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Del 15-M a las huelgas feministas. Claves para los feminismos de hoy

Jueves 13 de mayo de 2021

No podríamos imaginar las huelgas feministas sin el movimiento de los indignados y todos los procesos de lucha colectiva que le siguieron y que fueron un sumatorio en el feminismo que hoy seguimos construyendo

Justa Montero / Siham Jessica Korriche / Rafaela Pimentel / Julia Tabernero / Ana Useros / Ruth Caravantes / Izaskun Aroca 12/05/2021 CTXT

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Calle Alcalá (Madrid) durante la manifestación del 8 de marzo de 2020. Álex Blasco

¿Dónde estaba el feminismo el 15-M?

Estábamos indignadas. Muy indignadas. Salimos a tomar las plazas, a imaginar y pelear por un mejor mundo. La violencia económica y la crisis de democracia que se vivía en 2011 movilizó al movimiento feminista y encontró en el 15-M un altavoz y un espacio de creatividad colectiva que marcaría las lógicas de los movimientos sociales la siguiente década.

El 15-M aglutinó a quienes ya no podían más. La desafección política y el hueco que existía (y existe) entre la clase política y la realidad de las gentes de este país era inmenso. Corrupción, crisis económica, ecológica, machismo, violencia, racismo, precariedad, mucha precariedad.

El feminismo quería cambiarlo todo. Y todo, es todo. Hacia dentro, cuestionar las dinámicas de poder y la forma de imaginar la acción colectiva; hacia fuera, marcar la agenda de trabajo de todo grupo u organización que aspirara a movilizar a la ciudadanía. Y es así como el feminismo se vuelve un movimiento cada vez más atractivo que logra mantenerse autónomo y, a partir del 15-M, nos saca a la calle con fuerzas renovadas, nos reorganiza y nos construye en masividad.

En este 2011 de impugnación y contestación popular un nuevo sujeto político se sitúa en el centro y se reconoce como agente de cambio: las jóvenes. Salen de casa, muchas de ellas menores de edad, y se unen a esos movimientos que aspiraban a renovarse y a beber de las nuevas narrativas de vida y de las culturas políticas que ya nada tenían que ver con esa “España” del régimen del 78. Llegan las jóvenes migrantes y racializadas, las precarias y las bolleras a llenar de contenido y materialidad las reivindicaciones feministaS, con esa “s” final que ya era una declaración de intenciones de lo que será el feminismo la próxima década, marcado también por la intergeneracionalidad.

No podríamos imaginar las huelgas feministas sin el movimiento de lxs indignadxs y todos los procesos de lucha colectiva que le siguieron y que fueron un sumatorio en el feminismo que hoy seguimos construyendo.

Lo que el 15-M buscaba, Gallardón se lo encontró. Su intento de recortar la ley del aborto, acompañada de una reformulación patriarcal y reaccionaria del deber ser de las mujeres, nos sacó a la calle y abrió un proceso de construcción feminista cuyo relato venía marcado por un lenguaje que nuevamente conectaba con las generaciones más jóvenes. El feminismo mostró su imaginativa capacidad de respuesta con los “escraches”, los “coños insumisos”, las movilizaciones masivas en muchas ciudades y, a nivel estatal, el “tren de la libertad”. Una mañana, Gallardón ya no era ministro de Justicia y la reforma se paralizó. Una victoria de enorme valor político y simbólico que no ocultó lo que aún quedaba para lograr la ley que el movimiento feminista venía reclamando.

Al calor de la protesta se fortalecieron las redes internacionalistas. Llegaban apoyos contra la reforma de todas partes del mundo. Nuestras vecinas protestaban ante las embajadas de España de toda Europa. Este internacionalismo ha tenido distintos momentos y, más recientemente, las mujeres polacas y la marea verde argentina han sido ejemplos de rebeldía feminista en pandemia, con su levantamiento en defensa de los derechos sexuales y reproductivos.

¿Dos miradas para la misma violencia?

Como en todo movimiento social, en el movimiento feminista hay victorias y derrotas. Algunas nos zarandean y nos obligan a cuestionar y pensar desde dónde hablamos, desde dónde construimos la contestación, el discurso y el sujeto del feminismo. Lo ilustran el caso de “la manada” y el de las jornaleras de la fresa.

En 2017, miles de mujeres ocupamos las calles al grito de “yo si te creo”. No quiero ser valiente, dijimos, quiero vivir libre de violencias y poder expresar mi deseo sexual. La rabia, acompañada de un relato que cuestionaba la justicia, por patriarcal, venía de lejos. Se vio en la multitudinaria manifestación del 7-N de 2015 contra las violencias machistas. En esas movilizaciones toma cuerpo un feminismo antipunitivista que pone el acento en la prevención y las garantías de no repetición en confrontación con la derecha y ultraderecha, su negacionismo de las violencias y su defensa de la prisión permanente revisable.

