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ENTREVISTA — Ane Irazabal, periodista: “Si eres mujer y corresponsal, el sistema te obliga a elegir entre esta profesión o ser madre”

Sábado 19 de noviembre de 2022

“Durante el embarazo hubo gente que me preguntó por qué no estaba de baja y era simplemente porque no me daba la gana. A veces te sientes obligada a dar explicaciones cuando los hombres no dan ninguna”, confiesa la periodista, que cubrió el inicio de la guerra de Ucrania estando embarazad

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La periodista Ane Irazabal en Palestina VIVIEN SANSOUR

Maialen Ferreira 16 de noviembre de 2022 elDiario,es

Se marchó a Palestina en cuanto terminó la carrera universitaria, con solo una mochila y sin apenas contactos. Quería cubrir el conflicto palestino-israelí. El primero de muchos destinos -e historias- que vendrían después. Líbano, Egipto, Jordania y Libia, primero. Grecia, Italia y la crisis migratoria, después. Ahora, desde Alemania, observa no solo el auge, sino la institucionalización de la extrema derecha en Europa. Llegó a Berlín después de que la guerra entre Rusia y Ucrania le cogiera en Kiev, donde, estando embarazada, cubrió los primeros bombardeos sobre la ciudad desde un bunker. Esta es parte de la historia de la periodista y corresponsal Ane Irazabal (Arrasate-Mondragón, 1984), que a lo largo de su carrera ha trabajado como freelance y también en la televisión pública vasca EITB y el diario Berria, entre otros.

En el plano profesional, según destaca, le gustaría trabajar como corresponsal por todo el mundo. Su carrera ha sido ampliamente reconocida tanto en Euskadi como en el resto del país y, poco a poco, se está convirtiendo en un referente también en el extranjero. Recientemente ha recibido el premio ’Jóvenes Valores de la Comunicación’; en el año 2019, Eurobasque, la Asociación del Consejo Vasco del Movimiento Europeo, le entregó el premio de Periodismo; en 2017, la Asociación Vasca de Periodistas y el Colegio Vasco de Periodistas le entregaron el premio de Periodismo Vasco y, también ese mismo año, recibió el premio Argia.

En el personal, hace tres meses que ha sido madre de un bebé nacido en Berlín, algo que, según asegura, no ha cambiado su forma de ser ni como mujer, ni como hija, ni como profesional, aunque suponga un reto al que se debe enfrentar cada día. “Yo tuve que salir corriendo de Kiev porque me tocó la invasión de Rusia estando allí y ya estaba embarazada de cuatro meses. Esa fue la primera vez en mi vida en la que sentí una gran contradicción, porque, por una parte, sabía que no me podía quedar en el país porque era peligroso, pero por otra, como periodista, me hubiese gustado quedarme. (...) A las mujeres se nos obliga a tomar ciertas decisiones que a los hombres ni se les pasan por la cabeza. Ellos son padres y no sucede absolutamente nada. Mi día a día es luchar para decir que por el hecho de ser madre no he dejado de ser otras cosas. No he dejado de ser hija, no he dejado de ser mujer y tampoco he dejado de ser profesional. Eso no quita que yo quiera ser la mejor madre del mundo, pero sigo luchando cada día para poder seguir haciendo la vida que hacía antes y es algo que cuesta mucho, porque te sientes juzgada por un sistema que todavía no acepta que esto sea así”, confiesa.

¿Cuándo supo que quería dedicarse al mundo del periodismo?

Es difícil saberlo. Mi madre dice que cuando era pequeña y volvía del trabajo le montaba un telediario en la sala con un mapa del tiempo y hacía de presentadora, pero yo creo que la curiosidad me vino cuando estaba estudiando Historia. Primero estudié Historia y luego Comunicación Audiovisual, porque cuando terminé la primera me di cuenta de que tenía una base importante para luego poder unir eso con la comunicación. Ahí fue cuando empecé a barajar que quería dedicarme al periodismo y, sobre todo, al periodismo internacional.

A lo largo de su carrera ha cubierto acontecimientos en Oriente Medio y Europa, especialmente centrándose en la crisis migratoria. ¿Cómo valora su trayectoria? ¿Qué destacaría de él?

Cuando echo la vista atrás me parece que he hecho muchas cosas. Terminé la carrera de Comunicación Audiovisual y, con una mochila y casi sin contactos, me planté en Palestina. Ahí empecé mi recorrido profesional. Estuve dos años y medio allí, luego me fui a El Cairo, estuve un tiempo cubriendo el escenario post Primavera Árabe y las primeras elecciones democráticas en las que ganaron los Hermanos Musulmanes, luego el golpe de Estado y otra vez el golpe militar. He cubierto también las dos últimas guerras de Gaza y desde allí viajé a Italia, donde me centré más en cubrir el drama migratorio. Mi recorrido lo valoro de forma positiva, me encanta mi profesión, es mi gran pasión y tengo la suerte de poder trabajar en lo que me gusta. Ha sido muy enriquecedor tanto profesionalmente como personalmente.

