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Del café clandestino al discurso público

Lunes 18 de mayo de 2020

Gessamí Forner 19-02-2020 Pikara

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En la foto, de izquierda a derecha, Chintia Clavería, María del Mar Clavería, Tamara Clavería, Alba Rosa Pérez y María Soledad Duval en el exterior de la sede de Amuge. /Foto: Gessamí Forner

En 2009, diez mujeres gitanas quedaban para hacer abalorios, pero mientras ensartaban cuentas, desmontaban el machismo y plantaban la semillita de lo que es hoy Amuge, la asociación de mujeres gitanas de Euskadi

Todo empezó con un café para madres un tanto clandestino. En 2009, diez mujeres gitanas quedaban para hacer abalorios, pero mientras ensartaban cuentas, desmontaban el machismo de los temas que las atravesaban en su día a día: la corresponsabilidad, el matrimonio temprano, los estereotipos de raza, la importancia de la escolarización. “Las revoluciones siempre empiezan con un café”, resume Chynthia Clavería, de 20 años, quien recuerda cómo de niña veía charlar a aquellas mujeres que hoy forman parte de la junta directiva de Amuge, la asociación de mujeres gitanas de Euskadi.

Han llovido muchos cafés desde entonces y ahora son los padres quienes lo toman, en una iniciativa de nuevas masculinidades en el pueblo gitano considerada pionera en Europa. Pero diez años no son nada para todo lo que han construido.

La presidenta de Amuge, Tamara Clavería, clausuró las V Jornadas feministas de Euskal Herria, celebradas el pasado otoño en Durango, con un potente discurso feminista, anticapitalista y antirracista. Fue tan aplaudido, que el movimiento feminista autónomo invitó a Amuge a dar el discurso del 25 de noviembre, frente a las más de 17.000 manifestantes que se arremolinaron en la explanada del Ayuntamiento de Bilbao.

Euskal Herria no es el mejor sitio para ser gitana, si es que hay un mejor sitio para ser de una etnia que carece de país o estado propio. ¿Cómo una mujer gitana ha terminado ocupando un espacio tan relevante en el feminismo autónomo vasco? “Porque nos quieren escuchar. Nos hemos ganado su confianza, las compañeras han visto que somos de fiar y que somos feministas”, asegura con su habitual honestidad, que no obvia prejuicios.

Cuando se arranca a hablar, hila finamente un discurso sin grietas apto para personas aparentemente fuera de su radar. El día de la entrevista, Clavería se encuentra chateando en Facebook con un vecino del barrio de Otxarkoaga de Bilbao, donde tiene su sede Amuge. Un hombre le ha preguntado qué es el pin parental que propone Vox, y si es verdad que las escuelas pretenden homosexualizar a los niños con un kit de plátanos y preservativos.

Ella le explica que las imágenes pertenecen a una antigua campaña de distorsión de otro político fascista, Jair Bolsonaro, de Brasil, pero que la intención de Vox es la misma que la de cualquier líder fascista y que no se preocupe, que sus niños serán educados por los valores que les ofrece su familia en casa, mientras que en la escuela, trabajarán la igualdad. Su vecino le agradece la explicación y le dice que se queda tranquilo.

Ese es el gran logro de Amuge, convertirse en el hogar de las mujeres gitanas de Bilbao y en consulta improvisada de los vecinos de Otxarkoaga. “Las ayudamos y las apoyamos, y lo mismo vienen jóvenes que ancianas. La gente sabe perfectamente quiénes somos y les contestamos con transparencia, aunque siempre les cae algún mitin, pero ya saben qué es lo que hay”, se ríen.

Ese mitin al que se refieren lo han tejido desde el “feminismo sentido” de los primeros cafés. Luego le añadieron la teoría feminista clásica, “te puedo hablar de cualquier ola y de intersecciones”. Y cuando terminaron de empaparse de las grandes pensadoras, sintieron que aún les faltaba algo, la raza, y buscaron referentes que ya hubieran puesto palabras a sus sentires. Fue así como se encontraron con el discurso de María José Jiménez Cortiñas (La Guru), para terminar de hilvanar una teoría feminista que ellas definen como “completa”.

Explican que “la primera discriminación que sufrimos es por ser gitana, no por ser mujer, y eso el feminismo no te lo plantea”, advierten. “El feminismo gitano lo hemos tenido que ir a buscar, para completar nuestras necesidades”. Unas necesidades en las que buscan su propia voz, no una tutela por parte de las payas. “Buscamos una igualdad real en un marco en el que estamos orgullosas de ser gitanas. Para nosotras, las payas no sois el enemigo, el enemigo es el patriarcado, el capitalismo y el antigitanismo. Solo necesitamos que os cuestionéis vuestros privilegios y, desde ahí, nos vayamos conociéndonos y reconociéndonos, no desde la jerarquización”, explica Clavería.

El puente discreto

Desde que se comprometieron en 2012 a componer la junta directiva de Amuge, se han formado también como agentes de apoyo social de la Diputación de Bizkaia. Con esta figura, trabajan “de forma más discreta” las situaciones de violencia machista que llegan a la asociación. “Somos intermediarias entre la víctima y las instituciones, somos el puente. Sin nosotras, los casos de violencia no llegaban a las instituciones”. La confianza que son capaces de generar en el barrio les ha permitido también atender a dos payas.

Mediante ese trabajo de barrio, han ido ampliando su presencia y “da igual con qué problema vengan, si es pagar una factura de la luz o acompañarlas a hacer un trámite en el servicio de empleo. Nuestra intención es dar apoyo y confianza, y si nosotras no somos capaces de dar el recurso necesario, las derivamos”. ¿Su secreto? “Nuestra intervención, como nuestro feminismo, es gitano”.

