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Di diamantes a un cerdo pensando que era amor

Domingo 6 de marzo de 2016

Sara Hidalgo García Pikara 29-02-2016

Escribo porque he dado diamantes a un cerdo pensando que era amor y me he dado cuenta de ello cuando he vivido la traición amorosa. Mi pareja durante los últimos diez años, con quien tenía un proyecto de vida, de la noche a la mañana destapa toda una historia de infidelidades y doble vida. La esperpéntica situación termina con su desaparición, literamente y sin darme ninguna explicación, de la casa que compartíamos.

Pasado el primer momento de shock y el segundo de rabia, el tercer paso de mi recuperación ha consistido en mirar al problema, analizarlo y tratar de diseccionar semejante historia. Y he aquí que me encuentro con algunas contradicciones y que veo que muchas de ellas tienen un basamento común, el amor romántico.

En nuestra sociedad se nos educa y se nos enseña a pensar, sentir y creer en el amor romántico cuando entablamos una relación. Tendemos a pensar que cuando nos emparejamos hemos encontrado a nuestro “príncipe azul” con quien vamos a compartir el resto de nuestra vida. Pero, unas antes y otras más tarde, caemos del burro y vemos que nada es inamovible ni eterno. Las personas cambiamos, por lo tanto, las relaciones también. Seguramente mi error, y por lo visto el de otras muchísimas mujeres, es querer retener y hacer inmutable una relación, dando tantísimo que al final nos quedamos sin nada. Y con estas reflexiones sobre el amor romántico analicé mi propio recorrido.

Empecé a salir con este chico con 18 años. Nos conocimos en la universidad en nuestro primer año de carrera. Todo iba bien, aunque ya entonces se empezaba a notar cierto desnivel. Mientras yo terminaba mis estudios universitarios él quedaba rezagado, terminando su carrera tres años más tarde. Para cuando él se licenció yo ya había finalizado mi máster de doctorado y obtenido una beca de investigación. Así que en mi segundo año de tesis él terminó su carrera. Sus bajas notas y falta de conocimiento de idiomas le impedían poder competir en un mercado laboral que además con la crisis se volvió más competitivo. Y aquí comienza mi error.

Tuvimos que abandonar la casa que compartíamos casi un día para otro. “Mi madre no paga”, fue su excusa, aunque él tampoco hizo nada por buscar un trabajo, ni siquiera uno que no tuviera relación con lo que había estudiado. Me rogó que volviera con él a la ciudad de donde ambos somos, que no queda muy lejos de donde yo trabajaba. Aún así, a raíz del cambio empecé a quedarme un poquito descolgada en lo laboral y con algunas amistades, a las que si quería ver tenía que tragarme más de una hora de autobús.

Su vida diaria a partir de la vuelta consistía en levantarse, desayunar y navegar por internet, a veces buscando trabajo, la mayoría de las veces mirando cosas varias en internet o jugando a videojuegos en red. Yo le decía que tenía que ser más intensivo en su búsqueda, que se preparara con los idiomas, que siguiera estudiando, que no descartara emigrar. Así estuvimos tres años.

Durante este tiempo, con él no podía viajar, porque no tenía dinero. Muchas veces era yo la que corría con los gastos. No le gustaba la playa, ni el monte, ni tampoco conocer lugares nuevos. Yo le animé a salir del país, viajar, visitar museos y lugares diferentes. Ahora veo que le di un mundo, pero lo hacía porque me sentía enamorada, porque entendía que eso hacían las parejas. Y aún así muchas cosas no se podían hacer, porque las personas no cambian de la noche a la mañana y menos si no quieren. Visitamos Cuba, casi el único viaje al extranjero que hicimos en diez años, y sólo nos bañamos una vez en las aguas del Caribe. Estuvimos en York y no entramos a visitar la catedral. Como siempre yo le disculpaba, y aunque había gente que me decía que aquello no iba mucho con mi forma de ser, yo siempre le protegía y alegaba su falta de trabajo y cómo aquello hacía merma en él. Pensaba, quería creer que él en realidad no era así. Ahí estaba mi autoengaño.