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Ane Irazabal, periodista y corresponsal en Palestina VIVIEN SANSOUR

¿Cómo se acoge el euskera en los países en los que ha trabajado?

Bien. En algunos lugares no saben lo que es, pero en otros sí. La verdad es que, cuando he cubierto dramas humanitarios como los campos de refugiados rohingyas en Bangladesh, y me he encontrado con medios como la BBC o la CNN, ellos alucinan con el hecho de que la televisión vasca esté allí. Creo que en nuestro micro mundo, que es Euskal Herria, tenemos una gran suerte de que haya una televisión con esa red de corresponsales. Para muchos que nos ven en el extranjero, oírnos trabajar en euskera es algo curioso. Para mí es maravilloso, porque me ha unido a mi casa todos estos años que he estado lejos.

¿Es imposible tener información internacional de calidad fuera de los medios públicos?

No. En los medios privados también se puede tener información de calidad, pero considero que los medios públicos son necesarios. Eso no quiere decir que no tenga que haber medios privados, porque son compatibles. Se puede hacer información de calidad en los dos, pero al medio público se le tiene que exigir y tiene que dar, eso está claro.

¿Dónde le gustaría trabajar como corresponsal y aún no ha tenido la oportunidad?

Me gustaría ser corresponsal en todas partes, pero no me van a dar los años de mi vida (risas). Llevo un año en Berlín y prácticamente acabo de llegar. Entonces, tampoco me planteo dónde ir después de terminar mi etapa aquí, porque me parece apasionante contar la realidad de todos los países. También me parece apasionante contarla desde casa, porque el periodismo de calidad se puede hacer en todas partes. Lo que pasa es que me gusta mucho la política internacional y por eso me apasiona tanto. Si por mí fuera, sería corresponsal en cualquier lugar del mundo.

¿Qué es lo más difícil de adaptarse a un nuevo país?

Lo más difícil es acostumbrarte a las dinámicas del lugar, que no tienen por qué ser a las que tú estás acostumbrada. La burocracia, cómo funciona el sistema, cuáles son los códigos sociales, que, por ejemplo, en lugares de Oriente Próximo, como Palestina, son muy importantes. Tienes que conocer los códigos sociales para no faltar al respeto y tener claras ciertas directrices. En Italia pasa lo mismo. En Berlín también te tienes que dar cuenta de cómo funcionan las cosas y cómo debes acercarte a una persona para pedirle una entrevista o cuáles son los métodos que se utilizan. Lo mejor es ir sin ideas preconcebidas, con las orejas bien abiertas e intentar absorber, como una esponja, lo más rápido posible todo para poder acostumbrarte. Para mí, que ya he vivido en muchos lugares, la adaptación no suele ser difícil. Ahora está siendo más especial porque tengo un bebé de tres meses que ha nacido en Berlín y eso ha significado un cambio en todos los aspectos, porque te tienes que acostumbrar a muchas cosas.

Ser corresponsal en muchas ocasiones puede ser un trabajo solitario. ¿Cómo se sobrelleva y cómo afecta a la salud mental?

Es verdad que nuestra profesión es bastante individualista por culpa del ’yoísmo’ que hay, pero yo he tenido mucha suerte y en todos los lugares he encontrado un grupo de amigos periodistas y no periodistas que siempre me han arropado muchísimo. Tener amigos periodistas y no periodistas es muy importante, porque a veces los periodistas nos metemos en nuestro mundo y no sabemos hablar de otra cosa, por eso está bien tener contactos que nos saquen de esa zona en la que estamos siempre y que a veces se vuelve un poco obsesiva. La salud mental se cuida teniendo una buena estabilidad emocional y esa estabilidad emocional se consigue con buenos amigos y con una familia que te haga tener los pies en la tierra y te ayude en momentos de bajón.

¿Cuál ha sido la situación más dolorosa que le ha tocado cubrir como periodista?

Muchas. Los rescates en el Mediterráneo, quizás no tanto por la muerte sino por la situación de desesperación en la que ves a la gente cuando es rescatada y lo que te planteas al pensar en qué hubiese sucedido si no hubieran sido rescatados. O las dos guerras de Gaza que me tocó cubrir, que también fueron verdaderamente duras. O el drama de los refugiados que me ha tocado vivir en los últimos años. Es duro ver cómo se ha convertido en una historia olvidada, cronificada, aunque todavía haya muchos lugares de Europa en los que hay gente atrapada y bloqueada que no sabe a dónde ir.