La toma de la calle fue un ejercicio de reparación colectiva frente a las lógicas de justicia patriarcal que cuestionaban la violación de la víctima y seguían llamando abuso a la agresión sexual. Esta reparación colectiva actúa también como un reclamo para que cada vez más mujeres decidan contar las violencias sufridas.

En 2018, un grupo de mujeres jornaleras denuncian las agresiones sexuales que sufren durante su estadía como trabajadoras de la fresa en Huelva. Estas mujeres de zonas deprimidas de Marruecos llegan al Estado español en condiciones muy vulnerables y son parte de la cuota prevista por el sistema de control migratorio. Se embarcan en un viaje trágico para convertirse en trabajadoras sin derechos del norte global. De ellas se obtiene mano de obra y la garantía de un silencio del que se beneficia el patriarcado y todo el sistema de riqueza europea.

El caso de las jornaleras incomodó a ese feminismo que parecía casi indestructible. La denuncia de las mujeres magrebíes, pobres, musulmanas, se quedó fuera de las movilizaciones masivas y del interés mediático; se las cuestiona, se las violenta y se las ignora.

¿Qué se les había escapado a las feministas para que ahora fuéramos de nuevo unas pocas quienes protestáramos? La respuesta es clara: racismo.

Solo unos meses separaba la denuncia de la manada y la que levantaron las jornaleras pero las separaba algo mucho más grande y violento.

Las violencias no se perciben igual si la persona llega del sur global, como si sus derechos y su dignidad no importaran. Esta lógica tiene mucho que ver con políticas de violenta ignorancia, en especial en los países con una gran historia colonial. No quieren saber, aunque ya lo sepan, que el privilegio de vivir y ser parte de una sociedad en el norte global siempre es a costa de la vida y de los recursos de los países del sur global. Ese feminismo se vio zarandeado por el antirracismo feminista y se abre un proceso, inacabado y no exento de tensiones, de escucha y de asimilación de una experiencia que tiende puentes y dialoga para construir un feminismo que sea, fundamentalmente, antirracista.

Las huelgas feministas

En el 15-M arrancaron la pancarta que rezaba “la revolución será feminista”. Siete años después, todo fue diferente, las huelgas feministas que culminan con las masivas movilizaciones del 8 de marzo de 2018 y 2019, convierten a ese feminismo en la seña de identidad y referente para cientos de miles de mujeres. Es el resultado del impulso de otras, de una propuesta de las mujeres movilizadas en el Sur global, de las feministas argentinas, y también de las polacas, que empujan la fuerza feminista transfronteriza.

Las huelgas feministas buscan responder a las causas estructurales de la crisis social de los cuidados, de la crisis económica, ecológica y democrática; a cómo afecta a nuestras vidas y nuestros cuerpos que no se ponga la vida digna en el centro, sino los intereses del mercado. Las huelgas señalan las condiciones materiales que conducen a la precariedad, que profundizan las desigualdades, nos desposeen de la vivienda, de la sanidad y los servicios públicos y destruyen el planeta. Y en la búsqueda de soluciones urgentes nos sitúa en un horizonte de transformación social.

El 8M expresa la potencia de un feminismo inclusivo, de un sujeto que construimos desde la acción y en el que participamos las empleadas de hogar, jóvenes, jubiladas, transexuales, cuidadoras, migrantes, trabajadoras sexuales, precarias, asalariadas, mujeres en toda nuestra diversidad. Por eso fue de todas y nos apeló a todas.

La pandemia y el futuro

Vino la pandemia y con ella el dolor y la crisis socio-sanitaria. Los procesos tomaron otros derroteros en la defensa de los servicios públicos, en las redes vecinales, las cajas de resistencia antirracistas y la defensa de los centros sociales.

Llegamos con una genealogía feminista plagada de luchas, aprendizajes, victorias y derrotas, pero siempre con la fuerza y capacidad de levantarnos y seguir actuando. Y así nos situamos ante el momento actual, tan amenazante.

Hoy está en pugna el significado de la libertad, los derechos y la democracia real. Para nosotras no es solo un debate de conceptos, ni de relatos, sino algo apegado al sentido de nuestras vidas. La libertad, sin la justicia social, se queda en el más brutal individualismo neoliberal. Las feministas, desde el antirracismo, el ecofeminismo, desde nuestra diversidad, luchamos por la libertad de tener todas una vida digna. Seguiremos apostando por nuevos procesos que sumen, por la acción colectiva, por esa indignación que nos remueve y, por supuesto, por la ilusión.

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