes de otros países y población autóctona. “También entre ellos tienen conflicto, agitados por la extremaderecha, que pone a la gente a competir”.

El sector se colocó en el ojo del huracán después de que una revista alemana publicase un reportaje de dos reporteras en el que se denunciaban las condiciones en las que trabajan las temporeras marroquíes en la fresa. Las cuatro mujeres trabajadoras marroquíes denunciaron al manijero por acoso sexual acompañadas por las organizaciones Asnuci y Mujeres 24 h y el activista por los derechos humanos Antonio Abad. También interpusieron una demanda laboral contra la empresa y una denuncia ante la inspección de trabajo.

“La publicación de la historia puso de manifiesto unas situaciones que las organizaciones venían denunciando durante años” aseguró Pastora Filigrana, frente a la negación de numerosos sectores y la falta de credibilidad que se le ha dado a la voz de las jornaleras.

“En el feminismo no nos estamos escuchando. Parece que la mujer blanca es la que tiene voz y de las mujeres marroquíes solo se habla para hablar del velo”, expuso Soulaima Vázquez, mediadora intercultural y activista feminista, perteneciente al colectivo Alharaca, cuyo objetivo es sensibilizar y concienciar sobre el racismo y la islamofobia. “Nos movilizamos más porque lleven velo que porque sufran una violación”, sentenció.

La activista Justa Montero profundizó en la desigual respuesta que las situaciones de injusticia generan, según afecten a unas mujeres o a otras. En 2016, los medios de comunicación se hicieron eco de una violación sufrida por una mujer en Pamplona, miles de mujeres salieron a las calles y de este modo se puso en marcha un proceso que afectó al ámbito jurídico incluso. En 2018, algún medio se hizo eco de unas violaciones que habían sufrido mujeres marroquíes en Huelva, la respuesta feminista fue pequeña, solo en algunas ciudades, y la judicatura sigue su curso ejerciendo lo que las organizaciones llaman “racismo institucional”.

“Somos muchas las mujeres feministas blancas que pensamos y sentimos de corazón que el feminismo será antirracista o no será”

“Tenemos que revisar nuestro feminismo, nuestras agendas y nuestras prácticas”, dijo Montero. “Creo que somos muchas las mujeres feministas blancas que pensamos y sentimos de corazón que el feminismo será antirracista o no será; si no articulamos respuestas en esa dirección, no habrá derechos para todas las mujeres”.

“Las jornaleras marroquís que llegan a los campos en las campañas de recogida de la fresa, contratadas desde sus lugares de origen, vienen con una idea de lo que van a vivir y luego encuentran otra cosa”, insiste Fátima Boubkri, profesional de la hostelería, activista e integrante del equipo de madres de Dragones de Lavapiés. Esta mujer, natural de Marruecos que, tras 16 años en España, lucha por visibilizar las dificultades del colectivo migrante femenino desde su experiencia en primera persona. “Tenemos que agradecer y apoyar a las mujeres valientes que levantaron su voz y denunciaron la violencia que estaban viviendo,” dijo Boubkri.

Tras la denuncia, se pusieron en marcha algunas medidas –un equipo de mediadoras, la inclusión de un protocolo de acoso y abusos sexuales en el nuevo convenio- pero “en la práctica no sabemos si esto está sirviendo para acabar con los abusos y con la impunidad”.

El coloquio, desarrollado dentro la Revuelta feminista del 8 de marzo, estuvo acompañado de una performance y un vídeo documental con testimonios que pretende colocar la reivindicación de estas mujeres en primera línea y hacerse eco de sus voces.

Foto: AmecoPress

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