En esos tres años yo iba terminando mi tesis, hice varias estancias investigadoras en el extranjero, sin que él siquiera viniera a visitarme, me enriquecí intelectualmente y personalmente. Pero siempre había un run-run, su falta de trabajo y sus constantes caídas en la apatía. Así que yo ahí seguía, animándole, impulsándole a que estudiara. Durante un tiempo incluso compartimos piso, siendo yo la que corría con todos los gastos. Finalemente le busqué yo misma un máster internacional y le animé a apuntarse.

Fue en el máster donde empezó un comportamiento extraño. Se quedaba hasta tarde con gente de clase, supuestamente trabajando, no me llamaba como antes, y apenas quedábamos. Yo por supuesto, en mi pensamiento enamorado y creyendo siempre en la fidelidad, no percibía ni sospechaba nada. Le excusaba, diciendo que él trabajaba mucho. Fue en el segundo trimestre del máster cuando yo me tuve que ir a hacer otra estancia investigadora y él se fue a una ciudad francesa a realizar allí ese periodo. Hablábamos todos los días por skype, pero por facebook yo veía algunas fotos un tanto extrañas, con chicas. Él me juraba y perjuraba que no había nada, que la chica que las colgaba, compañera de clase, era, según sus propias palabras, una desequilibrada y una niñata que se había obsesionado con él. Aunque hubo gente que me alertó sobre una posible infidelidad yo, ciega de amor, solía decir, “se con quién estoy, llevo con él diez años, qué ruín sería por mi parte creer la palabra de una chica que no conozco antes que la suya propia”. Yo estaba convencida de que lo nuestro era real, y de que el escenario de una infidelidad era imposible. La confianza del amor me hacía pensar y decir eso.

El último trimestre del máster él tenía que hacerlo en una ciudad inglesa. Yo ya había vuelto de mi estancia, y aunque para mí habría sido más conveniente quedarme en mi ciudad, decidí acompañarle. Él así me lo había rogado, que no le dejara solo, que la compañera del máster, la supuesta desequilibrada, le hacía bullying y que lo iba a pasar muy mal. Ante tal panorama allá me fui, accediendo incluso a llevar mi propio coche para que él pudiera ir a la universidad. Yo pasaba el día sóla, trabajando en mi investigación, y él solía llegar tarde, debido a los muchos trabajos que supuestamente tenía que hacer. Cuando llegaba se echaba a llorar, me decía que le acosaban, que “la loca”, como él le llamaba, le hacía el vacío en clase y que los demás compañeros no le hablaban. Le saqué, como tantas veces antes, de esa pequeña depresión, le ayudé con los trabajos de la universidad. Pero veía que él no buscaba prácticas, que pasaba el tiempo que no estaba en la universidad en el sofá jugando a videojuegos o navegando por internet.

Así hasta que una semana antes de finalizar el máster, una noche no llegaba a casa. Yo temía que le hubiera pasado algo. Llegó a las once de la noche, apestando a alcohol aunque no estaba borracho, y oliendo a colonia femenina. Ahí supe todo, vi con claridad lo que había. Me había estado engañando todo el año con otra (u otras) chicas, y ahora que tenía finiquitado el máster, y yo había compartido con él todos los gastos de la estancia, me lo decía. Subí al cuarto a hacer mi maleta y cuando bajé a pedirle explicaciones él había desaparecido de la casa. No he vuelto a saber nada de él.