Me llaman mucho la atención las historias personales de la gente que se abre en canal para contarte su vida de una forma tan generosa. En ese sentido, me marcó mucho en 2014, la guerra de Gaza, cuando un misil cayó sobre unos niños que estaban jugando en una playa. Todos murieron. O por ejemplo, la historia de una mujer que cruzó el Mediterráneo en una barca y su hija en otra. Fueron separadas y no se encontraron hasta un año después en Italia. Este último año me ha tocado cubrir el nuevo muro fronterizo entre Polonia y Bielorrusia y me impactó ver a tantas familias intentando cruzar la verja para poder entrar en Polonia. Tenían que cruzar por la noche para tener una mínima posibilidad de poder pasar y las familias se perdían cuando corrían por los bosques después de haber cruzado. Había madres que llegaban sin sus hijos y que no sabían si estaban perdidos o si habían sido interceptados por la Policía y devueltos a Bielorrusia. Son historias que parecen de otro planeta, pero que ocurren en pleno siglo XXI en el corazón de Europa.

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Ane Irazabal mientras trabajaba de corresponsal en Egipto ANE IRAZABA

¿Cómo está viviendo el auge de la ultraderecha en Europa desde los países en los que trabaja?

Con mucha preocupación. En Alemania se percibe mucho el auge de la extrema derecha. El Gobierno alemán ha dicho que la primera amenaza importante para la seguridad interna del país es la extrema derecha. Aquí no tienen miramientos en llamar a las cosas por su nombre, pero el hecho de que salga la ministra de Interior a decir esto es muy importante. También se ha visto en Italia, donde he vivido los últimos cinco años y me ha tocado cubrir las últimas elecciones generales en las ha ganado Giorgia Meloni, que es una política posfascista. El hecho de que no solo haya un auge, sino una institucionalización de estos movimientos me preocupa mucho porque muchos derechos que ya considerábamos asumidos están en peligro. No sé si como sociedad estamos preparados para volver a luchar para que no se nos quiten esos derechos que ya considerábamos adquiridos completamente como parte de nuestra sociedad.

Como periodista, ¿de qué manera le afecta ese auge o institucionalización de la extrema derecha a la hora de realizar su trabajo?

Algunas manifestaciones se vuelven violentas cuando ven cámaras de fotos o de vídeo, pero la extrema derecha tiene mucho interés en dar a conocer su propaganda y ahí nuestra labor como periodistas es complicada porque tienes que informar, pero sin hacerles publicidad, sin que te conviertas en una herramienta de propaganda. ¿Cómo se hace eso sin replicar sus consignas? Preparándote, tanto para las entrevistas como para los actos que te toque cubrir.

Me contaba que recientemente ha sido madre. ¿Vivir su profesión y todas las historias que cuenta siendo madre le cambia?

No lo sé. No tengo la sensación de que desde que soy madre sienta las cosas de otra manera. Es verdad que cuando las historias tienen que ver con niños menores de edad las situaciones son distintas. Yo tuve que salir corriendo de Kiev porque me tocó la invasión de Rusia estando allí y ya estaba embarazada de cuatro meses. Esa fue la primera vez en mi vida en la que sentí una gran contradicción, porque, por una parte, sabía que no me podía quedar ahí porque era peligroso, pero por otra, como periodista, me hubiese gustado quedarme. Me di cuenta también de que yo tuve la oportunidad de escapar, pero muchas mujeres también embarazadas no podían porque no tenían medios. En un embarazo, en el que te pueden suceder miles de cosas, el hecho de que tú tengas que sufrir esto en una guerra, viviendo y durmiendo en un bunker, te hace plantearte cosas que cuando no estabas embarazada ni siquiera se te pasaban por la cabeza. En ese sentido sí que hace que la situación sea más dura.

En su cuenta de Twitter una vez contó que un periodista italiano que tenía 3 hijos le preguntó si usted era madre. Al responderle que no, él le contestó que “no podía tenerlo todo: andar de aquí para allí y tener una familia”. ¿Qué sintió en ese momento? ¿Siguen ocurriendo situaciones como esa?

Sí, muchísimo. En el periodismo internacional y, sobre todo, en el periodismo de guerra hay mucho machismo. Sigue considerándose una profesión de hombres, aunque ahora con la guerra de Ucrania se ha visto una generación de corresponsales mujeres jóvenes que han hecho un trabajo brutal y han roto ese techo de cristal que existía. Hay dos puntos de inflexión en la forma en que las mujeres cuentan el periodismo de guerra o de conflictos: el primero fue la Primavera Árabe y el segundo, la nueva hornada de profesionales mujeres jóvenes en la guerra de Ucrania. Aun así, es verdad que llega un momento, en el que si eres mujer y corresponsal y no te sientes arropada, el sistema o la situación te obliga a elegir entre ser madre o esta profesión, y eso no debería ser así.