En la refundación de Amuge eliminaron que la asociación pudiera ser mixta y establecieron que solo mujeres podrían presentarse a la junta directiva. “Somos la única asociación gitana liderada por mujeres. Las otras entidades son mixtas. Los hombres respaldan, pero son mixtas. En Amuge nos equivocamos y acertamos nosotras y vamos haciendo las cosas como sabemos”, explica Mari Sol Duval.

A la hora de definirse ante la sociedad y los medios de comunicación, encontraron que lo que más resumía su labor era que “somos una asociación de mujeres gitanas que lucha por el pueblo gitano y, en especial, por el empoderamiento de las mujeres gitanas”, añade Duval. Desde esa premisa, dividieron su trabajo por áreas: educación, igualdad, juventud, incidencia, empleo y formación y voluntariado. Y es en el área de empleo y formación donde se observa qué significa realmente ser gitana aún hoy en Bilbao. “De 200 mujeres formadas en los últimos años, ha habido 16 contrataciones”, explican con frustración Mari Mar Clavería Jiménez y Alba Rosa Pérez.

“Teníamos un curso de dos años para formarnos en estética y peluquería, en el que participaron 30 mujeres. Cuando llegó el momento de hacer las prácticas, las que consiguieron entrar en un centro, realizaron tareas de limpieza. Las ocultaron. Nadie quiere a una gitana cara al público, y no se consiguió ni una sola contratación, a pesar del compromiso de contratación del curso. Lo tenemos muy mal”, recuerda la más joven del grupo, Cynthia Clavería. Reconocen que han tenido que cancelar el curso y paralizar el proyecto.

Mari Sol Duval, de 50 años, trabaja en el mercadillo y se refiere a los prejuicios que le muestran sus clientes tamizados con la ambivalencia del racismo cruzado con cierto clasismo: “Como si fuera algo positivo, me dicen que soy diferente. Les respondo ‘No, cariño, yo soy gitana, pero cuando me dices eso tienes en mente la marginación’”. Es aquí, en este punto de la conversación, cuando todas recuerdan la exclusión que han sufrido como pueblo. “Somos un pueblo al que se le negó el acceso al empleo y se vio perdido con la industrialización, y pasó a tener que vivir tres días en cada sitio. Pero ahora que tenemos las mismas oportunidades y derechos, nos conviene negar que somos gitanas o ponernos unas gafas de pasta para parecer payas”, explican las dos jóvenes.

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En la foto, de izquierda a derecha, Chintia Clavería, María del Mar Clavería, Tamara Clavería, Alba Rosa Pérez y María Soledad Duval en el exterior de la sede de Amuge. / Foto: Gessamí Forner

Sensibilización en las escuelas

En el área de educación, llevan dos décadas cosechando éxitos con el proyecto Chala Dur, que empezó a gestionar la asociación en el año 2000, con la primera junta directiva. Desde este proyecto, Amuge realiza un trabajo de sensibilización en centros escolares de Bilbao, Basauri, Sestao y Gallarta con alumnado de etnia gitana y sus familias para garantizar el éxito escolar.

Poco a poco, a este área le han añadido programas novedosos, como ofrecer referentes culturales gitanos a los niños y tertulias literarias para adultos, con el objetivo de fomentar las competencias básicas en lectoescritura.

En el área de igualdad, destacan las escuelas de empoderamiento, pero también el coro feminista de mujeres gitanas Gure Golé, en el que participan 15 mujeres. Aún así, el programa de nuevas masculinidades es del que se sienten más orgullosas. “Nos han pedido un aumento de horas. ¡Quieren cuatro horas semanales!”, exclama Mari Mar. “El otro día me encontré con un hombre que se había escondido para hacer la compra yendo a un supermercado de fuera del barrio. Y me dijo con timidez, “vengo a por pañales para la niña”, cuando llevaba el carro lleno hasta los topes. Le miré y le dije: “¡Primo! ¡Compra, compra!”, recuerda Tamara. En este momento no pueden evitar troncharse de la risa al recordar cuando llegó un participante llegó al local de la asociación con el brazo quemado, porque había planchado la camisa mientras la llevaba puesta… Fue entonces cuando los hombres pusieron una condición a sus aprendizajes: “Prohibieron que los vídeos que se pasan unos a otros poniendo lavadoras o planchando salieran de su grupo de WhatsApp”.

Para ellas es muy importante hacer sentir partícipes a los hombres de su lucha y explican que “están con un activismo muy grande, cuando hay que ir a una manifestación, van”. Consideran que a los hombres gitanos se les acusa de ser más machistas “por la perversión de este sistema, que les hace tener que demostrar doblemente su posicionamiento en contra de la violencia machista”. Pero esa opresión racista que sufren por ser gitanos, favorece a las mujeres, “ya que se pueden colocar en una posición de empatía con más facilidad”.

Asimismo, Amuge defiende que “las mujeres gitanas no excluimos a los hombres, trabajamos en colectividad frente al individualismo. Podemos encontrar resistencias al principio, porque todo cuesta y nada se hace en un solo día”.

Es esa opresión compartida la que les ha hecho caminar juntos en la búsqueda y el apoyo de un feminismo real aplicado a sus necesidades. Y fue ese discurso sentido y honesto el que consiguió que las 3000 mujeres que asistieron al V Encuentro Feminista de Euskal Herria aplaudieran con ahínco la intervención de Clavería, que terminó con afirmando que “buscamos la complicidad de las payas, no su tutela, porque no queremos una versión nueva de paternalismo”. A su manera, confiando en sus sentires y en los aprendizajes adquiridos, las mujeres gitanas del barrio de Otxarkoaga de Bilbao seguirán trabajando en sus calles y tejiendo redes desde la Coordinadora Feminista de Euskal Herria.

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