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Deseo y consentimiento no siempre coinciden

Martes 24 de julio de 2018

Cuando se viola a una mujer no se viola su deseo, se viola su voluntad. A esa voluntad la denominamos con palabras como consentimiento, acuerdo o decisión, y se expresa cuando decimos “no” y cuando decimos “sí”

Clara Serra 23-07-2018 CTXT

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Desnudo Javier Sampedro

En estos tiempos en los que el movimiento feminista ha puesto tanto esfuerzo en hacer visibles las múltiples formas en las que se da la violencia machista, en estos tiempos en los que la Justicia ha demostrado en notables ocasiones no estar a la altura de esa exigencia, ha llegado –por fin– el momento de hablar de la libertad sexual de las mujeres. En los parlamentos, en los medios, en las redes y en las conversaciones cotidianas hacemos reflexiones y tenemos debates acerca de una forma de violencia contra las mujeres, la violencia sexual, que ha permanecido especialmente escondida en nuestra sociedad, nuestras instituciones y nuestras prácticas durante décadas y siglos. Estos días, por eso, hablamos de lo que nunca se hablaba, hablamos de consentimiento y hablamos de deseo, hablamos de sexo consentido y hablamos de sexo deseado. Pero ¿son la misma cosa? Y, si no es así ¿qué relación hay entra ambas?

Para reivindicar nuestra libertad sexual tenemos que enfrentar el hecho de que históricamente nuestro deseo haya sido acallado, desoído, ignorado e invisibilizado por un omnipresente y hegemónico deseo masculino que todo lo ocupa. Y no solo eso: el deseo de las mujeres ha sido especialmente penalizado, censurado y estigmatizado por una sociedad machista y puritana que ha querido hacer sentir a las mujeres culpables por sus deseos, tan complejos e insondables como los deseos de los hombres y, por supuesto, tan respetables como estos. Debemos aún reivindicar margen para que las mujeres imaginen y fantaseen fuera de los tradicionales estereotipos masculinos y, por supuesto, sin culpas ni castigos sociales. Pero eso no quiere decir que tenga que ser el deseo o el “sexo deseado” el criterio fundamental con el que distinguimos lo que es una violación de lo que no lo es. Reivindicar el deseo no supone ir más allá del consentimiento. No debería. Deberíamos conservar ambas cosas y, de hecho, conservar la posibilidad de distinguirlas, de que no coincidan entre sí o, incluso, de que se opongan. Porque el patriarcado ha anulado y censurado los deseos de las mujeres, pero también –incluso diría que prioritariamente– ha anulado la voluntad de las mujeres.

Una mujer puede decir “sí” al sexo y no desearlo sin que eso sea una agresión sexual. Si todo sexo no deseado (incluyendo el trabajo sexual pero no solo) fuera una violación, estaríamos no reconociendo a las mujeres la posibilidad de tomar decisiones a pesar de sus deseos o incluso contra ellos. Tratar a las mujeres como libres y mayores de edad implica entender que son capaces de decidir, allí donde decidir puede significar oponerse a muchas fuerzas o inercias: las costumbres sociales, los mandatos del padre o, incluso, los propios deseos. El deseo no se elige ni es fruto de nuestra decisión y nuestra voluntad, una voluntad que, precisamente por eso, puede oponerse a él.

Igualmente, una mujer puede decir “no” al sexo aunque lo desee y sí deberíamos llamar a eso, siempre y en cualquier caso, violación. Si no hacemos esto, se abren peligrosos caminos para dirimir lo que es una agresión sexual o para medir la gravedad de las mismas, caminos ya tanteados por jueces y abogados que han pretendido probar que una mujer fue más o menos violada según cómo su cuerpo reaccionó. Ese no es el camino. ¿Es que acaso, si se comprobara que una mujer, después de decir “no”, o de no dar su consentimiento, conectó en algún sentido con su deseo, dejaría de ser una violación en toda regla? Nada que tenga que ver con los deseos relativiza la gravedad de una violación y, mucho menos, hace a las mujeres corresponsables de ella. La culpa de las violaciones no es del tamaño de la falda, no es de las horas a las que volvemos a casa y tampoco es, en ningún caso, de los deseos de las mujeres. Es solo y exclusivamente de los violadores.

Cuando se viola a una mujer no se viola su deseo, se viola su voluntad. A esa voluntad la denominamos con palabras como consentimiento, acuerdo o decisión, y se expresa cuando decimos “no” y cuando decimos “sí” –con independencia de que quede pendiente un debate sobre cómo de expreso deba ser ese sí o de qué maneras pueda ser expresado–. Eso es lo que estamos pidiendo que sea absolutamente respetado. No queremos que se penalice o invisibilice nuestro deseo, pero tampoco queremos que se nos convierta en objetos pasivos de nuestros deseos sino en ciudadanas libres y mayores de edad, es decir, en sujetos activos con voluntad y decisión.


Clara Serra es diputada por Podemos en Madrid y autora de Leonas y zorras (Catarata).

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