Cuando ese periodista me dijo eso yo no era madre ni estaba embarazada, pero es algo que te revuelve el estómago porque te hace pensar por qué se nos obliga a tomar ciertas decisiones que a los hombres ni se les pasa por la cabeza. Ellos son padres y no sucede absolutamente nada. Mi día a día es luchar para decir que yo por el hecho de ser madre no he dejado de ser otras cosas, no he dejado de ser hija, no he dejado de ser mujer y tampoco he dejado de ser profesional. Eso no quita que yo quiera ser la mejor madre del mundo, pero sigo luchando cada día para poder seguir haciendo la vida que hacía antes y es algo que cuesta mucho porque te sientes más juzgada por un sistema que todavía no acepta que esto sea así. También afecta el síndrome del impostor, porque aunque estemos preparadas y sepamos que valemos, nos cuesta más hacernos oír cuando luego ves a hombres que dan su opinión con una seguridad enorme y sin tener ni idea de lo que están diciendo. Nosotras nos infravaloramos, como si para hablar como experta o hacer una declaración tuviéramos que estar 100% seguras de todo lo que decimos en todo momento.

¿La sociedad no está preparada para ver a una mujer embarazada o a una madre en un trabajo como el suyo?

Creo que sí que está preparada y, si no lo está, tendrá que estarlo.

¿Alguna vez le han tratado de manera distinta por ser mujer en su trabajo como corresponsal?

Sí. En algunos momentos he sentido que me ha costado más hacer ciertas cosas, pero nunca he dejado de hacer algo por ser mujer. La mayor falta de respeto que he vivido fue cuando en una entrevista intentaron flirtear conmigo, como si mi trabajo no valiera. Por fortuna, yo no he sufrido una violencia física mientras hacía mi trabajo, como lamentablemente le ha pasado a otras mujeres que cubren revoluciones o protestas, pero sí que he vivido esa falta de respeto. Fui a entrevistar a un hombre y lo primero que se le pasó por la cabeza fue flirtear conmigo cuando yo iba preparada para hacer una entrevista. Se siente asco en esas situaciones.

¿Existe la conciliación familiar y laboral en el mundo de las corresponsalías?

Eso depende de cuál sea tu equilibrio económico, personal, profesional y de qué tipo de acuerdos tienes con tu pareja o en casa. Yo creo que sí y que hay que apostar por eso.

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Ane Irazabal en Berlín en la actualidad ANE IRAZABAL

Me comentaba que por ser madre y seguir ejerciendo su profesión de corresponsal, en ocasiones se ha llegado a sentir juzgada por la sociedad.

Por ejemplo, por regresar al trabajo después de la maternidad antes de lo normal o por irme a una cobertura fuera, cuando para un hombre, aunque haya sido padre, no supone ningún tipo de contradicción ni crítica tener que irse fuera a cubrir un suceso, pero para una mujer sí. Te dicen cosas, te preguntan cómo te vas a ir fuera si acabas de ser madre o si tu hijo tiene menos de un año. Todavía hay esas ideas preconcebidas que, aunque no te las digan directamente, las percibes alrededor. Eso está desapareciendo poco a poco porque por suerte hay mujeres que han roto con esas normas y que intentan demostrar que por hacer una cosa no dejas de hacer otra, pero todavía en el ambiente aún se percibe ese dedo acusador.

En su cuenta de Twitter contó que le criticaron por no cogerse la baja estando en sus últimos meses de embarazo y usted respondió diciendo que “estaba embarazada, no enferma”. ¿Cómo vivió aquello?

Coger la baja antes o después depende mucho del país en el que vivas y las condiciones que tienes, también de tu salud y de cómo estés viviendo el embarazo, y cada situación es un mundo. Yo creo que nosotras, como mujeres, lo que tenemos que hacer es lo que nos deja hacer nuestra situación personal, económica y laboral y, a partir de ahí, no intentar ser el ejemplo de nadie, sino limitarnos a no criticar lo que hacen otras mujeres. Yo no me considero ejemplo de nada, hago lo que buenamente puedo y no quiero que nadie critique lo que yo estoy haciendo. Durante el embarazo y sobre todo en los últimos meses, aunque yo por fortuna tuve un embarazo muy bueno, hubo gente que me preguntó por qué no estaba de baja y era simplemente porque no me daba la gana. A veces te sientes obligada a dar explicaciones cuando no deberías dar ninguna.

¿Cómo se ve en un futuro?

Haciendo lo que estoy haciendo ahora, que es algo que me hace muy feliz.

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