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Diario de la gimnasta olímpica que sufrió una brutal violación a los 15 años

Martes 12 de enero de 2021

Sonia Fides 11-01-2021 elasombrario

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La escritora y periodista Lucia Osborne-Crowley. Foto: Sarah Hickson

Lucia Osborne-Crowley tenía un prometedor futuro como gimnasta dentro del equipo olímpico australiano. Pero a los 15 años sufrió una brutal violación que la destrozó física y psicológicamente, que la dejó gravemente enferma. Diez años después, se atrevió a contar todo el dolor de este episodio en su primera novela, ‘Elijo a Elena’: desde el maltrato médico a cómo el enorme trauma afecta al cuerpo –enfermedad de Crohn– y cómo encontró consuelo en otras escritoras, como Elena Ferrante, para aceptar la propia vulnerabilidad. Un libro que desata la ira, la rabia.

Mentiras, verdades y silencios habitando, conviviendo, alimentándose de una herida que no se extingue, pero que paradójicamente no mata. Y también un dique, la escritora Elena Ferrante que retiene el dolor de la protagonista hasta moldearlo, hasta convertirlo en una zarza ardiente con capacidad para arrasar lo inútil.

Elijo a Elena, de Lucia Osborne-Crowley (Londres), es un libro superlativo en todos los aspectos. Honesto, laborioso, detallado, documentado, hermoso, de un dramatismo imborrable. Una polifonía exacta, a pesar de ser una sola voz la que lo narra. Su firmeza rearma a quien lo lee a pesar de la dureza de sus frases, de sus párrafos, de sus reflexiones, de esos micro-desahucios a los que la autora se enfrenta cada vez que recuerda esa pelea a muerte con la silueta de la antagonista que un violador traicionero y despiadado tatuará para siempre junto a la brillante biografía de una muchacha despedazada de por vida:

“Languidecemos bajo la mirada predatoria de los hombres que nos convierten en objetos para el consumo”.

Osborne-Crowley se ve obligada a convivir con dos almas, con dos cuerpos, con dos memorias, con todo el dolor del mundo y también con la saña con que ese dolor, mayúsculo, olisqueará de manera indefinida, día tras días y hora tras hora, en la vida que se ha aprendido y que no estará dispuesto a perder de vista ni un solo segundo.

“Me dijo que probablemente las células habían agujereado el revestimiento de los órganos y que probablemente dentro de mi cuerpo tendría una gran cantidad de tejido cicatricial flotando a la deriva como botes salvavidas”.

Y, sin embargo, Elijo a Elena es también un canto a la vida, una enormidad emocional y narrativa. La contradicción que lucha por ser coherencia y por ser supervivencia. Un diario durísimo en el que como decía más arriba el dolor es un enemigo más insaciable y más sádico que la propia idea de la muerte.

Osborne-Crowley nos abastece a través de sus líneas de una realidad que nos paraliza y nos alimenta como si de pronto fuésemos unos locos no diagnosticados, orates alejados de la medicina capaz de salvarlos. Y escribiendo este caudaloso texto nos hace contraer una deuda eterna con el resto de mujeres, con el eco que su dolor deja para siempre en nuestro porvenir. Hay que ser muy valiente para mirar nuestros órganos vitales como esta mujer mira los suyos, para asumir y convivir con la herida extrema que le ha dejado esa bestia llamada violación, con la culpa que pesa sobre ella como pesa el viento imperceptible para los demás sobre el cuerpo de alguien que se ha lanzado al vacío sin ser consciente de que ese instante de agilidad borrará de manera irreversible su futuro:

“Negativo. Negativo… Y cuando llego a la última, leo: Negativo.

En ninguna de las ocasiones me encontraron una infección de transmisión sexual. Sin embargo, como los médicos asocian el dolor abdominal con promiscuidad, me trataron con una ronda de antibióticos intravenosos… Ahora entiendo por qué los médicos a menudo sacaban rápidas conclusiones sobre mi salud sexual”.

Elijo a Elena es un libro de fisonomía esbelta, casi liviana, un libro que reivindica la necesidad de lo invisible a pesar de que en él todo fluctúa alrededor del cuerpo, el cuerpo como trampa, como vicio, objeto y objetivo para otros. A pesar de que cada una de sus páginas pesa como pesa la primera piedra sobre la carne de una mujer condenada a ser lapidada por la brutalidad extremista de la sharia.

Es un libro que desata la ira, la rabia, que te hace lanzar el libro una y mil veces contra el vacío, y que te hace recogerlo una y mil veces, y te hace acariciarlo, porque las luchadoras como Lucia Osborne-Crowley solo merecen los mejores movimientos de cada ser humano después de la proeza que significa haber escrito este libro y haber sobrevivido al silencio, ese animal exuberante y engañoso que nos hace sentir a salvo cuando la mayoría de las veces es un animal saprófago que se pasa la vida lamiendo nuestras vísceras hasta convertirlas en papel mojado.

No dejéis de leerlo porque su narración es el epílogo más deslumbrante con el que puede encontrarse un lector, porque es un libro necesario, una agonía que arroja luz sobre todos los abismos del mundo:

“Lo que no me explico es que, cuando descubrían que las conclusiones eran erróneas, me dejaran tirada… Años más tarde, un amigo cirujano me explicaría que muchos médicos no se toman en serio el dolor de la mujer”.

No dejéis de leerlo, porque es mucho más que un libro imprescindible, mucho más que una confesión:

“En su intervención, el cirujano encontró que la endometriosis estaba muy extendida y que tenía la vejiga inflamada a causa de ello. Sentados en su cómoda consulta, el cirujano me mostró imágenes de mis órganos que habían tomado durante la intervención. Parecía un campo después de una batalla: todo estaba despedazado, hecho trizas, ensangrentado. Roto”.

“Los cirujanos me explicaron que la endometriosis había provocado lesiones y desgarros en el interior del abdomen y que habían estado horas cosiéndome las heridas”

No dejéis de leerlo porque es mucho más que la complejidad salvadora que se le ofrece a otras vidas:

“Buscamos pistas en el comportamiento de otros para averiguar qué tipo de persona somos… Podemos construir un nuevo ser dependiendo del público que tengamos delante en cada momento”.

No dejéis de leerlo porque os enseñará con inteligencia a exterminar los días que ya no significan nada.

‘Elijo a Elena’. Lucia Osborne-Crowley. Traducción de Victoria Malet. Alpha Decay. 136 páginas.

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