Xarxa Feminista PV

¿Dónde está el transfeminismo?

Sábado 4 de enero de 2020

Miriam Solá García 18-12-2019 Pikara

Le preguntamos a Miriam Solá García una reflexión retrospectiva sobre qué ha pasado con el transfeminismo desde las Jornadas Feministas Estatales que se celebraron en Granada en 2009.

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Batucada previo a la inauguración de las jornadas estatales./ Foto: Laura Gaelx

Este mes de diciembre se cumplen diez años de las Jornadas Feministas Estatales que se celebraron en Granada en 2009. Desde Pikara Magazine me proponen una reflexión retrospectiva sobre qué ha pasado con el transfeminismo en esta década. Una reflexión que me lleva de cabeza desde hace dos semanas.

Diez años de aquella irrupción al grito de “aquí está la resistencia trans” que hizo sentir a muchas que por fin el feminismo era su casa.

Diez años del Manifiesto para la insurrección transfeminista, en el que nos alertaba de los peligros o trampas que podían desarticular el potencial emergente de esta nueva apuesta política. Tengo serias dudas sobre si realmente hemos sido capaces de mantener la llama. Me pregunto, incluso, si hemos perdido la batalla por un feminismo no identitario y basado en las alianzas, un feminismo prosex y no punitivo, un feminismo plural, autónomo y radical, un feminismo para todxs.

Es cierto que en los últimos dos años el feminismo ha eclosionado y hemos asistido a un momento de movilizaciones masivas sin precedentes. Parece como si el espíritu asambleario, autónomo y de base del 15M se hubiera materializado en la Huelga Feminista del 8M. Una convocatoria que reivindica el cierre de los CIES y clama contra la violencia de las fronteras, por la derogación de la reforma laboral, por los derechos de las trabajadoras domésticas, contra la destrucción del planeta y, en definitiva, contra el sistema capitalista. Nunca el feminismo fue más transversal sin perder radicalidad. De hecho, se ha puesto sobre la mesa que sobretodo los feminismos, también el movimiento antirracista o LGTBI, están siendo la mejor barrera de contención contra el avance del fascismo.

«Asistimos a un momento político de fuerte fragmentación de las luchas donde se están dando los debates feministas más encarnizados»

Sin embargo, estamos también ante un momento agridulce, de alguna forma ambivalente. Asistimos a un momento político de fuerte fragmentación de las luchas donde se están dando los debates feministas más encarnizados. Debates polarizados dónde se pierden los matices y dónde no hay resolución posible. Sin duda la cuestión de base es el viejo y manido tópico del sujeto del feminismo. No es inocente que se esté reviviendo con tanta fuerza justo ahora. Es el famoso divide y vencerás. Y pilotando alrededor emergen de nuevo discusiones sobre el lugar de las personas trans en el feminismo, el mujerismo, la trampa del enfrentamiento contra lo queer (como si lo queer se pudiera entender sin el feminismo) o la falsa dicotomía abolicionismo / proderechos. Debates que estaban superados y sobre los que se logró un amplio consenso en las jornadas estatales de Granada del 2009.

Francamente, a muchas de nosotras nos preocupa esta nueva deriva identitaria en forma de remake vintage que está tomando el movimiento feminista en algunos enclaves. Mi genealogía política, por la que apuesto y defiende mis intereses de clase, es una genealogía queer o transfeminista que tiene como objetivo la articulación y que sitúa como amenaza para la movilización la fragmentación de las luchas. Considero que se trata de una deriva que se presenta como transformadora pero que en el fondo esconde un nuevo esencialismo que imposibilita las alianzas. Una suerte de “esencialismo de la experiencia” que promueve una concepción victimista de la opresión como privilegio individual y que impide una lectura estructural de las desigualdades.

Las categorías que dan nombre a nuestras opresiones deberían servir como herramientas emancipatorias, no como armas arrojadizas para bloquear debates, convertir ciertos temas en tabú y silenciar posturas. Los posicionamientos identitarios no contribuyen a construir un movimiento verdaderamente transversal y articulado, por tanto, tampoco a transformar las raíces de las desigualdades. Tal y como señalaba Núria Alabao “si el feminismo se construye como una identidad, se cierra, pierde su capacidad de hacer alianzas”.

El feminismo en sí mismo se ha convertido en un campo de batalla, hay una pugna por su significado. Demasiados intereses en definir su sentido y su dirección, en sacarlo de las asambleas y en arrancarle su autonomía y su pluralidad, en intentar clausurarlo para desactivarlo. Y como también señalan Núria Alabao y Marisa Pérez Colina se trata sobre todo de intereses partidistas, y de clase, de mujeres ligadas fundamentalmente al PSOE, aunque no solo, que necesitan el feminismo para reforzar su posición de poder en el partido o en las instituciones. Mujeres a las que no interesa que el feminismo hable de vivienda, de precariedad y pobreza, de racismo o de los derechos de las personas migrantes. A las que no les interesa el uso de la huelga de consumo, laboral, de cuidados, etc. como herramienta feminista de protesta, porque lo que sí les interesa es el techo de cristal, la representatividad vertical y la paridad en los consejos de administración de sus grandes empresas.

Colocar en el feminismo el debate sobre el trabajo sexual es meter un caballo de Troya en las tripas de movimiento feminista, justo ahora, en el momento de máxima eclosión. No es nada nuevo, en nuestro contexto, las discusiones sobre la prostitución ya fracturaron al feminismo unitario en los años 80.

No sé muy bien qué es lo que tenemos que hacer para no acabar desactivando el prodigioso potencial feminista de los últimos años. Lo que sí tengo claro es lo mucho que nos jugamos en un contexto de auge de la extrema derecha y de su entrada a pecho descubierto en las instituciones. Sea lo que sea hagámoslo juntxs y con otrxs, desde la suma, la confluencia y la fuerza colectiva.

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