Mi propia historia me ha hecho indagar en una experiencia que en realidad no es solo mía, sino que es universal, que se repite en el tiempo y en el espacio. Veo que hay muchas mujeres que lo dan todo por sus chicos, les mantienen, les apoyan, les ayudan a salir de situaciones difíciles, y cuando todo parece que está solucionado, ellos se agobian y se largan, a veces con una seis años más joven, como en mi caso (si esque se puede hablar de irse con una jovencita cuando yo tengo todavía 29 años). Ahí está su traición, ahí se evidencia su falta de madurez y de valores. Cuando le conté lo ocurrido a un amigo psicólogo me dijo, “Sara, has caído en el error de muchas chicas, os convertís en psicólogas o en mamás de vuestros novios”. Unas muy sabias palabras que me dieron que pensar y que me llevaron a ver mi contradicción personal. Yo, tan independiente, tan práctica, tan poco dada a romanticismos, ¿cómo había sido tan presa de la construcción que a través del amor romántico había hecho de un amor que en realidad no existía?

Precisamente el deconstruir el concepto de amor romántico me ha ayudado muchísimo en mi recuperación. Me he dado cuenta de que lo que yo pensaba que era amor en realidad era aire, una burbuja y que lo que he invertido en esta relación ha sido una pérdida de energía pero sobre todo de tiempo, el tesoro más preciado que tenemos. La fidelidad que yo había profesado era solamente mía, no tenía una contrapartida. Muchas veces desde entonces me he sentido la persona más gilipollas del mundo, y me he preguntado, ¿Sara, cómo has podido estar tan ciega?

Pero también es verdad que desde entonces mi vida ha cambiado. Percibo la vida con matices, disfruto más las experiencias y todo ha dejado de ser gris para ir adquiriendo color. He pasado un maravilloso verano viajando, compartiendo y enriqueciéndome personalmente. Ahora voy y vengo a donde me da la gana, sin estar pensando que tengo que pagarle a él los billetes o el hotel. Mi tiempo y mi energía son para mí y para los que quiero, sin tener que arrastar a nadie conmigo ni tener que estar sacando a nadie de la apatía. Mi esfuerzo se centra en mi trabajo, que ha adquirido un nuevo brillo, sin tener que estar buscándole trabajo a otra persona o deshacerme de frustración por ver que no acaba de luchar por la vida. Mi vida es mía y he descubierto que lo único real y cierto es mi vida y lo que hago porque durante el proceso de duelo he tenido muy claro que quien ha traicionado ha sido él, que él es la verdadera víctima de esta historia por vivir la mentira y las dobles vidas.

Además, al cotejar esta historia con otras muchísimas no hago más que reflexionar. Chicas trabajadoras, luchadoras, con alta cualificación o sin ella, pero con altas expectativas de vida, llenas de energía y de vida, se encuentran con chicos que no se acomodan a lo que ellas entienden por un proyecto de vida. ¿Quizás por inmadurez, quizás por miedo? Yo no lo sé. Lo único que constato es que muchas mujeres en el mundo lo dan todo por su pareja y cuando parece que van saliendo del bache y que comienzan a reconducirse, ellos se agobian y se van. Desde hace muchísimos años feministas de distintas corrientes han hablado de la “nueva mujer” ¿Son (somos) estas chicas la nueva mujer? Quizás, aunque no me atrevo a encasillar a todas en un solo concepto. Pero, ¿han (hemos) encontrado el nuevo hombre con el que compartir su vida? En mi caso y en el de muchas mujeres, definitivamente no.

Ahí está la gran traición amorosa, regada con unas buenas dosis de amor romántico. El amor romántico es esa idea que tanto nos da porque nos hace soñar, pero que tanto nos quita porque cuando bajamos a la realidad una bofetada de aire fétido nos dice que la traición amorosa existe, y que en este caso te ha tocado a ti. No soy yo sola, yo soy Sara, pero esta es la historia de María, Sofía, Almudena, Melanie, Elena, Rochelle y otras muchas y muchas a lo largo y ancho del mundo. Solo relativizando ese concepto tan bonito de amor romántico, podemos tomar las riendas de nuestra vida y compartir nuestra vida con otra persona. Solo así comprenderemos que no somos las “mamás” de nuestras parejas, sino que hemos de ser sus compañeras.

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